EPÍLOGO
—Presidenta, dejaron una entrega en su oficina.
Emilia acababa de salir de una importante junta, después de tres años había logrado el giro que necesitaba para el periódico a través de las plataformas digitales. Estaba dominando totalmente el mercado y llegando a todos los rincones del mundo. La popularidad nacional de su empresa ahora estaba enlistándose a nivel mundial.
Se detuvo frente a su asistente, y le miró extrañada.
—¿Una entrega? —preguntó, observando a la joven de cabello oscuro asentir frente a ella—. Gracias. ¿Carol, llamaste para confirmar la cita con el médico?
—Sí, presidenta, el próximo viernes a las cinco.
Emilia le agradeció de nuevo, entró a su oficina y para su sorpresa encontró cinco enormes jarrones de cristal con preciosas dalias color rosa. Sabía exactamente quién era la autora de aquel "inesperado" detalle. Sacó una de las flores del jarrón para llevarla a su nariz, esbozó una sonrisa sin dejar de pensar en que solo habían pasado un par de horas y ya la extrañaba a mares.
Danielle apareció en la oficina como era costumbre, se inclinó, esbozando una resplandeciente y cotidiana sonrisa a la asistente de Emilia.
—Hola, Carol. ¿Se encuentra mi esposa?
—Buenas tardes. Está en su oficina, señora Lombardi.
—¿Crees que pueda entrar?
—Sí, ya no tiene ningún pendiente. Acaba de terminar su última reunión.
Danielle le agradeció, abrió la puerta y encontró a su mujer al teléfono. Sintió como su móvil comenzaba a vibrar.
—Señora Lombardi, ¿interrumpo?
Emilia sonrió, colgando a la llamada que estaba haciéndole a la misma Danielle.
—Señora Navarro. Estaba por llamarle para agradecerle tan simpático detalle.
La chica arqueó una ceja, caminó súbitamente hasta llegar a Emilia. Tomándola por la cintura y llevándola en peso hasta colocarla sobre su escritorio. Sus labios se encontraron, aquel beso no había perdido la chispa a pesar de los años y el compromiso que las unía.
—Pensé que habíamos acordado que ya había suficientes Navarro y necesitábamos más Lombardis en la ciudad.
Emilia se echó a reír, sintiendo los labios de Danielle recorrer su cuello hasta llegar a su boca nuevamente para atraparla en un apasionado beso que la dejó sin aliento. Se alejó despacio.
—No recuerdo haber tenido esa conversación, ¿segura que no me estás confundiendo con alguna de tus otras esposas?
Su expresión había cambiado, alejó su cuerpo del de la rubia que ahora la aferraba para evitar su huida.
—Esa fue una broma muy cruel.
—¡No! no lo dije con esa intención. —Se percató de la sonrisa que dibujaba, como siempre era imposible ganarle.
—¿Te gustó mi sorpresa? —continuó, Danielle, retomando su humor inicial.
—Estaba por comenzar a repartirlas.
—Muy graciosa. —Sus manos iniciaron su recorrido. Comenzó a desabotonar la blusa de su mujer mientras besaba sus hombros cuando de pronto descubrió un nombre conocido en uno de los correos que Emilia tenía abiertos. Se detuvo.
—¿Qué pasa? —observó a Danielle que parecía inexpresiva ahora.
—¿Por qué Lucía te envió un correo?
Emilia se volvió hacia su computador, luego regresó su mirada a Danielle al tiempo que enredaba sus brazos alrededor de su cuello.
—Ah, eso. Me contactó hace unos días, está en Londres. Consiguió trabajo en una editorial y necesitaba unos documentos, ya sabes, cartas de recomendación y esas cosas.
—¿Y por qué no me habías dicho?
Conocía demasiado bien a Danielle para no darse cuenta de la absurda idea que pasaba por su cabeza en ese momento.
—¿Estás celosa? ¿en serio?
—Puede ser...
Emilia buscaba su rostro, quería mirar esos tiernos ojos verdes y hacerle entender que desde hacía más de tres años solo tenía espacio para ella en su mente y su corazón.
—No tienes porque estarlo —continuó, atrapando su rostro— te elegí a ti para pasar el resto de mis días. No tengo interés en nadie más.
Danielle la miró fijamente. Emilia habría jurado que comenzaba a ponerse escarlata pero ni siquiera su infalible amor podía hacerle perder esa habilidad para esconder sus verdaderas emociones.
—Teníamos un acuerdo de cero cursilerías, Diciembre.
—¡Por Dios, te encantan! no finjas.
Danielle se mordía los labios, en verdad así era. Había descubierto en las palabras melosas y en las acciones cursis de su ahora esposa una inefable dicha. La dicha de su amor era algo que atesoraba con el alma.
Continuaron con aquello que habían dejado pendiente, sintió los dedos de Emilia abrir su camisa y escabullirse entre su pantalón. Supo que tenía que detenerla o sino sería tarde y eso podría generar problemas futuros.
—Me gustaría recordar los viejos tiempos pero tu familia está por llegar.
Los ojos azules de la chica se abrieron como platos. Alejó a Danielle y dio un brinco de su escritorio mientras comenzaba a ponerse los tacones y acomodarse la blusa. Por un instante aquello se había borrado de su mente.
—¡Es verdad!
Escuchó la risa genuina de Danielle salir con energía.
—¿Lo habías olvidado?
—¿Qué dices? por supuesto que no, lo tengo anotado en todas mis agendas.
La chica negó, abotonando su camisa para después ir hasta la salida y abrirle la puerta.
Salieron de la oficina, pero antes, se detuvieron frente a Carol a quien Emilia le dio algunas indicaciones para sus próximas reuniones y le pidió que les comunicara a todos que nadie se quedaría esa noche en la empresa. Era nochebuena así que lo mejor era ir a casa y pasarla con sus seres queridos. La chica asintió.
Danielle y Emilia salieron del corporativo tomadas de la mano, hacía tiempo que caminar juntas de esa forma era tan cotidiano como el intenso frío de aquella ciudad.
Llegaron a la enorme residencia que habían comprado como regalo de bodas, Danielle convirtió la mansión Lombardi en una extensión de la agencia y Emilia había vendido finalmente su departamento. Ese lugar era ahora su hogar, el de ellas y el de su pequeña hija Nadine.
—Buenas tardes.
—Buenas tardes, Pilar —saludó Emilia a el ama de llaves mientras Danielle le quitaba el abrigo—. ¿Nadine?
—En la sala con Caridad —contestó la amable mujer.
Danielle se dirigió hasta la sala, descubrió a la pequeña niña de cabellos castaños y ojos azules, totalmente inmersa en su libro de colorear.
—¿Dónde está la princesa de este castillo? —Tenía medio cuerpo detrás de la puerta. Nadine, que estaba junto a su niñera, corrió hasta ella extendiendo sus brazos con mucha alegría.
—¡Mamá! —La pequeña llegó con velocidad a los brazos de su madre que ahora la elevaba tan alto que comenzó a reír sin parar.
Danielle la llevó hasta ella, abrazando y besando sus abultadas mejillas. Aquella pequeña y Emilia eran ahora su razón de ser. No existía nada más importante que ellas, ni siquiera la agencia o los clubs.
Emilia había llegado en el momento justo para admirar la tierna escena. Nadine la vio y comenzó a zafarse de los brazos de Danielle para ir hasta ella con emoción.
—¡Mami! ¡Mida que hice!
Emilia observó el pedazo de papel con garabatos y círculos de colores. Era la pintura abstracta más hermosa que jamás había visto. Digna de colgarse en la sala de la casa.
—Que bonito, mi amor, ¿quiénes son?
—Esta edes tú y esta mi mamá y esta soy yo y un albol de navidad y unos otsequios.
Emilia sonrió, el espacio que ocupaba Nadine en su corazón era tan grande como su amor por Danielle. Lo había entendido con el tiempo, después de meses de inseguridades finalmente había aceptado que podía llegar a ser una buena madre para esa pequeña. Aunque era consciente del desafío al cual estaba enfrentándose, se había propuesto dar lo mejor de ella cada día para hacer de la vida de Nadine lo que ella había soñado de niña.
—Te quedó hermoso, mi amor. Pero ahora tenemos que cambiarte porque tus abuelos y tus tíos están por llegar.
Nadine la miraba fijamente, con sus enormes y expresivos ojos. La idea parecía emocionarla, después de todo habían hablado de ese encuentro durante meses.
—¿Les mamos a dal sus otsequios?
Danielle sonrió, colocando una mano sobre la cabeza de su hija y mirando a Cari, su niñera.
—Aprendimos una palabra nueva, ¿eh?
—Con esto de la navidad no han dejado de repetirla en la televisión —explicó la mujer.
Emilia y Danielle lo encontraron adorable. Nadine era una niña muy lista, pocas secuelas habían quedado de sus duros días posteriores a su nacimiento. El insomnio había desaparecido y así mismo el llanto incontrolable que la azotaba durante las noches.
—Muchas gracias, Cari, dile a Pilar que dé la orden para que todos se vayan ya a sus casas.
—Sí, señora, muchas gracias. Que pasen feliz navidad.
El personal de servicio finalmente se marchó, la familia Lombardi Navarro estaba totalmente sola en casa, esperando a los Ivanović para iniciar con la festividad de la nochebuena.
—¡Mamá! ¿podíanos fubal con mi bote en la tina?
Danielle miró a su pequeña y asintió. Nadine le regaló una resplandeciente sonrisa que ablandaba su corazón.
—¡Por supuesto, princesa! Vamos a jugar a lo que tú quieras.
La tomó en brazos, llevándola hasta la habitación de baño.
—¡Nada de juegos, tenemos que estar listas ya! —Emilia iba detrás de ellas, las conocía demasiado bien. Podían durar horas en la tina y no estaban ni en momento ni en hora para hacer de la ducha una fiesta.
La familia Ivanović llegó después de algunas horas, Emilia se había encargado de gestionar su traslado desde el aeropuerto hasta la mansión. Sintió los brazos de su madre aferrarse a ella y su suave boca rozó sus mejillas con alegría. Después de tanto tiempo de no celebrar a su lado ninguno de sus cumpleaños ese sería totalmente diferente.
—Te extrañé tanto, cariño.
—También yo, estoy tan feliz de que estén aquí.
Dalia sonreía, sus ojos turquesa de pronto habían reparado en la pequeña que se ocultaba detrás de las piernas de su hija aferrada con gran timidez.
Nadine estaba sonrojada, después de todo no los recordaba mucho y solamente los había visto a través de un monitor en las video llamadas que hacían cada fin de semana.
—¡No lo puedo creer, estás enorme y cada día más hermosa!
Novak estaba junto a Danielle, observando a detalle la lujosa residencia.
—Es una casa preciosa.
—Gracias, deja que te muestre el bar. Te va a encantar —aseguró Danielle al percatarse de la reluciente sonrisa del hombre—. Por favor sigan, deben estar cansados, les mostraremos las habitaciones para que descansen un poco, la cena ya está lista.
Los Ivanović se habían instalado ya en la residencia y finalmente después de un rato habían bajado para iniciar con la cena de nochebuena. Alisa había llevado a su novio Miguel, un chico que estudiaba con ella en la universidad, Adriano y Rue con el pequeño Noah que se había convertido en la fascinación de Nadine.
Novak y Dalia miraban como su pequeña familia había crecido. Estaban felices de que se encontrara unida a pesar de las adversidades. Aquel era sin duda el mejor milagro de navidad. Cenaron en armonía y antes de medianoche hicieron un brindis para celebrar su unión y lo increíble que era estar juntos. Emilia sintió la mano de Danielle aferrarse a la suya, había cambiado discretamente su copa de vino por un poco de agua natural. Le regaló un guiño y entre sonrisas cómplices continuaron con la celebración. Finalmente se fueron a dormir. Después de todo había sido un viaje largo y por la mañana les esperaba todavía un día de festividades. No podían esperar.
Dalia despertó en medio de la madrugada al escuchar el llanto de la pequeña, caminó hasta la habitación de donde provenían los sollozos y encontró a Emilia junto a Nadine, acariciando su cabeza y arrullando sus sueños.
—¿Está bien?
Emilia volvió su mirada hacia el marco de la puerta en donde estaba su madre de pie.
—Fue solo una pesadilla —respondió—. Demasiados dulces antes de dormir.
—Hablaré con Noah al respecto.
Emilia sonrió, observó a su madre acercarse poco a poco a ellas con la mirada nostálgica y los ojos llorosos.
—Mamá, ¿qué sucede?
—Lo siento —le contestó, con la voz temblorosa como si estuviera conteniéndose—, es solo que.... no puedo evitar pensar en todas las veces que seguramente despertaste después de una pesadilla y yo no estuve ahí para consolarte.
Emilia se reincorporó, dejando a Nadine acomodada en su cama. Caminó hasta su madre para poder abrazarla y consolar sus lágrimas nacientes. No tenía idea de cuántas habían sido aquellas terribles noches y días en los que su llanto había cesado sin más consuelo que el cansancio. Pero no tenía caso martirizarla ahora. Había enterrado esa parte de su pasado hacía tanto tiempo ya. Estaba enfocada en el brillante futuro que se abría desde su encuentro.
—No te lastimes pensando en eso, no podemos cambiar el pasado pero ahora tenemos un presente juntas. Y eso es lo que importa, madre.
Dalia asintió, sorbiendo su nariz e intentando ocultar su dolor.
—Estoy tan orgullosa de ti, Emilia. De ver la mujer tan maravillosa que eres, la mamá tan amorosa y dedicada. Nadine no podría ser más afortunada de tenerte en su vida.
Emilia sonrió, había soñado con esas palabras hacía tiempo. No podía creer que ser el orgullo de su madre se volviera una realidad. Un par de lágrimas ahora también recorrían sus mejillas mientras sentía las manos de Dalia entrelazarse a las suyas.
—La afortunada soy yo. —Sus ojos volvieron hacia Nadine que ahora dormía tranquila—. ¿Sabes? En un inicio estaba asustada, pensé que la maternidad no era para mí, que no sabría qué hacer porque nunca tuve un modelo a seguir y no quería convertirme en la horrible madrastra que había tenido. Pero me di cuenta de que cuando hay amor de por medio todo es posible y creo que yo la amé desde el primer momento que la vi.
Dalia asintió, aferrándose una vez más al cuerpo de su hija con ternura.
—Eso es lo que va a guiarte, el amor. Así que no tienes de qué preocuparte. —Miró hacia la ventana, los primeros copos de la primera nevada del año comenzaban a caer. Llevó a Emilia hasta el alféizar, le contó que unos días antes de su nacimiento también había nevado y que durante todo el tiempo había estado inquieta revoloteando dentro de su vientre. Emilia sonrió, no podía dejar de imaginar cómo habría sido su infancia y su vida al lado de esa mujer, seguramente un paraíso.
—Feliz cumpleaños, mi flor.
Al día siguiente la ciudad estaba cubierta por una espesa capa de nieve, Nadine había sido la primera en despertar y observar aquel espectáculo. Estaba inquieta, sin dejar gritar desde el monitor que tenía en su habitación que ya era navidad y que la nieve estaba por todos lados.
—No puede ser, ¿qué hora es? —preguntó Emilia, sintiendo que aún le restaban al menos cinco horas de buen sueño.
Danielle se estiró para tomar su reloj.
—Las siete —suspiró, dejándose caer de nuevo a su lado—. No te preocupes duerme otro rato.
Danielle comenzó a ponerse de pie antes de que Nadine despertara a todos, se inclinó hacia Emilia para darle un beso en la mejilla.
—Feliz cumpleaños, Diciembre. Bienvenida al tercer piso.
Emilia sonrió, alzando sus brazos para poder rodear su cuello y darle un beso de buenos días. La vio salir de la habitación dejándola con un sentimiento de felicidad inmenso mientras cerraba los ojos y el hermoso sueño que había dejado pendiente volvía a ella una vez más.
Despertó pasadas las nueve, se dio un baño y después de vestirse bajó a la cocina en donde ya la esperaban Dalia, Novak, Danielle y Nadine, quien al parecer le había preparado un desayuno sorpresa.
—¡Mami! ¡te hice un feliz pumpliaños!
La pequeña llegó hasta ella, sosteniendo un plato de plástico que llevaba un deforme pancake que había hecho con ayuda de la abuela y Danielle.
—¿Tú lo hiciste? ¿de verdad?
Nadine asintió, estaba orgullosa de su trabajo y de ver cómo su madre se lo comía con gran esmero.
Novak fue hasta ella para felicitarla, así mismo Alisa que se unía aquel abrazo seguido por Adriano y Rue.
Después del desayuno familiar era momento de abrir los regalos que Santa había dejado bajo el árbol. Noah y Nadine estaban emocionados, apenas si habían probado bocado y ahora se encontraban en la sala destrozando papel y cajas.
—Tenemos un último regalo para todos —dijo Danielle, tomando la mano de Emilia mientras se miraban con complicidad.
Todos estaban expectantes ante el repentino anuncio. Emilia le pidió a Nadine que fuera hasta ellas. Se alejaron dándoles la espalda a todos para ir hacia la estancia.
Los integrantes de la familia se miraban confundidos por aquel desplante, después de un instante Nadine fue la primera en salir de la estancia, llevaba una camiseta blanca que decía con letras oscuras "Hermana mayor". La pequeña se aproximó a su abuela, como lo habían ensayado por semanas, para entregarle una caja en donde estaba el ultrasonido de su tercer nieto que cumplía veinte semanas dentro del vientre de su hija.
Dalia se llevó aquella fotografía al pecho mientras comenzaba a derramar algunas lágrimas. Novak también estaba conmovido, incluso Alisa que ahora iba hasta Emilia y Danielle para felicitarlas con lágrimas en los ojos.
—¡Felicidades, hermana!
Adriano se había puesto de pie, llegando hasta ellas para aferrarse en un abrazo y así mismo Dalia. Aquel era el cuadro perfecto. Después de ese emotivo momento era hora de celebrar, después de todo no solamente era Navidad sino también el cumpleaños de Emilia. Danielle se había encargado de hacer de aquello una gran fiesta. Había variedad de tragos, bocadillos y música que amenizaba el lugar. Desde hacía años que festejar la vida de Emilia era como celebrar la propia.
Estaban en el apogeo de la reunión cuando escucharon que alguien tocaba a la puerta. Emilia y Danielle se miraron, no esperaban a nadie más que a las personas que ya estaban con ellas. Como no había personal de servicio por la fecha, Danielle fue quien abrió. No podía creer que los milagros de navidad no dejaran de ocurrir.
—¿Umberto? Qué...sorpresa.
El hombre rubio y famélico intentó esbozar una débil sonrisa.
—Yo... pasaba por el rumbo y pensé en traer algo para tu hija y para Emilia.
Danielle miró las cajas y bolsas de regalo que había sobre sus manos. Suspiró, recargada sobre la puerta. Sintiendo como el gélido aire golpeaba su piel.
—Eres muy amable, no debiste molestarte pero, no creo que sea un buen momento...
—Lo sé, Dalia está aquí. La verdad es que me gustaría hablar con ella.
La chica negó.
—Umberto, es cumpleaños de tu hermana y no quiero que...
Emilia estaba cerca de la puerta, le había extrañado que Danielle tardara tanto así que había decidido aproximarse. Le sorprendió encontrar a Umberto sobre su pórtico.
—Feliz cumpleaños —le dijo, al verla de pie a unos metros de ellos, extendiendo una elegante bolsa de regalo—. Y este es para la pequeña.
—No creo que hayas venido solo para esto —comenzó Emilia, con un tono de voz áspero.
Danielle la miró, desde que la verdad sobre su madre quedó al descubierto, las cosas habían sido aún más difíciles entre ellos. Emilia había pasado de la indiferencia al resentimiento cuando se trataba de él. Y ni ella ni nadie tenía el derecho de interferir en esas emociones.
—Solo será un momento, por favor —insistió, con un tono de voz lastimero que había sorprendido a Emilia.
La rubia suspiró cruzando los brazos a la altura de su pecho y caminando algunos pasos hacia él.
—Voy a decirle que estás aquí, pero si no quiere verte tendrás que irte.
Umberto asintió, no quería arruinar la ocasión. Pero no podía dejar pasar la oportunidad de ver al menos una última a la única mujer que su corazón había amado.
Danielle lo invitó a pasar, llevándolo hasta la estancia. Se percató de lo nervioso que estaba. No podía creer que aquel hombre de nervios de acero se encontrara tan inquieto por la presencia de Dalia. Sin duda su amor por ella debía ser inmenso.
—¿Te ofrezco algo de beber?
—No, no. Estoy bien, gracias.
Danielle lo invitó a tomar asiento y un silencio ominoso se hizo entre ambos. Comenzaba a creer que corresponder a su petición había sido una terrible idea.
Emilia por su parte ya había llegado hasta la sala en donde la familia continuaba celebrando, se acercó a su madre pidiéndole que le acompañara un momento.
—¿Pasa algo? ¿Te sientes bien?
Dalia parecía preocupada, así que Emilia le sonrió y sujetó su mano.
—Estoy bien, es solo que...hay alguien que quiere verte.
La miró confundida, no fue sino después de un rato que pudo imaginar de quién se trataba. Suspiró, mirando de reojo a Novak.
—Si no quieres le diré que se vaya, no tienes porqué hacerlo.
Dalia negó, sin duda era momento de enfrentar el pasado. Ella también tenía muchas cosas que decirle. Era una oportunidad única que la vida le estaba dando después de todo ese tiempo.
—No, está bien. Creo que yo también necesito hablar con él. Dame un momento.
Emilia observó a su madre ir hasta Novak, al parecer le había susurrado algo al hombre que comenzó a ponerlo nervioso. Pero parecía entender un poco la razón por la cual Dalia lo hacía. Asintió y luego la mujer volvió hacia ella.
Se dirigieron hasta la estancia en donde Danielle y Umberto estaban, en cuanto escucharon la puerta abrirse se pusieron de pie.
Los ojos de Umberto brillaron, había alegría y también tristeza en esa expresión. Ni Danielle ni Emilia habían visto ese semblante en su rostro jamás.
—Dalia...
Sin embargo, la mirada de la mujer no correspondía al mismo fervor con el que Umberto la contemplaba sino todo lo contrario. Parecía que un profundo resentimiento y decepción laceraba su corazón.
—¿A qué has venido?
Umberto bajó la mirada, sabía que no merecía menos de su parte. La frialdad de sus palabras y el odio de sus ojos estaban justificados después del infierno que le había hecho pasar. Ese encuentro se había repetido en sus sueños durante treinta años.
Danielle imaginó que necesitarían privacidad, intentó tomar la mano de Emilia pero esta la retuvo, realmente necesitaba escuchar lo que ambos tuvieran que decir. Después de todo era parte de su historia también.
—Sería ridículo decir que he venido a disculparme —continuó el hombre, entrelazando sus manos al frente.
—Tuviste treinta años para hacerlo.
—No vengo a disculparme, sino a darte mis motivos de por qué lo hice.
Dalia estaba resentida, Emilia tampoco recordaba haber visto el rostro de su madre sin esa alegría tácita. Era doloroso.
—Ya es muy tarde para eso también, Umberto.
—Lo sé, pero necesito decírtelo. Aunque nada pueda cambiar el terrible daño que hice tienes que saber que lo hice por ti...para protegerte.
La mujer sonrió, sarcástica.
—¿Por mí? tú y tu padre me asesinaron en vida, ¿tienes idea del dolor tan grande por el que me hicieron pasar?
—No podía permitir que mi madre te hiciera algo, Dalia. Yo no hubiera podido vivir si ella....
—¿No te parece muy egoísta? —la voz de Dalia había sonado enérgica—. Lo hiciste por ti al final de cuentas, para no sufrir tú.
—No entiendes, lo hice por amor...porque siempre te he amado, Dalia...
Danielle miró a Emilia, quien reparó en la expresión de su madre. No parecía sorprendida sino decepcionada del patético hombre que tenía enfrente.
—El amor no lastima de esa forma, Umberto.
Navarro asintió. Estaba totalmente consciente de eso. Pero no arrepentido de la estupidez que había cometido por ese amor. Los ojos de Danielle y los de él coincidieron. Fue como si ambos conectaran las palabras que le había dicho aquella tarde antes cuando le entregó la información sobre el paradero de Dalia.
—Hice lo que me dictaba mi amor —continuó— y mi amor quería que tú y Emilia vivieran. y eso me basta—. Sacó de su abrigo una caja colocándola sobre la mesa de centro que los dividía—. Sé que no merezco tu perdón y que no hay forma de que te regrese el pasado. Pero sí puedo darte vestigios de lo que fue.
Dalia observó el presente, venía forrado por papel estraza y tenía un mensaje: "Para mi flor" con una impecable caligrafía.
—Esto es algo que tú deberías tener. Feliz Navidad.
Dalia tomó aquel presente, lo abrió y descubrió un hermoso regalo. Dentro de la caja había fotografías de Emilia de bebé, en el colegio, sus recitales de piano, concursos de gimnasia e incluso una nota de cuando había inaugurado el periódico 24/7. Reconocimientos, su primer diente, todo lo que había podido salvar de aquellos recuerdos estaban ahí.
Umberto dio la vuelta, caminó con dirección a la salida. No esperaba que nadie le acompañara, simplemente sentía que lo que quería hacer ya estaba hecho ahora.
—En realidad hace tiempo que te perdoné, Umberto. Justo cuando celebré la boda de mi hija.
La voz de Dalia lo había paralizado. El hombre volteó para observarla de nuevo.
—No tienes porque cargar con las culpas de tus padres. En el fondo sé que no hay nadie más culpable que ellos.
Finalmente tenía enfrente a su peor enemigo, a la única persona que era capaz de desarmarlo desde el alma. Unas gruesas lágrimas comenzaron a salir de sus ojos azules. Emilia sintió pena por él, jamás había visto a su hermano llorar. Ni siquiera en el funeral de su madre o su padre. Y ahí estaba de pie, llorando frente a la mujer que probablemente amaría hasta sus últimos días.
Dalia caminó hacia él, mirando al joven empresario que había sido incondicional en uno de los peores momentos de su vida. Quien se había encargado de sacarla viva de ese lugar y regresarle a su hija después de casi treinta años.
—Después de lo que pasó pude rehacer mi vida y fue gracias a ti. Tengo una hermosa familia y nada de eso hubiera sido posible sin tu ayuda.
Dalia pasó una de sus manos por la mejilla de Umberto, quien aferró aquel contacto con ternura mientras cerraba los ojos y continuaba sollozando como un niño asustado. Se abrazaron durante un largo instante en el que hasta los suspiros de sus corazones podían escucharse.
—Será mejor que me vaya —dijo Umberto, una vez que el abrazo había terminado y Dalia le regalaba una hermosa sonrisa que después de años lo volvía a llenar de dicha—. Dale esto a Nadine, ojalá le guste.
—Deberías entregárselo tú mismo —le pidió la mujer, tomando su mano una vez más—. ¿Por qué no te quedas un rato? es el cumpleaños de tu hermana después de todo.
Umberto miró a Emilia, que asintió al instante. Estaba a unos metros de ellos, junto a Danielle que la tomaba de la mano.
—No quiero molestar.
—No te preocupes —continuó Dalia, saliendo de la habitación.
Sabía que necesitaba hablarlo con su marido. Él era el único que conocía su historia con Umberto, no quería que su encuentro lo lastimara o le incomodara. Pero sin duda, Dalia no se había equivocado en enamorarse de aquel robusto sujeto. Era el ser más bondadoso de la tierra y le había hecho saber que si eso cerraba las terribles heridas de su pasado él no pondría oposición.
Finalmente regresaron a la sala donde les esperaban curiosos, Emilia entró con Umberto y lo presentó como su hermano. Todos le saludaron, incluso Nadine que le miraba curiosa detrás de Danielle.
—Feliz navidad, princesa. Espero que te guste. —Umberto extendió el regalo que la pequeña tomó temerosa escondiéndose nuevamente detrás de su madre.
—Él es tu tío Umberto, es hermano de mami.
Los ojos curiosos de Nadine estaban puestos en él.
—Yo voy a tened un henmano tamién.
Umberto sonrió, mirando a Emilia para cerciorarse de que aquello fuera cierto. Era una increíble noticia. Estaba seguro de que sería una excelente madre, no dudaba de eso.
Se sentaron en la sala, comenzaron a charlar y continuaron con su amena celebración. Tragos, música, anécdotas y baile. Finalmente la felicidad reinaba por completo en la vida de todos.
Meses después...
Emilia estaba por terminar su discurso de la fiesta de aniversario del periódico. Después de sus últimas palabras los aplausos de los invitados se escucharon por todo el recinto. Miró hacia la izquierda y encontró a Danielle esperando por ella para ayudarle a bajar del escenario. Algunos de los invitados se aproximaron para saludarlas, en especial a Emilia para felicitarla no solamente por un año más de grandes triunfos sino por su evidente embarazo.
Después de un par de horas estaba agotada, era momento de intentar escabullirse como siempre. Se percató de que Danielle estaba en una charla de negocios con uno de los ejecutivos y socios de la plataforma digital, así que encontró la oportunidad perfecta.
Danielle le había seguido con la mirada, la vio entrar al balcón imaginando que quizá estaba hastiada y muy cansada. Se disculpó con el hombre que le acompañaba y comenzó a abrirse paso hasta llegar a su destino. Sus ojos la abordaron, Emilia estaba apoyada sobre la barandilla mirando las luces de la preciosa ciudad que se extendía frente a ellas. El recuerdo de su primer encuentro llegó al instante.
—Espero de verdad que no esté pensando en saltar, señora Lombardi.
Emilia giró al escucharla, sonrió. Ahora no había ni un solo motivo para hacerlo. Su vida era tan perfecta que jamás tuvo tantas ganas de saber lo que le deparaba el futuro como en ese momento. Danielle se colocó junto a ella, inclinándose para besarla y frotar su abultada barriga.
—¿Estás bien? —la cuestionó, notando un poco de desazón en sus ojos.
—Algo cansada, tu hija no ha dejado de patear. Creo que le agradan las fiestas mucho más que a mí. —Sintió la mano de Danielle acariciar su vientre con gran ternura.
Desde Nadine, había cambiado muchas cosas de su vida. No se encargaba directamente de la gestión de los clubs y bares, había dejado el tabaco y bebía menos. Se concentraba en estar a su lado en todo momento, hacer ejercicio y planear las próximas vacaciones una vez que su pequeña hija naciera. La observó inclinarse para dejar sus labios muy cerca de su barriga.
—Lena, cariño, ¿podrías darle un descanso a mami? —pidió sin apartar sus manos del vientre de Emilia—. Podemos irnos ahora, estoy segura de que todos lo entenderán.
—Me parece bien... —contestó la rubia. Sin embargo aún había algo que debía hacer. Imaginó que esa atmósfera y situación serían las correctas para liberarse de esa carga que su hermano le había adjudicado—. Pero antes hay algo que quiero darte.
Sacó de su bolso un sobre doblado por la mitad, parecía desgastado y un poco arrugado. Danielle miró el pedazo de papel y lo tomó con evidente confusión.
—¿Qué es esto?
Emilia la había detenido de pronto, obligando a que la mirara fijamente.
—No quiero que vayas a enfadarte. Todo fue cosa de Umberto, lo conoces. Además no tenía mala intención.
—No entiendo.
Emilia sabía que sus palabras podrían tener un doble efecto, esperaba que las cosas no se salieran de control. Odiaba discutir con ella y más en la sensible situación en la que se encontraba ahora. Suspiró, lista para decirle todo lo que sabía.
—Umberto estuvo por meses detrás de la pista de tu familia. Descubrió que tus abuelos maternos murieron hace poco, vivían en Francia. Tu madre tiene un hermano que aún vive ahí. No sé como lo hizo pero consiguió esta carta, tus abuelos la dejaron para ti.
Danielle continuaba sosteniendo el sobre, estaba fija en ese pedazo de papel que tenía información sobre esa vida que creía perdida. Lo abrió, leyendo detenidamente mientras los ojos impacientes de Emilia la abordaban. Cuando terminó, lanzó un suspiro. Sintió un enorme hueco en el pecho pero también una extraña tranquilidad. Los ojos color mar de su preciosa esposa estaban fijos en ella.
—¿Estás bien? —Emilia la observó asentir y guardar la carta en el interior de su abrigo. Tenía esa mirada serena pero fría que hacía meses no encontraba en ella—. Umberto tiene los datos y la dirección del hermano de tu madre en caso de que quieras...
—No, no es necesario —le había interrumpido, volviendo sus ojos ahora al paisaje nocturno que las envolvía.
—Danielle...es tu familia.
—No, mi familia está aquí, contigo y nuestras hijas. —Tomó el rostro de Emilia entre sus manos, acercándose para darle un tierno beso—. No necesito nada más.
—Nunca dejaron de buscarte.
—Lo sé y de verdad lo lamento mucho por ellos, pero... —Su tono de voz era sereno—. Voy a estar eternamente agradecida con Lucio por haberme sacado de ese lugar, porque gracias a eso estamos aquí. Tú y yo. Y es algo que no cambiaría por nada.
»Sin embargo, como alguna vez se lo dije a Grecia, no hay forma de que pueda recuperar mi pasado. Y aunque sé que eres un ejemplo vivo de que no siempre es así, mi caso es distinto. Mis padres, mis abuelos... las personas que alguna vez me amaron y se aferraron a mí ya están muertos. No tiene sentido ir a llorar sobre sus tumbas. Mi vida es aquí, contigo, Diciembre.
Emilia podía entenderlo, quizá para ella había sido más sencillo porque Dalia estaba en su vida y deseaba que así fuera el resto de sus días. Pero ella ya los había perdido, sus abuelos, sus padres ya no existían más, el tiempo había marcado su final.
—Vamos a casa, está empezando a helar.
Sin darse cuenta la rubia había derramado un par de lágrimas. Danielle colocó sus pulgares sobre sus mejillas para limpiarlas.
—Lo siento...pero, es muy triste, mi amor. Sé que es egoísta ser yo quien llore, pero no puedo evitarlo.
Danielle negó. Tomándola en un profundo abrazo.
—Es triste, tienes razón y puedes llorar todo lo que quieras. Pero, escúchame bien, si pudiera hacerlo volvería a elegir la vida que tuve. Porque sé que ese camino me llevaría hacia ti y, Emilia Navarro, eres lo mejor que pudo pasarme.
Sus labios se encontraron en un profundo beso, se escabulleron entre los invitados abandonando el recinto para luego subir al auto. Emilia acarició su vientre, no podía esperar para conocer finalmente a su pequeña Lena y tener a esa familia que ambas habían añorado toda su vida. Miró a Danielle que parecía leer su mente y le sonreía, aquello era el inicio de otra increíble historia.
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