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01

—Deja de mirarme desde ahí. —De espalda, apoyando su mentón en sus antebrazos que reposaban en el borde de la piscina, Lucía habló con un tono de voz bajo, que sólo fue entendible gracias al silencio que reinaba en el lugar.

—Los vecinos te van a mirar, ¿Por qué no te pones algo? —sugirió cautivada, pues se encontró a sí misma observando la silueta femenina que le daba la espalda. Sabrina se dignó a hablar; sabía que Lucía había escuchado todos y cada uno de sus pasos alrededor de la casa hasta encontrarla ahí.

—Es de noche y estoy en mi casa; me gusta estar en la alberca desnuda —respondió, se giró y la vio, estaba cubierta con una gabardina negra, su cabello corto prolijo y los aretes le daban un lindo toque a su rostro.

—Vengo por lo que dejé —fue lo único capaz de articular la muchacha al verla de frente.

—No te pedí explicaciones. —Hastiada por el mínimo intercambio de palabras con la otra mujer, Lucía decidió flotar, optando por ignorarla; sus pezones se endurecieron al ser expuestos a la temperatura del ambiente, estaba haciendo frío, pero se sentía realmente bien, inhaló y exhaló profundo, cerró sus ojos y se mantuvo así por lo que ella pensó que fue un largo tiempo, hasta que sintió como unas manos tocaban su espalda y se movió por acto de reflejo, dejando de flotar y abriendo los ojos, encontrándose con Sabrina completamente desnuda delante de ella.

—¿No ibas por tus cosas? —Pasó sus brazos por encima de los hombros de la contraria, con el corazón acelerado— También estás desnuda ¿No te daba vergüenza estar así? —cuestionó, teniendo el rostro de la contraria a centímetros de distancia.

—Bésame —ordenó Sabrina, con una mirada suplicante que era disonante con el tono demandante empleado.

¿Y quién era Lucía para negarse un besito? Sabrina no estaba ebria ni drogada, estaba muy consciente de sí al momento de ordenar —pedir— que le besaran; además, tampoco detuvo a Lucía cuando sus manos se deslizaron hasta tocar su pecho y los acariciaron con parsimonia ni cuando apretó su culo, incluso alzó la cabeza para que ella empezara a descender por su cuello, dejando un camino de besos hasta su pecho. Ella no le pidió que se detuviera cuando Lucía la acercó al borde de la piscina y la alzó, recostándola en el borde de la piscina para explorar su sexo, lamerla, saborearla y besar entre sus muslos. Sabrina pudo pedirle que se detuviera cuando Lucía salió de la piscina y la llevo a la habitación —que ella muy bien conocía—, pero no lo hizo y terminaron fundiéndose entre besos apasionados y caricias delicadas, ahogando gemidos que expresaban el placer de su encuentro. 

Bien, lucía lo admitía; extrañaba a su amante, extrañaba a Sabrina, extrañaba sus besos, su olor, abrazarla, apretar su menudo cuerpo junto al suyo, llenar de caricias cada milímetro de su piel, de su ser, extrañaba su presencia, su sabor, la forma en la que hacían el amor y se devoraban sin temor, extrañaba la pasión que siempre se desbordaba cuando estaban juntas. Extrañaba cocinarle, escucharle sobre sus pacientes y los datos aleatorios de medicina, extrañaba su voz al despertar y a media tarde —incluso extrañaba esas veces en la que ella no modulaba bien y no le entendía—, extrañaba escuchar música con ella, hacer ejercicio en la noche con ella y discutir cualquier historia que estuvieran leyendo.

Lucía extrañaba amar a Sabrina.

Por eso fue que su corazón se rompió, un poco más, cuando el sol se elevó en el cielo e iluminó sus cuerpos —agotados tras el inmenso derroche de deseo y pasión— que permanecían abrazados y desnudos, bajo las sabanas y Sabrina quisiera apartarse de ella.

Habían despertado poco antes del amanecer y, antes de ser expuestas por los rayos solares de aquel cuerpo celeste, Lucía besaba su cuello e inhalaba profundamente el olor que desprendía su piel —porque ella antes no había sido capaz de percibir el olor personal de nadie hasta que la conoció a ella—. Estaba mimando, como antes, a Sabrina. No tenía por qué hacerlo, realmente no tenía que hacerlo, pero sus instintos la sobrepasaban y esa mañana no fue la excepción, por eso se sentía mal; porque Sabrina amaba los abrazos, besos y caricias llenas de ternura después del sexo y aun así quería que Lucía se separara, pues la tensión y rigidez repentina de su cuerpo fue suficiente para que ella entendiese lo que quería. Se sintió peor porque al detenerse, Sabrina le preguntó—: ¿Por qué te detienes?

Lucía se apartó por completo de su cuerpo, la incomodidad repentina de Sabrina fue suficiente para hacerla recapacitar de lo que estaba haciendo e hicieron —y para herirla también, no había actitud más mortal para lucía que el rechazo físico—. La pregunta de Sabrina solo desató un torbellino de emociones en la mente de Lucía, en el cual se sintió atrapada por horas, que realmente sólo fueron segundos y fue capaz de hablar, ignorando por completo aquella pregunta y decidiendo optar una postura relajada y amigable.

—Aún lo estás conociendo, así que no te sientas mal por haber tenido sexo conmigo —alcanzó a decir, quedándose apartada en posición fetal, el frio la recorría.

¿La verdad? Ella misma no sabía si eso era lo que quería decir, o sea, quería consolarla, pero sus palabras fueron acompañadas por una voz monótona que encendió sus propias alarmas. Dándole a entender que debía controlarse.

—¿Qué? Luci, yo no...

Lucía no quería escuchar ni una sola palabra. Ahora tenía miedo de lo que Sabrina pudiese decir. Por eso no la dejó terminar y atacó.

—Sé que pensaste en él, está bien, te gusta. —si bien decir aquello fue un golpe para su ego, lo cierto era que la ayudaba a alejarse más. Aún en su mente podía escuchar el susurro de aquel nombre que se escapó de los labios de Sabrina horas atrás.

—Luci, yo-

Lucía se movió con pereza y se subió sobre Sabrina, interrumpiendo lo que sea que fuese a decir, —otra vez— sosteniéndose de sus manos y le dijo—: Sabrina, estás en mi cama, en mi habitación; todo lo que está aquí me pertenece, menos tú. Sal. sal de aquí porque puedo comerte la boca otra vez sin que me lo pidas y créeme que recuerdo perfectamente que dijiste que Ethan te parece maravilloso y que quieres intentarlo completamente con él. Levántate, por favor, levántate y lárgate, por favor. —el nudo ardía y apenas logró articular esas rudas palabras en frente de la cara mas linda que había visto en su vida.

O quizás no era la más linda, pero bien saben que estar enamorado desdibuja las cosas como son realmente. Igualmente, no importaba; Sabrina seguía teniendo esa cara chiquita, con cejas despeinadas, pequeñas marcas de acné pasado y pómulos altos, seguía teniendo esa carita bonita que la destrozaba como nada.

Sabrina tenía los ojos aguados, llenos de lágrimas que aún no se escapaban. Era la primera que le lloraría por tristeza y Lucía se sentía de la mierda. Por eso le tomó todo el coraje decir algo más.

—Diré cosas muy, muy, muy crueles, Brina —advirtió bajito—. Te recomiendo que tomes un baño, tus cosas y vuelvas a tu nuevo hogar.

—Ya estás siendo cruel —le respondió casi inentendible, dejando caer las lágrimas.

Lucía se apartó y ella se levantó. Aún estaban desnudas, pero Lucía se cubrió con la manta y revisó su celular, dándole la espalda a la otra mujer.

Le escuchó andar de aquí para allá, también cuando abrió la ducha, el arrastre de cajas, unas llaves caer y la puerta principal ser azotada, dejando la casa en completo silencio. Todo en veinte minutos. Se mantuvo acostada, respirando lento. Dios; su cuerpo aún ardía, quería besarla más, tocarla más, oír sus agudos gemidos otra vez, quería moler su cuerpo con el de ella, tomarla de sus caderas y devorarla otra vez, quería sentirla retorcerse del placer. Lucía quería consumir cada parte de Sabrina esa mañana, como nunca antes y por eso dolía su pecho; del llanto y la rabia que estaba conteniendo, porque era una enferma posesiva de mierda que nunca se contuvo con la menuda y delicada mujer que respondía ante el nombre de Sabrina, porque le encantaba que Sabrina le pidiera lo que fuera con aquel acento que poseía, le dijese que era suya mientras la abrazaba fuerte mientras le llenaba de besos la frente y que le encantaba todo de ella.

Lucía estaba enojada, revisando su celular, acostada en la cama porque quería tener sexo duro, tosco y sin medidas con su ex-novia, porque también quería amarla con delicadeza y tratarla como la reina de la casa que es, bueno, era. No importaba, no importaba en absoluto que Sabrina haya destrozado su corazón aquel once de noviembre, a las seis treinta de la tarde diciendo que le gustaba alguien del trabajo y que quería intentarlo con esa persona.

Y sí que le agradecía que no haya sido infiel y que haya sido honesta con respecto a sus sentimientos con ella, de verdad Lucía apreciaba sus valores y calidad de persona que era.

Pero ella se enojó como nunca, realmente seguía estándolo.

Estaba enojada porque de verdad creyó que estarían juntas para siempre.

¿Y quién no?, luego de ser amigas por años y mudarse al extranjero para comenzar una relación y una nueva vida juntas, claro que lo creyó; siempre fue comprensiva con ella y le dio incluso más de lo que esperaba de sí misma sólo para ver la sonrisa de Sabrina; tenían una armonía genuina y una química impresionante, podían compartir en un lugar y estar en absoluto silencio completamente cómodas, le hacía reír hasta que le doliera el abdomen, ayudaba con sus diligencias y le cuidaba cuál bebé cuando se enfermaba, ¿Cómo no pensar que pasarían juntas la vida; bebiendo ella café y Sabrina té, que adoptarían un par de niños a los cuales malcriar cuando pasarán los treinta y siete o entrando a los cuarenta? Le escribió cartas llenas de pensamientos y poemas, le hizo cuadros y le dio mil serenatas, le cantó por las mañanas porque Sabrina decía amar su voz y acompañó en sus peores días como doctora.

Lucía sabía que era recíproco porque de ninguna otra manera, se habría mudado con ella o habría pasado más de un año juntas. Mucho menos habrían llegado a tener tantos años juntas.

¿Entonces por qué se fue si todo estaba bien?, ¿por qué tenía que gustarle alguien más?, ¿por qué tenía que llegar Ethan y arruinar todo lo que habían creado juntitas?, ¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?

Lucía no entendía por qué Sabrina decidió dejarle. Mentira, sí entendía; claro que sabía que alguien podía fijarse en otro alguien, no era imbécil. Pero lo importante es que nunca más debían de encontrarse.

O al menos hasta que consiga superar la tortuosa situación que estaba atravesando.

—Está bien, estaré bien —musitó Lucía para sí misma, quien se encontraba aovillada en su cama, abrazando a su almohada, con un vacío en su pecho y unas lágrimas rebeldes corriendo— Estoy bien.

En las últimas semanas, Lucía comprendió que a veces nunca es suficiente.


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