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CAPÍTULO 7 || EL PSIQUIATRA

Aviso: En este capítulo Aria cuenta el abuso que sufrió siendo menor de edad, si eres sensible no leas. Está contado dentro del marco de una consulta de atención psicológica, es una descripción real, desde sus emociones, para nada morbosa. 


Noto a Aria algo desconcertada, me imagino que será por mi apariencia, represento menos edad de la que tengo; aún así, seguro que se esperaba a un psiquiatra con más años.

No lo demoro, empiezo a establecer el rapport, el puente entre el paciente y el especialista, para que ella se sienta cómoda y comprendida. Su lenguaje no verbal, no es de apertura; lo normal, por otro lado, en estos casos. Se sujeta las manos descansando sobre su regazo. Está nerviosa y tiene miedo a la exposición o vergüenza.

Haciendo contacto visual, y utilizando un tono suave pero firme, me dirijo a ella:

—Hola, Aria, soy Sebastián Zelaya Aramburu, tu psiquiatra y leal compañero en esta aventura de autodescubrimiento personal y amor propio.

»Entiendo que, en ocasiones, hablar sobre temas como la adicción al sexo puede generar muchas emociones, y es completamente normal que te sientas incómoda al principio. Quiero que sepas que aquí no hay juicios, y te valoro por ser honesta y venir a buscar ayuda. La adicción al sexo, como muchas otras adicciones, no es algo por lo que debas sentirte avergonzada».

Dejo que Aria procese la información, ofreciendo espacio para cualquier pregunta o comentario, pero ella no se pronuncia. Continuo.

—El proceso terapéutico que seguiremos juntos se centra en comprender las causas subyacentes de tus comportamientos y cómo podemos cambiar aquellos patrones que no te están ayudando, para que puedas vivir una vida más equilibrada y satisfactoria.

»Vamos a trabajar para que logres recuperarte, para que se encienda esa luz dentro de ti que todos llevamos dentro, la única posible que hará el milagro de amarte, de que tú te ames, total e incondicionalmente».

Sonrío suavemente, asegurándome de transmitir seguridad y empatía amorosas, pero no hace falta, Aria se derrumba y jadea en angustiosos sollozos.

Le tiendo clinexs de la cajita que siempre hay en mi escritorio, no pueden faltar en la consulta de un psiquiatra; pero ella no ve nada, tiene un denso manto de llanto y dolor sobre los ojos que quiebra mi corazón de terapeuta.

Me levanto y rodeo el escritorio para colocarme detrás de ella y posar mis manos amigablemente sobre sus hombros, termino por posar el pañuelo suavemente sobre su cara para limpiar sus lágrimas, hasta que por fin me lo quita de las manos y ella es la que sigue.

Inesperadamente se levanta de su asiento y se gira hacia mí, abrazándome desesperada, sigue sollozando.

—Necesito ayuda, por favor, ayúdeme, no puedo más...

—Estás en el lugar correcto, Aria. Todos estamos aquí para ayudarte. —Le devuelvo el abrazo contenidamente.

No he debido acortar las distancias físicas con ella, pero me ha podido verla sufrir. «Su presencia, su cercanía, son muy agradables», pienso inconscientemente mientras huelo la fragancia embriagadora de su pelo, toda ella...

El abrazo se está prolongando demasiado, y en mí se instala algo muy parecido a la culpa, que hasta que no vea cómo se va desarrollando en mi conciencia, no quiero llegar a analizar.

—Todo va a estar bien, todo encuentra su cauce, su camino; hay que cultivar la paciencia con uno mismo, Aria. —La aparto de mí con suavidad y le indico que vuelva a tomar asiento.

—Sabe... no me imaginaba que mi psiquiatra fuera tan joven... disculpe la observación —dice con ternura y una cierta sonrisa, todavía entre sollozos, que van aminorando.

—Sí, entiendo, toda la gente se lleva esa impresión de mí al conocerme, estoy acostumbrado —le secundo en la risa, parece que vamos rompiendo el hielo. Bien.

Dejo que se calme totalmente y vuelvo a retomar el acercamiento.

—Aria, ahora te voy hacer unas preguntas para conocerte mejor, ¿de acuerdo? Te vuelvo a repetir: Aquí no juzgamos a nadie, y por supuesto, te garantizo desde mi ética de psiquiatra y mi honor e integridad de persona,  que todo lo que comparta aquí conmigo en esta consulta, es completa y absolutamente confidencial.

—De acuerdo doctor, está bien, vamos a ello. Gracias por todo.

—Puedes tutearme, o llamarme por mi nombre como yo lo hago contigo. —Sonrío y ella vuelve a esbozar una sonrisa al escucharme.

Escojo el baremo de preguntas que tengo preparado para determinar su grado de adicción y paso a realizar el test.

—¿Con qué frecuencia te involucras en actividades sexuales que consideras problemáticas?

—A diario... el sexo ronda por mi mente y por mi entrepierna las veinticuatro horas, siete. Ya sea consumiendo pornografía desde mi móvil, asistiendo a intercambios sexuales a través de apps, o teniendo sexo con extraños/as cada vez que surge la ocasión, que es siempre, porque es algo que yo lo busco.

»No sé a qué se refiere exactamente con problemático... Para mí es problemático tenerlo continuamente en la cabeza como una droga, no poder pasar ni un día ni un momento sin él, aunque ya no lo disfrute... Y lo más «problemático» de todo, para mí, es el sentimiento de vacío y culpabilidad tan grande que me devora por dentro incesantemente».

—Me refería, Aria, a cómo interfiere eso en tu vida personal, si destruye o altera los vínculos familiares, su desempeño en su trabajo, en sus relaciones sociales con sus compañeros... Si engaña, si es infiel a su pareja y ella no sabe nada, si despilfarra mucho dinero para obtener placer...

—Lamentablemente, como muy bien sabes, Sebastián, soy millonaria y eso no ayuda precisamente a mi compulsión sexual. Estoy al frente de todo el legado que me dejaron mis padres y mis amados abuelos: Gael Paulman O'Shea de Zarauz y Maitane Osorio de Luzárraga Ugarte. Aunque obvio, tengo un gran aparato legal que me cubre las espaldas en todo el entramado empresarial al que pongo firma.

»En cuanto a mi pareja, el famoso empresario, Matías Arteaga de Loyzaga, participa conmigo en un sinfín de encuentros sexuales y orgías de cualquier índole y cariz. Somos una pareja liberal, al noventa y nueve por ciento, me atrevería a decir; pero, no obstante, tenemos un montón de cláusulas en nuestra relación que nos obligamos a cumplir para que la misma funcione...

A oírlo, destaco en mis notas preguntarle más adelante sobre las cláusulas en su relación, y sobre su pareja; saber qué relación interna tiene él con el sexo y sus prácticas sexuales.

—¿Has intentado reducir o controlar estos comportamientos sin éxito?

—En mi mente, sí, continuamente.... Sin ningún éxito por mi parte, obvio.

—Cómo conociste a tu pareja y qué relación tiene él con el sexo, ¿se considera también un adicto sexual? ¿Interfiere en su desempeño diario?

El rostro de Aria cambia, su rictus se vuelve serio y por sus bellos ojos asoman la tristeza y la vulnerabilidad. Se hace un silencio largo y sostenido hasta que al fin se decide a hablar.

—Matías me conoció con catorce años, pero nuestra relación inicia justo al cumplir yo los diecinueve... —se le escapa una lágrima al terminar de decirlo—. Mi Maitane murió ese mismo día de un ataque al corazón. Era la única familia directa que me quedaba con vida... Yo amaba a mi abuela.

—Lo siento mucho, Aria —poso mi mano sobre la de ella, la tiene apoyada en el escritorio mientras engurruñe un pañuelo en su interior.

—Cuéntame, por favor, como conociste a Matías.

No le pregunto por sus padres, de todos es sabido que murieron en un accidente de tráfico, cuando venían de esquiar de una estación en Aspen, Colorado, en las vacaciones de Navidad del año 2002, si la memoria no me falla. Salió en las noticias, toda la prensa se hico eco, un conductor ebrio que iba en contra, colisionó kamikaze contra el coche de sus progenitores. Murieron los tres al instante, solo logró sobrevivir el guía turístico que iba también en el coche con el matrimonio.

—Matías siempre ha estado a mi lado, en los peores momentos de mi vida... —dice con temblor en la voz.

—Qué bueno eso, Aria. —Sus ojos se turbian, se oscurecen, no me gusta nada la antesala del relato.

—Matías es el sobrino de Arkaitz, que a su vez era la pareja de aquel entonces, de una de las tres sobrinas de mi abuela Maitane: Martina, hija de su hermana June. Martina y Arkaitz eran novios... Matías siempre estuvo al pendiente de mí en esa época, pero no pudo evitar lo que finalmente ocurrió...

Veo el asco y la rabia en el rostro de Aria, es la parte que más detesto de mi trabajo, que mis pacientes tengan que afrontar, recordar y verbalizar su humillación: cuando fueron mancillados vilmente en su inocencia, por adultos o miserables de cualquier pelaje.

—Sigue, por favor, estoy aquí contigo, nada malo puede pasarte, te lo prometo. —Aria empieza a hiperventilar.

—Aquel verano me pasé prácticamente todo julio en el chalet de Arkaitz con Martina, ella vivía con él. Mi abuela nunca supo, nunca sospechó que clase de miserable eran Martina y Arkaitz... Mi Maitane se hubiera muerto de la desolación si yo le hubiera llegado a contar; a parte, yo me sentía culpable, sucia, muy sucia... Era una jovencita y pensaba que yo tenía la culpa.

»Martina siempre se pegaba a mí, se rozaba conmigo, nunca mantenía las distancias, entre otras cosas... Recuerdo siempre su insistencia, cuando tomábamos el sol, de querer aplicarme la crema solar, y de que hiciera toples con ella en la tumbona... En esa casona siempre había mucho trasiego de gente, cualquiera podía bajar a la piscina y vernos.

»Siempre se reía de mi timidez, de mi pudor, por no querer tomar el sol medio desnuda. Ella sí lo hacía y no paraba de insinuarse: «¿Te gustan mis tetas, están buenas eh...?».

»Yo jamás la miraba a ella, me hacía sentir muy incómoda, pero no interpreté en su justa medida todo el peligro que para mí esas situaciones entrañaban. «Con las tetitas que tienes, no sé cómo no las enseñas, y no sé cómo no tienes todavía un novio que te las toque y te las chupe..., estás bien buena. ¿Nunca te han chupado las tetas, Aria?».

»En una de esas —fue la primera vez que lo vi—, apareció Matías, que se percató de la situación, ella intentaba desprenderme de la parte de arriba del bikini: «Déjala en paz, Martina, es una niña todavía». Matías tenía entonces dieciocho años.

»Martina tendría en aquellos entonces poco más de treinta años, ya no vive, murió de cáncer de páncreas hace dos años. La última vez que la vi fue hace mucho, en el entierro de mi abuela, y yo no me hablo ni me relaciono con ese tronco de la familia, no los considero como tal...

»Ella se incorporó, solo llevaba una minúscula braga de bikini, iba con todo su exorbitante pecho, al aire. Se acercó a Matías y empezó a rozársele y a insinuarle cosas al oído hasta provocar su erección: «Eres una víbora, Martina», le respondió él.

»Yo estaba atónita, no sabía que ellos dos se entendían, siendo él como era el sobrino de Arkaitz. Pero no pude pensar nada más, porque la sucia de Martina le bajó el bañador, quedando su miembro expuesto, al aire, mientras ella empezaba a manoseárselo...

»«¿Nunca has visto una polla, Aria? Mira que grande la tiene mi sobrino político, le encanta que se la chupe». Inmediatamente me levanté de la tumbona y abandoné la piscina llorando y corriendo, mientras escuchaba decir a Matías: «Zoragarri bat zara, Martina». (Eres una puta zorra, Martina).

»Sentí correr a Matías detrás de mí hasta que me dio alcance, él se disculpó conmigo por lo que acaba de presenciar, y me suplicó que no dijera nada, yo le prometí que de mí no saldría nada... A partir de ahí fue que empezamos a congeniar, él siempre se preocupaba por mí, era muy atento conmigo y me acercaba muchas veces en coche a donde tuviera que ir. Me daba asco que estuviera con Martina, pero yo era una niña, pura todavía, y me enamoré de él...

»En la última semana de julio se apareció Arkaitz, y ahí comenzó mi infierno con el sexo, porque mi primer infierno fue cuando me enteré de que me quedé sin padres a los ocho años.

»Arkaitz era igual de enfermo y pervertido que Martina, pero era más sutil, más disimulado, más encantador, más manipulador. Un hipócrita con aires de «bueno». Él acortaba mucho las distancias conmigo, con la excusa de la ternura, el cariño, «porque éramos familia, y la familia se demuestra el amor...».

»Yo quería volver a mi casa familiar, pero mis abuelos estaban de vacaciones en Suiza, y me habían dejado a cargo de la sobrina de mi abuela. Matías no sabía que tipo de persona era su tío, a eso se le unió que esa maldita noche no pudo dormir en la casona.

»Debía de estar con su padre, pasar su última noche con él antes de que ingresara en prisión por cuatro años, acusado de un delito fiscal de evasión de impuestos y lavado de dinero.

»Me encontraba en la piscina leyendo un libro, serían las diez de la noche. Era un libro de cuentos de Oscar Wilde, me encantaba, nunca me cansaba de releerlo, estaba con el Ruiseñor y la rosa. Arkaitz, siempre solícito y encantador se sentó junto a mí, de medio lado, en la misma tumbona. Me pidió que leyera en voz alta mientras me acariciaba el brazo, podía sentir el calor que desprendía.

»A la nada, cambió de posición y se puso a horcajadas en la tumbona, quedando yo en medio de sus piernas, ahí me rodeó por la cintura y su mano empezó a acariciar mi vientre... No sabía como interpretar eso, siempre había jugado conmigo a engañarme, a confundirme, yo era muy joven y lo que pensé que era normal, aunque no me gustara nada, era un cariño para aprovecharse miserablemente de mi ingenuidad.

»Mientras seguía acariciándome, empecé a notar su erección detrás de mí. Me callé, dejé de leer, y quise zafarme de su cercanía, pero él, sin dejar de acariciarme me dijo que eso era normal entre familia, que él me protegería hasta que vinieran mis abuelos, y que lo normal es que él me diera cariño y yo se lo devolviera. De mi vientre subió a mi pecho y me besó en la boca.

»Yo no entendía nada, estaba rígida, tenía unas ganas inmensas de llorar, pero no podía escaparme de sus brazos.

»Una oleada de calor y excitación repugnante me invadió por todo mi ser, cuando metió su mano por dentro de mis vaqueros, unos shorts deshilachados por los bordes, y empezó a masturbarme sin dejar de besarme aunque yo no le siguiera, hasta que hizo que tuviera mi primer orgasmo con un hombre.

»«Así, muy bien, pequeña, es normal que la familia se quiera, y nosotros somos familias», recuerdo que me decía. Estaba en shock, no me gustaba haber sentido eso con alguien mayor y extraño a mí, sentía un asco y una vergüenza enorme; y lo que es peor, me sentía muy sucia y culpable por haber sentido ese placer forzado, obligado...

»Pero no se detuvo ahí, aprovechándose de mi estupor, de mi vulnerabilidad, cogió mi mano y me obligó a masturbarle su miembro, con su mano encima guiándome.

»Yo todavía no era mujer, no me había bajado el periodo, y un adulto pervertido me estaba pringando la mano con su maldito semen. Sentía asco y repugnancia hacia mí, por no haberlo podido parar... Aunque él me tenía bien prisionera entre sus brazos.

»Y es eso lo que siempre ha disparado mi culpabilidad... Creer que era mi culpa porque lo dejé y no lo supe parar... Para mí era algo tan nuevo, y a la misma vez, tan asqueroso....

Aria solloza inmisericordemente, tapándose la cara con las manos con infinita vergüenza. No puedo evitarlo y me levanto, y soy yo el que la incorporo para abrazarla. Aria ha sufrido mucho.... Pero el peor castigo es el que ella se ha inflingido toda la vida... El discurso negativo hacia uno mismo es lo más demoledor que hay para la autoestima del ser.

—Soy una enferma, no merezco vivir, me doy asco, siempre me he dado asco por ello...

—No, te prohíbo que te hables así, Aria. Una niña en el umbral de la adolescencia no tiene madurez sexual ni emocional... —Aria solloza y noto como su cara convulsiona en mi pecho—. Te tocó vivir algo forzado, no tenías edad para ello, tú eras la víctima de un adulto miserable que se aprovechó de ti.

—Solo quiero mirarme al espejo y no sentir infinito asco hacia mí... ¿Es mucho pedir?

—Mírame, Aria, por favor —le exijo, está entre mis brazos y sigue con su cara enterrada en mi pecho—: Te prometo, que si te comprometes de verdad contigo, que si das la batalla..., yo te prometo, que tú te podrás mirar en un espejo sintiendo un infinito amor y compasión por ti y todo lo que te rodea.

Aria me mira devastada, con los ojos agotados de tanto llorar, no cree en ella misma, pero quiere tener una esperanza, y para que ella la tenga, yo, Sebastián Zelaya, se la voy a dar.

—Aria, vamos a profundizar en otra sesión sobre este pasaje de tu vida, merece una consulta aparte, hoy es el primer día, no quiero cansarte, has sido muy valiente, de verdad, tienes que estar orgullosa de ti.

Regreso a mi asiento mientras asimilo fugazmente que Aria me está tocando la fibra más de lo que debiera, como profesional de la salud mental trato continuamente con el dolor de la gente, pero esta mujer, no sé que es lo que tiene que me conmueve extraordinariamente.

Tomo la decisión de ir concluyendo, tiene que estar emocionalmente agotada por haber revelado y verbalizado ese dolor tan profundo... Además, son sus primeras horas en la clínica.

—Aria, ¿cuántas personas saben del abuso sexual que sufriste?

—Que yo sepa solo Matías, no pude contárselo nunca a mi abuela, ya lo he dicho, me sentía muy sucia y culpable. De ahí que mi vínculo con Matías sea, con todos sus defectos, tan fuerte e indestructible.

—¿Aria, tu pareja, se considera un adicto sexual?

—No, para Matías es solo instinto, las ganas de follar indiscriminadas, para él son totalmente normales, algo natural... No sé si influye en ello que sea hombre.

—Eso es un mito, un tópico social muy erróneo. Normalizar el ansia sexual en los varones, además de asociarlo, verlo como un añadido de su hombría y virilidad. El sexo solo será positivo si no domina todos los estratos de tu vida personal; o lo más importante: si no te hace sentir culpable, y la única forma posible para ello, es que esté enmarcado dentro del amor.

—Aria, te voy a hacer una última pregunta y lo dejamos aquí, por hoy ya sido suficiente. ¿Con qué edad y con quién fue tu primera vez, con Matías?

—No... Con el desgraciado de Arkaitz.

—Entiendo... Hablaremos de ello y de todo lo que tu quieras en las siguientes citas, hay un gran trabajo por hacer, pero tú eres fuerte, Aria, todos los que piden ayuda, lo son. —Esbozo una sonrisa y leo en su mirada un agradecimiento sincero.

—Si existe la «luz» esa de la que habla, quiero verla, por favor...

—Y aquí te vamos a ayudar, pero la última palabra siempre la vas a tener tú. Empieza por monitorizar tu discurso interno, todos los pensamientos que pasan por tu mente al cabo del día.

»Te voy a dar una libreta para que lo hagas, todos los pacientes de ALMA lo hacen como un ejercicio diario personal. Te darás cuenta que la gran mayoría son negativos, tu trabajo consiste en formular los pensamientos negativos en positivos, aunque al principio no te los creas.

—No entiendo muy bien, ¿puedes ponerme un ejemplo?

—Sí... En vez de decirte a ti misma: «Soy una persona sucia», cambia a «Soy una persona digna de amor y respeto, soy luz». «Soy sensible, compasiva, amorosa». En vez de decir: «Soy culpable de mi violación», decir: «Era una niña, fui víctima de un adulto desaprensivo; yo me perdono y le perdono a él también, así libero a mi corazón para que pueda brillar amorosamente».

—No voy a desearle lo mejor a un enfermo que me ha hecho tanto daño y arruinado mi vida...

—No es desearle lo mejor, es liberarte del rencor hacia él.

—¡Encima voy a tener yo la culpa!

—No, Aria, es liberarte del dolor de tu corazón. No podrás pasar página hasta que no lo hayas perdonado.

Se hace otro silencio, muy largo. Le doy la libreta y un bolígrafo con el logo de ALMA.

—Aria, nos vemos mañana en la sesión grupal con todos tus compañeros y agendo nuestra próxima cita para el viernes a las diez y media de la mañana, ¿estás de acuerdo?

—Sí, Sebastián, ahora necesito salir, tomar aire.

—Claro, por supuesto, dónde vas a estar, para decirle a la increíble Virginia que vaya a buscarte.

Mi comentario sobre Virginia le pinta una sonrisa, me alegra, no quería que se fuera seria de la consulta.

—Estaré en el porche, gracias por todo.

—No hay de qué, Aria, gracias a ti por confiar en mí.

Aria se va dejándome su perfume y sumido en un mar de pensamientos y sensaciones.

No haber podido compartir con su abuela, el ser que más amaba, su dolor más profundo, debe de haber sido increíblemente duro. Cuando tú te desahogas con alguien, se libera en algo la carga.

La muerte de sus padres siendo tan chica, la de su abuela siendo tan joven, su violación, su trastorno alimentario unido a la mala imagen que ella tiene de sí misma... Su intento de suicidio hace tres meses... El que diga que el dinero da la felicidad es un necio sin corazón.

Y el caso es que tiene una fuerza... Si ella se viera como lo que realmente es... Me ha conmovido en su confesión, que estuviera leyendo a Oscar Wilde, sus relatos están llenos de fantasía y humanidad. Que relacionara ese momento tan duro con uno de luz y poesía, me ha llegado profundamente.

Sé que tiene estudios de Literatura Comparada y que le encanta leer. Siempre exigimos un cuestionario previo a todos los pacientes antes de su ingreso en la clínica, que comprende lo personal, académico y psicológico, para saber hasta qué punto ellos están dispuestos y comprometidos a salir del pozo.

Es una mujer que mueve internamente muchas cosas, esa es a la conclusión que llego en esta primera consulta. Y la verdad, me sabe insuficiente, porque no sé a qué atenerme con ella y todo lo que me provoca.

♦♦♦

Un capítulo difícil para Aria, pero lo ha afrontado. No me ha gustado nada relatarlo, pero estoy contenta con el enfoque que le he dado desde la perspectiva del psiquiatra.

Siempre intento dar mucha verosimilitud a mis textos, esto es, realidad, hiperrealismo... Aunque algunas veces se me desbande y opte por la opción feria: fuegos artificiales.... Ja,ja.. Bueno, yo me entiendo, y espero que alguien más, también :) ♥

Qué pensáis de Sebastián y de sus observaciones sobre Aria... Interesante por lo menos, no... :)

Si habéis llegado hastat aquí, gracias por leer ♥

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