Septiembre 5
Septiembre 5
Ya no duele. Quizás antes, la mirada desaprobatoria, los susurros calientes, el olor de la chamarra que no podía desprenderse. Dolía un poco la incertidumbre, las primeras veces donde uno sigue teniendo una chispa interior.
Dolía ver a mamá fumar, a mamá llorar, a mamá que no me preguntaba por qué llegaba tarde, a mamá que no preguntaba por qué olía a cuatro perfumes. Dolía más ver cuando ella me prestaba los vidrios para que me cortara. Incluso dolía cuando ella se iba sin decirme adiós.
Y desde hace tiempo que ya no duele, soy feliz.
Como todos aquí, compro felicidad. Mi felicidad es cara y substancial. Huele a perfume de mujer infiel, a muebles baratos y silencio de una casa que tiene los niños en la escuela y el otro par de la alianza en un escritorio trabajando. El fruto de mi trabajo es pequeño, cabe en el bolsillo de un pantalón, justo como el tamaño que un hoyo negro puede poseer. Y es mi delirio, tanto que no me importa bañarme en asquerosos perfumes.
Podemos apostar, a que sonríes muchas veces menos que yo en el día. A que te preocupas demasiado, que señalas y musitas, que te alejas y tienes miedo. A ti te debe doler todo cada día. La cabeza, los ojos, el sentimiento de querer sentir el aire de la montaña, el arrepentimiento de tener que estar también en un escritorio, para llegar a sentarte frente a una pantalla y que la luz consuma tu vida. Te duele, te duele bastante.
Desde hace tiempo ya no existe esa cosa para mí. El dolor.
Tal vez soy yo el que ya no existe.
¿Existo para ti?
¿Sabes? Quizá sí duele.
Me recuerdas a mamá, y mamá siempre duele.
Duele.
-Hombre maldito.
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