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02

Veinticinco horas
Diez bailes al día
Entras por la noche
Sales por el día.


Frunció los labios, tambaleando los dedos alrededor del bolígrafo que tenía enredado entre ellos con lisura, soltando un suspiro, dejándolo sobre la mesa cuando el hilillo de luz que se escurría por la puerta recién abierta lo distrajo, fijando sus ojos oscuros en el moreno, que ladeaba la cabeza con un gesto nervioso.

—¿Señor? He cumplido con lo que me ha pedido. ¿Quiere que lo haga pasar?

—Sí. Por favor, avísale a KyungSoo para que nadie nos moleste.

—Será un placer. —Murmuró, soltando una risa y abriendo la puerta para que el otro detrás de él pasara a la oficina oscura, con las persianas americanas entrecerradas que filtraban una luz demasiado débil y temblorosa.

JungKook pegó un respingo cuando la puerta se cerró a sus espaldas. Deslizando la mirada por el estudio: sombrío y con olor a roble, deteniéndose en el escritorio oscuro, alzando la mirada mientras arrugaba la nariz, forzando una pequeña sonrisa cuando se encontró con esos ojos oscuros, con una aguda astucia, acariciando raudas lo tajante y explosivo, y obedeció cuando el rubio lo invito obligatoriamente a sentarse, mientras entrelazaba los dedos sobre el escritorio, dejando escapar un vaho caliente cuando suspiró con cansancio.

—JungKook… —Dijo, y JungKook no pudo evitar estremecerse, observando los labios cerezas moverse, arrugándose en una mueca amarga, ácida. Sonriendo como jamás lo había visto, falso. Disgustado. —¿Qué estás haciendo?

—Y-yo… N-no hago nada.

—¿Estás seguro? Mira a tu alrededor. —JungKook pareció perdido, mirando a su alrededor como un ciervillo asustado, y JiMin golpeó el escritorio, perdiendo la paciencia. —¡Despierta! Ya todo has entregado, Kook. Casi todo has vendido. ¡Ya no te queda nada! —Gritó, y el castaño se encogió, mirando el suelo, llevando sus manos a su cabello, desordenándolo antes de devolverlas a su regazo, perdido. —Yo soy tu único amigo. Y esto, todo lo que has estado haciendo estos últimos meses no es bueno. No lo es, JungKook. ¿Te has dado cuenta de cuánto tiempo pasas aquí? Llegas a las nueve de la noche, y sales a las diez de la mañana. ¿Escuchas eso? ¡Es una locura!

—L-lo siento.

—¿Lo sientes? Maldición, JungKook. ¡Veinticinco malditas horas! ¡Diez malditos bailes al día! En lo que menos deberías estar pensando es en pedirme una disculpa. Necesitas ayuda.

—¿Ayuda? ¿De qué hablas?

JiMin lo miró, incrédulo, y golpeando el escritorio de nuevo, con ambas manos, y se levantó, respirando con fuerza. —¿De qué habló? ¿Cómo te atreves a preguntármelo? ¡Estas arruinando tu vida!

—¿Y eso qué te importa? —Susurró, soltando un bufido. Jadeando cuando el rubio lo tomó de la camisa, levantándolo, con sus ojos empañados con la furia que corrompía sus pensamientos: destrozando la mirada dulce, la inocencia que lo pintaba cada vez que JungKook lo miraba, aventurándose al mar de sus ojos cariñosos, suplicando a la ternura de su sonrisa en sus noches más oscuras, en sus pensamientos más prohibidos. Y se enfureció consigo mismo, adueñándose del sufrimiento que sentía en él. Culpándose. Odiándose por ello, por ser el causante de una nueva desgracia.

—¿Qué me importa? ¡Malagradecido!

—¡Digo lo que veo! ¡Este maldito lugar es tuyo! —Gritó, arrancando las manos que lo sujetaban. Mareándose, tropezando hacia atrás. Hundiéndose en el espiral tortuoso de su realidad de nuevo, volviendo a ella. Recuperando un nombre que no quería. Intentando arrastrarse devuelta a su mundo de ensueño, como un moribundo. Enfermo… aferrándose a la ilusión malsana de cada noche, negándose a soltarla. —¡Te conviene que este aquí! ¡No debería importarte nada más!

—¡Eres mi amigo! —Bufó, acomodando el saco de su traje, permaneciendo un minuto en silencio, con la macha de dolor coloreando el cuadro de su rostro, ensuciando la belleza de su alma, cubriéndola con el pesado manto de un encanto que a JungKook le pareció enfermizo notar en ese instante, cuando sus mejillas estaban rojas, sus ojos oscuros brillando en una mordacidad agraciada por otro de sus demonios, que lo jalaba, abstrayéndolo. Y JiMin, dejándose caer en su silla, cerró los ojos mientras se acariciaba el puente de la nariz, recuperando lentamente la compostura, moviendo la silla giratoria, volviendo a mirarlo después, con un brillo de terquedad en la mirada. Y JungKook sintió su pecho desgarrarse. Algunos pedacitos de su alma deteriorándose. —Ayer yo te encontré, ahí gastando lo que te quedaba con más de tres. —Empezó de nuevo, sonando derrotado. —Y me preocupé.

—No tienes que hacerlo.

—Aún no lo entiendes, ¿verdad, JungKook? Entras por la noche, sales por el día. Simplemente no es sano.

—¿Sano? ¿Qué es sano en mi vida? —Soltó, sentándose de nuevo. Mirando por la ventana con deje melancólico. —¿Por qué tengo que sonreír si hace tanto tiempo que no soy feliz? ¿Por qué tengo que…?

—No tienes. Solo, deberías alejarte de esto. Te haces daño, estas en la ruina.

Aflojó una risa, ahogando un sollozo. —Amigo, yo lo sé. Sé que tienes razón. ¿Pero qué hago si ya probé? Me enamoré.

—¿De qué te has enamorado?

—De poder alejarme, de olvidar. Poder permitirme perderme sin tener que pensar en mis problemas. De tantos recuerdos de aquel cuartico.

—¿Perderte? No, tú no te pierdes solamente. —Suspiró. —Tú huyes.

—JiMin…-

—No, JungKook. No puedes seguir con esto. Por una vez en meses, mira lo que sucede como es realmente, mira lo que te estás haciendo. Vives en un basurero, no tienes empleo y lo poco que aún te queda lo gastas en destruirte. —Dijo, y sonó aún más desesperado cuando volvió a hablar, agitando las manos sobre su cabeza, abriendo los ojos de par en par. —Estas matándote. Estas destruyéndote con esa adicción que tienes.

Su adicción.

¿Era un adicto realmente?

Lo que sentía… eso que sentía. ¿Lo hacía un adicto?

Ese deseo irrefrenable de estar bajo las luces tenues, con el olor a sudor, la piel desnuda que se exponía solo para él, en la danza malévola que hacia al entresijo de su mente despejarse, olvidarlo todo. Sentirse borracho por la sensación que lo embargaba mientras sus ojos se perdían entre la bruma de la codicia, navegando como un marinero entre las olas impones de sus dolencias, abandonándolas para entregarse a su sirena, a su propia sirena, a esa que lo condena, tirándolo al mar profundo, lanzándolo a ser devorado y destrozado sin dolor alguno, viviendo en el oasis de una mirada intrépida y despreocupada, que lo arrancaba insolente y vulgar, soberbia y lujuriosa, de la realidad derrumbada en la que vivía.

Sentir el ardor en el pecho, su alma marchita gritando adolorida y sacudiéndolo, haciéndolo estremecerse si se apartaba demasiado, como un castigo demasiado tentador, fascinante e irresistible que dolía, ¡oh, como dolía! Si se separa de ello. Con su corazón débil y mundano escurriéndose por el suelo, humillándose ante los pies de una fuerza que no comprendía, deslizándolo a las llamas ardientes del infierno que había creado, liberándolo de ese frío aterrador, despojándolo de la gélida sensación de abandono que lo acogía si estaba mucho tiempo lejos de su veneno. Obligándolo a volver.

Entonces, tenía el frío interminable si estaba lejos, con ese dolor que se apaciguaba solo si estaba tan cerca de lo que le haría daño. De lo que lo marchitaría, exigiéndole entregarse a ello…

Si, JungKook era un adicto.

—Lo reconozco, soy un adicto. —Murmuró, devolviendo su mirada al rubio, que boqueó sorprendido, dejando caer los hombros tensos, con una sonrisa temblorosa dibujándose en la cereza de sus labios de corazón.

—Está bien. Que lo reconozcas, eso está bien, Kook. Yo estoy aquí. Yo te sostengo.

JungKook suspiró, enterrando la cara en sus manos, intentando no caer, sosteniéndose de lo poco que quedaba de su ilusión, de la fantasía que había creado, en la que se había encerrado, escurriéndose tembloroso, ahogado, intentando respirar entre la bruma de sus pensamientos, de su realidad. Sintiéndose ansioso. Abrumándose, soltando una risa que le cortaba la garganta, rasposa. Irónica y falsa. —Estoy cortado, hombre. No tengo empleo, no tengo dinero, me he quedado casi sin nada. Yo… es que me encantan. Las sensaciones…—Sollozó, enfadado consigo mismo, levantando la mirada furiosa para observar al rubio, frunciendo los labios en una mueca. —Es demasiado para mí.

—Oh, Kook. Todo estará bien.

—¡No, nada va a estar bien! ¿No lo entiendes? ¿Por qué lo estaría? ¿Por qué no…? No tengo razones para luchar. Estoy perdido.

—Eso no es cierto.

—¿No lo es? Veinticinco horas, JiMin. Tú lo dijiste. —Soltó, levantándose de la silla, dejándola caer con un estrepito hacia atrás. Colérico. —Diez bailes al día. Entro por la noche y salgo por el día.

—Jeon JungKook.

JungKook aflojó otra risa, observando esos ojos oscurecerse de nuevo, a JiMin frunciendo las cejas, a punto de perder la paciencia otra vez.

—Estoy bien así. Déjame en paz.

JiMin golpeó la mesa. Negando con la cabeza, con fuerza, mirándolo con dolor tatuado en los ojos pequeños.

—Tienes estrictamente prohibida la entrada a este establecimiento. Si te acercas a menos de tres metros el personal de seguridad de la entrada estará en su completa autoridad para arrastrarte lejos.

—No puedes hacer eso.

—Soy el dueño, JungKook. Puedo hacer lo que quiera para asegurar la protección de todos los strippers laborando aquí.

—Pero, yo no atento contra nadie. No pongo en peligro nada.

—Te pones en peligro a ti. Atentas contra tu vida. —Murmuró entre dientes, sin apartar los ojos de él: decidido, indolente y feroz. El cabello rubio cayéndole por la frente en algunos mechones desordenados, rozándole la mirada afilada. —Si mueres bajo mi restricción, pondrás en riesgo la confianza de mis clientes hacia el sitio. No lo permitiré.

—JiMin…

—Vete. Ve a morirte por ser un necio y un imbécil a otro lado. —Soltó, volviendo a mirar los papeles sobre su escritorio, tomando el bolígrafo y zarandeándolo en sus dedos, indeciso. Atormentando. Elevando la mirada una vez más, hablando con incisivo desconsuelo. —Ah, y no lo olvides: tú y yo ya no somos amigos. Después de esto, púdrete en esa maldita soledad que insistes en tener.

JungKook se tambaleó hacia atrás, empujado por la rudeza arisca, empapada de amargura, con la que lo golpearon esas palabras, clavándose filosas, punzantes y secas en su pecho, atravesando su carne, haciéndolo chillar bajito, mirando hacia sus pies adolorido, soltando un aliento entrecortado, que ascendía por su boca como una ola de sangre ardiente que le quemo la lengua, volviéndola torpe y quebrantada. Tímida y herida en su oculta casa, confinándose a un escondrijo perdido.

No sentía que pudiera decir nada, menos cuando los ojos con los que antes se deslumbraba con su brillo, con toda la emoción que desbordaban, se perdían en un abismo, en un torrente de torcido fastidio. De asco.

Hacia él.

Y se dio cuenta, de que había perdido lo único que le quedaba. Había perdido aquello con lo que se había conformado por años a tener y, añorándolo ahora, solo podía sentirse muerto, como si todas las fuerzas de su cuerpo desaparecieran dejando paso a un vacío. Solo eso. Un vacío.

No era palpitante, no era… nada. Solo estaba vacío. Demasiado vacío para que cupiera cualquier otro sentimiento en el coctel de su dolor. Su rostro pintándose en pinceladas gigantes de él, bañándolo, cubriéndolo como un manto, como cadenas que estaba destinado a escurrir, cargándolas pesadas en sus hombros.

Había terminado de romperse… estaba simplemente roto.

Intentó recoger los pedazos que se desperdigaron por el suelo, pero su cuerpo no se movió, con el asfixiante sofoco mareándolo, devorándolo antes de que pudiera darse cuenta. Sumergiéndolo entre el oleaje salvaje del desamor. Abandonado, olvidado para que se ahogara en desasosiegos efervescentes.

—Ji… Min… —Se forzó a decir en un susurro, pero el rubio no le dirigió la mirada, frunciendo la nariz. —P-por fa-favor… Mi-mírame.

El corazón le dolió un poco más cuando sus suplicas fueron ignoradas y, cerró los ojos, intentando contener el llanto mientras se giraba, caminando con pasos pesados a la puerta, luchando contra su voluntad de regresar, tomando el pomo brillante entre sus manos, presionando los dedos con fuerza, hasta que sintió que le dolieron también, para sentir algo, cualquier cosa, que no fuera lo mucho que quemaban los gritos incansables de su alma suplicante, dispuesta a humillarse.

Se permitió volver a mirarlo, solo una vez. Antes de tener que alejarse para siempre.

Solo eso quería, pero, cuando los ojos oscuros se elevaron a los suyos, encontrándose, hizo una mueca, forzando los labios temblorosos a detenerse. Sabiendo que no podría alejarse, que necesitaba algo más, ¿y que podía perder? Ya no tenía nada.

Nada era peor que haberlo querido y no haberlo intentado, después de todo, y él lo deseaba y lo intentaría con todas sus fuerzas.

—Q-quiero pe-pedirte… a-algo. Prometo irme, después. S-solo, p-por favor. —JiMin suspiró, dejando el bolígrafo con cansancio, asintiendo, sin saber que el corazón del otro sufría, agradeciendo sangrante por la clemencia, también lloroso, por saber que quería alejarlo. —Antes de pedírtelo necesito saber…

Respiró con fuerza, alejando sus manos del pomo de la puerta, girándose y, volvió a acercarse al escritorio, apretando la mandíbula para no temblar mientras lo miraba.

¿Sabes bailar?

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