session O1.
Hirai Momo, con su característico porte altivo, deslizó con gracia su figura del Jaguar negro, su aura de poder y sofisticación emanando con cada paso. La elegancia era su segunda piel, y nunca se permitía menos que eso. Su presencia imponía respeto en los círculos de inversión, donde su agudeza y audacia la habían llevado a la cima.
Junto a ella, Minatozaki Sana descendió de su Audi rojo oscuro, un contraste vivo con el negro de Momo. A diferencia de su compañera, Sana irradiaba un encanto más suave, su estilo más arriesgado y moderno se manifestaba en sus elecciones tanto de moda como de vida. No solo su vehículo hablaba de ello, sino también los innumerables adornos que adornaban sus orejas y nariz, reflejando su personalidad audaz y vibrante, además de su trabajo como dueña de un casino.
Abandonaron el estacionamiento de la plaza con determinación, dirigiéndose hacia las oficinas de la terapeuta que las esperaba. Dos mujeres poderosas, cada una con su propio estilo único, pero unidas por una amistad y confianza que trascendía las diferencias de personalidad.
Desde el momento en que cruzaron la entrada, Sana y Momo se dirigieron hacia el ascensor que las llevaría al tercer piso, donde aguardaba la puerta 312, el santuario de la doctora Chou Tzuyu. Una placa brillante, grabada con elegancia, anunciaba el nombre de su terapeuta. Tocaron con determinación y en un instante fueron recibidas por la asistente de la renombrada terapeuta.
"Minatozaki Sana y Hirai Momo, ¿verdad?", preguntó la asistente, recibiendo un afirmativo de ambas antes de guiarlas al interior.
La lujosa oficina, adornada con detalles de madera que exudaban sofisticación y calidez, las recibió con un aire de serenidad. Un sillón doble se alineaba frente a una silla individual, el escenario perfecto para las sesiones que estaban a punto de comenzar.
"Mientras esperan a la doctora Chou, pueden acomodarse en el sillón", anunció la joven asistente antes de retirarse discretamente, dejando a las dos mujeres a solas.
Para Momo y Sana, era evidente que no se encontraban en una oficina de esa envergadura por casualidad. En una acción verdulera, Momo no pudo evitar mirar de manera descarada el culo de la asistente mientras esta se retiraba, relamiéndose los labios con un gesto desvergonzado. Con un leve choque de hombros, transmitió su hallazgo a Sana, compartiendo una sonrisa cómplice antes de centrarse nuevamente en el propósito de su visita.
Después de una breve espera, la puerta del consultorio se abrió para dejar entrar a una mujer de una belleza impactante. Su cabello castaño caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando unas facciones delicadas, resaltadas por unos ojos que parecían sostener un secreto en su mirada gatuna. Vestida con un elegante vestido blanco que realzaba su figura, y unos tacones negros que añadían un toque de sencillez y sofisticación, la mujer irradiaba una presencia magnética. Un flequillo perfectamente alineado añadía un toque de pulcritud a su ya impecable apariencia. Con una carpeta en sus manos, les dedicó una sonrisa radiante al entrar.
"Buenos días, señoritas", saludó con amabilidad mientras tomaba asiento frente a ellas.
Sana intercambió una mirada cómplice con Momo, anticipando lo que vendría a continuación.
"Yo soy la doctora Chou Tzuyu, psicóloga y especialista en sexología clínica, y seré su terapeuta de ahora en adelante", se presentó con amabilidad, su tono de voz transmitiendo confianza y calma.
Momo, siempre lista para enfrentar cualquier situación, ya anticipaba los pensamientos que podrían cruzar la mente de su vibrante amiga rubia.
"Un placer conocerla, doctora Chou", saludó Sana con una sonrisa de oreja a oreja.
"Lo mismo digo, es un gusto", agregó Momo, devolviendo la sonrisa con cortesía.
La doctora asintió con gratitud, antes de tomar la carpeta y comenzar a revisar su contenido con atención. Después de unos momentos, alzó la mirada para encontrarse con las de ambas mujeres.
"Muy bien. Sana y Momo, según los registros de la consulta, ustedes dos padecen de una severa adicción al sexo, ¿es eso correcto?", planteó, buscando confirmación en sus rostros.
Ambas asintieron en silencio.
Después de unos segundos de revisar los papeles, la doctora los dejó a un lado para comenzar como tal.
"Bien, primero que nada, Momo y Sana, deben de saber que estoy para ayudarlas a superar esta adicción que es tan destructiva y que evita desarrollar vínculos sociales de manera sana. Recuerden que esta terapia les servirá de mucha ayuda, pero tendrán que poner mucho de su parte si de verdad quieren salir adelante. No hay nada que no puedan lograr si se esfuerzan y espero serles de ayuda".
"Gracias", contestó la rubia.
"Lo primero que me gustaría saber es la perspectiva y la opinión personal que tiene cada una acerca del sexo, ¿quién quiere comenzar?".
"Yo lo hago", se apresuró a decir Sana. "Bueno. Para serle completamente sincera, doctora. Mi adicción al sexo no es más que una fijación algo extrema por meterme entre los senos de una dama, apretarlos, besarlos, lamerlos, chuparlos y quizás azotarlos. Eso, sin dejar por fuera lo increíblemente bien que se siente un coño alrededor de mí y lo extremadamente caliente que es. No hay ninguna otra cosa que me llene más que llevarme a una mujer diferente cada vez, de probar todos los sabores habidos y por haber, de hecho, por eso me terminó mi última novia, no pude evitar serle infiel".
La terapeuta mantuvo una expresión neutral, aunque no pudo evitar sentirse un tanto incómoda ante la franqueza de la confesión de Sana, pero continuó profesionalmente, dando paso a la siguiente intervención.
"Ahora me gustaría escuchar tu perspectiva, Momo", invitó, girando su atención hacia la otra mujer.
"Mi problema es que desde que entré a la universidad a los dieciocho no he podido parar de tener sexo maravilloso y hacer venir a las mujeres con mi lengua".
"Maravilloso", rio levemente su amiga.
Después de escuchar las perspectivas de ambas, la doctora Chou Tzuyu tomó un momento para reflexionar sobre lo que acababa de aprender. Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en el escritorio, antes de dirigir su atención nuevamente hacia Sana y Momo.
"Acabando de escuchar la perspectiva de ambas, puedo deducir que quizás ustedes dos tienen algún tipo de problema de autocontrol, pero no podemos llegar a eso todavía", comenzó, su tono suave pero firme. "Me gustaría hacerles la siguiente pregunta. ¿Existe alguna situación o emoción que les desencadene esa falta de control?".
"Unas tetas, doctora", respondió Momo con un toque de humor, provocando una risa de complicidad entre ellas.
"Entiendo que tienen preferencias específicas en cuanto a los aspectos de las relaciones sexuales, pero estos no son necesariamente desencadenantes", señaló la terapeuta.
"¿Y cuál podría ser uno?", preguntó Momo, con un brillo travieso en los ojos.
"El hermoso y redondo culo de su asistente, por ejemplo", respondió Sana, provocando una mirada de reprobación por parte de Momo, quien le dio un golpe suave en el brazo para que se callara.
La terapeuta las miró vacilante por un momento, antes de intervenir con seriedad.
"Me temo que mi asistente no es un desencadenante, señoritas, y me gustaría que mantuvieran el respeto a este espacio y a quienes trabajan en él", advirtió con calma.
"Un posible desencadenante de una adicción a las relaciones sexuales podría ser tanto la ansiedad como la soledad, la depresión y la incapacidad para establecer relaciones amorosas a largo plazo. ¿Ustedes se identifican con alguna de estas?".
Ambas mujeres se miraron a los ojos, sintiendo la gravedad de la pregunta. Después de unos segundos de reflexión, negaron con la cabeza.
"Su respuesta no quiere decir que no tengan un factor desencadenante, pero me hace pensar que ustedes no han hecho el ejercicio de identificarlo. Me gustaría que para la próxima sesión lo piensen y me digan qué opinan al respecto, ¿está bien?", ambas asintieron.
"¿Esa es nuestra tarea, maestra?", bromeó Momo.
"Es más bien su responsabilidad, porque necesitamos saber qué causa su comportamiento para poder corregirlo", aclaró la doctora.
"Debo ser sincera y admitir que creo que me arrepentiré de curarme", dijo Momo.
"¿Y por qué es eso?", cuestionó la doctora.
"Disculpe la falta de respeto, pero, ¿usted no ha tenido una noche de sexo tan bueno que solo se atreve a parar porque su cuerpo lo pide a gritos?".
"Los aspectos de mi vida privada quedan fuera de esta sesión, señorita Hirai, y, además, le garantizo que una vez haga el primer paso que es reconocer el problema, eso no será un problema", aseguró la terapeuta.
"Es que yo amo demasiado el sexo".
"Entonces tienes que cuestionar por qué lo amas", señaló la terapeuta.
Momo ladeó la cabeza, en duda.
"Me gustaría saber cómo se sienten antes, durante y después de participar en una relación sexual", miró a Sana para que empezara.
"Antes, me pregunto a qué sabrá una mujer en mi lengua mientras le lleno de gemidos, durante, lo confirmo y luego no puedo esperar a que mi cuerpo descanse para repetir", explicó Sana.
Miró a Momo con una expresión seria para que continuara.
"La satisfacción durante todo el acto, darle placer a una mujer y que me ruegue por ello", añadió Momo.
La terapeuta tomó su libreta y un bolígrafo y anotó algo que las amigas no podían ver.
Al terminar, alzó nuevamente la mirada. "¿Algo más que agregar?".
Sana miró a Momo y esta le lanzó una mirada de advertencia.
La rubia recorrió con la mirada de arriba abajo a la doctora, evaluándola en su mente.
"¿Está usted soltera, doctora?", se atrevió a preguntar la flamante rubia.
"Como si te importara a llevarte a una mujer casada a la cama", replicó su amiga.
"¿Está casada, doctora?".
"Les repito que soy su terapeuta y mi vida queda completamente fuera de esta sesión", concluyó la doctora, manteniendo su profesionalidad ante las insinuaciones de Sana.
"No me importaría si estuviera casada, la verdad. Es un diez en todos los sentidos", volvió a hablar la rubia.
"Bien, ustedes dos no parecen tener mucha empatía en lo que respecta ser su propio problema, lo que me hace cuestionar el porqué decidieron ir a terapia en primer lugar".
"Mi padre me obligó", contestó Momo. "Piensa que echaré a perder el negocio", rodó los ojos.
Como de costumbre, los ojos de la doctora fueron a parar donde la otra para que continuara.
"Hacemos todo juntas, así que me trajo", dijo con simpleza.
"Perfecto. Es bueno tener una red de apoyo que logre ver los problemas que nosotros mismos no identificamos y nos ayuden a conseguir mejorar", explicó mientras anotaba en su libreta nuevamente.
"¿Usted cree que nos ayudará realmente? Digo, debo admitir que su escote me tiene sudando y sé que Momo no está mejor", volvió a provocar la rubia.
La doctora Tzuyu se puso de pie y se dirigió a unas gavetas en su escritorio, sacó de ahí un documento y se volvió a sentar ante de la devoradora mirada de esas dos mujeres.
"He podido ayudar a muchos pacientes con todo tipo de problemas sexuales y adicciones al sexo, ustedes no serían la excepción si ponen de su parte".
"Puedo ponerle mis partes si quiere, doc...", Momo golpeó más fuerte a Sana cuando comenzó a hablar.
"Honestamente, señoritas. No sé cuál de las dos tiene la peor situación, pero me consta y algo me dice que muy en el fondo ambas quieren superar este problema".
"Así es, nos comportaremos como las adultas que somos y vamos a salir adelante", confirmó Momo.
"Eso espero, pero por el momento daremos por finalizada la sesión", anunció la doctora con cuidado. "Normalmente, solemos durar más, pero como dije, necesito que ambas reflexionen acerca de qué podría estar causándoles este problema. Necesito que su disposición sea un poco más entusiasta y que vengan a la próxima sesión con un comportamiento más respetuoso si es posible", explicó con delicadeza.
Ambas volvieron a asentir, reconociendo la importancia de sus palabras, y la doctora se puso de pie para invitarlas a salir.
"La próxima semana, mismo día, misma hora y si es posible y tienen la disposición y el tiempo, pueden venir con lo que he pedido anotado", pidió.
"Eso sí que es una tarea, no hago una desde el último semestre en la universidad. No parezco una maldita adulta", dijo Sana con un deje de queja.
"Ni te comportas como una", bromeó Momo, provocando una risa entre ambas mientras se ponían de pie para salir.
"Perfecto, bien. Las veo la próxima semana y recuerden que el respeto dentro de este consultorio es esencial".
Ambas amigas se despidieron de la doctora Chou y salieron de su consultorio. La doctora tomó el documento que había sacado minutos antes y lo abrió. Era un registro de uno de sus peores pacientes. Tomó algunas anotaciones desde ese documento hasta su libreta.
Por la forma en la que los ojos de esas dos mujeres se movieron durante la sesión y las cosas que decían, la terapeuta pudo intuir que serían igual de difíciles que aquel otro paciente que tuvo. Porque fue intenso. Se preguntó cómo pudo aguantar las estupideces que decía Sana y la mirada pesada e intensa de Momo sobre ella. Se prepararía para enfrentar la próxima oportunidad sin ser sacada de sus casillas.
La doctora Chou, una mujer de profunda dedicación a su trabajo, encontraba en su labor una pasión y una vocación inquebrantables. Su compromiso con la salud mental y emocional de sus pacientes, especialmente en lo que respecta a problemas sexuales y situaciones delicadas, era evidente en cada aspecto de su vida. Para ella, no había mayor satisfacción que poder ofrecer ayuda y guía a aquellos que se encontraban en momentos de dificultad.
Su oficina era más que un lugar de trabajo; era un refugio donde las personas podían sentirse seguras y comprendidas. La doctora Chou estaba dispuesta a dejar la comodidad de su hogar en cualquier momento si eso significaba poder brindar apoyo a quienes lo necesitaban. Su compromiso con su profesión trascendía los límites de un simple trabajo; era una misión de vida.
Cada paciente que cruzaba por su consultorio era tratado con el máximo respeto y atención. La doctora Chou se esforzaba por comprender profundamente las necesidades y preocupaciones de cada individuo, ofreciendo un espacio libre de juicios y lleno de comprensión.
A pesar de las largas jornadas y los desafíos que enfrentaba, la doctora Chou encontraba una gratificación incomparable en ver el progreso y la transformación de sus pacientes. Sabía que su trabajo era fundamental en la vida de muchas personas y estaba dispuesta a dedicar todo su tiempo y energía para seguir ayudando a aquellos que lo necesitaban. Su compromiso y dedicación eran verdaderamente admirables, y su presencia era una luz de esperanza para aquellos que buscaban ayuda en medio de la oscuridad.
Sana y Momo, en contraste, eran dos mujeres privilegiadas con posiciones prominentes en la sociedad. Sus días estaban repletos de extenuantes jornadas laborales en sus respectivos campos, seguidas de noches de desenfreno sexual con una variedad de parejas.
Estas mujeres, envueltas en la opulencia de su estilo de vida, pasaban sus fines de semana rodeadas de mujeres escasamente vestidas en su lujoso apartamento. Organizaban orgías donde se aseguraban de usar cada condón de la caja que compraban, entregándose a un sexo rudo y lascivo sin restricciones. Sus acciones desencadenaban problemas en múltiples frentes: se involucraban con mujeres casadas, coqueteaban con damas de alta sociedad y su comportamiento errático a menudo causaba controversias.
A pesar de su desenfreno, al salir del consultorio de la doctora Chou Tzuyu, ambas mujeres coincidieron en que la verdadera fichita era la terapeuta misma. Con su porte elegante, su dominio de la palabra y sus movimientos sensuales y pacientes, la mente de Sana y Momo se llenó de fantasías sobre las posiciones que podrían poner a la doctora en su propio consultorio, si alguna vez tuvieran la oportunidad.
Aunque reconocían la necesidad de ayuda debido a lo lejos que habían llevado sus aventuras, incluyendo involucrarse con quince mujeres al mismo tiempo y ser reportadas por la policía debido al ruido, ambas decidieron al menos probar la intimidante terapia de la doctora que supuestamente debía ayudarlas a mejorar. A sus ojos, la doctora era una fichita y no desperdiciarían esa oportunidad para demostrarlo.
Tzuyu salió de su consultorio cuando la última terapia que tenía pactada para el día terminó. La fecha era especial; era su cumpleaños número veintiocho, y como era costumbre, su mejor amiga Irene la había invitado a salir a beber unos tragos para celebrar.
Con una sonrisa en el rostro, Tzuyu se dispuso a iniciar su rutina de cumpleaños. Lo primero que hizo fue dirigirse al centro comercial para comprar algunas cosas. Se detuvo en una boutique y se deleitó con un hermoso conjunto azul que estaba seguro de que le quedaría perfecto para la ocasión. También se permitió adquirir algo de maquillaje y, por supuesto, unos zapatos elegantes que completarían su atuendo.
Satisfecha con sus compras, se dirigió a su salón de belleza de confianza. Allí, su estilista de siempre la recibió con una cálida bienvenida. Conocía a Tzuyu tan bien que sabía exactamente cómo manejar su cabello para realzar su belleza natural. Mientras se sentaba en la silla del salón, Tzuyu se relajó y se dejó mimar, disfrutando del proceso de embellecimiento que la prepararía para su noche de celebración.
El ambiente del salón era acogedor y relajante, con música suave de fondo y el aroma reconfortante de productos de belleza de alta calidad. Tzuyu se sentía mimada y cuidada mientras su estilista trabajaba en su cabello, asegurándose de que cada mechón estuviera perfectamente peinado y brillante para la ocasión.
Después de un tiempo, Tzuyu se levantó de la silla, admirando el resultado final en el espejo. Estaba radiante, lista para enfrentar la noche con confianza y estilo. Agradeció a su estilista con una sonrisa y se despidió del salón, lista para encontrarse con Jeongyeon y comenzar a celebrar su cumpleaños en grande.
Y así, comenzó su noche tal como lo deseaba. Tzuyu pisó la discoteca a la que Jeongyeon lahabía invitado, encontrándose con su amiga, como era la tradición.
Eran solo ellas dos, como de costumbre, y comenzaron la velada con un trago antes de entregarse al ritmo de la música en la pista de baile. Se movían con gracia y alegría, planeando disfrutar de la noche como Tzuyu solía hacerlo, dejando de lado por un momento su dedicación al trabajo.
A pesar de ser una mujer muy apegada a sus responsabilidades laborales, Tzuyu no podía negarse una buena dosis de diversión cuando la ocasión lo permitía. Se entregaba al momento, disfrutando de la música y el ambiente festivo junto a su amiga.
Sin embargo, su noche de diversión dio un giro inesperado cuando sintió un aliento caliente con olor a menta posarse en su oído desde atrás.
"Buenas noches, doctora", murmuró una voz conocida.
"Oh, no", pensó Tzuyu mientras se giraba para encontrarse con Minatozaki Sana, acompañada de su amiga Momo, ambas con una mirada lasciva y un aire desafiante.
"No esperaba verla por aquí, señorita Chou", dijo Momo en su oído, elevando la voz para hacerse oír sobre la música.
Ambas mujeres lucían impresionantes bajo las luces parpadeantes del lugar, con sus tragos en mano, emanando un aura sexy que no pasaba desapercibida en la abarrotada pista de baile.
"Baile con nosotras, doc", pidió la rubia con una sonrisa traviesa, desafiante.
"No estamos en mi consultorio, no es necesario llamarme así", respondió Tzuyu con firmeza.
"Qué bien, porque fuera de ese consultorio no tengo que respetar investidura", comenzó Sana, tomando la cintura de Tzuyu de manera desvergonzada, mientras Momo se colocaba detrás de ella, también aferrándola con audacia.
"Y le confieso que me la quiero follar", susurró Sana al oído de Tzuyu, con un tono cargado de provocación.
Chou se sintió sorprendida por la osadía de las dos mujeres, pero decidió seguir el juego. "Bailemos", accedió finalmente, dejándose llevar por la atmósfera seductora que las rodeaba.
En su interior, se preguntaba por qué les permitía acercarse tanto a ella. ¿Cuándo fue que Sana había tomado sus senos con descaro mientras le susurraba al oído? ¿Y por qué Momo ahora tenía su pelvis tan pegada a la suya? ¿Dónde estaba Jeongyeon en todo esto?
Con Momo detrás de ella y Sana delante, con la mirada fija en sus labios y la clara intención de devorarlos, comenzaron a moverse de forma lasciva, alternando movimientos sensuales y provocativos. A pesar de sus esfuerzos por mantener la compostura, Tzuyu no pudo evitar admitir para sus adentros que la situación era deliciosamente excitante.
El alcohol fluía libremente por su sistema, nublando su juicio y desatando sus inhibiciones. Tzuyu intentó justificar su falta de control culpando al alcohol, pero en el fondo sabía que esa excusa no era suficiente para explicar lo que estaba a punto de suceder.
Todo su mundo pareció detenerse cuando sintió algo duro acariciar su trasero de manera provocativa. Un escalofrío recorrió su espalda al darse cuenta de que pertenecía a Momo, cuya excitación se manifestaba claramente al rozarla. En ese momento, el pánico se apoderó de Tzuyu.
No. No. No.
Su mente se llenó de pensamientos tumultuosos mientras luchaba por mantener la compostura. Sabía que no podía permitirse involucrarse con sus pacientes de esa manera. Era éticamente incorrecto, totalmente fuera de lugar y una violación de sus principios profesionales.
Con un impulso de desesperación, Tzuyu se liberó del agarre de ambas mujeres, buscando una salida de esa situación tensa y comprometida. Sus movimientos eran torpes y desesperados mientras escudriñaba la multitud en busca de Jeongyeon, su salvavidas en medio del caos.
Momo y Sana la miraron con confusión, sin comprender completamente el cambio repentino en su actitud. Pero para Tzuyu, la única opción era huir de allí lo más rápido posible, escapar del peligro inminente que representaba continuar en esa situación. Con el corazón latiendo desbocado en su pecho, Tzuyu se alejó precipitadamente de ellas y de la pista.
Tzuyu buscó a Jeongyeon con la mirada entre la multitud, encontrándola al otro lado de la pista de baile, inmersa en una conversación con otra chica. Con sentimientos de culpa y nerviosismo que la abrumaban, Tzuyu se abrió paso entre la gente para llegar hasta su amiga.
"Vámonos, tenemos que irnos", pidió Tzuyu con urgencia, su voz temblaba ligeramente.
Jeongyeon se volvió hacia ella, visiblemente preocupada. "¿Qué pasó? ¿Te hicieron algo esas dos?", preguntó con inquietud.
"E-es que... Son mis pacientes, no debí", se lamentó Tzuyu, sintiendo un peso abrumador en su conciencia por haber permitido que las cosas llegaran tan lejos.
"No te preocupes, no has hecho nada irreversible. Vamos afuera para que tomes aire", sugirió Jeongyeon con comprensión, colocando una mano tranquilizadora en el hombro de Tzuyu.
"No, tenemos que irnos", insistió, su expresión reflejando un profundo horror.
Jeongyeon asintió en silencio, entendiendo la gravedad del momento. Mientras se abrían paso hacia la salida entre la multitud de la discoteca, el brazo de Tzuyu fue repentinamente tomado por Momo, deteniéndola en seco. Tzuyu se giró hacia ella con un gesto de sorpresa y consternación.
"Tzuyu, hey", dijo Momo con un tono casual, aunque la expresión de Tzuyu dejaba claro que su presencia le causaba una gran incomodidad. "¿No quieres seguir bailando?", ofreció, tratando de apaciguar la situación.
"O puedes irte con nosotras si deseas", añadió Sana, apareciendo a su lado con una sonrisa sugestiva. La situación se tornaba cada vez más incómoda para Tzuyu, quien se sentía atrapada en medio de un dilema ético y emocional.
Negó rotundamente, su voz temblaba ligeramente con el peso de la tensión acumulada.
"Me tengo que ir, que se diviertan. Disculpen", dijo Tzuyu con una urgencia evidente en su tono, mientras tomaba la mano de Irene y se apresuraba a salir de la discoteca, sintiendo el alivio de escapar de una situación que se había vuelto demasiado abrumadora para ella.
Ambas amigas, Jeongyeon y Tzuyu, estaban realmente sorprendidas por la reacción de esta última, sin entender del todo lo que había sucedido en la pista de baile. Sin embargo, compartían la certeza de que Tzuyu había actuado de esa manera por una razón válida y que era importante respetar su decisión.
Mientras las amigas se alejaban de la discoteca, una determinación feroz brillaba en los ojos de Momo y Sana. Estaban decididas a no rendirse hasta llevar a esa diosa a su cama, de una forma u otra. La fugaz escapada de Tzuyu esa noche no les desanimaba en lo más mínimo. Al contrario, avivaba el fuego de su deseo y fortalecía su determinación.
Con pasos firmes y decididos, Momo y Sana intercambiaron miradas cargadas de complicidad. Sabían que debían ser pacientes y estratégicas en su intento de conquistar a Tzuyu. No iban a dejar pasar la oportunidad de acercarse a ella de nuevo, pero esta vez serían más sutiles, más astutas. Conocían el juego y estaban dispuestas a jugarlo con todas sus cartas.
Para Momo y Sana, esta noche era solo el comienzo de una guerra de seducción que recién estaba cobrando vida. Estaban determinadas a hacer lo que fuera necesario para conquistar el corazón y el cuerpo de Tzuyu. Y aunque reconocían que no sería fácil, estaban dispuestas a enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino hacia la conquista de esa diosa que tanto anhelaban.
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