Capítulo 4
Kaia
Hasta que no sentí el clic de la puerta al cerrarse no respiré con tranquilidad. No sabía que tenía ese chico que me hacía sentir nerviosa y en estado de alerta. Pero no puedo negar que me gustó su manera de tratarme o al menos en parte.
Tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad por no darle los gritos que se llevaba.
Que agradeciera que no estaba de humor para mas peleas por el día de hoy, porque de ser uno de mis día buenos, y que cuando le hablara me ignoraba con semejante descaro he hiciera lo que le diera la gana por mi casa iba a saber de qué pata cojea la doña.
Pero no todo era malo, si me gustó la manera en que tuvo de atenderme el tobillo, sus cuidados y como sabía cuánta presión debía ejercer en cada lugar.
De seguro era fisioterapeuta. Eso, o que se metía en tantas peleas y terminaba tan magullado que se sabía de memoria lo que debía hacer. Me acomodé en el sofá hasta quedar completamente acostada sobre él y ya relajada me dejé vencer.
Había sido un día raro, no todos los días me marcaban el expediente en la uni, suspendía un examen, me botaban del trabajo, y por si fuera poco, me atropellaban. Vamos que en una rifa de días malos y cosas improbables yo me llevaba todas las papeletas.
Dejé que mi mente divagara en el momento exacto en el que su cuerpo fuerte y fornido calló sobre mi. Su manera de mirarme, como si fuera algo fantástico sin importar las pintas horribles que llevaba. Como su corazón se aceleró e iba tan o más rápido que el mío. No iba a ignorar el hecho de que había sido el miedo el principal interruptor de aquello y no amor a primera vista.
Pero ¿y si también algo de eso lo había provocado yo? Me permití fantasear con ese hecho, de que por algún extraño y minúsculo segundo hubiera logrado que él se emocionara como yo.
El viaje en la moto había sido de otro mundo. ¡Demonios¡ conducía como un verdadero loco. La velocidad me daba vértigo y lo pellizqué de manera automática. Era eso o tirarme, y dudaba que con el día que llevaba fuera a sobrevivir a esa caída. Fue fácil, la balanza se inclinaba por lo primero.
El paseo en sus brazos me había hecho sentir en el final de una de esa películas románticas que tanto me gustaban ver antes. Me pareció divertido cuando trataba de mantenerme en brazos y abrir la puerta al mismo tiempo, pero fuera de todo pronóstico, lo consiguió, dejándome con una increíble delicadeza en el mullido sofá de mi salón.
Me exasperaba, no lo voy a negar. Que pasara de mi y de lo que le decía para hacer lo que quisiera me hacía perder la paciencia, y digamos la verdad, la paciencia brilla por su ausencia en mi.
No sé porque con él me controlé tanto, solo miraba al techo y contaba hasta diez antes de mandarlo a freír pimientos, eso no es una acción propia de mi. Si yo tenía que mandarte al infierno a que le bailaras el tubo a Lucifer lo hacía sin pensármelo dos veces. Pero eso no pasó con el susodicho.
Me avergüenza admitirlo, pero cada que tenía la oportunidad lo vacilaba a conciencia.
Si, su cara había sido un trabajo a mano a la perfección del mismísimo Jesucristo. El cuerpo que escondía su ropa de marca, cabe destacar, y si me apurabas apostaría que dolce&gabbana era creado por los dioses, ese tipo de cuerpos no se ven en un día normal por la calle.
En un primer momento no me había percatado pero mientras estaba balaceándome en sus brazos admire el tatuaje de una golondrina que tenía justo debajo de la oreja. No sabría decir si en su torso tendría alguno más pero en el dorso de la mano tenía cuatro líneas de lo que podría ser un verso, lo sabría con exactitud si estuviera en un idioma que yo supiera entender.
Su ropa mana; su camisa, sus vaqueros y sus zapatos; todo en el gritaba dinero y para qué hablar del reloj y los anillos que quedaron a la vista cuando me masajeaba el tobillo. De motos no sabía ni pío, pero estaba segura que costaba más que mi sueldo de dos años meses.
Pero quitando los tatuajes y su ropa, volvamos al delicioso cuerpo del bombón locutor con patas que estuvo merodeando por mi cocina, tenemos que hablar mucho más. Trae las papitas y unas coca colas que esto va a ser largo.
Hablemos de su espalda, esa misma que estaba escondida tras esa cruel chaqueta que traía y me cortaba las vistas. Llámame enferma pero tengo un insuperable fetiche por las manos grandes, y las de él, tenían la medida justa para ahorcarme y nalgearme hasta dejarlas en carne viva. ¡Joder! solo de pensarlo me palpita y no precisamente el corazón.
Y su voz, grave y baja, había calado hasta el más hondo de mis pensamientos lujuriosos. Era como escuchar al locutor de ese programa de radio donde la gente llamaba contando sus problemas amorosos y le daban consejos con calma. Era el tipo de voz que si te habla al odio definitivamente tienes que cambiarte las bragas porque tu vagina era una laguna. No sabría como explicarlo, pero escucharlo hacía que mi corazón palpitara de emoción y mi coño se contrajera de placer.
Pero no todo era bueno. Supe un segundo después de terminar con mi diarrea verbal contra él, que había acertado en todo lo que dije, o al menos una buena parte, porque el no lo negó, y ya sabes que quien calla, otorga. Por ello sería justificable la luz roja de alarma que se encendió en mi cabeza advirtiendome que era mejor mantener las distancias con ese sujeto.
—Como si pudieras hacer otra cosa idiota. No intercambiamos ni siquiera el Instagram— me regañé en voz alta.
—¿De quien quieres el Instagram princesa tribu?— giro hacía la voz y descubro a Erika mirándome desde el marco de la puerta. Ni siquiera había escuchado llegar.
Erika y yo podríamos ser lo que se consideran dos polos completamente opuestos. Ella era rubia alta, yo una morena bajita. Mientras ella ordenaba todo al milímetro, yo podría encontrar bragas hasta dentro de la alacena. Pero aún entre todas nuestras diferencias lográbamos encontrar el equilibrio para vivir juntas desde hace año y medio. Ahora no podía ni imaginar vivir en ese piso sin ella.
—No me hagas caso, ya sabes que no estoy bien de la cabeza. ¿Trajiste lo que te pedí?
—Desde luego. Tenemos algo que celebrar, pero mirando tu cara y tus ojos creo que hoy solo alcohol de consolación.
—Anda, dime que debemos celebrar. Súbeme el ánimo, por favor te lo suplico— hago un mohín que le causa gracia.
—Vale, espérame en lo que busco las copas y pedimos algo para cenar. Mientras me puedes ir explicando porque mis guisantes están adornando tu tobillo.
Se mete en la cocina como el buen torbellino que era. Aun recuerdo cuando comenzamos a compartir departamento. Este lo adquirí gracias a que me lo había dejado mi abuela paterna al fallecer, pero al independizarme e irme de casa de mi padre debía dividir mi tiempo en un trabajo y en la universidad. Entrar de una en la vida adulta me demostró que no podía con todos los gastos yo sola. Así que busqué candidatas para compartir piso y fue como conocí a Erika.
Estábamos en el mismo año, pero ella venía del interior, de un pueblo chiquito. Se había venido a la ciudad cuando comenzó la universidad. Para las dos fue como un milagro encontrarnos, ella necesitaba salir de la residencia de la uni y yo necesitaba una compañera. Y eso nos trae aquí, a una desorden monumental pero controlado, sabíamos convivir y soportar los hábitos de la otra .
En toda esa reflexión estaba cuando sentí el sonido de la notificaciones de mi WhatsApp. Me llamó la atención que fuera un número desconocido. Lo abrí preparándome porque fuera algún profesor que iba a ponerme más trabajo. Pero no un «mejórate pronto, y no te quites los guisantes por una hora más» me tomó desprevenida.
—Pero ¿Qué rayos?— digo en voz alta llamando la atención de Erika. ¿En qué momento obtuvo mi número de teléfono?
Le respondí con un « me estas dando miedo. No serás un acosador profesional ¿o si?» y apague el teléfono.
Comencé a reír y aún lo hacía cuando cierta rubia chismosa se sentó a mi lado ofreciéndome una copa de vino. Tengo delirio con el vino, específicamente el blanco.
Así entre copa y copa, los rollitos de primavera y un sushi que estaba de muerte, haciéndome querer más aunque mi estómago ya no aguantara ni otro grano de arroz, le conté mi increíble día lleno de sorpresas. La muy desgraciada escondía su sonrisa tras la copa pero igualmente la veía descojonarse de risa hasta que llegamos a la parte donde Aaron se calló de culo y ahí sí que nos descojonamos las dos.
—Vaya día el tuyo. Ya quisiera yo que me atropellaran si al final resulta que un príncipe de rizos indomables me traerá a casa y jugaremos a los médicos. Lo que no me sorprende viniendo de ti es que el juego de los doctores no hubiera tenido final feliz- un cojín impacto en su cara en cuanto terminó de decir la última frase.
Según ella no había conocido a nadie más mojigata que yo en al cama. Y todo porque cuando estaba con mi ex, mi cama y mi garganta no hacían el escándalo que hacían ella cuando traía a sus ligues de una noche.
Pero cómo decirle que no era yo. O bueno, si. Ya no sabía. Él no me calentaba, no me hacía querer gritar, ni arrugar la sábana en un puño, ni morder, ni querer hacerle saber a los vecinos que me estaban llevando a otro mundo con un orgasmo, simplemente porque Samuel no sabía cómo conseguirlo. Creo que ese fue uno de los principales motivo del porqué terminamos. Tal vez había sido culpa mía y mi inexperiencia, pero lo pasado, pasado.
Aunque ahora que lo pienso, si me humedecí cuando sentí la mano de mi fisioterapeuta particular muy cerca de mi espalda baja. Lo que voy a negar aunque mi vida dependa de ello es que mi mano quería tocar cierta parte de su anatomía cuando estábamos en la moto, sin esperarmelo me puso cachonda. No lo quería reconocer, pero si me imaginé teniendo sexo con él encima de ella.
¡Dios, que daño me hacía leer en eso grupos de relatos eróticos! Mi mente tenía toda la experiencia que mi cuerpo carecía. Tal vez por eso no llegaba con ningún chico al siguiente paso. ¿Qué ser humano podría superar mis fantasías y mis personajes como Christopher Morgan, Christian Grey, Magnus, Klaus Grass y toda mi maldita lista de crush literarios? Simplemente eran imposible de superar.
«Pero cierta personita que intervino en tu día y casi te manda al otro lado, está a la altura. Sin duda alguna». Dice una babeante y excitada conciencia. Si, a veces podía ponerse bien cochinona.
Luego de un acalorado debate con Erika por la ducha y ver quien entraba antes para despejarnos de la creciente borrachera que estábamos cogiendo, resultado de haber abierto la segunda botella gané yo. No pudo rebatirme al recordarle lo de esta mañana. Así que me fui victoriosa a la ducha y comencé a hacer malabares para mantenerme en pie con mi pata coja. Pero como ese día los planetas se habían alineado para joderme la existencia, caigo de culo despatarrada sobre las frías baldosas del baño.
No me quedó de otra que llamar a mi amiga, que literal se dobló en dos, partida de la risa al verme allí tendida. ¿Cómo se me ocurre llamarla? era mejor hacer un pacto con el diablo. Estaba segura que esto me lo iba a recordar hasta que mis nietos terminaran la universidad o más bien en su boda. Después de quitarse la toalla que le lancé a la cara, se apiadó de mí y me ayudó a salir y a meterme en al cama con mi pijama de conejita que a ella tanta gracia le hacía.
No se si fue el vino o fue el agotamiento emocional del día pero en cuanto mi cabeza se apoyó en la almohada fui catapultada inmediatamente al país de los sueños.
Aaron
Negar que me pase toda la tarde pensando en esos malditos labios y esa piel color canela no serviría de nada, porque así fue. No recordaba la última vez que una mujer me había hecho desear tanto habiéndome dado tan poco. Pero es que necesitaba saber más, necesitaba saber cada jodida respiración que daban sus pulmones y cada uno de lo latidos de su corazón.
¿Intenso? Puede que un poco. Quería saber cuando comía, cuando despertaba, que hacía, a quien le escribía, con quien hablaba; todo, absolutamente todo.
¿Enfermizo? Si, puede ser, pero no le hacía daño a nadie. Era como una necesidad física.
Así que una vez me senté en mi mesa favorita del club, pedí mi whisky habitual y llamé a la única persona que me podía ayudar.
Roger era el técnico informático que trabajaba en los efectos especiales de la serie. Lo que no sabía con exactitud si había estudiado espionaje o era un infiltrado del FBI, pero no había ser viviente o que hubiera pisado la faz de la tierra que él no pudiera encontrar simplemente metiéndose en la red con unos pocos datos.
Al quinto tono una voz agitada y entrecortada me respondió.
—Más te vale que se este muriendo alguien o allá un incendio de gran escala, de lo contrario ruega para que no te encuentre en las próximas horas— esa respuesta ya me hacía saber donde y que estaba haciendo.
—Roger amigo. Donde quedó la educación, el hola colega, ¿cómo estas?¿cómo está la familia? Parece mentira que tus padres sean profesores en un de los más prestigiosos colegios privados del país— sentí como el cabreo iba en aumento cuando su suspiro me tapo el tímpano— ¿Qué tal estás? ¿todo bien? Te noto cabreado ¿pasa algo?
—A ti es al que le va a pasar algo de como no me digas de una jodida vez para que me llamas. Si sabes que día y que hora es ¿verdad? Vamos, no me toques los cojones tío ¿Qué carajos quieres?
—Diablos ¿Era hoy? Saluda a Patricia de mi parte ¿Cómo están los niños?— me encantaba el papel de hijo de puta que adoptaba de vez en cuando.
—Si no tienes nada importante que decirme mejor te cuelgo tengo cosas más apetitosas que hacer que estar hablando contigo en medio de un polvo.
—¿A porque estaban echando un polvo— fingí sorpresa— creí que estaban corriendo, haberlo dicho ante hombre. Por cierto ¿no te parece raro?
—¿Qué cosa Aaron? Joder habla de una puta vez.
—Que me respondas en medio de un polvo. Yo desde luego que no lo haría.
—Que te den, capullo- y me cuelga. Adoraba la manera en que puedo sacarlo de quicio. Lo llamo otra vez antes de que vuelva a la faena.
—El Ángel, en media hora- digo y cuelgo. Me recuesto en el cómodo sofá del que disponía en la sala VIP en la que cual ya era más que conocido.
¿Qué si me gustaba joderle la noche de pasión a mi amigo? Pues si. No la iba a tener yo, me importaba bien poco si él tampoco la tenía.
Su amante, corrección, él era el amante. Patricia era una señora bien entrada en los cuarenta, eso sí, se mantenía como la jodida Jlo. Esa eran la debilidad de mi amigo, las maduritas.
Debilidad que en este caso le costaría un huevo y algo más de cómo su esposo los pillara. Lo que pasa es que los lunes el hombre se iba a jugar el boliche y era el día cuando ellos se veían sin cohibiciones. Y ahora iba yo y les jodía el palo. A la larga me lo agradecería. Claro que si.
Treinta y cinco minutos más tarde lo veo acercándose entre los cuerpos ya sudoroso que habían en la pista. Nunca me defraudaba, era genial saber que por mas cagadas que hiciera siempre lo tendría ahí. Aquí el ejemplo, le jodí su noche y aun así vino sin dudar. Tal vez porque nunca no llamábamos para una simple copa, siempre detrás de un «vamos a quedar» había una razón para ello. Y la mía tenía nombre aún sin apellido, pero si un número telefónico que sería bastante útil.
—Más te vale que sea importante sino aun después de muerto te seguiré saliendo para molestarte por esto.
—Anda no seas marica y tomémonos algo. Seguro ni tan bueno era cuando me respondiste tan rápido— digo sin más.
—Hoy estaba más preocupada que de costumbre. Temía que el decidiera volver antes y nos pillara. Al parecer discutieron en la mañana por cuenta de algo que ella descubrió en su saco y bueno. Ya sabes lo pendejo que somos algunos cuando la cagamos, eso de llegar antes para dar una sorpresa con bombones y mierda de esas.
—Vamos, que al final va a resultar que te salvé el culo.
—Pues fijate que llamaste cuando ya la había convencido que eso no iba a pasar y que aprovecharamos. Después de que te colgara me vino con el cuento que tal vez eso era una señal y no se que tanto rollo para dejarlo otro día.
—Vaya las mujeres y sus suposiciones de mierda. Esa lo que no quería chorizo.
—Pero ¿sabes qué es lo mas jodido? Que cuando salía del edificio, el esposo estaba llegando con un ramo de flores.
—Hijo de ... lo siento pero me tengo que reír- dije después de soltar la carcajada que de seguro todo el local debió escuchar— al final si que te salvé el culo cabrón. Agradece mi inoportuna aparición sino a estas horas a saber si estarías en la comisaría por caerte a golpes con ese tío, o en un trío. Quien sabe, a lo mejor le van los tíos así buenorros como tu- no se como pero esquive a tiempo el puñetazo que iba directo mi brazo— vamos hombre, anímate. Al final salió bien.
—Salud por eso— alza su copa y la lleva a los labios tomándose todo el contenido de una sola vez. Eso significaba que la noche apenas estaba comenzando— entonces dime, a qué se debe tu inoportuna llamada que me salvó el culo de un buen empollón, y borra la sonrisa de cabrón que acabas de poner o te la quito de un plumazo— no pude evitar la sonrisa socarrona.
—Vale, vale. Necesito encontrar a alguien. Bueno no tanto como encontrar porque se donde vive. Necesito sus cuentas en las redes sociales y acceso a su teléfono. Básicamente saber todo de ella.
—Nos despertamos bravos hoy ¿eh?— mi mirada cortante le deja claro que con este asunto no hay juego— vale, entiendo. ¿Quién es la pobre víctima que calló en tus garras?
—Ahí el caso, aún no ha caído en mis garra y dudo que lo haga si no fuerzo un poco. Por eso necesito tu ayuda ¿entiendes?
—¿Qué tenemos hasta ahora?— lo veo sacando su móvil y comienza a teclear mientra le digo el nombre, su dirección y el número de teléfono que para ese momento ya me sabía de memoria.
Un minuto después ya tenía en mis manos sus cuentas en face, insta, twitter, tik tok y tinder. Pero ¿esto qué es?
¿Cómo puede estar ahí? Digo en mi interior como si la tuviera a ella en frente y la estuviera regañando.
Explorando un poco en sus cuentas ya me hice una idea del tipo de chica que era. Esto iba a ser más fácil de lo que creía.
A las 7 de la mañana ya estaba en la ducha preparándome para la misión que tenía entre manos. Apenas había pegado ojo, solo tenía en mente todo lo que había averiguado en mi pequeña investigación en sus cuentas.
Kaia Ortega Dewi. Hija del escritor Williams Ortega y Kaithana Dewi. De esta última no se sabía mucho, salvo de que había sido habitante de una de las trubis que habían en la isla Bruton, en Indonesia. Había conocido a William cuando este viajó allí para estudiar la extraña mutación que tenían los habiantes. Allí entendí el origen de los ojos y el color particular de cabello de Kaia. Pero no era solo eso. Kaithana había caído en una depresión de la que no había podido salir al ser responsable indirecta de la muerte de la hija menor. Por lo que calló en la drogas y a día de hoy aún estaba en la clínica de rehabilitación.
Kaia tenía 10 años cuando ocurrió el accidente en el que su hermanita Klary de 4 años había perdido la vida. El conductor del auto que venía en el carril contrario, estaba ebrio y a Kaithana no el había dado tiempo esquivarlo.
Nada hubiera pasado si Klary no hubiera estado sentada en el asiento delantero con el cinturón de seguridad. Este golpe fue insoportable para la familia. Aún habían registros de dicho accidente en las páginas del diario local como: El trágico accidente que acabó con una vida inocente de 4 años.
—¡Oh, mi pobre Kaia! Tan pequeña y con un peso tan grande. Pero aquí estoy yo para ayudarte con esta carga que te atormenta.
Años después, su madre había intentado suicidarse más de una vez pero nunca lo consiguió. Comenzó a volverse adicta a los somníferos hasta tal punto que debieron internarla en la clínica donde les aseguran que mejoría si siguiera allí.
Decidiste irte a vivir al departamento que te habían dejado tu abuela con tal de escapar del tormento de tu padre. Comenzaste la universidad en Escritura Creativa, una próxima eminente escritora en potencia, de seguro. Tu vida sexual deja mucho que desear, en cierto punto mejor para mi. Así no me costará tanto hacerte saber que soy lo mejor para ti.
—Bien, repasemos tu agenda- digo reclinándome en el asiento del coche, aparcado frente a su edificio. Lo bastante cerca para verla salir, pero lo bastante lejo como para que no repare en mi.
A las 8 vas a la cafetería, pides un capuchino con un fondo de chocolate amargo. Te gusta el color azul, amas leer, al igual que escribir, lo que es mas que obvio debido a la carrera que estudias.
Aparte de todo lo que te esfuerzas en mostrar en tu perfil, como que te gustan las fiestas y que siempre pides un mojito, y vino blanco en las reuniones más íntimas. Cosa de la que hablaremos a su tiempo, está mal que muestres tanto de tu vida privada en las redes, mi querida Storm. Cualquiera puede espiarte, lo que te causaría gran problema. Pero tranquila, ya estoy yo para protegerte.
Sonaba hipócrita viniendo de mi, pero en mi caso era por una buena causa.
—Solo hay una cosa que aun no me queda clara Kaia- observó cómo cierra el portón del edificio con sus botas bajas su saya vaquera no muy larga y un top blanco oculto bajo su chaqueta azul marino. Sus rizos se movían con el paso del viento y esa nubes grises que tanto me habían tocado ayer, las mantenías ocultas bajo sus lentes de sol.
¿Cómo era posible que no hubiera conocido a semejante mujer viviendo en la misma ciudad? Pero ¿aún no me queda claro que es lo que tanto quieres ocultar? Algo se me escapa. Sé que eres una romántica empedernida, como bien pusiste en una de tus publicaciones de instagram. El caso es que si es así, tendré que sacar todo el arsenal de conquistador que tengo en el armario.
A una distancia prudencial te sigo. Miras en varias ocasiones por encima de tu hombro, como si me sintieras. ¿Acaso tienes alarmas que te avisan de los monstruos como yo, querida? Porque de ser así, no estaría mal que la escucharas, el mundo está lleno de ellos. ¿A caso me sientes?¿Puedes sentir la presencia que te asecha?
Miras en varias direcciones una vez más antes de entrar al Coffe&Chocolate.
Con paso seguro te encaminas a la barra, ya se cuanto te gustan sus especialidades y sus desayunos. Te prometo que cuando seas mía, madrugaré si es necesario para sorprenderte con el desayuno de este lugar en la cama.
Haces tu pedido y subes hasta la terraza donde te acomodas en la mesita más cerca de la baranda. Sacas un libro y tus lentes de lectura. Te sumerges tanto en él que la chica que te trae el pedido debe llamarte varias veces para que notes su presencia. Con lo que no conté fue con el beso en los labios que le das. Se me está hiendo de las manos.
¿Es tu decepción con los hombres tan grande hasta el punto de que te hizo cambiar o querer experimentar con tu sexualidad?
El beso no dura mucho y luego de intercambiar varias palabras, la chica se marcha al interior. Sacas uno de tus cigarrillos justo después de probar el café y comprobar que esta tal como te gusta.
¿Acaso hay algo más sexy que ver a una chica de piel canela bajo los rayos del sol, leyendo con un cigarro en mano y un café en la otra? Para mi no. Y ese es el espectáculo que quiero tener cada mañana antes de ir al trabajo.
Apenas llegaba tras ella a la universidad, cuando la llamada de mi querido hermano me recuerda que debido al mal trabajo del equipo, habían adelantado la hora de las grabaciones para poder ponernos en marcha y retomar el ritmo.
—A mi pesar debo dejarte querida, pero volveré, eso tenlo por seguro— le dedico una última mirada antes de retomar mi camino
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