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Capítulo 1


Kaia

¡Un día de perros! Nada podría describirlo mejor.

Para empezar la puñetera alarma de las narices de tres euros en lo de los chinos no sonó, como resultado seguí babeando sobre mi deliciosa sábana de seda, una copia china, pero seda igual, tampoco seamos exigentes.

Aún no sé como hay personas que se levantan, y de una ya están haciendo cosas. Yo necesito al menos 5 minutos para darme cuenta que sigo viva.

Si seguimos con la rutina de un lunes común, Erika, mi compañera de piso, no se en que demonios estaba pensando cuando decidió acabar con el agua caliente de todo el edificio. Así que me toca hacer el baño del italiano que se traduciría a algo como: la cara, el culo y las manos. Ni de coña me iba bañar con esa agua que parece recién llegada del Polo Norte. Tuvo suerte de desaparecer del departamento antes de que despertara porque sabía que le caería una buena.

Como si eso no bastara me detengo frente al espejo con el cepillo de dientes en una mano y el del cabello en la otra para comenzar la maldita pelea de todos los días con mis indomables risos blancos. No leíste mal, blancos. Digamos que mi genética quiso jugar un poco a la mutación conmigo al darme ojos grises, pelo blanco y piel morena. Vamos, un espécimen de circo.

Si creen que es bonito, coméntenlo con mi psicóloga y ellas les hará la historia. Puede que ahora ya lo haya superado pero cuando mi padre nos trajo a España y comencé una nueva escuela el resto de niños podían llegar a ser crueles cuando se lo proponían. El bullying había sido mi pan nuestro de cada día.

Me doy por vencida y lo dejo en un moño desordenado, cogiendo lo primero que encuentro al vuelo y salgo disparada a la cocina. A este punto creo que no sirve recalcar que siempre llego tarde a todos lados, por mas que intento adaptarme a los horarios de la sociedad no mas mi cuerpo no coopera. Incluyendo que soy mas torpe que un hipopótamo en una tienda de objetos de cristal, soy lo que bien decían en mi tribu: un desastre andante.

Planeaba prepararme un desayuno como lo manda la ley, total ya llegaba tarde, unos 10 minutos más no matarían a nadie pero para sorpresa de nadie no quedaba leche, no había ni puñetera mermelada para comer con mis tostadas y lo peor de todo, no quedaba café. ¿Cómo me iba a enfrentar a un maldito día entero sin la cafeína recorriendo por mi sistema?

En fin, que me fui a expensas de caer muerta en la calle por falta de alimento y que cuando me recogieran los paramédicos me dejaran tirada por apestosa.

Llego a la universidad justo para la segunda clase. Clase para la cual había estado trabajando toda la noche en los informes, los cuales había dejado en casa por salir a las carreras.

Conclusión, para no hacerlo tan largo, otro regaño del profesor.

Ni siquiera fui a la cafetería en el almuerzo por estar con la nariz metida en la biblioteca buscando datos para mi nueva tesis. Romeo y Julieta ¿En serio? Era como una jodida patada en los ovarios. ¿A quién se le ocurre leer algo que desde la primera página te grita que vas a llorar? Desde luego yo no. Era como ver el Titanic, por más linda que sea, desde que ves esa cosa gigante de hierro salir mar abierto te haces una idea de que no terminará nada bien.

Al final iba a ser cierto lo que decía Jenniffer, «evitas todo lo que causa dolor porque temes que te lleve a recuerdos del pasado que tu mente mantiene bloqueado» a veces daba la lata, pero en lo general era buena psicóloga. Ni siquiera sé para que continuaba pagando esas sesiones, si nada da mejores consejos que tu cabeza cuando estas lavando los platos.

En fin, que salgo corriendo para alcanzar el metro que me acercaba al centro, pero como era insólito ese puto día y todo salía mal, lo perdí. Tomo otro que me deja mucho más lejos y sin mas remedio, me toca usar estas piernas que Dios me dio y moverlas para poder llegar a la editorial.

Me detengo un segundo a calmar mi respiración bajo la fachada de aquel edificio que recalcaba a la perfección la arquitectura antigua, incluyendo los enormes ventanales y sus típicos tallados en yeso. Aunque hace poco se empeñaron en su remodelación, el edificio en sí seguía gritando que su espíritu de hace cientos de años no se lo iban a quitar tan fácilmente.

Atravesar la puerta giratoria de la entrada y que sea la cara de Carla la que me da la bienvenida no podía significar nada bueno. Su gesto de desprecio cuando me ve hablaba por si solo.

Ella nunca me había querido allí, ni como ayudante, ni como interina, ni como nada. Si dependiera de ella no sería ni la chica de limpieza, pero se tragaba su veneno porque no tenía otra opción. Solo de vez en cuando dejaba caer ese ácido que tenía en la lengua, con la intención de que me rajara y pidiera la renuncia. Iba apañada si creía que una rubia de tres al cuarto iba a hacer que abandonara mi querido trabajo.

Había comenzado hacía poco mas de cuatro meses gracias a la amistad de mi padre con el dueño de la editorial, el señor Bermúdez. Ellos habían trabajado juntos muchos años atras cuando mi padre aún era escritor y estaban interesados en una historia que él había hecho en uno de sus muchos viajes de investigación. Para su creación había tenido que viajar a Indonesia,  exactamente a mi querida Buton. En ella hablaba de una extraña tribu que habitaba allí.

No se sabía a ciencia cierta porque la mayor parte de los habitantes de allí naciamos con los ojos de un azul eléctrico o lo que era también muy común, tener uno marrón y el otro de ese azul hipnotizante, cosa que llamo mucho la atención de diversas editoriales para su publicación.

No se bien que sucedió después, pero mi padre término viviendo en ese lugar al enamorarse de mi madre y al estar ella embarazada de mi. Unos 5 años después nos trajo con él a lo que llamó en ese momento: la civilización, y e de decir que tuvo toda la razón.

¿Todo esto a que me trae? Cierto, a devolverle la misma mirada hostil a la muñequita barbie con cuerpo defectuoso por aceptar descuentos en sus operaciones estéticas. Como me gustaría que sus tetas fueran infladas y pinchárselas con un bolígrafo al pasar.

Aun no entendía como una editorial con la reputación que tenía Floralia tenía empleados como ella. O sea estaba en el top 10 de las más famosas de Europa ¿Qué hace esta perra aquí? Aunque si nos poníamos en practica esa lógica yo ni en sueños podría estar allí. Es cierto que estaba en último año de Escritura Creativa pero aun no me graduaba y por ende mi escala en experiencia estaba por los suelos.

—Buenas tardes Kaia. Cada día rompiendo record de tardanza, solo tu tienes es don— habla sin siquiera despegar la lima de sus uñas— Que bueno que tu desfachatez está por acabar. En los 30 minutos que te quedan aquí iré por unos pañuelos de papel, los necesitaras cuando salgas llorando por esa puerta para nunca más volver.

La miro confusa y con una pisca de temor con la sonrisa de bruja de cuento de hadas que me dedico al pasar por mi lado. Sin inmutarse a mirarme otra vez desaparece por el pasillo dejándome sola mientras me como la cabeza tratando de entender a que demonios se refería la barbie defectuosa.

Entro en la enorme sala de redacción mientras inspiraba profundamente como llegaba ese aroma de papel impreso y tinta que se filtraba de la sala de impresión y que tanto me gustaba. No negaré que las palabras de la víbora con pestañas me tenían preocupada. Mi puesto aquí estaba poco definido por decirlo de alguna manera. Yo ni siquiera escribía en alguna de las columnas que tenían también en la revista con el mismo nombre de la editorial. Simplemente colaboraba en uno que otro rumor de famosos. Lo que le gusta a todos y lo que más salsa le pone al asunto.

Tenía un supervisor que me señalaba todo, absolutamente todo lo que escribía con su típico rotulador rojo, que entre otras cosas, ya me estaba haciendo odiar ese color. Pero al final borraba todo y lo volvía a escribir, sabía que lo hacía para enseñarme y para que no conformara con textos mediocres cuando la perfección estaba ahí, al alcance de unos toques sobre el teclado de una laptop, solo debía raspar un poco los bordes para lograrlo.

Y aunque me dejara las pestañas y los dedos en el camino, si eso servía para ser buena escritora en el futuro, lo haría, así tuviera escribir la misma noticia quince veces.

El sonido de los frenéticos dedos deslinándose sobre los teclado cesó y los susurros y murmullos en la esquina del café empezaron a hacer eco mientras recibía miradas discretas y otras no tanto. Saludo a las chicas que estaban sumergidas en sus ordenadores pero estas me miran con algo de tristeza, pero ni siquiera tuve que preguntar que era lo que sucedía porque al acercarme a mi mesa y mirar que había una nota roja en ella me hizo maldecir interiormente. ¿Ya dije que estaba comenzando a odiar este color? Rectifico, ya lo detesto.

Supe incluso antes de leerla que mi día seguiría empeorando. La nota estaba escrita en puño y letra del mismísimo Felix Bermúdez: «Ven a mi oficina» decía. Esas simples palabras predecían la llegada de un terremoto.

«¿Qué habré hecho?»

Miro a techo como si este contuviera la respuesta a mi pregunta. Suelto un pesado suspiro antes de girarme sobre mis talones e ir hacía el ascensor para subir a la planta B donde estaba su oficina. Llenándome de valor, me encaminé hacía allí, cómo ya se había vuelto costumbre en los últimos 4 meses.

Toco a la puerta y entro cuando me da repuesta. Estaba sumergido en una de esa conversaciones interminables que solía tener siempre. Me siento en uno de los sillones a juego que tenía ante su escritorio, junto las rodillas y entrelazo los dedos por encima de estas mientras espero. Me atrevo a mirarlo desde su índice levantado para que esperara un momento, hasta su barba de varios días. Sus rasgos cansados lo hacían aún más atractivo para su edad. Sus canas adornaban solo un poco su inminente calvicie, pero eso, lejos hacerlo desagradable, le daba un toque adorable.

Cuando terminó la llamada y me miró sabía que me iba a caer una buena, solo que no imaginaba por qué lado venía el golpe esta vez.

—¿Algo qué quieras decir antes de que comience?— se toma su tiempo en hablar.

—Lo que te hayan dicho es mentira. Quiero un abogado.

Lo sé, así parecía culpable hasta del hambre mundial, pero que iba a decir si ni sabía porque me había llamado. Lo reconozco, le temía más que a mi padre. Siempre lo vi como un tío. Pero lejos de ser uno de esos tíos dulces que solo saben consentir a sus sobrinos, él siempre me regañaba. Lo justificaba en mi cabeza de que lo hacía por mi bien. No soy la persona más responsable del mundo y mi pasado así lo demuestra. Su ceja alzada me hizo saber que lo primero si lo había cumplido. Si parecía culpable, ahora a saber de qué.

—Esto— extiende unos papeles hacía mi por encima de la mesa. Una simple hojeada a estos me hizo comprender que era mi sentencia de muerte.

—Lo puedo explicar. Lo juro.

La verdad es que no, pero algo me iba a inventar y trataría de que colara. Me preparé mentalmente para mi papel de víctima y suspiré resignada.

—Espero— dice manteniendo su enojo a raya, pero sin cambiar su expresión de enfado.

—No tuve tiempo de estudiar, vale. Estuve metida en la nueva sección, necesitaba investigar más para hacer algo medianamente aceptable y que Omar no gasté su plumón rojo tachando todo lo que escribo— ála arreglaó. Nada que el trabajo no justifique.

—¿Así que tuviste un 4 en el examen por estar trabajando?— asentí dándole más convicción— No tiene nada que ver con que te hayas ido de juerga una noche antes ¿cierto? Y tampoco que tus tardanzas y ausencias hayan aumentado un 15%— creo que los ojos se me salieron de las órbitas y me puse blanca como la leche. ¿Cómo hacía para enterarse siempre de lo que hago?— bien, entonces como estas trabajando tan duro me veré en la obligación de relevarte de tus obligaciones hasta que mejores en la universidad y pongas más empeño en tus estudios. ¡Por dios! estás a nada de terminar tu carrera y estás actuando como una niña rebelde.

—No puedes hacerme esto— esto pintaba mal, muy mal.

—¡Oh querida! si que puedo, y lo haré. Esta semana estarás solo para estudiar y cuando llegues con un mínimo de un 8, entonces volveremos a hablar de si regresaras o no. Mientras, tu única obligación será quemarte las pestañas como bien dices en estudiar. Nada más.

Respiré profundo, no quería decir todo lo que me estaba pasando por la mente en ese momento. Si comenzaba no iba a tener para cuando parar, iba a ser solo para mal. Intenté contar mentalmente pero de nada sirvió. Como un volcán que va soltando humo avisando de la erupción así hice, solo que sin el humo que avisaba el desastre que se acercaba.

—Me parece injusto que me hagas esto. Sabes que me dedico a mejorar cada día y dar lo mejor de mi. Sí, salí de fiesta, y si, tuve un 4 pero esa nota tampoco es el fin del mundo. Estoy poniendo todo mi empeño en mi tesis y si estoy aquí es para absorber la mayor cantidad de conocimiento con esta oportunidad y explotarla a mi favor. Reclamaré y haré mi mejor esfuerzo, pero no puedes quitarme el trabajo solo por eso— y entonces me vino la iluminación— Es solo una excusa para que me vaya ¿verdad? Seguro el perchero con tetas que tienes por secretaria tuvo algo que ver con eso. ¡Me cago en la puta!

Si, soy una niña berrinchuda que llora y pataletea cuando le quitan un dulce. En mi defensa solo puedo decir que estaba pasando por un buen día y solo tenía un café en el estómago y lo tomé a las prisas. A este punto creo que está demás decir que sin comida me vuelvo una simia vikinga que no cree en los diálogos de paz, solo quiere sangre.

Pero era cierto, me había esforzado mucho en integrarme al equipo, en coger el ritmo, empeñándome en aprender y mejorar, y ahora me venía con esta estupidez. Regañarme por una mala nota como una niña de primaria, aunque ahora estuviera actuando como una, era demasiado. Tal vez si me pasé un poco y su cara me lo hizo ver. Antes que dijera cualquier cosa que me terminara por mandar a la guillotina, tomé mi mochila que había dejado al lado de la silla y salí.

El entrar en el ascensor las lágrimas se agolpaban en mis ojos pero no me permitiría derramarlas allí. Solía llorar cuando me enfadaba mucho pero el nudo en mi garganta era tan grande que me era imposible no dejarlas salir.

Pero ni siquiera lo que había sucedido pocos minutos antes fue tan humillante como ver a la jodida bruja a un lado de las puertas giratorias con el mencionado paquete de pañuelos de papel en la mano.

Paso por su lado tumbándolos en el acto y salgo en la calle, para entonces colocarme los audífonos y que mi música comience en modo aleatorio, viniendo como primera la delicada melodía a piano de only love can hurt like this y que invade mis oídos.

¿Nunca han sentido que no hay nada mejor cuando estas triste que escuchar música aún más triste que te acompañe a soltar todo lo que tienes dentro? bueno, esa es mi terapia favorita.

Bajo la cabeza y comienzo a caminar, dejando mi rabia fluir en forma de lágrimas, sin fijarme en lo que ocurría a mi alrededor y sin un rumbo aparente. Hasta que...

Hasta que vi a la muerte aparecer ante mi.

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