19| Abismo de la muerte
Adhara no podía dejar de darle vueltas a un asunto que aún no tenía respuesta. Aquella noche, cuando intentó escabullirse en la biblioteca, sintió una sensación extraña en su interior, como si el último pedazo estable de su corazón se rompía y se desvanecía con el tiempo.
¿Qué podría haber sido? Un sentimiento tan potente como ese no lo podía causar cualquier inservible pensamiento. Debía ser algo fuerte, algo que sería la causa de la destruccion de la rubia, pero ¿qué podría ser?
Scorpius la observaba directamente desde el sillón de la sala común. Su hermana no dejaba de mover la pierna de arriba a abajo, demostrando su nerviosismo.
—¿Qué te pasa?—le preguntó, acercándose a ella para poder hablar más tranquilamente—¿Es porque no has estudiado para los TIMOS?
Adhara soltó una carcajada, los TIMOS era lo menos que le importaba en estos momentos—No, estoy pensando en algo mucho más importante.
Se levantó de su asiento, sin saber a donde ir, y dio vueltas por la sala donde se ganó algunas varias miradas.
—Entonces, ¿por qué estás tan nerviosa?—insistió su hermano.
La rubia quería contarle, confesarle que su vida podría llegar a su fin en cualquier minuto. Demostrare que confiaba en el lo suficiente como para pedir su ayuda. Pero Scorpius aún era un niño, no podría arrastrar a su hermano de trece años al abismo de la muerte.
—Estoy nerviosa porque Annie se enfadó conmigo, eso es—mintió.
Scorpius asintió, sin querer incomodarla más con sus preguntas. Su semana no había sido muy buena por lo que sintió que era mejor dejarla sola para que pudiera resolver sus problemas internos.
—Cualquier cosa sabes que puedes contar conmigo—con una sonrisa genuina en la cara, abrazó a su hermana y subió a su habitación para poder descansar.
Con la mente abierta y el corazón cerrado, Adhara tomó asiento en el sofá de la sala común en donde en menos de tres minutos, con la cabeza llena de ideas cerró sus ojos y cayó dormida.
(...)
En la tarde de aquel día viernes, cuando muchos de los estudiantes utilizaban su tiempo libre para descansar, Annie, Katherine y Adhara estaban en la biblioteca, en un silencio intenso, "estudiando" para los TIMOS.
—No entiendo para que estudias—le recordaba Katherine una y otra vez a su mejor amiga.
—Tengo que estudiar para ser mejor que todos los que odio—respondió con simpleza y volvió su vista a el gran libro que tenía en mano.
Katherine, un poco atemorizada por la actitud de su amiga, volvió a tomar un libro y lo ojeó intentando concentrarse en las letras que cada vez se hacían más pequeñas.
—Tengo cosas más importantes que estudiar para los TIMOS—se quejó Adhara, aún pensando en esa sensación extraña en su interior.
—Si no vas a estudiar para los TIMOS, vas a tener que estudiar como derrotar a ese loco maniático.
Annie se levantó de su asiento y se fue sin decir una palabra. Sus amigas estaban molestándola demasiado, pero eso no significaba que no las iba a ayudar. En menos de unos minutos volvió a la mesa con sus amigas con un libro antiguo y arañado en mano.
—¡¿De dónde sacaste eso?!—gritó la rubia, tapándose la boca luego de darse cuenta de que había soltado un grito.
—Me escabullí de noche y entré al lado prohibido de la biblioteca—susurró—Lo escondí entremedio de unos libros viejos que nadie usa—la castaña le guiño un ojo, y como si nada pasara volvió a leer su libro de encantamientos.
—Anniccionario, eres lo mejor de mi vida—dándole un beso en la cabeza, guardó aquel libro en su bolso y se marchó del lugar para poder leerlo con tranquilidad.
Katherine intentó seguirla pero Annie la detuvo, con una simple mirada y un movimiento de cabeza la Gryffindor entendió que no tenía permitido irse hasta que terminara de estudiar defensa contra las artes oscuras.
Guardaron silencio un par de minutos hasta que Katherine comenzó a golpear la mesa con su pluma y Annie le dio una patada por debajo de la mesa.
Mientras Katherine se mordía la lengua para no quejarse, Aaron llegó justo a su lado y tomó asiento.
—Kath, ¿Puedes devolverme mi libro de pociones?—logro escuchar la castaña.
La pequeña Wood se había quedado inmóvil. Aaron, el hermano de su mejor amiga, nunca la había llamado de esa manera, tampoco era como que se llevaran tan bien. Tenían sus roces cada vez que la joven visitaba a los Nott, y era muy notorio. ¿Como era que se había vuelto tan nerviosa cuando estaba a su lado?
Se había puesto a pensar en aquello mucho tiempo, exactamente aquella vez en la que lo siguió desde el gran comedor.
—¿Alo? Llamando a Katherine Wood desde la tierra.
La joven asintió y le entregó lo pedido—No sabía que era tuyo, tu hermana me lo prestó.
El chico asintió, no sabiendo que más hacer. Miró a la castaña por unos segundos, y esos ojos café le recordaban tanto a los de Talia. Podían ser muy diferentes, pero ese toque de dulzura y fuerza estaba presente.
Antes de mostrar todos sus sentimientos, le respondió un simple Gracias y salió rápidamente de la biblioteca.
Katherine se quedó inmóvil nuevamente y buscando la aprobación de su amiga, quien solo asintió y rodó los ojos, lo siguió, tal como esa vez hace no mucho tiempo.
—¡Aaron!—gritó ya estando fuera de la biblioteca.
—Te puedo prestar el libro cuando quieras Wood—le respondió sin darse la vuelta.
La joven llegó a su lado, respirando entrecortado por el pequeño trozo que tuvo que correr, y lo haló de la capa para que se detuviera.
—¿Qué necesitas?—soltó, rápido y seco, aguantándose las lágrimas.
Talia Edevane había salido de su cabeza por algunos días y había sido excelente. Estaba poniendo atención en clases, volvía a ir a las prácticas de Quidditch, pasaba tiempo con sus amigos sin querer lanzarse de lo más alto de la torre de astronomía. Había sido un estupendo momento, pero no duró por siempre. Con solo mirar a Katherine le recordó a la rubia, con quien no tenía ningún parecido físico pero extrañamente eran muy parecidas.
Aquella muchacha había robado su corazón. Aquella hija de muggles que el pensó que sería el amor de su vida, desapareció de la faz de la tierra sin decir adiós.
—Solo quería asegurarme de que estuvieras bien—Katherine interrumpió sus pensamientos.
Aaron estaba muy confundido, con tan solo esas palabras y esa mirada que transmitía paz y tranquilidad se sentía en casa, acalorado y un poco nervioso.
—Aún me debes esa "cita" para despejar mi mente—con esas palabras se despidió y desapareció del campo de visión de la castaña, quien por tercera vez en menos de una hora se había quedado completamente inmóvil.
(...)
Con la cara sudorosa y el pelo enmarañado, la joven rubia corría de la mano de su pequeña hermana, escapando de lo que fuese que la estuviera persiguiendo. Llevaba días así, desvanecida y con un fuerte dolor en su pecho.
Al pisar mal cayó al suelo, llevando consigo a su hermana quien solo tenía once años y no entendía ni la mitad de las cosas que estaban sucediendo.
—Me hace falta mi varita en este momento—se quejó Talia, limpiándose la tierra de sus rodillas.
Cuando lograron estar fuera de peligro, ambas tomaron asiento en el suelo, apoyando sus espaldas en uno de los tantos árboles que habían en ese lugar.
—¿Qué crees que es lo que sucede?—preguntó su hermana.
Talia no sabía que responder. Nunca había experimentado algo así, tan doloroso pero satisfactorio a la vez.
—No tengo ni idea.
Aquel temor recorrió nuevamente su cuerpo y levantándose de un golpe arrastró a su hermana del brazo mientras corría sin dirección alguna.
Era más que obvio que algo o alguien quería hacerle daño, asesinarla probablemente, pero Talia no tenía ni la más remota idea de todo lo que estaba sucediendo, y todo lo que estaba por venir.
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