18| No feliz cumpleaños
Esa noche, Adhara no podía dormir. Habían pasado tres días desde que leyó por primera vez aquel libro y no había encontrado ninguna respuesta en la biblioteca. ¿Si Zachariah Jekyll trabajaba con magia oscura desde siempre, y en el libro lo nombraban como uno de los hechiceros más poderosos de aquella época, por que no aparecía en ninguno de los libros? Debía encontrar respuestas lo antes posible, pero tendría que ir más adentro de la biblioteca.
La capa de invisibilidad que le confiscó a James apareció en su mente. Era la única opción que tenía para entrar a la zona prohibida de la biblioteca sin un permiso, y no se arriesgaría a que la directora McGonagall entrara con ella a supervisar lo que estaba buscando.
Cuando salió de la sala común, con la capa de invisibilidad puesta tapándola desde la cabeza a los pies, se dirigió hacia la biblioteca, la cual debía estar cerrada a estas horas de la noche.
En su mente reinaba el caos y sus pensamientos eran nulos. Perdía el conocimiento y sentía que se desvanecía. Si tenía suerte, esa noche encontraría las respuestas a toda la locura que estaba pasando en su vida, y la terminaría de una vez. Se tomaba de las paredes de los pasillos para no caerse, la sensación de ensoñación volvía a su cuerpo, tal como la vez en que encontró el cuerpo de Cynthia tendido en el suelo de su habitación.
El temor la inundó, y con él llegó un grito de dolor desde lo más profundo de la garganta de Adhara. No sabía que era lo que lo había provocado, pero estaba segura que fuese lo que fuese le partiría el alma en más de dos pedazos.
Sin ganas de seguir avanzando y con el temor de que la atraparan, decidió volver a su habitación en las mazmorras donde se acomodó bajo de las sábanas y lloró. Lloró todo lo que no había llorado con la muerte de su madre, y ni ella misma sabía de que estaba llorando.
(...)
Esa mañana de día domingo, cuando la nieve aún seguía cayendo y el ambiente seguía bastante frío, Fred Weasley, Levi Bynes y James Potter desayunaban en la Mesa de Gryffindor, a solo unos metros de donde Katherine se encontraba bebiendo su zumo de calabaza.
—Ha estado muy raro—dijo Levi, hablándole a James sobre Fred.
—Anoche no dormía nada, pegaba patadas y lo escuchaba gruñir.
Katherine, sin querer saber nada de los problemas de aquellos chicos se puso de pie y se dirigió a la mesa de Ravenclaw. Aunque alguna vez hubiera tenido ese pequeño enamoramiento hacia Fred, ese sentimiento había desaparecido de la noche a la mañana y no sabía muy bien el porque, solo sabía que ya no estaba allí y eso la hacía sentir mucho mejor.
Annie la esperaba con un asiento vacío a su derecha, moviendo su pierna se arriba a abajo, nerviosa, por algún motivo desconocido para la leona.
—¿Qué te pasa?—le preguntó a penas se sentó a su lado, quitándole de la mano una tostada para llevársela directamente a la boca.
—Adhara no aparece—dijo simplemente, sin mirarla a la cara.
—¿Y? Siempre anda perdida por el castillo—Katherine le restó importancia, hasta que su mente se iluminó de repente—¡Es su cumpleaños!
Annie asintió, aún afligida por el paradero de su prima—Yo también me he olvidado, pero con todo lo que está pasando con Adhara, supongo que no hemos sido las únicas.
Ambas volvieron su mirada a la mesa de Slytherin, donde Albus le tiraba el cabello a Aaron y este último le lanzaba manis al cabello de Zara Zabini, quien estaba sentada unos puestos más alejados, sin que ella se diera cuenta. El único que no lucía divertido era Scorpius, quien tenía su vista fija en las puertas del gran comedor, esperando que en algún momento su hermana cruzara por el umbral de aquellas.
Pero eso no sucedió hasta la hora del almuerzo. Adhara no se presentó a ninguna de las activudades de la mañana, y Scorpius no la encontró en la sala común. Annie la buscó cerca del lago negro, en ese arbol donde solían juntarse a estudiar, pero no había rastro de la rubia. Katherine rebuscó en el campo de quidditch, pero tampoco la encontró allí.
La única afortunada fue Lily Potter, quien no estaba buscándola pero por cosas inevitables de la vida, se topó en su camino.
—Hola, Adhara. Feliz cumpleaños.
Lily era la primera persona en aquel día en desearle feliz cumpleaños, algo que no quería escuchar pero que en realidad necesitaba con ansias.
—Muchas gracias, Lily—dijo con la voz entrecortada.
Obviamente la pequeña pelirroja se preocupó por la hermana de su mejor amigo. Ella sabía que no estaba pasando por un buen momento y quizá lo mejor era dejarla sola, pero el hecho de que la encontrara en la torre de astronomía, con los pies colgando por el barandal, la asustó un poco y no fue capaz de dejarla hacer una tontería.
—¿Por qué no te vienes a sentar acá conmigo?—le ofreció Lily, sentándose en el suelo, alejada de aquel precipicio.
—¿Por qué no vienes tú para acá?—contestó Adhara, con una sonrisa en la cara que no reflejaba felicidad.
—Me da miedo la altura—mintió.
—Si, claro—se burló la rubia, pero de todos modos se alejó de la baranda y se sentó en el suelo aún costado de Lily—No voy a cometer una locura pequeña Potter, solo estoy disfrutando el día.
—Solo quería asegurarme que estuvieses bien.
¿Cómo podría estarlo? Ese día domingo diecinueve de enero, era su primer cumpleaños sin su madre. Sin aquella carta tan esperada que contenía todos los buenos deseos que su madre tenía para ella. Sin aquellas visitas inesperadas, donde pasaban toda la tarde comprando chucherias en Honeydukes.
—No me siento preparada para estar bien—respondió Adhara, con una solitaria lágrima cayéndole por la mejilla.
La pelirroja se la limpió con la manga de su sweater, haciendo así sonreír a la rubia—Entonces no lo estes, si no estás lista para sonreir y sentirte feliz, no lo hagas. Tomate tu tiempo para sanar, y si necesitas ayuda siempre estaré aquí.
¿Cómo era posible que una niña de doce años fuera tan sabia? Tan sabia que había logrado despertar ese sentimiento de esperanza en lo más profundo de la mente de Adhara.
—Gracias—lloró Adhara, intentando contener las lágrimas que osaban en salir.
Lily la abrazo, y así cobijó todos sus temores en ese sweater rojo, con una gran letra L bordada en el medio.
—Si te cuento un secreto, ¿podrías guardarlo?—preguntó la rubia, se sentía completamente confiada como para comunicarle las angustias de su corazón.
La pelirroja asintió, confundida. Nunca había tenido una relación tan cercana con la mayor de los Malfoy, pero si ella necesitaba ayuda, estaba más que agradecida de poder ayudar.
—Eso que se te vino a la mente cuando me viste en la baranda, también cruzó por la mía—le confesó con tranquilidad.
Lily no quería alarmarse, pero su cara demostró preocupación.
—Si te digo esto es para que no le cuentes a nadie, no quiero que los demás se enteren, mucho menos mi hermano que es un bocón de primera.
—Pero, ¿por qué?—preguntó la pelirroja, queriendo saber sobre el tema.
—Pensé que era la única forma de reencontrarme con mi madre...pero ya se que no es la solución.
—¿Por qué estás confiandome algo tan personal a mi?
Adhara sonrió, la pequeña pelirroja no se quedaría sin una buena respuesta—Porque eres de fiar, tu y toda tu familia...
—Mi padre intentó mandarte a Azkaban—le recordó.
—Tu padre solo hacía tu trabajo, además, es Harry Potter, no me puedo quejar de nada.
Todo lo que salía de la boca de la rubia era completamente verdadero. Al señor Harry Potter el mundo mágico le debía mucho, era casi como un dios, intocable e inalcanzable.
—Pero tu madre es la que más me impresiona de tu familia—siguió Adhara—¡Ginny Potter, cazadora de las arpias de Holyhead! Ella es mi idola. Desde que se retiró me he leído todos sus apartados en el profeta.
—Entonces te encantará saber que ella dice que eres impresionante, te ha visto jugar y cree que tienes un gran futuro como cazadora.
Las mejillas de la rubia se tornaron rojizas, ¡Su más grande idola creía que era impresionante! Esta noticia había sido la mejor que había recibido en un largo tiempo.
—Gracias—dijo simplemente, abrazando a la pelirroja y poniéndose de pie para poder seguir con su día—Gracias por alegrarme mi no feliz cumpleaños pequeña Potter.
(...)
—Lo intenté, juro que lo hice—le explicaba el joven a la chica que tenía en frente—pero creo que no ha funcionado.
—¡Claro que no funcionó!—le reclamó la morena—Tienes que hacerlo, tienes que traerme la sangre de ella para poder completar con lo que Zachariah necesita—le advirtió.
—No puedo hacerlo...no quiero.
La morena soltó una risotada, señalandolo con su dedo índice—Ya sabes lo que va a pasar si no lo haces, terminarás igual que Cynthia...tu y toda tu familia.
El chico, asustado, asintió. No quería hacer lo que la joven le pedía, pero tenía que si no quería verse con las consecuencias.
—Ahora lárgate, y si le cuentas a alguien de esto—hizo un gesto con su mano, simulando así un corte en el cuello—bye bye.
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