33. Comer perdices (2/2)
La situación ha cambiado por completo, y solo el cerebro más brillante, más iluminado, más astuto y sobre todo más rápido, el mío, puede actuar de la manera justa: "Señores y señoras, me temo que tenemos que aceptar esta pequeña decepción. Hay que aceptar que no tenemos ningún derecho a una parte de este tesoro. Estas estatuas, que no tienen precio pero mucho valor, pertenecen a la gente del pueblo de Roberto y me parece justo y un honor que podamos devolverlas después de tantos años. Es lo único que podemos hacer para salvar el honor de nuestra familia."
Todo el mundo necesita un momento para pensarlo, pero uno tras otro murmura con aprobación, excepto Ádelfa que se acerca a mí y me susurra en la oreja: "¿Has perdido el norte?"
"Estamos en el sur, cielo, el norte está muy lejos de aquí, pero sé exactamente donde. No te preocupes. Espera y sorpréndete.", y una de mis sonrisas más misteriosas aparece alrededor de mis labios perfectos. Me pongo delante de mi público, levanto mis brazos y declamo: "Señores y señoras, ya lo hemos decidido y, por fin, Roberto tiene que anunciar algo importante. Me quiere, me ama y me adora y juntos vamos a su pueblo para devolver el tesoro y cambiar la suerte para siempre."
Roberto mira como una oveja por todas partes, entiende que ahora, inesperadamente, toda la atención está puesta en él, hace unos gestos incómodos, pero entiende que ya todo el mundo está esperando qué cosa tan importante tendrá que decir y se aclara la garganta: "¡Hum!, ¡hum! Señores y señoras... Tengo que anunciar algo importante..."
Inseguro mira otra vez a su público con más timidez, pero se corrige, pone la rodilla izquierda en el césped delante de mí, coge mi mano y dice: "Tengo que anunciar algo importante..."
Todo el mundo contiene la respiración mientras prosigue: "Señorita Ángora... Te quiero... Te amo... Te adoro..."
Mi sonrisa misteriosa ya se ha cambiado en una de triunfo total. Toma tu tiempo, chaval. Este momento nunca lo va a olvidar nadie, y yo menos que nadie.
Roberto toma su tiempo, por los nervios y porque todo el mundo lo está mirando. "Señorita Ángora... Te quiero, te amo y te adoro... y también me gustan los tíos."
"A mí me gustan los tíos también, chaval. Es normal. Soy mujer."
"Pero yo no soy mujer. Soy gay. Me gustan los hombres. Soy gay."
"Oye, Roberto. Quiero decir: no importa que te gusten los hombres, porque podemos casarnos por el dinero, ¿no? Siete estatuas de oro dividido por dos, es más que siete estatuas dividido por siete, ¿no? Solo pensaba en el pequeño truco de devolver el tesoro porque pensaba que querías casarte conmigo, ¿entiendes?, pero si te gustan los hombres, será mejor que cada uno coja su muñeca de oro y, por lo menos, tenga algo."
Roberto está confuso: "Pero, señorita, cuando me dijiste hace un rato que tenía que salir del armario... pensaba que lo entendías... y además me gusta Rodrigo. Y me gusta la idea de que quieras ayudarme a devolver el tesoro de mi pueblo a su templo. Pero espero que pueda volver después, para ver si Rodrigo..."
La Condesa no puede controlarse más. Se va corriendo hacia Roberto, lo aprieta fuerte con un abrazo, en que el pobre alumno-albañil casi desaparece en su escote, y exulta "Sí, sí quiero, sí, quiero ser tu suegra, sí, sí, ¡SÍ!"
No puedo mantenerme en pie y me desmayo en los brazos de Ádelfa. "¡Joé! El hombre perfecto existe y... es gay. No hay final feliz, ni comiendo perdices."
Mañana es 21 de enero, 1921. Un día muy importante en la historia de Suecia porque a partir de mañana todas las suecas tendrán derecho a votar. Mañana será un día muy feliz para un millón de mujeres en Suecia, pero hoy es un día triste en la vida de una dama en Andalucía.
Pero, como sabes, quiero a mi hermana más que a nadie y esto es porque siempre es optimista. Siempre cuando yo veo un vaso medio vacío, ella corre al bar y lo llena entero. Siempre sabe cómo animar a su querida hermana, hasta en sus momentos más difíciles. Y ahora no será diferente.
"Ángora, hermana mía, eso es perfecto. ¡PERFECTO! Porque no solo significa que esta historia tiene un final feliz, con un tesoro encontrado, un pueblo rescatado de su maldición, una boda a costa de la vecina con más hombres solteros y cajas de champán de lo que te puedas imaginar y..."
"y ¿qué?"
"y esto nos da la posibilidad de otra aventura más, un segundo libro, porque nuestra búsqueda no se ha acabado todavía. Todo el mundo estará esperando con lágrimas en los ojos y los dientes temblando hasta que salga la nueva novela de la escritora más famosa del mundo, mi hermana Ángora Flórez de Alba."
Su misión se ha cumplido por completo y saco mi sonrisa con satisfecha resignación, mientras digo: "Sí, hermana, esto me gusta. Por esto sí quiero brindar."
Y Ádelfa, por fin, dice las dos únicas buenas palabras de toda esta historia: "Sandalio... ¡CHAMPÁN!"
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