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~Prólogo~

Marilyn estaba pasando un buen día.

La tienda de antigüedades de su abuelo estaba abierta y llena de clientes. El sol irradiaba con fuerza desde el punto más alto del cielo y las nubes en él formaban un paisaje perfecto.

Todo era calma y serenidad.

Paseaba por los escaparates de la tienda, desempolvando y limpiando la cosas con un sacudidor.

Soltó un bostezo y restregó sus ojos, observando cómo las personas admiraban los objetos en los estantes en el interior de la tienda.

Algunos señalaban los artículos y decían cosas como:

—¡Eso es tan genial, quiero uno de esos!

Mientras que otros miraban con aire aburrido y soltaban:

—Con eso sólo acumularíamos más basura en casa, qué desperdicio de dinero.

Marilyn, en silencio y sin decir nada, se deslizó a través de la tienda, esquivando a la gente y dirigiéndose hacia el final.

Ahí se hallaba su abuelo, detrás del mostrador y con una sonrisa amable dibujada sobre sus labios.

—Hey, Mary —dijo él, usando el apodo que siempre empleaba al llamarle—, ¿ya acabaste de limpiar en los estantes?

Ella asintió rápidamente.

Su abuelo ensanchó su sonrisa y levantó su pulgar en un ademán de aprobación.

—Muy bien —respondió él, y luego señaló dos bolsas negras que residían al lado de la puerta tras lado del mostrador—. ¿Podrías llevar esto al contenedor de basura? Hay tantos clientes que ni siquiera puedo moverme de aquí.

—Por supuesto —contestó Marilyn al instante, imitando su sonrisa.

Dejó el sacudidor sobre la superficie del mostrador y tomó al acto las bolsas de basura.

Salió por la puerta que conducía al callejón detrás de la tienda, en este se hallaban unas escaleras de emergencia que dirigían hacia los apartamentos que manejaba su abuelo, mientras que debajo de estas yacía un gran contenedor de basura.

Marilyn suspiró y se volvió hacia él, deteniéndose delante y mirándolo con ojos renuentes.

Lo abrió con lentitud y echó encima las bolsas de basura.

Esgrimió una mueca en cuanto su nariz percibió el desagradable olor que emanó de la basura, y enseguida cerró la tapa del contenedor.

Miró a su alrededor, era un buen día.

Pero aún así no sentía que fuera suficiente.

Sí, aún cuando las cosas volvieron a la normalidad tras aquel incidente mundial donde todas las personas en el planeta cayeron dormidas nada, parecían ser lo mismo que antes, por no hablar de los innumerables accidentes que se causaron gracias a aquel importante suceso, por ejemplo, los incendios que no fueron apagados, aviones en pleno vuelo que se estrellaron antes de llegar a su destino, autos que chocaron entre sí y sinfín de situaciones más.

Además, eso no era todo.

El abuelo de Marylin estaba seguro de que había algo mal con el calendario, es decir, parecía que las lluvias de junio y julio habían llegado antes, por no hablar del misterioso estado de las plantas, las cuales habían crecido en gran medida.

Las autoridades intentaron explicar el incidente, diciendo que había sido causa de una condición física que afectó a todas las personas, algo así como un virus, que se únicamente habitó en los cuerpos de los humanos por un tiempo limitado antes de salir y dejarlos.

Según decían ellos, solo habían transcurrido dos días desde aquello.

Sin embargo, esa información no concordaba con el estado actual de la vegetación y el clima. Quizá lo habían dicho para tranquilizar a la población, o quizá porque no tenían idea de cómo habían sobrevivido estando tan indefensos y sin ser capaces de comer o beber.

Marilyn rascó su mejilla y apretó los labios.

Sacudió la cabeza y se giró sobre sus talones, alejando estos pensamientos de su cabeza y regresando, dispuesta a volver al interior de la tienda de su abuelo y ayudarle en lo que hiciera falta.

Sin embargo, cuando su mano estuvo en el pomo de la puerta, se sobresaltó al escuchar un fuerte estruendo justo a su costado.

Volvió su mirada al instante en esta dirección, abriendo los ojos de par en par al darse cuenta de que algo había caído sobre la superficie de la tapa del contenedor.

Marilyn contuvo la respiración y mordió el interior de su mejilla, acercándose con lentitud al contenedor y rodeandolo.

Entonces cayó en la cuenta de que no era un "algo" lo que causó aquel ruido.

Sino más bien un "alguien".

O mejor dicho, dos de ellos.

Un adolescente rubio y lo que parecía ser un niño pelinegro.

¿De dónde habían salido?

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