2. Dama escarlata.
aclaraciones: au con aires del 1800 ; trans fem! castiel ; muchísimo ooc ; no tiene sentido, ahre.
adaptación de un drabble kiribaku, que asimismo era una novela dentro de otra novela.
La música nace tras un brindis superficial, se escucha con gloria y clase. Es una hermosa melodía, excelente para bailar con un acompañante o, simplemente, disfrutarla en solitario.
Nathaniel, duque heredero de una enorme fortuna, soltero y codiciado por muchas mujeres de la alta sociedad; está presente en aquella lujosa fiesta. Varias damas buscan llamar su atención de forma disimulada, lo mejor que pueden bajo los prejuicios del resto, pero él no está interesado en ellas.
Él busca y busca con esmero entre la gente hasta percibirle: tan bella como la primera vez que tuvo oportunidad de verle. Ella viste de un vestido cerrado y largo bermellón, cabello azabache lacio, y piel pálidamente muerta. Pero lo que al duque más le encanta son sus ojos, tan grises como la niebla y brillantes como la luna.
—¿Me concede esta pieza?
Nathaniel no duda en acercarse, no anda con rodeos y ella sonríe, el gesto más hermoso dedicado a él. Y con la voz más distorsionada y fina, la dama responde—Será un placer.
Ahora quien sonríe abiertamente es el rubio. Y toma de la cintura a aquella mujer tan hermosa, rojiza como nadie en aquel baile, llamativa por naturaleza. De seguro todos lo envidiarían por provocar revuelo en el corazón de ella, la codiciada belleza que despliega una danza entre sus brazos, pero poco podía importarle los murmullos de la gente cuando el amor golpea en su mente y parecen tan cercanos como si se conocieran de toda una vida.
Estar con esa mujer es un gran lujo. Él piensa en unir sus bocas, hacerlo por instinto cuando nadie los mira a pesar de ser el centro de atención, y todos lo llamarían imbécil insensato por ello, mas tener a tal belleza entre sus brazos le nubla el juicio y no piensa en claro.
Nathaniel es impaciente. Quiere, desea poseerla para él solo. Odia la idea de no poder desposarla y que algún otro pueda tomar ese privilegiado lugar.
Ella parece cansada con el pasar de la noche y la bebida, y él aprovecha para llevarla afuera a solas por finalmente. Se sientan en un banco bajo el manto celestial.
—Estuvo hermosa la velada, ¿no lo cree?
—Solo porque usted está aquí —Nathaniel dice, mirándole a los ojos—. ¿Algún día podré saber su identidad? ¿Su nombre, siquiera? —pregunta con ruego e impaciencia.
Pero ella se niega a revelarlo. Y su expresión decae—Si usted la supiera, me mandaría a matar —contesta en un triste susurro, directo sin embargo.
—¿Por qué dice esas barbaridades? No me importaría, fuese quien fuese su familia. ¡Le pediré personalmente la mano a su padre de ser necesario! Le daré una vida llena de lujos.
Ella solo ríe sin gracia y se levanta de su lugar. Es muy alta, casi tanto como Nathaniel.
—No se trata de eso. Si una dama no responde, un caballero no pregunta.
Y se retira del lugar, dejando dolido al rubio una vez más.
no tiene una continuación, ah.
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