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9: A tener cuidado


«Tal vez es ridículo hablarle a tu yo del futuro —murmuró una versión un tanto más joven de Adrián, a simple vista, la tristeza en su rostro era palpable—, si despiertas y te sientes confundido, debes saber que prometiste vivir, ya todo pasó, ya nada puede alcanzarte allá en donde estás»

Adrián se recostó contra el respaldo del sofá, DOPy le había reproducido ese corto video, todo indicaba que el supuesto «recuerdo» que tenía era verdadero. Sostenía un arma, que la cápsula mantuvo intacta, le dio un vistazo y la guardó en un compartimento bien oculto en la maleta que tenía, llena de reconocimientos de concursos ganados, de matemáticas y demás, una juventud prometedora que derivó a nada.

Cerró los ojos, el fantasma de otro recuerdo lo atacó, el cañón de esa misma arma le había recorrido los labios una vez mientras recibía una no muy agradable y a la vez tentadora propuesta, su perdición. Sacudió la cabeza.

Le dio un último vistazo a un collar con una pequeña placa, una «M» grabada en ella, más un crucifijo metálico y pequeño. Deslizó con suavidad la punta de su dedo sobre esta y cerró la maleta.

Resopló con aburrimiento, no le gustaba cuando la pelinegra iba a ese tal Edén, así no era divertido, con ella se distraía más y le estaba gustando el rubor que presentaba cuando la molestaba, las pecas que tenía la hacían ver adorable cuando eso pasaba.

No había pensado antes en nada concreto pero ahora sí, y lo atormentaba. ¿Qué haría? No habían más hombres, solo los «másculos», que se suponía eran los machos. El sentimiento de soledad volvió a golpear. Suspiró.

Estaba solo en serio. No había más. ¿Qué haría entonces? ¿Vivir escondido toda su vida? Sus oscuras cejas se juntaron denotando tristeza y preocupación.

DOPy volvió, el muy bajo zumbido que ocasionaba hizo que el joven angustiado abriera los ojos. Desplegó una bandeja con su CD, lo puso en la mesa y se posicionó para tocar.

—¿Cómo sabes que estoy mal? —se preguntó en susurro.

—Latidos, expresión. Aunque contigo es complicado a veces saber.

—Uhm, claro...

Vio hacia las grandes ventanas. Debía admitir que habían hecho un buen avance, al parecer lo que quedaba de planeta habitable estaba bien cuidado, según la televisión rara, no había pobreza además. Habían seguido con la regla de usar como idiomas oficiales el inglés, español, y quizá mandarín aunque no lo había escuchado, tal vez ya había desaparecido también.

No habían continuado con la exploración espacial, pues decían que la tierra era su hogar y debían más bien preocuparse por cuidar de ella.

Por otro lado, la belleza externa estaba sobrevalorada, más estatus se tenía, más las admiraban en los programas de chismes, que abundaban, mientras que a él todas esas mujeres se le hacían ya muy irreales, plásticas, nada en ellas parecía ser natural, ni los colores de ojos.

A las subidas de peso ni las miraban ni mencionaban, las recriminaban por su estado, luego las culpaban también por caer en bulimia y anorexia. No existía mención alguna sobre los grupos LGBTQ+ y ni siquiera se conocía el término "heterosexual". Si había personas transexuales, gay y más, probablemente no lo sabían por falta de información. Estaban probablemente ahí afuera, perdidos, escondidos, ya que el gobierno solo aceptaba lo que consideraba "femenino" ante sus ojos.

Tensó los labios un par de segundos, se había percatado de que Teresa tenía cierto complejo por tanto estándar de falsa belleza, además. Su estómago le hizo recordar que no había comido, así que fue con DOPy a husmear en la despensa, la orden de nuevos insumos de comida ya estaba ahí, lo curioso era que no la vio llegar.

La chica esperaba afuera de la oficina de Carla, la líder. Le entró curiosidad y quiso asomarse a ver los jardines por la ventana.

—Los másculos jóvenes rondan por ahí —comentó Diana llegando.

—Ah, no se dejan ver casi —se lamentó rebuscando a ver si lograba verlos entre las plantas.

—Ahí —señaló la castaña.

Se pegaron más al vidrio y vieron andar a uno. Desde la altura distinguieron a un pequeño ser, similar una robusta niña pequeña, correr desnudo hacia otro matorral, pero este era obviamente un macho, no una niña.

—Qué perturbador —susurró Diana.

Lo vieron de espaldas así que Teresa todavía se preguntaba por la cosa de adelante que supuestamente tenían... y que Adrián también tenía... ¿Pero en qué rayos pensaba? ¡Todo era culpa de Kariba!

—Vaya, parece haber tres —murmuró viéndolos entre las plantas.

—¿Tres? Primero eran cinco, ayer conté cuatro...

—Cuando alcanzan la madurez se les aísla —intervino Carla con molestia. La miraron y saludaron—. Pasen. —Entraron a la oficina. La mujer rodeó su escritorio y se sentó con elegancia—. Teresa Alaysa, tu detector, ponlo aquí... —dijo tocando su pantalla escritorio.

Se formó un recuadro y la chica puso ahí el aparato con preocupación. Se encendió y pasó datos que fueron desplegados en la pantalla. Se le enfrió la sangre al ver lo que decía, y Carla no tardó en volver a hablar.

—Tres encuentros con másculos, y no has dicho nada.

Escudriñó a la pelinegra con sus ojos violeta, intimidándola, estando segura de que algo raro había con ella.

—Fue cuando me p... se perdió mi perra y la busqué...

—Saliste a buscar a tu perra con tu detector.

—E-es que justo había regresado, no me había cambiado el traje...

Tragó saliva con dificultad, no se esperaba que fueran a saber cada vez que el aparato hubiera detectado a un másculo.

—¿Y las otras dos?

—Verá, me perdí, me llegaron mensajes diciendo que estaban esperándome afuera de la ciudad y...

—No seas ridícula, no puedes hacer caso a nada a menos que sea de parte de tu superiora. Y no le creo lo de los mensajes hasta que me los muestres.

—Lo siento, pero perdí el móvil, me llegará otro más tarde.

—¿Segura que eres tú la que pasó la prueba? —cuestionó revisando sus archivos.

Sintió como si le hubieran dado un par de bofetadas, tonta y perdedora. Todo por no atender del todo a la charla de bienvenida. Se sintió una fracasada, como siempre. La que no sobresalía, la que siempre cometía un error, en la que nadie terminaba confiando. Teniendo oportunidades para demostrar que podía, no resultaba.

—Retírate —ordenó la líder tras resoplar—, tienes descanso de dos días por la intoxicación que tuviste, al parecer, el día que perdiste a tu perra.

Asintió y salió, evitando la mirada de Diana. Más avergonzada no podía sentirse.

—Tal vez le vaya mejor en el equipo de mujeres de oficina —comentó la castaña, queriendo desacreditar el desempeño ya de por sí malo de su compañera—. Helen y yo somos suficientes.


Teresa dejó caer algunas lágrimas mientras su floter la regresaba a casa. Cuando entró ya estaba calmada. Usualmente al llegar a esa hora, la casa estaría en silencio y solitaria, pero fue todo lo contrario. DOPy tocando una música bullanguera del CD y además con un desconocido aparato al lado de este. Se preguntó si era de Adrián, si le estaba pasando energía para hacerlo funcionar.

Cuando se dio cuenta, la canción estridente había cambiado y ya sonaba una más suave. Un extraño instrumento hacía sus acordes, lo reconoció, era una guitarra. Alguien cantaba, no una mujer, para nada, esta voz era completamente de hombre tal vez.

Se percató de una segunda voz que le seguía, diferente pero también agradable a sus oídos. Miró a su derecha y Adrián le tomó la mano dándole una vuelta mientras entonaba la letra de la canción, haciéndola reír entre dientes.

Así que también cantaba, y a diferencia de lo que hubiera creído, lo hacía perfecto, su voz suave y grave se le hizo mil veces mejor que cualquier otra, le provocó escucharlo en las noches, bajo, y de ser posible al oído, antes de dormir. Una locura. Un imposible.

«Don't turn your back on me baby

Yes, don't turn your back on me baby

You're messin' around with your tricks

Don't turn your back on me baby

'Cause you might just break up my magic stick»

—¿Vara mágica? —cuestionó.

—Lo dice la canción, no yo —se excusó con una traviesa sonrisa.

—Ya, pero no sé qué quiere decir en verdad...

—Tú solo baila.

Le dio otra vuelta, era una parte instrumental así que ya no lo escuchó cantar, solo se dejó pegar a su cuerpo lo poco que lo hizo. Estando más cerca, en posición similar al vals, él notó algo y se detuvo cambiando su expresión de pronto a una de seriedad.

—¿Has llorado?

DOPy paró la música y fue a conseguir pañuelos y un dulce.

—Eh, no, no —aseguró retirando la vista, pero él tomó su mentón disparando su pulso.

—A mí me parece que sí.

—No te preocupes por eso...

—Bueno, quieras o no, vivo aquí, tus problemas son míos también, así que cuéntame, ¿te molestaron por haberte enfermado?

—Sí, no esperaba menos —dijo apartándose para que no se diera cuenta de las fuertes sensaciones que solo su toque le podía causar.

Se topó con el dron que le traía sus cosas y lo espantó como a mosquito.

—No fue tu culpa, fue mía, no sé si puedo hacer algo para remediarlo...

—No, está bien. Me han dado descanso.

—¿Ah, sí, o sea que no me quedaré solo?

—No. —Lo miró con intriga—. ¿Por qué la pregunta?

—Me aburro. —Se encogió de hombros.

—Hay muchas cosas que hacer, por ejemplo, no sé... escuchar tu bulla, ver algo en la T.V., o arreglarte la cara o lo que sea.

—Eso no es divertido, necesito salir y gastar energía.

—Aych, no puede ser —se lamentó frotando su frente—. Eso te pasa por comer tanto —renegó.

La puerta anunció que había sido depositado algo en su correo así que fue a ver y sacó su nuevo móvil. Se dirigió al sofá y él la siguió, abrió la caja, lo sacó y lo encendió. A él esos móviles eran extraños, todos translúcidos, y como aparentaba ser flexible también, sería cuestión de que lo agarrara y lo comprobara en algún momento.

Teresa buscó los mensajes pero ya no los encontró. Suspiró con cansancio. ¿Por qué no estaban? Ah, pero había uno nuevo.

«Vaya que no te fue bien en tu primera misión, qué mal, quizá se replanteen el tenerte ahí.»

Frunció el ceño con molestia.

—DOPy, a ver si puedes rastrear este número.

El aparato se acercó y empezó a decodificar.

—Esto tardará.

—Voy a cambiarme —avisó Adrián poniéndose de pie de pronto.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Porque saldremos... —Se fue a paso ligero.

—¿Cómo que...? ¡Oye! —Corrió a las escaleras—. ¡Tú no puedes salir así sin más! —gritó esperando que la escuchara en el segundo nivel—. ¡Uucchhh! —Rita pasó corriendo también escaleras arriba, espantándola—. ¡Ah, esta casa se está llenando de locos!

—No me sale nombre —dijo DOPy—, pero proviene de un móvil que fue activado ese mismo día, en la madrugada, tengo el lugar, no está registrado en el mapa.

—Bien, iré allá. Quizá algo encuentre.

La puerta se abrió y entró Kariba, su rubio cabello estaba hecho rizos y usaba una ropa ceñida al cuerpo, cuya blusa amarilla tenía un gran escote. Ambas quedaron sorprendidas, ella porque no esperaba encontrar a Teresa en casa a esa hora, y Teresa porque obviamente no había nada que ella tuviera que hacer ahí.

—¿Qué pasó?

—Tengo descanso...

—Oh, bueno. ¿Dónde está Adrián?

—¿Has venido por él?

—A verlo. Ya que tú no lo haces, yo sí quiero.

—¿Qué? Espera...

—Si las mujeres pagaban muchísimo dinero por estar con ellos un rato, algo muy bueno han de tener. —Avanzó sin pedir permiso.

Teresa sintió sus mejillas enrojecer de celos. Si ella no hubiera estado... ¡Daba lo mismo! Estaba actuando igual como si ella no estuviera, de todos modos. La siguió queriendo detenerla.

Adrián salió de la ducha luego de batallar con el perfumador automático. Se puso pantalón y se topó con Rita que lo estaba esperando en la habitación, con su camiseta en su hocico.

—Woh, oye, suelta... —La perra corrió de un lado para otro moviendo la cola y se agazapó buscando jugar—. No, no, ahora no puedo lanzarte algo para que lo busques. Dame eso...

Pero ella corrió a él y dio brincos, cedió y empezó a juguetear con el animal. Nuevamente se alejó, corrió cerca, dejó la camisa, y antes de que pudiera recogerla la volvió a agarrar y correr. Soltó una corta risa y la persiguió.

Kariba subió corriendo siendo seguida por Teresa.

—Lo escuché...

—Debes pedirle permiso si quieres verlo, ¿no crees? —intentaba hacerla razonar.

Adrián forcejeó con la perra por la prenda que quizá ya no serviría para ser usada y cayó, la puerta de la habitación de abrió de forma automática y terminó a los pies de ambas chicas, que quedaron con los ojos abiertos como platos.

—Eh... Hola... —murmuró con la camiseta en sus manos sobre su pecho desnudo. Rita le empezó a lamer la cara—. Ahg, basta, ¡no! —Soltó a reír mientras la apartaba.

Kariba quedó fascinada y Teresa lo notó enseguida, no podía ocultar su rubor porque ella también prácticamente lo estaba, pero debía hacer el esfuerzo de cambiar la situación.

—Por mi madre, Adrián, vístete —chistó cubriéndolo con la tela de la prenda cuando él se puso de pie.

—Espera, no... —intervino Kariba pero él hizo caso enseguida.

Claro que ya la vista se la habían ganado ambas chicas. La ausencia de senos la reemplazaban otras formas marcadas, músculos, desde su vientre bajo hasta sus hombros anchos y de apariencia fuerte.

—Creo que ya toca que me lo quede yo, ¿no? —dijo Kariba.

—¿Qué? No —respondió Teresa sin perder ni un segundo—. Está bien aquí.

—Bah, pero si vives diciendo que no lo soportas.

—Ah, con que no —dijo Adrián frunciendo el ceño.

—¡No es cierto!

—Bueno —dijo Kariba cruzándose de brazos—, yo creí que podríamos compartirlo ya que ambas lo encontramos pero veo que aquí alguien es egoísta.

—Él no es una cosa —defendió—, y yo quise sacarlo, tú no, dijiste que sería mi asunto.

—A ver, ¿por qué el problema? Creo que soy yo el que decide qué hace y dónde se queda, ¿no?

Lo miraron.

—Sí —aceptó Kariba—, entonces explícale a Teresa que ahora te toca estar conmigo.

La pelinegra sintió un nudo en el estómago. Su amiga rubia estaba mirando a Adrián de una forma que nunca había visto, similar a cuando estaba deseando tener algo y comprarlo o conseguirlo de la forma que fuera, y él la recorrió de arriba abajo también. Entonces un venenoso pensamiento se le clavó: quizá él como macho sí sentía atracción, pero no hacia ella, sino hacia Kariba, que era más bonita.

El estómago le pesó como el plomo de pronto.

Recordó que debía advertirle que nadie sabía de él, y si quizá sus mamás hablaban a sus amigas, sería peligroso. Era peligrosa la situación, no entendía por qué entonces Kariba sugería algo tan descabellado sin siquiera medir las consecuencias, solo por el hecho de salirse con lo que quería como siempre, pero el ánimo de seguir advirtiéndole se fue cuando vio que ella le estaba haciendo preguntas y él respondía sin problemas.

No quiso escuchar ni verlos más.

—¿Puedes alzar más peso? ¿Duermes? Porque los másculos casi no. ¿Ves colores igual que nosotras? —preguntaba la rubia acercándose mucho—. ¿Qué es eso? —agregó señalando su cuello—. ¿Así siempre es tu voz? ¿Esa cosa lo hace?

—Eh...

—He hecho un listado de diferencias posibles, pero veo que es más larga.

—¿Qué diferencias tenías?

—Las saqué de un texto que he estado leyendo. Dime, ¿te gusta la comida cacera? Mis mamás siempre preparan algo.

—Me encanta pero, ¿no habría problemas si saben de mí?

—No creo. Mi amiga para ocupada y su mamá también, las mías trabajan desde casa y yo diseño ahí.

—Bueno, en realidad prefiero estar aquí con Tesa, puedo prepararme mis propias cosas, tú desde un principio no quisiste, el que hayas cambiado de opinión se me hace raro así que... —Volteó pero Teresa no estaba—. ¿Dónde está?

—¿Tesa? —susurró confundida Kariba al mismo tiempo que sentía molestia porque la estaban rechazando.

Un rechazo que la inquietó e incomodó más de lo que cualquier otro lo había hecho, y que incluso casi nunca pasaba, siempre había sido centro de atención. En su mente no cabía la posibilidad de peligro, solo quería poder tenerlo cerca para saciar la curiosidad que con los días había ido surgiendo.

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