27: Dejando ir lo pasado
Helen despertó junto a Carla, la había soportado refunfuñar y luego terminó llevándola a la cama, como necesitada de amor, o algo que la calmara, como si eso específicamente la relajara. De algún modo se sintió usada a pesar de que por un momento se sintió aliviada, se preguntó si solo la tenía a su lado para eso.
Todavía tenía más dudas. Quería averiguar, si era que existía la información aún, sobre lo que pasó la noche en la que se incendió «Futuro nuevo». Había sido hacía pocos milenios, pero sospechaba que los datos que quería no estarían en archivos de noticias, sino en el sistema de «M.P».
Salió de la cama, dispuesta a vestirse y tomar a uno de los drones, para hacerlo hacer el trabajo sucio de decodificar claves, o en todo caso, recuperar archivos borrados.
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Teresa fue a la barra en la cocina, ya lista para iniciar el nuevo día, ahí la esperaban de igual forma los demás. La máquina preparaba desayuno y ya salía el aroma al ambiente, como el de algún guisado, además Adrián picaba algo de fruta.
—Huele muy bien —dijo Olga poniéndose frente a él.
La pelinegra frunció el ceño. Se puso a su lado y Adrián le sonrió. Ella correspondió el gesto.
—¿Planean algo especial hoy? —murmuró la mujer—. Estaré haciendo unas investigaciones y no necesito ruido de una pareja haciendo sus cosas. —Comió una cucharada de avena.
Teresa se confundió con el comentario.
—¿Qué investigaciones? —preguntó Adrián.
—Sobre M.P. Ya le he dicho aquí a tu amiga que ellas destruyeron la edificación en donde estabas, y te salvaste por error humano, pero no me cree. —Teresa frunció el ceño de nuevo—. Además podrían estar detrás de más cosas. Sus inicios no fueron tan pacíficos, y al parecer se formó mucho antes de lo que se presentaron al público.
—Dudo que en una sociedad asustada hubiera podido haber paz —comentó él—, si la humanidad estaba empezando a extinguirse, dudo que hubiera habido tranquilidad. Todo era motivo para armar escándalo. Cuando en «Futuro nuevo» dijeron que no aceptaban homosexuales ni transexuales ni nada así, fue un golpe.
—Ah sí, sigue contando —le incitó Olga al interesarse en eso.
Teresa entreabrió los labios al ver que se entendían. Otra vez los celos estúpidos que no tenían cabida pero que ahí estaban sin invitación.
—Aunque era algo difícil de afrontar, más que todo porque la población era de mente en extremo cerrada, por más que creyeran que no, había que pisar tierra y aceptar que si querían repoblar la tierra, lamentablemente todos debían ser fértiles y tener la facilidad de procrear rápido. —Puso la fruta en la máquina licuadora—. En fin, como imagino que ya sabrán, a pesar de los problemas, el proyecto siguió en pie, perdió inversionistas, pero —se encogió de hombros y vacío leche al aparato—, ya había personas entrando. Fui uno de los últimos, y pedí estar en la zona más baja.
Teresa quería saber tanto sobre él, que olvidó que había estado sintiéndose celosa no hacía mucho.
—Sí, mi pequeño Helio —se acercó el dron diminuto que tenía—, te vio en una de sus primeras expediciones a las que lo mandé para revisar antigüedades y ruinas que incluso hay afuera de la ciudad. —Eso le sorprendió—. Al principio me invadió el temor, debo admitir, aparte de que no podía creerlo, era una locura. Pero cuando lo mandé a que volviera a verte, las vi a ellas. —Tensó los labios y miró de reojo a la pelinegra—. Sino, hubieras sido mío.
Teresa volvió a enrojecer de celos.
—Nada de eso... —Él les dio un vaso con jugo a cada una y apartó otro para Clara—. He aprendido que no sirve vivir pensando en lo que hubiera sido.
De la máquina de comida salieron varios platos con guiso de carne que se fueron por la barra, dieron la vuelta siguiendo su curva y se fueron posicionando en fila. Adrián los había seguido con la vista.
—¿Y eso?
—Es para mis niños —comentó Olga como cosa normal—, deben comer bien, no como en el Edén que los tienen al borde de la muerte para que duren menos —agregó culpando a Teresa con la mirada. Notó cómo el joven seguía observando los platos, sonrió de lado y terminó suspirando—. Puedes comer también si quier...
—¿En serio? ¡Gracias!
Clara se acercaba y sonrió al ver esa escena. Se sentó en la barra y su vaso fue a ella.
—Tengo una pregunta —murmuró—, tú siempre has cuidado de ellos... ¿Cuánto tiempo los tienes?
—Ya un año.
—Me impresiona, siempre nos dijeron que viven poco, pero ellos parecen tener más para dar.
—Por supuesto. Siempre digo, si los alimentan bien y los cuidas, llegan a los tres o cinco años.
—Wow. ¿Y si enferman?
—Tengo una amiga en una clínica cercana. Es también una clienta, ella me ayuda. —Guiñó un ojo—. A cambio puede tener a uno por una noche, si saben a lo que me refiero.
Las mujeres arrugaron la cara haciéndola reír.
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Helen revisaba en su vivienda archivos que había conseguido del almacén de la computadora general del Edén. Había información de incluso antes del año en el que se decía que M.P había sido fundado, siendo eso algo extraño, algo muy digno de asociaciones secretas y ocultistas del pasado.
El dron estaba conectado a la computadora, decodificando y recuperando archivos perdidos.
Encontró cosas a las que no les halló sentido de ser, sobre todo ahí. Sobre genética, estudios del cromosoma «Y», y del género masculino en general, pero luego recordó que en esa época, tratar de averiguar qué pasaba con los hombres era lo más importante.
Había datos sobre vacunas para que no enfermaran ni murieran pronto, hasta que un folio en especial, que había sido borrado y ahora recuperado, además de decodificado, le mostró extraña documentación sobre pronósticos climáticos de ese año, de un tiempo antes de que anunciaran que entrarían a esa edificación a sacar hombres.
La culpa, que sin razón sintió, la hizo frotarse las manos. Tal vez era verdad lo que sospechaba, que las antiguas mujeres incendiaron ese lugar al saber de la tormenta con anticipación, así se quedaron con los másculos que empezaban a nacer. Sabía que se hacían llamar feministas, pero entendió que era falso, eran más extremistas que otra cosa, feminazis tal vez, y eso se conservó hasta la actualidad, obviamente ya sin hombres.
El dron desplegó más información. Tratamientos que recibían los pocos hombres que iban quedando, para que aumentara su fertilidad, para que estuvieran saludables. Eso ya lo sabía, pero algo más llamó su atención, algo que no le gustó para nada, que quizá era peor que saber que M.P había destruido «Futuro nuevo».
Una luz se encendió en el dron indicando que había recibido una orden. Orden de perseguir algo.
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Teresa salió a un jardín que, por estar en sótano, estaba dispuesto en la base de una especie de ladera que llegaba ahí, aunque presentaba un techo que se desplegaba cerrando la zona si llovía. Había plantas que existían con poca luz, pero además un par de árboles cuyas copas casi alcanzaban la altura de la cima de la ladera.
De un arbusto se asomó un másculo y quedó viéndola. Era el mechón blanco.
—Ehm... Hola... —Se le acercó y ella retrocedió un paso. No estaba acostumbrada, aunque ya sabía que esos no eran tan agresivos como los que se suponía habían en el mundo exterior, Olga ya les había advertido no atacar, seguía manteniendo distancia por si acaso—. Ve con tus amigos, anda...
Pronto se vio rodeada de más. Agradeció que estuvieran vestidos, por lo menos abajo, pero le causó estremecimiento que empezaran a acercarse. Uno la tocó por atrás y dio un brinco girando.
—¿No quieren ir a comer? Vayan. —Uno tiró de su mano—. No. No... —Se apartó—. Estoy bien aquí...
—¡Hey! —Bajo Adrián de un salto del árbol asustándola también—. No, no, no, no, váyanse —los empezó a espantar—. Déjenla. —El de mechón blanco quiso tirar de la chica pero lo apartó—. Ella es mía. —Otro lo intentó empujar pero él le devolvió el empuje haciendo que se llevara dos de encuentro—. Mía. ¿Acaso lo tengo que repetir? Es mía. —Gruñeron bajo pero retrocedieron—. Sí, vayan, busquen a su mamá, aquí no tienen nada que hacer.
Se fueron corriendo. Teresa quedó perpleja.
—Gracias —susurró.
—En serio, no puedo creer que en vez de hacernos más inteligentes, termináramos así. No es tan lógico si te detienes a pensar, debió pasar en unos millones de años, no milenios, no sé, solo digo.
—Uhm... —Lo miró de arriba abajo—. También me pregunto por qué la naturaleza los eliminó así, si lo único necesario era simplemente reducirlos en cantidad, como en otras especies.
Él arqueó una ceja.
—Gracias, ¿supongo?
Rio y se le acercó para abrazarlo, le gustaba estar cerca, respirar su aroma, sentir su fuerza y su calor. Eso le había traído una interrogante al muchacho, y no podía creer que recién se le cruzara por la mente. ¿Solo los humanos habían tenido ese cambio?
—Estabas ahí. Te estaba buscando...
—Solo pensaba... Mañana es cinco, si el calendario no ha cambiado, es mi cumpleaños. —Teresa alzó la vista con emoción—. Ah, pero antes de todo, por favor, no lo digas. —Vio la intriga en sus ojos—. Perdón, es que no quiero celebrar ni nada por estilo, me basta con que lo sepas tú, además ni siquiera sé a ciencia cierta qué edad cumplo. Mejor si me quedo joven. —Guiñó un ojo haciéndola sonreír.
—Yo te daré algo, y no digas no, quiero darte. —Se empinó y le dio un beso dulce y fugaz.
—A eso no me opongo. ¿Vienes conmigo?
Aceptó feliz. La ayudó a subir a una rama gruesa del viejo árbol. Se sentó contra el tronco y la rodeó. La chica sonrió cerrando los ojos y acarició su pecho con su mejilla, deslizó su mano sintiendo la calidez que se colaba de su piel a través de la tela.
Desde sus pectorales hasta sus estrechas caderas, alzó la mirada y quedó frente a la suya, con una duda en la mente.
—¿Por qué mis caderas son más anchas que las tuyas?
—Quizá porque no las necesito anchas para dar a luz como ustedes.
—Ah, tiene lógica...
Mostró una sonrisa caliente mientras rozaba su nariz contra su mejilla.
—Tal vez también para encajar bien contigo —ronroneó.
La chica juntó las cejas con intriga y él la contempló con diversión.
—Ok, ¿te estás refiriendo a lo que creo que te estás refiriendo? —cuestionó haciéndole reír suave.
Apretó su abrazo afianzándola contra su pecho. Teresa pensó en ello, nuevamente las interrogantes. Quería saber qué quería él, si era que lo quería, quizá no, pero por su naturaleza sí. Giró quedando de costado contra su torso, le dio un beso en el mentón sin poder contenerlo.
—¿Puedo preguntarte algo más?
—Claro.
—Tú... —Jugueteó con el cuello de su camisa—. ¿Quieres hacerlo conmigo? ¿Lo harías?
Arqueó una ceja y sonrió.
—¿Qué pregunta es esa?
—Ya sabes qué —dijo más avergonzada—, ya sabes a qué me refiero. Eres hombre y...
Eso le hizo reír nuevamente.
—Estás juzgándome por mi género.
—Nooo. —Se ruborizó—. Solo quiero saber...
Guardó silenció unos segundos mirándola con ternura. Suspiró, se rascó la nuca viendo al cielo para volver sus ojos a los de su pecosa que andaba de curiosa, se preparó para una posible lluvia de preguntas.
—Seré sincero. Sí te deseo —el corazón se le aceleró a la chica—, de una forma única —agregó acariciando su mejilla y tomando su mentón con delicadeza—, pero no quiere decir que estás obligada a acceder a nada. El que haga comentarios que deriven a eso... no sé bien cómo explicarlo, pero quiero que tengas claro que no tienes ninguna obligación conmigo. ¿De acuerdo?
—S-sí...
El corazón parecía querer salirse y evitó que le confesara que ella sí quería. Tenía curiosidad pero no solo era eso, lo quería tanto que estaba más que dispuesta a demostrárselo de todas las formas. Lo deseaba, quería tocarlo y ser tocada, sentir su calor, hacerlo suyo, ser suya.
—Entonces así quedamos —dijo besando su frente.
Respiró por sus cabellos y cerró los ojos.
—¿Y tocar? —preguntó en susurro.
Le sintió sonreír.
—Si te tocara todo lo que quiero sería para no dejarte escapar. —El pulso de la chica volvió a dar un salto—. Pero prometo auto controlarme, lo juro, no temas por eso. Y no malinterpretes, no es que quiera tocarte por saciar instintos bajos, o si gustas llámalos así, el asunto es que tengo ganas de tocarte, jugar, conocerte, palparte... Siento que mi amor se ve realizado así, es algo extraño...
—¿Sientes que si me tocas, estás realizando tu amor? —cuestionó arqueando las cejas.
Él rio bajo.
—Algo así, pero como dije, no malpienses, no es morbo ni perversión, es algo que va ligado a lo que siento. Te quiero, por lo tanto todo el tiempo quiero verte, besarte, olerte, tocarte y hacerte mía porque me enloqueces, es así. —Tensó los labios—. Quizá sí soy un ser básico y carnal...
—No, no. —Tomó su rostro y lo besó—. Así me encantas, no considero que eso sea ser básico, eres más que eso.
La apretó en su abrazo y siguieron viendo al cielo que ya empezaba a presentar distantes estrellas. Él sintió que tal vez ya era momento de soltar lo que tenía guardado. Paseó las yemas de sus dedos por el antebrazo de la chica. La melancolía le invadió pero debía hacerlo.
—¿Ya deseas volver o puedo contarte algo?
Teresa volvió a ver a sus ojos, dándose cuenta de que finalmente sabría qué había pasado con él, qué lo tenía atormentado.
—¿Es sobre cómo terminaste en la cápsula?
El castaño le mostró una triste sonrisa y asintió en silencio. Miró al cielo un par de segundos, dejando que la luz que reflejaba la ascendente luna le iluminara el rostro, y bajó la vista. Teresa no hizo más que contemplarlo, parecía místico, se recostó contra su pecho.
—Dije antes que mi familia era de renombre, y tal vez lo era, pero con un lado tan oscuro... Además tenían la desfachatez de ser religiosos, o fingir serlo, ya no sé. Mi madre nos tuvo a mí y a mi hermanita con otro hombre, que eventualmente la dejó —la pelinegra todavía procesaba el hecho de que había tenido una hermana—, luego se casó con este... —Era obvia su rabia ante el sujeto. Eso le dolió, no encontraba razón para odiar a alguien, ella creció sin odio, pero recién descubría que él no.
»Nos cuidó una nana, una persona muy importante para mí, que murió cuando tenía quince. La consideré mi verdadera mamá. Mi hermana, Maryori, sufría de leucemia. Una de esas tantas enfermedades de las cuales corrían rumores sobre sus curas pero las farmacéuticas terminaban silenciando. Viví estudiando y trabajando, sin perder tiempo en cosas triviales, ni vicios, ni mujeres. Me criticaron más de una vez pero me valía un comino. —Le siguió dando caricias de rato en rato—. Pagué sus tratamientos, quería curarla... hasta que la enfermedad volvió con más fuerza, a pesar de que ya había parecido retroceder.
»Estaba sin nada, mi padrastro estaba en la mafia y el narcotráfico. Ya sabes, asesinatos, droga, una lacra más de la humanidad. En la desesperación, al no tener apoyo de mi madre desubicada, le pedí ayuda a él. —Meditó unos segundos—. Quizá la angustia no me dejó ver que estaba siendo estúpido. Me pidió que me acercara a la hija de su eterno enemigo, que al mismo tiempo era su colega y tenían negocios juntos. Como ella estaba obviamente interesada en mí, no podía perder, así que lo hice. —Teresa sintió los celos empezar a querer abrirse paso—. Fui acercándome a hablar, fingí coqueteos, la seduje.
»No llegamos a mucho, lo que buscaba era hablar, largas conversaciones, y darle a mi padrastro algún dato sobre los movimientos de su supuesta empresa, ya que ella también la manejaba. No tardé en darme cuenta de que también era peligrosa y caprichosa, a pesar de tener ya veinticuatro años. Creí que todo saldría bien hasta aquel día...
Teresa apretaba apenas su agarre, no quería que notara los celos que sentía al pensarlo con otra mujer, de cualquier modo que fuera. No podía, y no entendía por qué, era otra nueva sensación, desagradable.
—Te descubrió —susurró, suponiendo.
—Mi padrastro me delató, simplemente era un juego para él, claro que se quiso salvar el pellejo diciendo que él no sabía, aunque tampoco le creyeron. —Su ceño fruncido, su mirada llena de dolor, y sus labios que se tensaron unos segundos le indicaron que algo muy malo pasó por eso—. Susana me distrajo lo suficiente como para que su hermano fuera y los matara...
Teresa quedó fría al escuchar eso.
—Incluso a...
—Sí. —Bajó la vista y la pegó contra sí, respiró su aroma ocultando su rostro entre su cuello y hombro—. Justo el día anterior había insistido que la llevaran a casa, ya que mi madre la tenía en su departamento, porque yo ya iba a tener el dinero para la intervención. Él la mató sin importarle... —Le sintió temblar, le acarició el cabello para darle consuelo—. Si tan solo hubiera esperado... Le había prometido cuidarla, nos prometimos vivir... Intenté llevarla al hospital, en donde no pudieron hacer nada... Así que esa noche subí al techo del edificio de la universidad en donde dormía y puse esa arma contra mi cabeza.
La chica se estremeció y apretó más su abrazo.
—Por qué —dijo con un hilo de voz.
—Quería desaparecer y no se me ocurría nada más que eso, cuando vi el anuncio de «Futuro nuevo»... Vi en ello una forma de cumplir con Maryori y al mismo tiempo no quedar de fugitivo, o en caso contrario, preso de esa familia... Ahí me hicieron un acta de defunción y morí para la sociedad, para esa época.
Sintió un extraño miedo al saber que él pudo nunca haber existido en su vida, pudo nunca haberlo encontrado ni conocido. Un miedo ilógico porque no había pasado, lo tenía a su lado ya, pero le sorprendió la fragilidad de los hechos, el alcance que podían tener las decisiones.
—Como dije, no hice mucho en realidad, me la pasé estudiando para ayudar a mi hermana, pero su enfermedad avanzó más rápido que yo... —Su tristeza era palpable, estaba lleno de impotencia—. Nunca sabré si hubiera podido salvarla.
Teresa detestaba verlo triste, ahora sabía por qué, y los ojos le quemaban por llorar, pero quería ser fuerte. Continuaron abrazados y él encontraba consuelo, sintiéndose en casa al estar envuelto por su aroma, su nueva casa.
—Ella está feliz de saber que estás aquí —susurró Teresa, brindándole nuevas caricias—, no fue tu culpa... No te atormentes con eso, estoy segura de que esos asesinos encontraron su merecido, a gente cruel no le espera una vida feliz. Y por si fuera poco, han de estar fosilizados. —Lo sintió estremecerse en una corta risa silenciosa—. La hiciste feliz, es lo que importa. Importa lo que uno hace cuando vive, la calidad de tus acciones, eso es lo que queda.
Asintió en silencio y respiró hondo.
—Gracias.
Se apartó y pegó su frente a la de ella, cerrando los ojos. Teresa notó leves reflejos de luz en sus pestañas, micro gotas de agua. Había llorado. Se conmovió mucho por eso, le acarició el rostro, deslizando su pulgar por su labio inferior, y le dio un beso en la punta de su nariz. Él sonrió marcando esos coquetos hoyuelos en sus mejillas.
—Así me gusta verte. Ya no estés triste... —Acabó con los centímetros que los separaban e inició un intenso beso, disfrutando del aroma y sabor de su piel.
Helio, el pequeño dron, oculto en unas hojas de más arriba, giró el lente de su diminuta cámara, indicando que los estaba grabando. Cuando DOPy se posicionó detrás de él y volteó al verse descubierto.
El aparato no reaccionó, solo estaba en modo vigilia, así que Helio siguió con lo suyo, hizo un par de tomas y se retiró, ya que no encontró patrones de cambio en su conducta, ni cambio a hacer otra cosa.
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Helen no pudo seguir con su investigación, porque el dron que tenía terminó saliendo disparado por una ventana al recibir la insistente orden de perseguir. Se preocupó, tal vez Carla los había encontrado.
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