14: Piedra, papel o beso
Teresa dio un lento parpadeo y volvió a cerrar los ojos a causa del calor, además de sentirse aprisionada. Poco tardó en darse cuenta de que era él contra su espalda, la tenía rodeada. Sonrió sin poder evitarlo mientras su corazón arrancaba el día con fuertes latidos.
Quiso girar y respirar ese aroma que tenía, tocar su piel, ya debía estar loca. Sin embargo, se percató de un bulto extraño contra su espalda baja, se removió y él pareció despertar apenas. Chasqueó los dientes a causa de eso que se interponía.
—¿Qué es esto? —murmuró somnolienta haciendo su brazo hacia atrás para tocarlo.
Filtró su mano entre ambos, lo agarró, y sin previo aviso Adrián dio un respingo ahogando un corto grito y alejándose.
—¡Oye! —reclamó ruborizado.
—¡¿Qué rayos tienes ahí, qué...?! —Recordó lo de los textos y soltó el grito más fuerte y agudo de su vida.
—No es lo que crees...
—¡ESTÁS EXCITADO! —chilló.
—¡No es mi culpa, loca gritona, eso suele pasar! ¡Es normal!
—¡Para ustedes, claro! ¡Ser subdesarrollado! ¡Es más, no te creo, ni que eso tuviera mente propia!
Él sonrió de lado.
—A veces sí —ronroneó.
La chica soltó a chillar.
Su mamá entró asustada solo para encontrarla gritando y corriendo en círculos. Se metió de golpe al baño para lavarse las manos mientras seguía chillando desquisiada.
—¡QUÉ HORROR, MAMÁ!
Desayunaban en silencio, sin siquiera mirarse, ella no podía quitar el rubor de su rostro, él tampoco, y si de casualidad sus ojos se cruzaban, parecía aumentar el rubor unos segundos. Clara notaba la alta tensión entre ambos, no comprendía bien qué había pasado, solo se le había hecho raro descubrir que habían dormido juntos.
Su mente no malició, ya que en realidad no sabía mucho. Decidió que era mejor darles la oportunidad para que hablaran, así que se retiró.
Teresa jugueteó con la cuchara, él la miró de reojo, volvió a ver su plato, cerró los ojos y suspiró.
—Quiero dejar en claro que eso ocurre seguido en las noches, o casi, a veces no sé, y no es porque haya querido hacerte algo.
Ella hizo una mueca y se estremeció a causa de una corriente que pasó por su cuerpo. Respiró hondo y asintió en silencio mientras seguía jugando con el desayuno.
Ahí estaba lo que tanto decía Kariba, la cosa que hacía feliz a las mujeres. ¿En serio? No recordaba que fuera grande, ¡las ilustraciones no mostraban eso!
Por otro lado, ¿cómo que no había querido hacerle nada? ¿Entonces Kariba tenía razón al decir que ni siquiera la veía como mujer?
¡Ahora estaba teniendo pensamientos contradictorios! Sacudió la cabeza y se puso de pie.
—Te veo más tarde —se despidió. Debía ir al Edén.
La vio alistar su cinturón, ese traje ceñido al cuerpo le quedaba bien, no le desprendió la mirada ni para morder un pan, hasta que desapareció tras la puerta. Tal vez con lo que había pasado ya no iba a seguir siendo lo mismo. ¿Pero quién le mandó a poner la mano en donde no debía? Meditó unos segundos mientras terminaba de comer eso que simulaba ser avena, pensó en el día anterior, en la noche sobre todo.
Había intentado darle un beso estando en ese estante, le había provocado probar esos labios. Movió su cuchara mirando con leve preocupación, si el impulso de querer hacer eso otra vez no se iba, no sabía si quizá irse era la mejor opción, total estar con sentimientos así no tenía cabida. No era momento. Además ella había tenido novia, o sea que le gustaban las mujeres, y no pareció darse cuenta de sus intenciones.
Sacudió la cabeza, ya no pensaría en eso, no solo no tenía sentido, sino que de seguro solo había sido producto del momento, por haber cedido a lo que le causaba el verla ruborizada y queriendo aparentar que no lo escondía. Se olvidaría del asunto y ya. Punto. Ahí quedaba.
Continuó con el desayuno, otra fruta, otra de las barras de proteína. Iba a dedicarse a leer sobre genética cuando DOPy se acercó y dejó un objeto a su lado. Se sorprendió, era su móvil.
—¿Lo hiciste funcionar?
—Le hace falta reemplazar unas piezas que no reconoce mi sistema.
—Uhm —lo observó girándolo en su mano—, tráeme las herramientas, por favor —pidió dirigiéndose al salón.
--------
—Estos son más listos —iba contando Helen a Diana y Teresa—, no se atacan entre ellos y son muy observadores... casi como nosotras.
—¿Qué van a hacer con ellos?
—Dirás «qué vamos a hacer». Nada fuera de lo común, vacunarlos, limpiarlos de posibles enfermedades, y pasarlos a la zona de fertilidad, en donde podrán servir a las máquinas que trabajan con las mujeres que vienen a ser fecundadas.
Teresa se preguntó de qué forma.
Yendo por un corredor, se cruzaron con la mujer que había sido dueña del local del que escaparon los másculos. Las miró con molestia y hasta tal vez asco. Era llevada por dos guardianas.
—No vayan a lastimarlos —advirtió—, ustedes se han olvidado de que la humanidad sigue incluyéndolos.
—Silencio —ordenó Helen con severidad.
Siguieron de largo.
—¿Humanos, esas cosas? —se burló Diana en voz baja—. Por favor.
—Algunas mujeres son las que se olvidan de la razón por la cual hoy en día vivimos en paz —agregó su superiora.
Pero Teresa no estaba cómoda. Lo gracioso era que sabía que si nunca hubiera conocido a Adrián, estaría menospreciando a los másculos de igual forma. Por otro lado, hasta el momento no había descubierto quién le mandó esos mensajes falsos ese día. No podía confiar en ellas, y pensar que antes le entusiasmaba el entrar a M.P.
Quedaron afuera de un ambiente, a través de las enormes ventanas podían ver a un gran jardín, por ahí se asomó un másculo y se escondió veloz.
—¿Ya ven? —Se acercaron más mujeres guardianas que habían sido llamadas—. Lety Gomez, dame tu informe.
—Tenemos catorce especímenes capturados en distintos lugares, sin embargo en la heladería «El Congo» los detectores mostraron una lectura de cinco a pesar de que solo encontramos cuatro, ese extra no volvió a ser captado, serían quince, pero en el local que revisamos estaban registrados dieciséis. —Eso alivió a Teresa ya que lo de la heladería la tenía preocupada—. Entonces no sabemos dónde están esos dos, a pesar de que figuran fallecidos, con lo de la lectura de ese otro en la heladería significa que quizá no.
Lo único que la pelinegra rogaba era no ser reconocida por la guardiana que entró buscando a los másculos, pero si Helen lo había hecho, no se hacía esperanzas.
—Iniciamos el proceso.
Tocó en la ventana un código que se iluminaba con cada contacto y brotó un gas en el jardín que pronto los durmió a todos.
—Estén preparadas para disparar en caso de que despierten.
Drones les dieron un arma y un dispositivo con el que los medicarían.
—No entiendo —dijo una del costado—, ¿por qué no lo hacen las máquinas como siempre?
—Dije que eran listos. —Alistó su arma eléctrica—. Rompieron el cableado que pasaba energía. No podemos esperar a que sea arreglado, quién sabe cuánto tiempo les queda de vida a estos pero calculamos poco.
—Uch, nunca debieron estar a la mano...
—No lo estaban. —Un sector del vidrio se deslizó a un costado dándoles pase—. Lo encontraron escuchando y observando.
Teresa empuñaba su arma con temor. El dron que se la dio la seguía, todos eran iguales al de Carla, se preguntó si quizá estaba ahí entre esos, vigilando para ella.
—Cada una encuentre a uno y aplíquenle la medicación.
La chica miró a su alrededor y divisó la pequeña mano de uno tras un arbusto. Fue y lo vio. Como una niña, o en este caso, un niño, algo robusto, con un mechón blanco en su negro cabello. Le habían puesto un par de brazaletes en las muñecas que de seguro eran magnéticos.
Sus ojos curiosos se fueron a su parte baja. Ahí estaba la cosa que hacía felices a las mujeres, tragó saliva con dificultad. Había vello desde su vientre bajo, como lo que logró ver en Adrián, pero esa cosa era bastante, bastante pequeña y de aspecto blando, no como lo que tocó más temprano. Arrugó la cara, era una cosa fea. Se sacudió tras un escalofrío que le erizó hasta el último cabello.
—Señorita, debe administrar el medicamento —le hizo recordar el dron. Con una luz especial, irradió al pequeño y perturbador ser y pudo ver las venas y arterias bajo la piel—. Hágalo en la zona que señale.
—S-sí...
Avergonzada de sí misma por haber pensado en extrañezas, destapó el dispositivo, el dron desinfectó con un láser especial mientras marcaba con un punto el lugar en su hombro.
—Solo ponga y presione firme.
Lo hizo y al retirar, se percató de las marquitas que dejaron las tres agujas finas que habían salido del aparato al presionar.
—Alaysa, estás demorando —le recriminó Helen mirando desde cerca de la salida con otras.
—Perdón... —Sintió un tirón y brincó soltando un grito espantada.
El másculo se despertaba y quiso retenerla pero el dron se tornó amenazante y con otra luz, esta vez de campo magnético, detuvo al ser manipulando los brazaletes que tenía, levantándolo unos centímetros de la tierra y alejándolo.
Teresa vio que los otros drones hacían lo mismo con los otros que seguían dormidos. Les rociaron un poco de más gas adormecedor y los trasladaron en fila hacia otro ambiente. Las mujeres los siguieron.
Fueron puestos en especies de cunas monitoreadas. Unos censores se adhirieron a sus cabezas y un tubo flexible con extremo en forma de copa descendió a cada uno, posicionándose sobre lo que Teresa llamaba ahora «cosa para aparearse».
—Eso es todo, no causarán más problemas.
—¿Cuánto tiempo estarán aquí? —preguntó la pelinegra mientras se retiraban.
—Con suerte unos meses. Ya sabes, lo que duren dando su esperma.
—¿Lo que duren? O sea...
—Hasta que mueran, como todos.
Eso la inquietó. Había creído que los tenían siempre en jardines y de vez en cuando, de algún modo, tomaban su esperma para fecundar, pero no que iban a salir de ahí solo muertos. No eran muy inteligentes ni nada, pero de algún modo la mujer que los cuidó tenía razón. También eran humanos, de un modo extraño, pero lo eran.
Se aproximó con Diana a la oficina de Carla escuchando a la chica renegar asqueada sobre lo que las habían hecho hacer. La mujer las recibió, pidió las lecturas de los detectores, y esta vez se mantuvo tranquila ya que el suyo marcó cero.
—Bueno, ya que hemos encontrado a esas bestias más pronto de lo que pensaba, o casi, no hay necesidad de llevarlo encendido, pero sí cuando salgan, siempre. Teresa —la miró—, una recluta dijo haberte reconocido en la heladería pero no parecías estar al tanto de la cercanía de esos seres.
—Sí lo estuve... Bueno...
—Tu detector no muestra lecturas.
Caramba, había cometido un error.
—Disculpe, es que lo dejé en el floter.
—¿Este? —preguntó mostrando en la proyección de la pantalla la toma del aparato dando botes en la intersección vial. Diana apretó los labios para no reír—. Su número de placa es el tuyo.
La chica sintió su pulso empezar a desestabilizarse, pero trató de parecer lo más seria posible.
—Llevaba a mi perra, hizo todo un alboroto.
—Puedes retirarte —le dijo a Diana. La castaña asintió y se fue—. Me tomé la libertad de revisar tu historial y veo que en estos días han pedido más comida de lo usual, como si hubiera, no sé, unas dos mujeres más en tu casa. Dime, ¿está todo bien? —cuestionó viéndose en serio preocupada—. ¿Tu mamá está enferma? ¿O quizá va a tener otra bebé?
—N-no, no...
—Puedes decirme cualquier cosa, ya sabes que todas son como mis hijas, me interesa saber si puedo ayudarles si pasa algo.
—No. Lo aprecio, gracias, pero todo está muy bien, solo guardábamos... aparte de que quiero estar más fuerte, ya sabe...
—Uhm. —Tensó los labios un segundo—. Bueno, si lo dices, te creo, no hay problema. Puedes retirarte.
Agradeció una vez más y se fue. Carla quedó mirando fijamente su pantalla, en esta se presentaba una muy corta toma de la deportista que causó revuelo en la escuela. Lo raro era que las cotillas del noticiero no podían ubicar todavía quién había sido.
Repitió la imagen una y otra vez, en la que distinguía, gracias a la calidad de la toma, a la sospechosa corriendo y mirando sobre su hombro a sus perseguidoras. El rostro cubierto desde media nariz hasta el cuello por una felpuda bufanda, la capucha del abrigo cubriendo su cabeza, las cejas negras, y los ojos, celestes profundos.
Era una mirada que atrapaba, debía admitir, pero su cuerpo tenía algo.
—Esas deportistas de hoy en día —murmuró—, guapas pero de aspecto tan poco femenino.
---------
La pelinegra volvió a casa luego de terminar sus labores y salir a buscar másculos sin éxito, encontrando a Rita en un rincón y la bulla de Adrián sonando. Suspiró y sonrió al verlo por la barra observando a un aparato pequeño y al parecer manipulándolo con herramientas, manteniendo a su lado una de las barras de fruta.
Durante el regreso no dejó de pensar en él y en la «cosa para aparearse» que tenía ahí. Incluso más, pensó en todo él, que si se dejaba de lado el hecho de que sí era un ser pensante, que tenía sentimientos y demás, quedaba un hombre que no solo atrapaba con sus ojos, sino también con su cuerpo, a pesar de no tener lo que una mujer, con su voz, su fuerza ahí latente, su aroma envolvente.
Era sensual, muy sensual a su propia manera, aunque sus caderas fueran estrechas, aunque no tuviera senos, bastaba y sobraba con sus hombros anchos, los músculos marcados de forma suave. Se preguntó a cuántas mujeres conquistó antes de que entrar a la cápsula. Fuera de todo, ella quiso sacarlo, así que era suyo, ¿no?
Detuvo su mente que ya volaba, no se conocía tan posesiva, bueno, tampoco celosa, y lo era, lo aceptaba. Así que si dijo que ella era su dama, él también tenía que ser suyo.
Volteó a verla, atrapándola mientras lo espiaba en silencio. Respiró hondo, quería pedirle que le enseñara qué más podía hacer un hombre, pedirle que se dejara tocar de nuevo, quería memorizarse cada detalle.
—¿Se puede saber qué es esa bulla? —preguntó acercándose.
Sonrió de lado. Era sexy también.
—No es bulla, es rock.
—Oh bueno, si suena como rocas en la cabeza... —Rio sin retirar la vista del aparato que arreglaba, eso la intrigó más—. ¿Qué es? —cuestionó llegando a su lado y mirando.
—Un móvil, pero la batería destruyó mucho, incluyendo a ella misma —dijo apartándose y acercándola más para que viera bien.
Ese detalle no lo pasó desapercibido, sobre todo su mano en su cintura, trató de contener su sonrisa.
—No veo que esté tan mal.
—Es que ya casi está, solo aplicar calor... —La rodeó con los brazos de forma parcial para manipular el móvil. Unió algunas terminaciones y la nueva batería con la herramienta pequeña que DOPy había conseguido. Teresa sintió otra clase de calor—. Y ahora ver si funciona.
Esos jugueteos, formas de tocarla, de estar cerca, derribaban sus intentos de permanecer seria, con él simplemente no podía. ¿Se le había metido un parásito a la cabeza? Podía pasar. Aunque su consciencia le recordó que los másculos eran capaces de todo con tal de aparearse, incluso atacar, no significaba que él lo haría, ¿o sí? Era un ser pensante aunque fuera macho, o quizá ella ya había caído como presa fácil.
—¡Está vivo! —anunció satisfecho alejándose con el móvil.
Quedó a un par de metros, revisando. Respiró hondo y su expresión se fue tornando neutral, para luego pasar a verlo con seriedad, tal vez su contenido le traía recuerdos. ¿Qué habría en ese aparato? La curiosidad le empezó a quemar, esperó a ver si él le decía que se acercara, pero nada.
—Voy a cambiarme.
—Claro —respondió alzando la vista un segundo—, ve.
Se dirigió al segundo nivel viendo con preocupación cómo Adrián caía sentado en el sofá viendo el móvil ancestral.
Corrió a su habitación, se puso una camiseta que dejaba al descubierto su hombro derecho y un pantalón suave. Deshizo su cola alta y se alborotó el cabello suelto, luego se lo arregló para que no pareciera desordenado a propósito. Como pocas veces en su vida, se sintió llamativa, ya que siempre se consideró parte del promedio. Ahora estaba como Kariba, queriendo captar su atención, de algún modo sintió que era una competencia, y por el momento la acompañaba el sentimiento de estar con ventaja.
Bajó sonriente. Adrián miraba al techo, recostado contra el respaldo del sofá, bajó la vista y la vio pasar. Enderezó la cabeza y la siguió con los ojos hasta la barra de la cocina. Pidió algo tocando el menú en la superficie y lo miró expectante.
Arqueó una ceja. Ella no necesitaba arreglarse para parecerle bonita, pero ahí estaba y podía jurar que con ganas de atraerlo, enseñando unas cuantas pecas en su hombro, sin tener idea de que así le despertaba aquellos bajos instintos de querer saber en dónde más las tenía.
—¿Qué tal el móvil? —preguntó.
—Nada nuevo —se burló. Total su contenido era de hacía milenios.
—Te propongo un juego.
Tenía claro que el castaño no hablaría sus penas, así que no le haría más preguntas, supo que si deseaba se lo contaría cuando creyera necesario. Ahora estaba dispuesta a entretenerlo y subirle el ánimo. Él sonrió agradeciendo de forma silenciosa su cambio de tema, no tenía sentido sufrir por cosas que ya no tenían solución, aunque dolieran como si el tiempo no hubiera pasado.
—Dime qué es lo que gustas jugar, mi pecosita —aceptó acercándose a la barra.
—Algo de retos —dijo divertida moviendo las rodillas de lado al lado sentada en el banco.
La vio dirigir los ojos un fugaz segundo a su parte baja.
—Ah. No te voy a dejar ver eso... —Ella soltó una carcajada—. Suficiente con que hoy gritaras como loca.
—Nooo —reclamó enrojeciendo—, aceptarás cualquier reto. Tres oportunidades primero. DOPy —lo llamó y este presentó el juego de piedra papel o tijeras.
—Solo si toca, y que sea al azar humano, no el de este robot mascota.
—Uch, bien —renegó, DOPy podía hacerla ganar, aunque ahora estaba en un emocionante problema.
—¿Lista? —preguntó con una traviesa sonrisa y retadora mirada.
Ay, ¿en qué se metió? Sin embargo, le devolvió el gesto y asintió. Contaron uno, dos, tres... y sacó papel, él tijeras.
—Aaiich —se quejó mientras él reía.
—Estás a mi disposición —murmuró con gozo.
La pelinegra se cruzó de brazos empezando a ruborizarse de nuevo.
—Bueno, di qué quieres.
—Uhmmm... —Saboreó el momento un rato al verla preocuparse. Sonrió y rio un poco más—. No sé qué hacer contigo. A ver —pensó unos segundos, Teresa ya quería morder sus uñas—. Podría hacerte comer de esas barras llenas de calorías...
—Ay nooo, ya comí la del día...
—Lo siento, tienes que.
—¡Nooo! —DOPy puso una barra a su lado y ella le gruñó espantándolo y haciendo que Adrián volviera a reír.
—Te haré quemar esas calorías —prometió guiñando un ojo.
—No celebres mucho —retó alistando su puño para otra ronda.
Contaron tres y sacó piedra, él papel. Volvió a gruñir, quejarse y dar brincos como niña pequeña. Tras carcajearse un poco, Adrián la tomó de los hombros.
—Te cedo este pero si ganas la siguiente ya no cuenta.
—No —dijo cruzándose de brazos.
—Vamos, Tesa, dime qué quieres. Sabes que puede ser tu única oportunidad —la tentó.
—Tú sabes qué quiero. —Sonrió y puso mirada de inocencia.
—Oooh, no, no, no, no...
—Solo quiero despejar dudas, andaaa.
Suspiró.
—Ya, bueno. ¿Qué dudas? Antes de que me arrepienta.
Teresa volvió a ponerse nerviosa, el calor subió a sus mejillas, no pensó que aceptaría pero era su oportunidad de hacer preguntas. Sin querer se mordió el labio inferior, algo que encantó al castaño que no dejaba de mirarla.
—Según vi, ustedes los hombres... podían... dar placer. Imagino que placer como el comer chocolate que no engorda... —Él arqueó una ceja—. ¡Ay! Daban placer metiendo esa cosa que está ahí...
Una potente carcajada le hizo encorvarse y apretar su abdomen.
—¿La cosa? —cuestionó calmando su risa.
—Sí, eso...
—La cosa tiene nombre, ¿sabes?
—Ya, pero... pero... ¡Aaay! —Enrojeció de golpe—. ¡Solo quiero saber si daban placer o qué! —se quejó.
Adrián mostró esa caliente sonrisa de pronto.
—Hay varias formas de darle placer a una mujer, si me permites mencionar algunas.
—Eh, ¿hay más?
Se le acercó.
—Claro. Preparándole una cena, regalándole algo que le guste —tomó su mentón con suavidad—, diciéndole que es hermosa, lista, irresistible, que te hace fantasear —ella volaba con sus latidos, pero no podía huir, estaba hipnotizada—. Acariciándola... —Su mano se deslizó por su mejilla y bajó a su cuello disparando una fuerte corriente—. Solo dime que continúe y lo haré...
Pero la chica no podía ni articular palabra. Se aclaró la garganta reaccionando, todavía perdida en esos ojos que la habían atrapado.
—S-si tanto atributo fuera cierto...
—Es cierto.
—Me refiero... En mí.
—Es cierto —repitió con más ahínco.
—Lo dices por cumplir —insistió sonriendo avergonzada—. Ya he explicado. No tuve muchas mejoras notables por no dar mucho dinero extra...
—Tonterías, deja eso, eres atractiva, lo eres. Estoy tan seguro de lo que digo que si ganas la siguiente ronda te daría un beso si lo pides.
El pulso se le disparó. Su mente hizo un lío sin tener nada claro. ¿Se atrevería a pedirle tal cosa? Alistaron sus puños en silencio sin dejar de mirarse a los ojos. Retiró la vista y se preparó para contar pero un rápido beso suave en su mejilla la dejó un lío de nuevo, disparando corriente y alborotando su estómago.
—Hey —pudo susurrar, completamente roja.
—No necesito un reto para demostrártelo.
—¿Cómo han estado? —preguntó Clara volviendo de cortar cabello.
Ellos le respondieron felices y se dispusieron a cenar, pero detectó algo más, el rubor de su hija, sus sonrisas silenciosas al plato de comida, sus jugueteos con la cuchara. Algo le pasaba, y las miradas que a veces compartía con el joven a su lado le dieron una pista.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro