4. Omegaverse
omegaverse
«Hipólita, te gané con mi espada,
y por la violencia conquisté tu amor».
«¡Señor, qué locos son los mortales!»
—Sueño de una noche de verano,
William Shakespeare.
LAS SOMBRAS DE TRES BESTIAS OSCURECIO EL DÍA. Un ruguido que vibro en la tierra hizo que la gente corriera alterada de un lado a otro, tratando desesperdamente de encontrar un refugio. Nadie sabía qué pasaba, ni podía ver con claridad lo que sucedía solo que debían correr porque sentían miedo.
Adán sentía que su corazón latía con un salvajismo incontenido, como si su pecho fuera a explotar. Pero no se movió, el genterio lo empujaba, los gritos aumentaban pero Adán no tenía miedo, sentía una curiosidad y asombro imposibles de nombrar. ¿Qué eran esas bestias, qué querían en este sitio? Entonces, las bestias descendieron su vuelo una tras otra en dirección del castillo real, donde la grandeza del rey habitaba.
El muchacho pensó que quizá solo pertenecían a una especie de criaturas viajeras. Criaturas aterradoras, gigantescas.
—¡Adán, niño! —exclamó una voz femenina.
La angustiosa omega lucía muchos años más vieja de lo que realmente era. La vida, dura en el Reino del Edén, podía ser agotadora para aquellos que no descendían de una cuna noble. El muchacho corrió al encuentro de su madre, estaba tan angustiada y confundida como todas las personas, trató de relajarla expandiendo su aroma a miel y poleo.
—Madre, estoy bien no a pasado nada. —la tranquilizo, sostiendo las dulces mejillas de la mujer mayor. Sus ojos tristes y cansados se calmaron un poco al ver a su hijo sano.
De pronto un rugido trono nuevamente, tan fuerte y atroz causando que las piernas de Adán temblaran por el acto de escuchar un ruido tan aterrador y potente.
—¡Oh, por todo lo bueno! Debemos irnos de aquí hijo, esto no traerá nada bueno. —dijo ella, tomando la mano de su hijo, marchando con él entre la multitud que corría. — Dijo Sir Pentius que vió desmontar esas bestias por tres jinetes. No parecían humanos, Adán. Él dijo que se veían como de otro mundo. —explicó, la mano que envolvía la muñeca de su hijo temblaba.
Mientras avanzaban dejando atrás la ciudad, Adán vió como algunos dejaron de tener miedo para sentir lo que él había sentido al principio, curiosidad. Querían saber quiénes eran esos aclamados jinetes, qué querían y Adán no podía dejar de pensar en lo imposible que eso podía ser, porque tal vez Sir Pentius había visto mal, porque si existen garañones imposibles de domanar, ¿qué clase de humano podría domanar una bestia tan grande como una ciudad? Su corazón latio de excitanción, deseaba poder ver con sus propios ojos a esos jinetes. Comprender que no era solo un rumor de un hombre demente en un ataque de histeria porque su mente no asimilaba lo que ocurría.
Su madre siguió aferrada a él. En el Reino de Edén, los bosques nacen sin límites, hay de todos los tamaños de aspecto inalcanzable, como si su destino estuviera más allá de las nubes donde ningún ojo mortal pudiera verlos. La humedad del reino, hacía que las cosechas fueran provechosas, que las lluvias fueran un regalo apreciado que daba mérito a la sustentabilidad del pueblo y los animales. Ese día el sol brillaba en lo alto, el viento no soplaba ni siquiera para apreciar una pequeña brisa fresca.
Otro rugido volvió a retumbar, las avecillas de los árboles volaron aterradas, el graznido de los cuervos hizo un eco que de pronto para Adán se sintió como una advertencia: corre, corre, corre.
Sea lo que sea que paso en la sala del rey fue algo que cambió el destino de todos, que hizo que el mundo fuera otro para nunca más volver a aquello que alguna vez fue. Las bestias alzaron el vuelo, rugiendo con una fuerza aún mayor que las veces anteriores, se elevaron sobre la ciudad y de pronto fuego salió de la boca del más grande todos. Adán abrió los ojos, sintió miedo por primera vez desde haberlas vistos.
—¡No puede ser, qué horror, qué horror! —grito su madre, llevandose las manos a la boca.
Adán trago saliva. Ahora el sujetó con fuerza la mano de su madre, corriendo entre medio del bosque que le había visto crecer, ese que también vio morir a su padre. Toda su vida y hogar se conservaban en ese sitio, pero de pronto el miedo nublo su juicio causando que se sintiera pérdido. Atrapado en un laberinto de verde y troncos.
—Vamonos a casa, vamonos lejos. —imploró que su suplica fuera escuchada por alguien.
Alguien bueno, que los protegiera.
Adán y su madre pasaron tres días y tres noches en su casa. Guardando un silencio de ultratumba, sabiendo que aquel acto tan impío había sido el acto de quien declara la Guerra. Una bestia demostrando su grandeza ante miles de hormigas. Adán perdió toda esperanza, no importa cuántos alfas lucharan contra eso, no importa las armas, él había visto lo imposible. Una bestia más imponente que un lobo, capaz de volar y escupir fuego por la boca. Se preguntó qué podrían querer aquellos jinetes, si tenían todo para poder conquistar una tierra vacía.
—Dos omegas solos en el bosque, ay mi niño. —suplicó su madre. — Estamos condenados, que seamos protegidos por la Madre y que nadie nos haga daño. Mi niño, si tú mueres, yo muero. Y prefiero la muerte antes que un castigo peor. —dijo su madre, con ojos afligidos. El llanto había su compañero.
Adán suplicó en silencio por también ser escuchado.
Como joven y hábil corredor, Adán salió de casa prometiendo volver con algún conejo bajo su ala, también si la suerte le acompañaba y la gracia de la Madre alumbraba su camino, esperaba traer noticias. De lo que fuera, del reino de las bestias. Del destino.
Caminó precavido, agudizando el oído y también el olfato como su padre le había instruido para la caza. Siempre atento al entorno, porque de ser un cazador a ser la presa solo existía un descuido.
Persiguió el rastro de un conejo, lo siguió al mismo tiempo que se alejaba de la ciudad, causando opresión en su pecho. Necesitaba saber que al menos Sir Pentius estaba a salvo que no todo estaba en llamas.
Se inclinó tocando la hierba aplastada, giró la cabeza hacia la izquierda contemplando el paramo vacío de pequeños rayos de sol que llegaban desde arriba, por entre las ramas de los árboles. Se giró lentamente a la derecha y se quedó quieto observando la figura que lo miraba desde lejos. Adán recordó a aquellos con los que más hablaba en la ciudadela, a los que su familia ofrecía parte de su cosecha y también a los caballeros reales que habían hablado o sacado a relucir alguna propuesta de matrimonio para él.
Adán se levantó lentamente, olfateo el aire percibiendo el aroma de un alfa, también olió fuego, acero fundido. La brillante armadura del alfa no se parecía a la armadura de los caballeros de la ciudadela.
—Debes estar pérdido, la ciudad es por allá. —señaló Adán. El extraño, giro la cabeza hacia donde apuntaba el firme dedo del omega, luego volteó su vista.
En el rostro neutro del desconocido se formó una sonrisa ladina.
—Soy Lucifer Morningstar, de la Casa Morningstar y está tierra me pertenece. —habló el alfa, su voz hizo un eco espantoso en el bosque. — la Conquiste con Fuego y Sangre, ahora yo soy el Rey que unificara estas Tierras porque yo lo quiero así.
Adán sintió el temor de saberse pérdido. El jinete de la bestia bajaba de los cielos para reclamar lo que había conquistado con violencia, por el simple capricho de querer al parecer, expander o soñar con unirlo todo. Si asesinaba las ciudadelas, quemaba los pueblos y capturaba a la gente, ¿qué quedaba por gobernar más que nueva tierra vacía?
—No eres mi rey. Mi rey solo es Abraham el Tercero de su nombre. No tú. —dijo Adán, levantando el mentón.
Lucifer pareció tomar aquella actitud desafiante como un insulto, una falta de respeto.
—¡Soy tu rey porque la cabeza de Abraham ahora es parte de una pica! No existe mortal que se compare a mi grandeza, ¿escuchaste?
El aroma a miedo se filtro en el aire. La miel dulce se torno agria y el poleo se secó.
Adán soltó un gruñido bajo, el desafío amenzante de un omega que podría fácilmente desgarrar el cuello solo usando los dientes.
El gruñido fue respondido de vuelta, desde la garganta del alfa salió la amenaza de retroceder.
—Alejate o juro que te mataré. —prometió Adán.
—Intentalo, sería un placer. —sonrió.
El alfa se acercó sin encorvar su postura, avanzó como si bajo sus pies no hubiera más que miseria nacida para arrodillarse ante él, camino sin sentir barreras ni límites, lo hizo parecer que nunca antes experimento el miedo y que, probablemente nunca lo experimentaría. Estaba seguro del poder que tenía, peor aún, creía merecer ese poder.
—No soy una puta, si no te mató entonces me mataré a mí.
—Naciste para algo más, omega. Naciste para ser mí omega, mi esposo, ¿y sabes por qué? Porque eso he decidido yo, mi palabra es la ley, mi voto es absoluto, mi voluntad la de un dios. Me perteneces y si te niegas, si te matas. Arrastraré toda la ciudadela y a las Tierras que le siguen al caos. Mataré a cada alfa, a cada omega. No importará si hay madres o crías, quemare sus cuerpos...y será tu culpa. Porque te negaste a pertencerme incluso cuando ya maté todo lo que has visto muerto.
El recuerdo de su madre, de su rostro cansado, angustiado y consumido por el miedo llegó a la mente de Adán. El temor de que, la persona que más amaba en el mundo fuera comida por las fauces de una bestia hizo que tuviera ganas de vomitar.
—¿Eres un alfa de promesa? Cumple esa palabra que has dicho y seré tuyo. Rompela, y tú y yo arderemos en la llama más intensa.
Lucifer sonrió. Se acercó más al omega, sintiendo placer del aroma puro que desprendía. El bosque era su entorno, había nacido para cubrir la naturaleza, hacer crecer la cosecha, correr tras los animales. Esta Tierra era su Tierra.
El alfa, de baja estatura tenía el porte de un guerrero de experiencia, su armadura de acero negro y diseño rojizo le daba un aura imponente, su sonrisa, sin embargo, rompía el aspecto serio que tenía al inicio pareciendo antes un ser inhumano. Adán notó que Sir Pentius tenía razón, no parecía de este mundo. Su piel pálida, sus ojos antinaturales de color rojo y su cabello albino no provenían de ningún reino del que se haya oído hablar. Tal vez el alfa tenía razón, tal vez era tanto mortal como dios.
—Eres mi premio, tu amor me fue ganado porque así lo quise yo. —dijo el alfa, incando los dientes en el cuello del omega.
Debió haberse casado con la alfa Lute. Hubiesen formado una familia, ella lo escuchaba, y tal vez habría aprendido a amarla y sino, a apreciarla. Ahora, era una moneda de cambio en un desolado lugar, el sacrificio para que otros no vivan la desesperación de su propio pueblo. Para que otras madres no lloren como su madre.
Eva y Lilith Morningstar observaron como su hermano se acercaba sosteniendo a su lado a un omega, detrás de él, de aspecto demacrado y mirada fundida en la ira y dolor, le acompañaba una omega vieja parecida al omega que su hermano llevaba bajo el brazo.
Lilith, de personalidad dura y carácter indomable dió un paso, tomando del cuello de la armadura a su hermano.
—¿Qué carajos hiciste, Lucifer? —cuestionó, tensando la mandibula.
Lucifer alzó ambas manos, riendo suavemente.
—Tomé un omega, hermana. La sangre Morningstar prebalecera en este rincón de mierda.
Lilith miró la molestia en los ojos del omega. Había rojo en la cara de su hermano, seguramente porque recibió un golpe de la mano dura de la omega mayor.
—No tomas un omega por la fuerza, no somos animales, no somos incivilizados. —gruñó Lilith.
—Dejalo, hermana. Ya no hay nada que se pueda hacer. —habló por primera vez, Eva. De apariencia sensible y corazón noble.
La única omega de los tres, la omega de Lilith.
Los ojos de Lucifer brillaron con ironía.
—No hables conmigo sobre lo incivilizado, hermana. Jamás olvides quién es la Sangre entre el Fuego.
Los cuervos mensajeros volaron en todas direcciones, el gran Reino de Edén había caído para llamarse el Reposo del Rey, las Tierras del Oeste ahora pertenecían a la Casa Morningstar, los ríos del Este solo eran un valle ardiendo en fuego y de pronto, toda la Tierra pertenecía al dominio de un único rey que había Conquistado junto a sus hermanas toda clase de naciones y reinos, obligando a otros a doblar la rodilla ofreciendo su lealtad a Morningstar.
La guerra de la conquista fue, pese a los inicios, terminada en un ajuste de paz donde se dice que un hijo de granjeros fue tomando como compañero del alfa Lucifer para detener los ataques de su conquista violenta, la misma que hizo que el amor del omega fuera consumado ante el nuevo rey.
Adán miró fijamente al alfa, le había prometido a su madre que esa noche no habría dolor para él. Que si el alfa que ahora se hacía llamar su alfa lo lástimaba, entonces él arrancaría sus ojos y desgarraría su garganta. Porque no permitiría un trato indigno, incluso cuando ya había pérdido cualquier despojo de dignidiad.
Estaba sentado sobre la cama amplia de sábanas de seda, envuelto en un camisón de una especie de seda similar. Sentía que traslúcia partes de su cuerpo, su pecho había sido visible para Lucifer todo este tiempo por la iluminación baja de las velas alrededos de la habitación de piedra.
Lucifer aspiró deleitado el aroma a omega florecido, quitó su camisa sobre su cuello, para aflojar los cordones de su pantalón.
—Siempre serás mío. —prometió.
Junto sus bocas en un beso desesperado, mordiendo el labio del omega, introduciendo su lengua en su interior. Jadeó atontanto ante el sabor del omega, masajeó con entusiasmo los costados del cuerpo de Adán, sosteniendo entre sus manos los muslos amplios, las caderas rellenas, el vientre suave y redondo. Tenía el cuerpo de un dios de la fértilidad, hecho para tener cachorros y eso despertó los instintos más primarios del alfa, que solo podía sentir que este omega llevaba ya su marca en el cuello. Le pertencía, era suyo.
—Idiota, quitate el pantalón. —gruñó Adán, bajando de un tirón el pantalón del alfa, quien gimió complacido ante la liberación de su pene para acomodarse entre las piernas de Adán.
Las manos de Lucifer rasgaron el cuello del camisón largo del omega, para exponer su pecho, agachó su rostro y lamió con devoción la punta erguida de los pezones. Sus manos recorrieron hacia abajo, escuchando los jadeos del omega que disfrutaba de la atención. Detuvó su camino en el dobladillo del camisón para subirlo hasta arriba, exponiendo el pene y la entrada del omega. El camisón solo era una tela envuelta sobre la cintura del omega y, un pedazo que también colgaba inutilmente sobre sus brazos.
—Lo sabía. —dijo Lucifer. — Eres perfecto.
Adán soltó un gemido. Eran las hormonas, el aroma a alfa excitado lo que confundía su mente, las manos de Lucifer, su cuerpo sobre el suyo.
Cuando el pene del alfa rozo la entrada del omega ambos temblaron. Lentamente, Lucifer se introdujo en el interior del omega, jadeó cerrando los ojos cuando toco el trasero del omega con sus muslos. Estaban tan juntos, se movieron enloquecidos por el placer, confundidos por toda la situación que los llevó a conocerse, por la tragedia de su propia vida. Adán se aferró al alfa, enterró sus uñas en los hombros y sus dientes en el cuello pálido, Lucifer sangró y su sangre fue bien recibida en el lecho del ahora rey.
Adán sintió las manos firmes en su cadera, el choque furioso del alfa sobre su punto dulce.
—Todo, todo será tuyo, pidemelo y lo tendrás...—jadeó Lucifer, en medio de su extásis.— Soy tu esclavo, soy tu devoto ciego, eres tú mi dios.
Llegó al orgasmo sintiendo que no era su verdugo el que le prometía todo. Una vez el nudo bajo, ambos se separon, durmiendo de espaldas.
Solo un año después de la unión, nació el príncipe Caín heredero de la corona.
Algunos aún esperaban que Adán envenenará al rey, algunos tenían la idea de que Lucifer eliminaria la marca de unión en el omega. Pero todos esperaron, todos tenían ideas que nunca ocurrieron. Adán fue el primer mortal de las Tierras del Edén en saber lo que se sentía volar y amar a un dragón.
NOTA DE AUTORA: Holaa. Siendo sincera este OS es una idea que tengo para fanfic de esta misma pareja porque amo el omegaverse ksks y me gusta la fantasía alta.
Este fue un AU de la "Canción de Hielo y Fuego", basado en el libro "Fuego y Sangre" en la pequeña alusión a la Conquista de Aegon I, Visenya y Rhaenys sobre Poniente.
Gracias por leer, besitos, muak💖
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