CAPÍTULO TRES - RAFAEL
Martes, 23 de julio del 2019
Me encantan los martes. Por la mañana temprano enseño a una clase de niños que provienen de familias desestructuradas y se me da genial. Yuri es de la opinión de que los niños suponen que soy un poco como ellos, que he vivido en la calle, porque desde el primer día me han aceptado. Les doy clase de autocontrol y es un grupo de quince niños de todo el país, un proyecto experimental en el que sacan de su entorno a niños que han tenido una infancia difícil e intentan que tengan una vida más normal.
Son chicos de diferentes edades, hay uno que tiene solo diez años y el mayor tiene diecisiete. Es una pena que el proyecto termine el mes que viene, ya que la empresa que lo ha organizado no tiene intención de seguir. Se quejan de que es muy difícil sobrevivir con el dinero que les da el estado para el proyecto.
Yuri se ha ofrecido a no cobrar las clases que le damos en el gimnasio, pero con eso no les basta. Si tuviese dinero intentaría ayudar, pero me da la sensación de que el problema no es el dinero, sino la mala administración.
Mi maestro me ha pedido consejo, no sabe si aceptar el proyecto en su totalidad o no. Se han puesto en contacto con él para que lo administre, pero quieren que cambie el lugar a una ciudad con más oportunidades de futuro e incluir a quince chicos más. A él en realidad no le costaría nada irse. Tiene un hijo, sin embargo, vive a doscientos kilómetros de distancia y ya tiene veinte años. Además de a su hijo, no tiene a nadie, solo a mí. Y eso es lo que creo que le frena, no quiere dejarme aquí, solo.
Mi jefe del restaurante está hoy muy contento y relajado. Para empezar, porque en unos segundos se va a ir unos días de vacaciones, aprovechando que yo estoy aquí. Además, he acabado con el cambio de imagen del local y ha quedado increíble. También le he contado mi idea de empezar a construir la planta de arriba. Lo haría conforme a los permisos que en su momento se aprobaron y podría hacerlo yo solo. Tardaría unos meses, pero luego podría montar arriba una especie de bar, con un billar. Seguro que funciona.
Lo de la idea de la segunda plata le ha encantado, al igual que lo he convencido para que utilice productos ecológicos siempre que sea posible, pero la única condición que me ha puesto es que sea socio de su única hija cuando él se jubile. Ella se ha casado con un chico muy bueno, pero que no sirve para los negocios. Es maestro en una escuela y le gusta su trabajo.
El padre no quiere dejar a una chica sola enfrente del negocio y dice que si no acepto no se jubilará nunca. Le he dicho que no pienso quedarme para siempre, pero a él le da igual. Su plan es que su hija lo lleve todo y desde que aparezca un problema, llegue yo y lo resuelva, como he hecho con él hasta ahora.
Al final he tenido que aceptar. Su hija ha venido llorando a verme y no pude decirle que no. Firmaremos mañana antes de almorzar en el notario. Tenía todo planeado, lo único de lo que me ha advertido es de que tendré que firmar con mi verdadera identidad. Él ha sabido siempre que yo no era quien decía ser. Parece ser que me he rodeado de personas más observadoras de lo que yo suponía.
—Rafael, ¿puedes atender a la mesa que acaba de entrar? Es una familia de cinco —me dice Malai, la hija de mi jefe y mi futura socia.
—Claro, pero aún no estamos abiertos —le respondo mientras tomo un comandero, un bolígrafo y me preparo para salir.
—Me dejé la puerta un poco abierta, perdona. Ya sabes lo impacientes que pueden ser los clientes a veces.
En cuanto entro al comedor los veo. Están todos sentados en una mesa, incluso Tomás y la Yaya. La Yaya tiene la cabeza agachada y no me mira a los ojos, sin embargo, a Tomás se le ve feliz. Parece que se lleva bien con mis amigos. Jacobo y Santiago me miran con expectación y a Laura se le nota que acababa de llorar, tiene los ojos rojos y tristes.
No puedo evitar desviar la mirada en cuanto noto sus ojos sobre mí. Esto era demasiado. Así que, a medio camino, me doy la vuelta con intención de meterme otra vez en la cocina y desaparecer por la parte de atrás.
—Me prometiste que en cuanto acabase el programa de protección de testigos nunca más me dejarías sola y a la primera dificultad, desapareces —me echa en cara Laura, levantando la voz para que la escuche bien.
—Lo siento Laura, pero no puedo soportar la idea de que estés embarazada, ni de que hayas tocado a alguien como me has tocado a mí, ni de que otras manos te hayan tocado a ti. No obstante, lo que realmente me mata es que puedas mirar a otro igual que a mí —le digo antes de comenzar a caminar para irme.
—Hermano —me grita Jacobo—, perdona que no haga las cosas como estáis acostumbrados en Frikilandia, pero creo que deberías sacar limonada, si tienes algo así ahí dentro, porque ese bebé es tuyo.
—¡Jacobo! Ya podrías tener más tacto —le regaña Laura.
—Suponía, amiga, que ibas a ser tú la que se lo dijese desde un principio, pero si se va por esa puerta y desaparece quizás no lo volvamos a ver hasta dentro de una década. Imaginé que era importante aclarar que él es el padre y que no hay ningún otro.
—Jacobo tiene razón —interviene ahora Tomás—. No entiendo por qué no decís las cosas y ya está. Vinimos aquí a solucionar el malentendido y tú le largas una tontería desde el principio, muy bonita, sin embargo, que no viene a cuento. Las personas normales hubiesen dicho: Hola, Rafael, estoy esperando un bebé tuyo y perdona si de alguna forma pudiste entender que era de otro.
Mis amigos hablan entre ellos y yo estoy en estado de shock. Solo los escucho a mi espalda y, sin razón aparente, las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas. Ni siquiera puedo virarme para verlos. No me puedo mover ni decir una palabra.
—¿Rafael? ¿Estás bien? —se preocupa la Yaya, cuando se acerca hasta donde estoy yo y se pone delante de mí.
—Estará asimilando la idea. No todos los días le dicen a uno que va a ser papá —dice Jacobo que sigue sentado en la mesa.
—Lamento haberlos traído sin tu permiso, pero Laurita te echaba mucho de menos y en su estado no debería de sufrir más de la cuenta. Sabes que no te hubiese delatado si no creyese que en el fondo tú querrías saber que el bebé es tuyo —se disculpa mientras, por primera vez en mi vida, abrazo a la Yaya.
Es pequeña y menuda, pero me devuelve el abrazo con fuerza mientras yo sollozo apoyado en su cabeza.
—Pues solucionado el problema —dice Jacobo—. Nos subimos a la furgoneta de Tomás y nos volvemos a tu casa. Tu madre nos está esperando, aunque no sabe que volverás con nosotros. Quizás podríamos quedarnos a almorzar, es el restaurante tailandés más luminoso que conozco, normalmente son bastante oscuros. No sé por qué, pero tiene un toque friki.
—He estado reformándolo estás últimas semanas —respondo después de recuperarme un poco y limpiarme las lágrimas de la cara.
—Te ha quedado muy bien y lo de la idea de comer aquí es de las mejores que has tenido hoy, Jacobo —lo secunda Tomás—, además de soltar la bomba sin pensártelo.
—Si no lo hubiese hecho, ya no estaría aquí —se defiende Jacobo.
—Te estoy dando la razón. Lo que he dicho, lo digo de verdad. No me gusta hablar sarcásticamente —le contesta Tomás, que por lo que se ve, se ha integrado en el grupo completamente.
—Pues aquí tienen las cartas y en un minuto les cojo la comanda —les ofrezco las cinco cartas que tengo en las manos y me acerco a Laura.
—Hola —me saluda ella con lágrimas en los ojos.
—Hola. ¿Por qué no me dijiste nada? —le pregunto con voz suave, después de poner una silla a su lado para poder sentarme.
—No quería estropear tu futuro brillante —me contesta en voz baja.
—¿Mi futuro brillante? ¿Qué puedo hacer más brillante que ser papá? —le pregunto, apartándole un mechón de la mejilla.
—Bueno, desconocía esa faceta de locura por los bebés de tu familia. Tuve miedo de que no les pareciera bien —me responde con media sonrisa en sus labios.
—¿Un bebé? ¿Estás loca? —me sorprendo—. Entiendo que para una chica es diferente, su cuerpo cambia y hay mujeres que no quieren pasar muy jóvenes por ese proceso, pero ¿quién no querría un bebé?
—Aunque no te lo creas —interviene Tomás—, en muchas familias una chica de dieciocho años embarazada es un gran problema.
—Pero no en el siglo XXI, ahora...
—Sí, hermano, tu abuelo nos lo ha explicado —me interrumpe Jacobo —y lo ha hecho con tanto entusiasmo que creo que actualmente todos creemos que tener bebés es lo más importante que puede hacer un ser humano en este mundo.
—Porque lo es —le respondo seguro.
—Esta familia es de lo más friki —me contesta Jacobo.
—Por cierto —digo mirando a Tomás—, ¿sabes lo de Rafael? No me dio tiempo de explicártelo cuando nos despedimos y pensaba verte antes, aunque con todo lo que pasó, no tuve la oportunidad.
—Sí, solo te dio tiempo a gritarme que María era Laura. Entiendo que era lo único que en aquel momento te importaba, a pesar de que dabas por sentado que estaba con Jimmy. Lo de Rafael me lo dijo Marcos —me explica picándome el ojo, lo que me da a entender que con Marcos la cosa va bien.
—¿Cómo pudiste pensar que podía estar con Jimmy? —se enfada Laura conmigo.
—Te vi que lo besaste y cómo lo miraste —le explico un poco avergonzado.
—Porque creía que eras tú, idiota —me dice realmente enfadada, porque Laura no insulta a no ser que esté cabreada de verdad.
—Y lo de la cita en el ginecólogo fue culpa mía —interviene Santiago, que aún no ha hablado—. Yo quería ver a la niña en una ecografía 4D y no había citas. Como la madre de Jimmy trabaja en la clínica, él nos la consiguió.
—¿Niña? ¿Va a ser una niña? —me emociono.
—Sí, mi tía está empeñada en que se llame como ella, María del Carmen, pero le hemos dicho que lo decidiríamos juntos, tú y yo —me contesta Laura.
—¿Mi abuelo lo sabe? Es decir, ¿mi abuelo sabe que es una niña? —pregunto, porque mi abuelo se va a morir de la alegría desde que se entere de que va a tener una nieta.
—Está como loco. No sé quién está más contento si él o tu madre.
—Mi abuelo, seguro que el más contento que está es mi abuelo. En cuanto nazca no podrás quitártelo de encima. Pregúntale a mi madre como era cuando yo nací. Mi padre a veces se enfadaba con él porque venía a casa, me recogía, se iba y no decía nada. Pero si encima es una niña, seguro que intentará convencerte para que dejes que la niña viva con él. Cuando quiere puede ser muy tozudo.
—¿A quién me recordará? —me dice Laura, más tranquila y sonriendo por primera vez desde que llegó.
—Lo de María no me trae buenos recuerdos —digo mirando a Tomás —, sin embargo, Carmen me parece un nombre precioso, además, a mi abuelo también le gustará. Mi abuela se llamaba Carmen Dolores.
—Rafael, ¿hay algún problema? —me pregunta Malai desde la cocina.
—Malai, no son clientes, son mi familia —le contesto, levantándome y cerrando la puerta del restaurante para que no entre algún cliente antes de tiempo—. Ven que te los presento.
—Hola —saluda Malai con una sonrisa.
—Chicos, ella es Malai, la hija de mi jefe y mi futura socia. Mañana tenemos una firma en notaría, porque el padre no la quiere dejar sola a cargo del negocio —les explico a mis amigos.
—Ya saben cómo son los padres, el mío se crio en Tailandia y tiene esa extraña idea de pensar que las mujeres necesitamos siempre a un hombre.
—Malai, estos son mis amigos, Tomás, Jacobo y Santiago, la Yaya, que la habrás visto alguna vez y Laura, mi futura esposa. Le dije hace unos meses a tu padre que la boda sería a finales de septiembre y me confirmó que asistiríais. Han venido a darme la noticia de que voy a ser padre —le anuncio emocionado, es la primera vez que lo cuento.
—¡Felicidades! —me felicita, sorprendida.
—Sí, ¿no es fantástico? —se alegra la Yaya que vuelve a ser ella.
—Pues voy a traer algo para brindar —se ofrece Malai.
—Si puede ser, que sea limonada. No queremos estropear la tradición —dice mi amigo Jacobo.
—Yo te ayudo —me ofrezco antes de desaparecer con ella en la cocina.
Cuando regreso están todos sentados y me han dejado un sitio libre entre la Yaya y Laura.
—No podré almorzar con vosotros. Últimamente, estamos llenos incluso entre semana y en una hora abriremos las puertas. Yo ya tengo todo preparado, pero tendré que trabajar hasta las cinco de la tarde y luego desde las siete hasta las once. Desde que empecé a arreglar el local y cambiamos la carta tenemos el doble de clientela.
—Hemos venido a buscarte para llevarte a casa —se queja Laura.
—No puedo irme hasta el lunes veintinueve de julio. Aprovechando que he venido, mi jefe les ha dado vacaciones a dos de los chicos y no lo puedo dejar tirado. Además, hasta final de mes les doy clase en el gimnasio a unos niños todos los martes, así que, en realidad, no me puedo ir hasta entonces.
—No me hables del gimnasio. Hemos ido a ver a Yuri y aunque le dije que Laura estaba embarazada y que tú eras el padre, no me dijo nada —se enfada la Yaya.
—Ya sabes que es muy bueno en lo que hace y nunca me delataría. No como otras —le echo en cara.
—Pero ¿a qué me das la razón, ahora qué sabes por qué lo he hecho? —me pregunta esperando ansiosa mi respuesta.
—Sí, Yaya, te doy la razón y también te doy las gracias. ¿Quién sabe cuánto tiempo hubiese pasado antes de que hubiese vuelto? ¿Habéis decidido ya lo que vais a pedir? —cambio de tema.
—Pediremos cuando abra el restaurante, así podremos hablar un poco más antes de que empieces a trabajar —me dice Laura, mimosa jugando con mis dedos encima de la mesa, una costumbre que suelo tener yo.
—Pero no quiero que os vayáis muy tarde, al fin y al cabo, estás embarazada y tienes que descansar —les ordeno.
—Yo me quedo contigo —me dice Laura en un tono que sé que va a llevarnos a una discusión.
—No, Laura, donde yo duermo, no hay sitio para los tres.
—¿Qué tres? —se extraña ella sin entenderme.
—El bebé, tú y yo. Duermo en un cuarto que hay detrás, junto al almacén. La cama tiene setenta centímetros de ancho, es imposible que quieras dormir ahí, conmigo.
—Pues alquilaremos un apartamento o una habitación en un hotel, pero yo esta noche duermo contigo y me da igual que huelas a gamba frita —me dice muy segura mi futura esposa.
—¿A gamba frita? —me sorprendo.
—A eso que hueles. Es que con el embarazo el sentido del olfato se me ha desarrollado mucho —se avergüenza un poco.
—Pues nosotros también nos quedamos —afirma la Yaya—. No podemos dejar a la niña sola mientras tú trabajas todo el día. Jacobo también se queda, dijo que la cuidaría mientras tú no estuvieses y cuando estás trabajando, no estás.
—Ya está aquí la Yaya guerrera. No sé cómo se las arregla, pero siempre me coge a mí de espadachín —dice Jacobo, divertido.
—Yo voy a ver si encuentro algún apartamento enorme o un hotel que nos acoja a todos, que sea cómodo y no esté lejos. Y por supuesto una habitación para los dos tortolitos. Total, Laura no se puede quedar más embarazada —añade Santiago.
—Sí, pero tú lo has dicho, ella está embarazada, no pretenderás... —intervengo yo avergonzado.
—Rafael, tienes que leer más sobre la naturaleza humana. Las embarazadas también necesitamos sexo y si encima te quedas embarazada cuando pierdes tu virginidad, creo que te lo mereces el doble. Necesitamos sexo del...
—Déjalo ya, amiga —la interrumpe Jacobo mientras los demás rompemos a reír a carcajadas—, que después soy yo el que tiene que consolarte cada vez que dices lo primero que se te pasa por la cabeza. Rafael, hasta tú te estás riendo, esto no es propio de ti, hermano —se hace Jacobo el ofendido.
—Bueno, ya lo pillo. Esta noche, en cuanto termine, tendré que ir al lugar que el Friki haya elegido —respondo riéndome todavía.
—Pues he encontrado un hotel en la calle paralela. Después de comer, nos pasamos —nos hace saber Santiago sin despegar los ojos de su móvil.
—Y en las horas que descanso podríamos dejar que Laura y la Yaya se relajen y nosotros cuatro podríamos hablar un poco sobre algunos negocios que tengo en mente.
—Cuñado, estas todo el día con negocios nuevos —se queja Santiago.
—Bueno, no me voy a pasar todo el tiempo mirando las estrellas, eso ya lo he hecho bastante en los últimos meses. Además, este es por una buena causa —intento convencerlo.
—Siempre son por una buena causa —me contesta el Friki y sé que tiene razón.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro