Capítulo 5
Un año después
Styan
Observé mi alrededor con cierto aire melancólico. Aunque había tenido un año para hacerme a la idea, todavía se me hacía difícil pensar que esa era la última vez que iba a ver mi despacho. Estaba vacío de cualquier rastro de nuestra investigación y el diario estaba completo, sobre la mesa, a la espera de ser encontrado por mi hijo. La recopilación de información en la casa de Ada y Dareh había sido muy útil y me había ayudado a recordar detalles que más adelante él necesitaría saber. Por supuesto había añadido muchas cosas de mi propia mano. Sabía perfectamente lo testarudo y rebelde que era mi hijo en su adolescencia, si le decía que Ada era con quien yo quería que él estuviera, probablemente la desecharía sin dar la oportunidad de conocerla mejor. De hecho, insistí en que era necesario que él volviera a su época a sabiendas de que no me haría caso. Nunca me hacía caso.
Tristan me había ayudado a prepararlo todo, y aunque intentó convencerme de que no me marchara, por alguna razón yo estaba en el sueño de Ada. Yo debía estar ahí.
Por otra parte, Hurit, el Naewat que nos ayudó a salvar la Tierra, se había convertido en un alto mando de la Asociación Internacional Espacial, y además, era un General del ejército. Contacté con él y después de hablarle del sueño que había tenido Ada, no dudó ni un segundo en poner a mi disposición todo lo que hiciera falta. Me sorprendió su insistencia para ser el encargado de supervisar el trabajo de construir la nave que nos llevaría a Ab'Setir, el planeta Naewat.
Mi hermano y Dareh adulto me acompañaron a la base espacial, donde nos esperaba Hurit. Allí había una pequeña nave que nos llevaría a la estación espacial que orbitaba alrededor de la Tierra, desde donde se había construido la inmensa nave que sería nuestro nuevo hogar, una especie de arca, provista de todo lo necesario para transportar generaciones de personas en ella. La que, en su momento, se convertiría en la "nave madre".
―Como puedes imaginar, hemos usado la última tecnología para que dispongáis de todas las comodidades ―dijo Hurit mientras me enseñaba los planos. ―Está bastante completo en cuanto a facilidades, con enormes granjas que os proveerán las vitaminas y proteínas necesarias para la subsistencia a largo plazo, circuitos de condensación de agua, para que nunca os falte, gimnasios, restaurantes, zonas de ocio... Todo en vista al futuro, cuando la población sea más numerosa.
―Veo que también hay una escuela ―señalé una de las facilidades que se listaban en los planos.
―Por supuesto. Hemos calculado que, mientras viajáis, probablemente transcurrirán unas cuarenta generaciones. Esos son muchos niños que necesitan crecer en conocimiento para poder sustituir a sus mayores. Hay una copia del temario obligatorio en tu despacho ―Hurit se rió. ―Me he tomado la libertad de nombrarte el primer director.
―¿Yo el director? ―protesté. ―Pero no tengo ninguna experiencia en liderazgo.
―Por eso no te preocupes, para esos jóvenes tú eres un héroe. Ten en cuenta que fuiste una parte activa en la lucha contra la Montreal. Te seguirán aunque digas que la Tierra es plana y que el Sol gira a su alrededor ―se rió.
―Eso no me consuela... ―repliqué. ―Yo prefiero vivir sin problemas.
―En cualquier caso, no te preocupes. Hemos conseguido establecer unas comunicaciones a través del entrelazamiento cuántico, cortesía del doctor Salazar, que nos mantendrán en contacto, por si te surge alguna duda. En teoría debería funcionar a pesar del tiempo y el espacio ―prosiguió Hurit.
―Odio las teorías. ¿Y si no funciona?
―Entonces, estaréis solos. Hemos abierto un agujero de gusano estable en la Nube de Oort, una vez que hayáis pasado... bueno, no sabemos lo que ocurrirá. Lo que vamos a llevar a cabo es algo sin precedentes, así que...
―Lo entiendo. Gracias, Hurit. ―Suspiré cansado.
―¿Y cómo es posible crear un agujero de gusano estable y saber exactamente a dónde llevará? ―preguntó Dareh extrañado. ―Esos monstruos son impredecibles.
―Ah, querido mío. ―Hurit palmeó con fuerza la espalda de Dareh, que gruñó molesto. ―¿Acaso crees que tu talento es el único increíble? Deberías ver las maravillas que hemos ido reclutando en todo este tiempo. Confía en nosotros. Lo tenemos todo controlado.
Dareh asintió, aunque no estaba muy cómodo con la idea de tener que controlar las partículas subatómicas de toda una nave con su tripulación, fauna y flora incluidas. Suspiró preocupado y nos siguió hasta una ventana próxima. Hurit señaló al cielo sonriente.
―A la luz del día es imposible verlo, ―siguió alardeando Hurit. ―pero cuando es de noche, parece una estrella gigante brillando en el firmamento. Es la obra de ingeniería espacial más asombrosa que podáis imaginar.
―Gracias por todo, Hurit ―dije sin apartar la mirada del cielo. ―Sé que esto ha costado...
―Ni lo menciones. Ha salido todo de las arcas del gobierno ―se rió. ―Y yo he disfrutado muchísimo supervisando el trabajo. Además, esto es algo importante, ¿cierto?
―Sí... Lo es. ―Y no sólo era importante. Era necesario.
―La tripulación será, únicamente, de humanos ―informó mientras me entregaba una carpeta con toda la información sobre los que viajarían conmigo. ―Me gustaría poder decirte lo que vas a encontrar cuando llegues allí, pero no estoy muy seguro. Los Naewat de esa época son diferentes de lo que somos hoy en día y no sé ni siquiera lo avanzados que estarán... están... estaban... ah, esto es muy confuso.
―Está bien, amigo. Esto será suficiente.
Abrí la carpeta para observar con más detenimiento su contenido. Toda la tripulación estaba preparada física y psicológicamente para lo que íbamos a hacer. No era una tarea fácil, sobre todo porque era un viaje sólo de ida. Estaba formada por veinticinco tripulantes, todos ellos menores de treinta años, que no hubieran formado todavía ninguna familia en la Tierra y recién salidos de la academia de entrenamientos espaciales, tal y como yo lo había solicitado. Podía parecer extraño que me hubiera rodeado de personas tan jóvenes y sin experiencia previa, pero si íbamos a desarrollar la sociedad Naewat que un día llegaría a nuestra Tierra, no podía permitir que los prejuicios y estereotipos demasiado arraigados en los adultos lo estropearan. Todos esos jóvenes habían nacido después de la liberación de la Montreal o eran demasiado jóvenes cuando ocurrió, y habían crecido junto a los Naewat, como amigos e iguales.
El general Hurit se marchó junto a Tristan a atender sus asuntos y Dareh, que había estado observándome muy callado todo el tiempo, se paró a mi lado.
―¿Te despediste de Dana? ―preguntó sin apartar la mirada de la pequeña nave que nos llevaría hasta la nave madre, la cual orbitaba alrededor de la Tierra.
―Ella imaginaba que estaba planeando algo ―respondí con una sonrisa triste. ―Nunca he podido ocultar nada a tu madre. ¿Y cómo están Junie y Ada?
―Ellas están bien. A veces Junie pregunta por ti.
Tragué en seco. Una de las cosas que lamentaría para siempre era no haber podido disfrutar de esa niña. Sentía como si el destino nos hubiese robado una parte importante de nuestra humanidad, de nuestro privilegio como personas, como familias. Suspiré triste.
―Cuando yo ya no esté... ―las palabras me salían con dificultad y podía percibir que Dareh no era tan indiferente a éstas como intentaba aparentar. ―Quiero que hables con Tristan. Durante este tiempo hemos hecho algunas investigaciones y puede que Junie...
―Sabes que no lo haré ―dijo cortante. ―No quiero involucrar a Junie con esta clase de vida. Ya hemos perdido nosotros suficiente. Además, el uso de su don la debilita mucho y no quiero que siga usándolo.
―Entonces, dime. ¿Cómo conseguiste viajar en el tiempo sin los entrelazamientos cuánticos? Si no me equivoco, ese es el don de tu hija.
Dareh no contestó. Se limitó a guardar silencio pensativo, tratando de evocar los recuerdos de su juventud.
―La verdad es que no lo recuerdo. En ese momento no sabía muy bien lo que estaba haciendo, sólo seguía las instrucciones que me dabas ―confesó cabizbajo. Sentía que no era del todo sincero conmigo, pero, por alguna razón, sabía que no conseguiría sonsacarle la información por mucho que insistiera.
―Vaya, y yo que siempre había pensado que tu única meta en la vida era contrariarme ―me reí. Él también sonrió, sin embargo, su sonrisa se apagó en seguida. ―Cuando tú te hayas ido al pasado, tu madre estará sola, Dareh. Le gustará conocer a Junie y estar con vosotros, créeme. No es tan dura como le gusta aparentar. Antes de irme esta mañana, me gritó que podía irme al infierno si me daba la gana. Eso, en su forma de expresarse, significa que espera volver a verme.
Dareh se rió y asintió. No estaba seguro de que fuera a hacerme caso, pero al menos parecía estar considerando la opción.
―¿Estás seguro de que podrás hacerlo? ―pregunté observando de nuevo la nave.
―¿Llevaros a Ab'Setir? ¿Todavía lo dudas? ―sonrió.
―¿Cómo quieres que lo sepa? ―me encogí de hombros. ―Cuando nos conocimos sólo podías viajar tú y llevar a otros contigo, y luego tenías que descansar porque te dejaba exhausto.
―¿Y te parece poco? ―se rió.
―Claro que no, y menos ahora, que sé cómo lo haces, pero...
―No me subestimes, Styan. En este tiempo he podido desarrollar mi don hasta límites que no puedes imaginar y llevar esa nave inmensa mil años al pasado a la absurda distancia de veinte años luz, asegurándome de que mantenéis vuestra integridad molecular a través de un agujero de gusano... nah, es sólo un reto más para superarme.
Me reí por su fanfarronería y él conmigo. Por supuesto, no era algo tan fácil. Había muchos factores a tener en cuenta y entre todos ellos, el más difícil de todos era la sincronización temporal, que era exactamente donde entraba en juego el papel de Dareh. Si llegábamos demasiado tarde estaríamos perdidos para siempre. Si llegábamos demasiado pronto podíamos vernos envueltos en las guerras de Ab'Setir y asesinados antes de poder cumplir con nuestro cometido. Y lo peor era que debíamos fiarnos de unos escritos de hacía mil años.
Observé unos instantes a Dareh. Sabía que quería decir mucho más de lo que se atrevía a decir. Lo conocía mucho mejor de lo que él creía y la forma en la que parpadeaba varias veces seguidas le delataban. Estaba nervioso y se contenía.
No tenía ni idea de qué iba a encontrar al final de ese viaje, pero había una cosa que tenía clara. Saldría bien. Lo sabía porque en nuestro pasado ellos llegaron a la Tierra. Y llegaron porque yo tuve éxito. Pensar en ello era un dolor de cabeza. Algo que ya había ocurrido hacía tiempo era la consecuencia de un acto que todavía no se había llevado a cabo. Suspiré y sonreí. Las complicaciones de vivir con manipuladores del tiempo.
―Todo irá bien, hijo ―susurré.
Él me miró sorprendido y luego sonrió.
―Lo sé.
***
Dareh y yo subimos a la pequeña nave, seguidos de la tripulación. Observé a todos y cada uno de los jóvenes que entraban y, en sus miradas, veía determinación. Eso me animó a seguir adelante a pesar de todo. No tenían miedo. No se arrepentían de estar ahí. Tenían claro a qué iban y que no volverían. Todos ellos eran valientes y admirables, y yo me sentí agradecido por ello.
El paseo en la pequeña nave fue entretenido, por no decir que fue un infierno. Todas las horas de entrenamiento no me habían preparado lo suficiente para aquello. Hasta ese momento, siempre que habíamos salido de la Tierra, había sido a través del don de Dareh y sólo habíamos atravesado la atmósfera para descender. La presión en el estómago me hizo casi vomitar tres veces, lo cual, habría sido desastroso estando embutido en ese traje espacial.
Al final, y gracias al cielo, llegamos sanos y salvos a la inmensa nave. Era mucho más grande de lo que la recordaba. Nuestra nave se introdujo en un hangar y me sentí admirado al ver la inmensidad del lugar. Mis ojos fueron recorriendo cada rincón hasta pararse en otros ojos frente a mí que me observaban con admiración.
―Señor, es un honor conocerle por fin ―dijo el joven sonriente. Me incomodaba tanto respeto, pero le devolví la sonrisa con cordialidad.
―Gracias... supongo. No hace falta que me llames señor, no soy el jefe de nadie. Llámame sólo Styan. ―dije ofreciendo la mano al joven para estrecharla. Él la miró sorprendido y en seguida sonrió y la tomó.
―Yo soy Benjamin, pero puedes llamarme Ben.
―Y... ¿Cuál será exactamente tu función en la nave? ―pregunté con curiosidad. Más que por saber la respuesta, quería ver qué clase de persona era. Por supuesto, yo sabía la respuesta. Había estudiado las fichas de cada tripulante y la del tal Ben me había parecido particularmente excelente.
―Yo sólo soy ingeniero aeronáutico. Fui el principal diseñador de esta nave y, por tanto, debo estar aquí por si hay algún fallo, poder repararlo ―contestó sonriente.
―Entiendo. Encantado, Ben.
Me sorprendió que, de toda su titulación, él mencionara exclusivamente la ingeniería aeronáutica. Poseía un doctorado en matemáticas y era licenciado en biología espacial. Su CI superaba los 150 y, además, había participado en un exhaustivo entrenamiento para estar en la tripulación de nuestra nave. Todo eso sólo con veinticinco años. Era un auténtico genio con una vida social pobre o nula. Demasiados libros no le dejaban tiempo de tener amigos. Probablemente ya no tendría ese problema.
Cada uno ocupó sus posiciones y nos preparamos para la primera intervención de Dareh. Hurit se había asegurado de crear una sala lo más concéntrica posible para que él actuase desde ahí. Lo acompañé y me quedé con él. Tomó asiento en una enorme butaca con pantallas a su alrededor, desde donde se podía ver casi cada rincón de la nave.
―¿Cómo te encuentras? ―pregunté inquieto. Él sonrió tranquilo.
―Nunca he estado más preparado.
Asentí y él cerró los ojos. Por un momento, sentí un pequeño dejavú, al recordar todas las horas de entrenamientos que habíamos vivido juntos en casa, aunque en ese momento él no era más que un adolescente. Me fui sin despedirme de él. No fui capaz. Probablemente esa era una de las razones por las que después me odió tanto.
Sentí una extraña vibración en el suelo de la nave y todo a nuestro alrededor empezó a volverse difuso. Había comenzado. Tomé asiento rápidamente en una butaca a su lado y me puse un cinturón. Era una tontería, pero, para ser francos, estaba asustado.
Dareh estaba totalmente concentrado. Las gotas de sudor habían humedecido su frente y su mano agarraba con fuerza el reposa brazos. Me preocupaba que su cuerpo no pudiera soportar la inmensidad de la nave. Por supuesto, habíamos practicado cientos de veces, pero todas y cada una de ellas, él había quedado extenuado.
El agujero de gusano al que nos dirigíamos estaba situado en la Nube de Oort, a las afueras de nuestro sistema solar. Dicho así parecía algo sencillo, pero la distancia a ser recorrida era demasiado absurda. A tales distancias, los kilómetros no son aptos, y se usan las unidades astronómicas, es decir la distancia del Sol a la Tierra, unos 149,5 millones de kilómetros. La nube de Oort se encontraba a unas 5000 de esas unidades astronómicas. Por mucho que practicase, no había manera de preparar a Dareh para algo así.
Gruñó fatigado e, involuntariamente, su cuerpo se encogió hacia delante, en un intento de calmar el dolor que debía estar sintiendo. Lo observé impotente. En esa situación yo sólo podía mirar.
Unos minutos después, su cuerpo se relajó y se echó hacia atrás, debilitado.
―¡Dareh! ―me acerqué a él y el equipo médico de la tripulación se aproximaron a toda prisa para comprobar sus constantes.
―Él está bien ―dijo la doctora después de examinarlo. ―Sólo necesita descansar. El uso de un don como el suyo conlleva un desgaste físico muy grande.
Su expresión era seria y me preocupaba que hubiera algo que no se atrevía a decirme.
―Aquí el centro de transporte. ¿Hemos alcanzado el objetivo? ―pregunté entonces al comandante de a bordo a través de un comunicador. La respuesta no demoró más de unos segundos en llegar.
―Señor, esto es increíble... ―escuché la voz atónita de mi interlocutor. ―Deben venir inmediatamente al puente de mando.
Dejé a Dareh a cargo del equipo médico y corrí hasta el puente. Cuando llegué allí, todos los presentes estaban en una ventana, observando la inmensidad. Me abrí paso entre ellos y vi que Ben estaba en primera fila, sonriendo como un niño.
―¿Qué ocurre? ―inquirí nervioso.
Cuando miré por la ventana, me quedé atónito. A lo lejos podíamos divisar la distorsión de la luz siendo absorbida por la entrada al agujero de gusano. Era algo increíble. Nunca hubiera imaginado que podría ser tan bello y a la vez, sobrecogedor.
―La gravedad que ejerce sobre nosotros nos arrastra. A esta velocidad tardaremos unos dos días en llegar al horizonte de sucesos ―informó el piloto.
―¿No podemos ralentizar la velocidad? ―pregunte preocupado por el estado de Dareh.
No sabía si podría recuperar el cien por cien de su capacidad en sólo dos días. Si llevarnos hasta allí había sido agotador hasta el punto de hacerle perder la consciencia, mantener la integridad molecular de la nave y todo lo que estaba en su interior mientras atravesábamos el agujero de gusano podría ser peligroso para él.
―Me temo que no, señor. Eso sólo sería un gasto de energía que no nos podemos permitir. La gravedad del agujero de gusano es demasiado grande para luchar contra ella.
―Está bien... ―respondí mientras salía del puente e iba directamente al ala médica.
Ya habían transportado a Dareh allí y aunque sus constantes eran estables, su rostro había palidecido. Si le ocurría algo no me lo perdonaría nunca. Sin embargo, si no hacíamos esto, él nunca existiría. Me sentía confuso y asustado. Una cosa era sacrificarme yo mismo, pero a mi hijo...
Golpeé una pared impotente, asustando al equipo médico.
―Señor, ¿se encuentra bien? ―dijo uno de los enfermeros aproximándose a mí con cuidado.
―S-sí.
Tal como me habían informado, Dareh se despertó al día siguiente y aparentemente se encontraba en óptimas condiciones. Sin embargo, seguía viéndose pálido. El equipo médico ponía especial atención en sus cuidados. Era mucho lo que dependía de él.
―Te veo nervioso, viejo ―me dijo sonriente. Le devolví un amago de sonrisa, pero no era capaz ni siquiera de eso.
―Sólo quedan cinco horas para alcanzar el horizonte de sucesos. Después de eso...
―Después de eso, tú los salvarás y yo volveré a casa... ―su expresión se oscureció. Lo conocía lo suficiente como para saber lo que pensaba.
―Promete que no te vas a obsesionar con volver a buscarme. Las cosas deben ser así y no hay nada más que podamos hacer.
―Esa es otra promesa que no puedo hacer ―dijo sin mirarme a los ojos.
―Siempre he odiado que seas tan testarudo ―me reí, pero él permaneció serio.
Durante las cinco horas restantes preparamos todo según los protocolos. Estábamos listos. Lo habíamos practicado cientos de veces, pero ninguna práctica nos podía preparar para lo que estábamos a punto de llevar a cabo. Íbamos a ser los primeros seres humanos que iban a atravesar un agujero de gusano y eso, aunque no quisiéramos admitirlo, nos aterraba.
El tirón gravitacional empezaba a hacer vibrar la nave. La velocidad a la que nos acercábamos había aumentado y la inquietud en el ambiente se hacía notar.
―Todo va a ir bien, ¿cierto? ―preguntó Ben, que también estaba en la sala, asegurándose de que no había ningún fallo mecánico.
―Por supuesto ―le tranquilizó Dareh. Todavía se veía un poco pálido.
"Señor, estamos a punto de atravesar el horizonte de sucesos." se escuchó la voz del piloto a través de un altavoz. "Después de esto, no habrá vuelta atrás."
―Recibido.
"Y si no lo logramos, quiero que sepa que ha sido un honor conocerles y ser partícipe de este momento."
Se me hizo un nudo en la garganta. Todos aquellos jóvenes eran auténticos héroes que habían dejado una vida por salvar a una raza entera de la extinción. En comparación, lo que habíamos logrado nosotros al salvar la Tierra no fue más que un accidente. Ninguno buscamos lo que había ocurrido. En cambio, ellos estaban ahí sabiendo muy bien lo que iba a ocurrir. En el mejor de los casos, no volveríamos a la Tierra y acabaríamos nuestros días en aquella nave. Tomé aire y lo expulsé despacio.
―Lo lograremos.
Dareh gruñó, como si algo hubiera empezado a molestarle. Su rostro se había enrojecido y agarraba los reposabrazos con fuerza.
―¿Todo bien, campeón? ―inquirí preocupado. Él movió los ojos para mirarme y frunció el ceño. Por supuesto que no iba bien.
Entonces empecé a sentir una fuerza invisible que tiraba de mis pies y los estrujaba. Dolía bastante. La sensación fue subiendo por mi cuerpo y removiendo mis entrañas, como si fueran el contenido de una batidora. Miré a Ben, que había cerrado los ojos, mientras respiraba aceleradamente, tratando de concentrarse para soportar esa desagradable sensación. Pero el que de verdad me preocupaba era Dareh.
El sudor había empezado a caer por su frente y respiraba con dificultad, mientras apretaba la mandíbula.
―Esto es... peor de lo que... imaginé... ―dijo con dificultad intentando sonreír, sin embargo, su gesto acabó torciéndose dando paso al verdadero dolor que sentía.
―Aguanta, hijo mío... —susurré con impotencia. No deseaba que él tuviera que pasar por ese trago, pero ¿qué podía hacer yo?
Cerré los ojos y me esforcé por pensar en cualquier cosa que no fuera el terrible dolor que sentía en todo mi cuerpo. Aunque no debía ser nada en comparación con lo que debía estar sintiendo él.
La nave aceleró y la fuerza centrífuga me comprimió contra el respaldo de mi asiento. Dareh gimió y dejó escapar un grito contenido. Su cuerpo se curvó hacia delante, como si intentase inútilmente aliviar el dolor. Volví la mirada hacia otro lado. No podía soportar verlo sufrir así.
Entonces, como si hubiéramos despertado de una pesadilla, todo el dolor cesó y Dareh desapareció inmediatamente de su asiento. Se había ido. Había permanecido al otro lado del agujero de gusano y nosotros habíamos llegado a nuestro destino.
―¿Estáis todos bien? ―hablé a través del comunicador.
Uno a uno, todos los departamentos fueron reportando que todo estaba bien, aunque en el departamento de granjas habían tenido problemas con algunos animales que habían muerto de un infarto.
―Ya tenemos carne para hacer una barbacoa ―musité. Ben me miró frunciendo el ceño, pero de repente empezó a reír como un desquiciado, contagiándome la risa.
Un par de días después, y según las coordenadas de los escritos de los antiguos Naewat, llegamos a Ab'Setir. La imagen era sobrecogedora. Se veía tan bello como nuestra Tierra. Tanta distancia, tanto tiempo de diferencia... pero todos iguales, después de todo.
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