Capítulo 4
Dareh
Ada había llevado a Junie a dormir. Estábamos muy preocupados porque en los últimos días había estado bastante desmejorada y esa noche incluso, tenía un poco de fiebre.
El uso de su don parecía agotarla. Todavía era muy pequeña y se esforzaba demasiado para agradarnos. Decidimos que esperaríamos a que, al menos, hubiera desarrollado un poco más sus conexiones neuronales, para no interferir en su desarrollo. Su don era muy complejo y raro, como el mío, y si para mí resultaba agotador, para ella lo era aún más.
El timbre de la puerta me sobresaltó. Miré mi reloj y era más de las once de la noche. ¿Quién podía ser a esa hora? El timbre sonó varias veces más y fui rápidamente para asegurarme de que no despertaba a la pequeña Junie.
Cuando abrí la puerta, encontré a la persona que menos esperaba ver esa noche en mi casa.
―¿Styan? ―Al verlo ahí sentí un vuelco en el estómago. Se veía exactamente como recordaba a mi padre antes de marcharse. Debía de faltar muy poco para que ocurriese.
―Hola, hijo ―dijo con el ceño fruncido y mirándome con recelo. Era lógico que lo hubiera descubierto. Yo debía tener unos quince años y probablemente era bastante similar al yo que conoció en Omega.
―Papá... ―respondí con una pequeña sonrisa y tratando de parecer indiferente, sin embargo por dentro era una feria de emociones. Era él. Ya era mi padre. Ya no parecía el idiota Styan.
―Debiste decirme algo ―Styan se rió incómodo. ―Me siento como un idiota.
―En eso estamos de acuerdo ― dejé asomar una sonrisa de burla, pero en seguida recuperé mi semblante serio. ―¿Qué estás haciendo aquí? Creí que eras tú quien había decidido que si nos marchábamos, por el bien de todos, no volveríamos a tener ningún tipo de relación.
―¿Dónde está Ada? ―Styan parecía algo inquieto. ¿Ada? ¿Por qué preguntaba por Ada?
―¿Para qué quieres verla?
―Ella contactó conmigo esta tarde, por eso he venido.
Esa revelación me pilló algo desprevenido. ¿Acaso habían mantenido el contacto a mis espaldas? Inmediatamente deseché la idea. No. Ella no era tan avispada como para ocultarme algo así.
―Ada, ¿puedes explicar eso? ― Alcé la voz. Ella había estado escuchando nuestra conversación desde un rincón del pasillo fuera de nuestro campo visual, seguramente pensando que no me había dado cuenta. En seguida salió de su escondite avergonzada y miró a Styan con algo de desconcierto.
―Hola, Styan ―dijo mientras se aproximaba a su amigo.
―Ada... ―Él se acercó a ella y le dio un abrazo. Por alguna razón eso me incomodaba. Y mucho.
―Está bien, todos saludados. ―Los agarré de los hombros y, aprovechando que se separaban, me coloqué en medio de ellos. ―Vayamos al salón para ponernos cómodos y hablar tranquilamente sobre eso de que Ada contactó contigo.
La expresión de Styan era, cuanto menos, inquietante y, de seguro, no estaría ahí si no hubiera ocurrido algo grave. Sin embargo me preocupaba que afirmase estar ahí porque Ada había contactado con él. Algo estaba ocurriendo. Algo que, probablemente afectaba a nuestro futuro cercano.
―¿Cómo están Dana y tu hijo? ―preguntó Ada sonriendo con cordialidad.
―¿Qué? Bien, bien... ellos están bien. ―Styan parecía distraído. ―Dareh... ―me miró frunciendo el ceño. ―Quiero decir, mi Dareh... quiero decir... el que está en casa...
―Lo entiendo. ―Me reí. Parecía que todavía no se había hecho a la idea de mi procedencia.
―Él está aprendiendo a dominar su don. Dentro de poco estará listo para viajar... ―suspiró inquieto. ―Aunque no sé si quiero que haga algo así. Como padre deseo protegerlo y que no se meta en problemas, como es obvio que hicimos...
―Tú no estarás para impedirlo ―espeté molesto por su aparente preocupación. Tal como yo lo recordaba, él sólo estaba preocupado por desarrollar mi don y su investigación. Después de eso, desapareció.
―Esa es la cuestión que me trae aquí... ―musitó sin levantar los ojos del suelo.
Sentí un nudo extraño en el pecho. Estaba deseoso de saber lo que venía después de esas palabras, pero a la vez me aterraba. ¿Y si, después de todo, no conseguía justificar su ausencia? ¿Y si conocer sus motivos hacía que lo odiase más todavía? Suspiré, intentando calmar mis viejos temores. Yo ya no iba a ser abandonado por él. ¿Por qué me empeñaba en darle vueltas?
―Está bien, explícanos esa cuestión y, sobre todo, qué es eso de que Ada contactó contigo ―inquirí algo más serio.
Styan se frotaba las manos nervioso. Desconcertado, paseaba su mirada entre Ada y yo, como si estuviera esperando alguna cosa.
―Debo entender que vuestra tranquilidad se debe a que todavía no ha ocurrido―dijo al fin.
―¿A qué te refieres? ―pregunté empezando a cansarme de sus frases a medias.
―Ada, ―tomó la mano de la aludida y la miró fijamente. ―Esta tarde, mientras trabajaba en mi investigación, tú apareciste frente a mí y me diste un mensaje.
―Pero eso no tiene sentido ―se defendió ella extrañada. ―He estado toda la tarde haciendo trabajo escolar con Junie.
―Como bien dijiste, es probable que ni siquiera estuviésemos en el mismo lapso de tiempo. Dijiste que habíamos conseguido conectar a través del don de tu hija.
Nuestra hija tenía un don extraño, uno que, como el de Ada, se complementaba a la perfección con el mío. Mientras que yo podía manipular partículas sub atómicas para enviarlas a algún tiempo en mi pasado, ella podía entrelazarlas. De ese modo fue capaz de conectar a Ada con mi versión de esa época. Y yo siempre había pensado que se trataba de una amiga imaginaria... Me reí para mis adentros por mi propia inocencia de esa época.
―Entonces debía ser una yo de un futuro cercano― musitó ella extrañada. ―¿Y qué mensaje te di?
―Tendrás un sueño, Ada. Uno sobre el planeta de los Naewat que se extinguió hace mil años.
Ada y yo miramos a Styan con sendas expresiones de sorpresa en nuestros rostros.
―Pero eso no tiene ningún sentido, Styan. ―dijo ella tratando de razonar con él. ―Mis sueños siempre han sido premonitorios. ¿Cómo voy a soñar con un planeta extinto?
―Veréis, he tenido mucho tiempo para meditar sobre ello en las cinco horas de trayecto que hay entre vuestra casa y la mía... ―se rió sin ganas y se frotó la cara con preocupación. ―Todo esto es una mierda ―de nuevo su expresión se torció, arrugando su frente. Su voz empezaba a sonar temblorosa, como si fuera a romper a llorar en cualquier momento. Se puso en pie y dio un par de vueltas por el salón, como si el simple hecho de pensar en ello le produjera un dolor inimaginable.―Me temo que no hay otra manera de hacerlo.
―¿De qué hablas? ―esta vez alcé la voz. ―Deja ya de hablar a medias.
―Conozco la historia Naewat. Dana me la ha explicado alguna vez y, además, conseguí una transcripción de los registros antiguos de la nave madre. ―Styan hablaba sin levantar la mirada del suelo. Estaba nervioso, diría, incluso, desesperado. ―En todas las historias y leyendas siempre me había faltado un factor. Un pequeño factor al que nadie había prestado atención, o quizá había sido ignorado a propósito. ¿Por qué los Naewat vinieron, precisamente, a la Tierra? De toda la vasta inmensidad de nuestra galaxia, con tantos planetas habitables a su alrededor, ¿qué los llevó precisamente a volver a la Tierra, que era su planeta original, en aquella nave inmensa y con esas cantidades descomunales de Engel, como si estuvieran preparados para repoblarla?
―¿Cuál es tu teoría? ―inquirió Ada frunciendo el ceño.
Sin embargo yo empezaba a atar cabos y una idea loca pasó por mi cabeza. Una que esperaba que no fuera real. Una que, ignorando mis deseos, parecía que acabaría siendo la acertada.
―Hace mucho tiempo dudaba de tu don, Ada ―Siguió hablando. ―Pero después de todo lo vivido, decidí no volver a dudar y confiar en ti, porque a pesar de todo, tú siempre tenías razón. Esta tarde apareciste nerviosa en mi casa y me dijiste que la vida de Dana y todos los Naewat corría peligro. Entonces me hablaste de ese sueño... y que yo estaba en él. Ese fue el momento en que lo vi todo claro... ―Styan me miró a mí esta vez y las lágrimas habían empezado a inundar sus ojos. ―Abandoné a mi familia para poder salvarlos a todos.
Maldita sea. Lo había dicho. Había dicho lo que yo no quería oír.
―Esa es la razón por la que os dejé ―siguió hablando y puso su mano sobre mi hombro. ―No os abandoné, Dareh... Pero es necesario que haga esto para que podáis salvaros. ―Las lágrimas habían empezado a caer de sus ojos. Coloqué mi mano sobre la suya, mientras me esforzaba por controlar el incipiente nudo en mi garganta.
Styan sacó un cuaderno de su mochila. Me reí cuando lo reconocí. Era el maldito cuaderno que yo había estado llevando conmigo cada día mientras estuve en el pasado, indicándome cada paso a seguir, cada situación, fechas, horarios... todo con una precisión milimétrica. Yo había perdido el mío cuando dejó de ser necesario.
―Quiero pediros un favor ―dijo mientras abría el cuaderno. ―Necesito que me ayudéis con esto.
―¿Nosotros? ―preguntó Ada extrañada.
―¡Por supuesto! ¿Acaso crees que yo puedo recordar todo lo que ha pasado? ―protestó mientras sacaba un bolígrafo del bolsillo de su camisa. ―Sabéis perfectamente que mis preocupaciones en aquella época eran muy diferentes y muchos de mis recuerdos pueden ser totalmente innecesarios.
Me reí. Siempre había pensado que la precisión con la que recordaba las cosas y las había escrito se trataba de algún don oculto. Por supuesto. Nosotros le ayudamos. Él era un genio sin un don.
―¿Qué te hace tanta gracia? ―protestó Styan con el ceño fruncido.
―Nada. Cosas mías.
Pasamos toda la noche recordando, escribiendo y anotando fechas. Yo casi había memorizado esas estúpidas palabras y no me costó ningún esfuerzo decirle lo que debía escribir. Hizo un esquema lo más detallado posible que, más adelante desarrollaría él mismo. Esas eran todas las horas de escritura que yo recordaría más adelante, cuando era joven.
Cuando Styan recopiló toda la información que creyó necesaria, decidió que era hora de marcharse. Era por la mañana. Habíamos pasado toda la noche en vela recordando aquella época.
Antes de marcharse, puso una mano en mi hombro y sentí que se esforzaba por contenerse.
―Dareh... ―dijo bajando la mirada azorado, como si lo que estaba a punto de decir le costara la vida. ―Sólo quiero decirte que... me siento muy orgulloso de todo lo que has logrado llevar a cabo y... del hombre en que te has convertido. Gracias.
Suficiente. Abracé a mi padre y me olvidé de todos los prejuicios de nuestra juventud. Me olvidé de todo lo que había pensado de él hasta ese momento. Me olvidé de nuestras disputas. Él era el auténtico héroe.
―Gracias a ti, papá.
―¿Mami? ―la dulce voz de nuestra hija llamó la atención de Styan, que la miró sorprendido.
―¡Junie! Buenos días ―Ada fue junto a la pequeña para acompañarla y que se aproximara a nosotros. Nos observaba extrañada, sobre todo porque Styan y yo teníamos lágrimas en los ojos, que nos esforzábamos por borrar con discreción.
―¿Esta es...? ―Mi padre se arrodilló frente a ella asombrado y le sonrió. La pequeña Junie le devolvió la sonrisa con timidez. ―Hola, pequeña. ¿Cómo estás?
―¿Quién eres? ―preguntó un poco desconfiada.
Styan nos miró sin saber muy bien qué decir. Nunca habíamos hablado a June de sus abuelos. No era muy normal tener abuelos de la misma edad que los padres, sin embargo, no quería negar a mi padre el privilegio de disfrutar de ese momento.
―Él es tu abuelo ―dije mientras ponía la mano en el hombro de Styan.
Los labios de la pequeña se abrieron en una amplia sonrisa de felicidad y, borrando todo rastro de timidez o desconfianza, se lanzó a los brazos de Styan y le dio un abrazo. Él cerró los ojos, disfrutando de aquel instante. Atesorando cada momento, como si intentara convencerse de lo necesario que era sacrificarse a sí mismo para salvar todo aquello.
―No sabía que tenía un abuelito ―dijo la pequeña en cuanto se separó de Styan para mirarlo a la cara. Puso sus pequeñas manos en las mejillas de Styan y se rió al sentir las cosquillas de su barba. ―Pensé que serías más viejo.
Ese razonamiento nos hizo reír a todos.
―Es que me conservo muy bien porque como mucha verdura ―bromeó. La pequeña puso cara de asco.
Styan se incorporó y Ada llevó a la pequeña Junie a la cocina para darle el desayuno. Yo aproveché para despedirme de mi padre. Debía volver a su casa para prepararlo todo y, cuando sintiera que estaba listo, vendría de nuevo a nuestra casa antes marcharse y nunca más volver.
Era una sensación extraña. Tanto tiempo lo maldije, tanto tiempo lo odié por abandonarnos y había resultado que yo mismo había contribuido a su partida. Paradojas que sólo podían llevarse a cabo con manipuladores del espacio y el tiempo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro