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CAPÍTULO 20: EL COMIENZO DEL FINAL

La luz de la noche invadió mi vista haciendo que entrecerrase los ojos. Estaba tumbada en mi cama, tapada hasta el cuello como de costumbre – pues tenía miedo en las noches de invierno – aprecié la colcha, tenía unos dibujos de pequeños elefantes con colores rosados, mamá me la compró cuando yo tenía cinco años, me traía muy buenos recuerdos.

Absorbí el olor, olía al típico aroma infantil, me hacía querer quedarme así por mucho más tiempo.

Pero, ¿qué hora era? Y ¿por qué yo estaba despierta?

Me destapé sintiendo el frío de la habitación azotar mi cuerpo, extraño, pues siempre esa habitación era cálida y agradable debido al aire acondicionado que papá solía encender.

Puse mis pies en el suelo, me di cuenta de que eran muy pequeñitos, alcé mis manos e igualmente eran bastante pequeñas, como un niño de diez u once pequeños añitos. Mi pijama era de princesas, concretamente de Cenicienta, cuando mis papás me lo regalaron me quejé un poco, pues yo quería uno de Bella, con su vestido dorado y purpurina, mi madre me explicó que Cenicienta había sufrido mucho más y así le haría honor a ella.

Patrañas, en realidad no quedaban pijamas de Bella ya que era época de navidad y se habían agotado demasiado rápido.

Avancé unos pasos hasta quedar enfrente de mi espejo de armario, el cual tenía unas decoraciones con flores y purpurina, mucha purpurina, realmente siempre amé la purpurina, al contrario que Megan, ella prefería colores neutrales — los cuales, de pequeña pensaba que eran el blanco y el negro, pero luego descubrí una cosa llamada ‘gama de colores’ — en realidad ella no era de coches ni de princesas, era ella, le gustaban algunas cosas, algunos colores…pero según dijo una vez: “yo no me etiqueto

Pude ver que era una pequeña cría de doce años, mis dientes estaban torcidos y me veía muy tierna, mi cabello era algo parecido a un nido de pájaros, pues en la noche me movía demasiado, mis ojos eran algo más verdosos, pero conforme crecí tomaron un color más marrón avellana que verde como mi madre siempre quiso.

Desgraciadamente yo no fui la afortunada, sino mi hermana, ella tenía unos ojos verdes intensos, era como los colores de los árboles — pero le añades algo de saturación — preciosos, yo siempre los amé, además hacían juego con su cabello ondulado color cobrizo.

Me dirigí a la puerta de mi habitación, mi reloj se había roto hace varios días debido a que sin querer le di con una pelota mientras jugaba con Megan, este se descolgó de la pared y cayó, las agujas se quedaron atascadas y por mucho que lo intentamos, mi reloj violeta no sobrevivió a la caída. Perdón señor Gas — sí, lo apodé de esa manera ya que me gustaba mucho — nunca fue mi intención. Así que no pude visualizar la hora.

Abrí la puerta con cuidado de no hacer ruido, afortunadamente esta no chirrió, mis pasos delicados no hicieron ni una pizca de ruido, mis padres me matarían si supiesen que estaba despierta de madrugada.

El pasillo estaba bastante oscuro, nada fuera de lo normal como esperaba. Avancé hasta llegar a la puerta de Megan, le pediría quedarme a dormir con ella. Pese a que yo era la mayor, mi hermana siempre fue más valiente que yo, ella nunca le temía a nada — siempre lo vi bastante extraño, pues los niños pequeños suelen asustarse fácilmente — así que abrí sigilosamente su puerta.

Hay algo que el ser humano denomina como “intuición”, es una habilidad que no todas las personas han desarrollado de la misma forma. Para intuir no hace falta usar un razonamiento, es como si percibieses algo en el momento, como si lo vieses clara e inmediatamente. Mi intuición nunca fue mala, de hecho casi todas las veces acertaba, pero en el momento en el que entras a la habitación de tu hermana y la ves de pie encima de la cama y con sus ojos en blanco, no hace falta tener desarrollada ninguna habilidad para saber que algo va mal.

—M-megan — tartamudeé mientras entraba con pasos lentos en su dormitorio — ¿Estás bien? — claramente algo sucedía.

Miré por toda la sala, pero no había nada desordenado, ni cuadros tirados en el suelo, ni sangre en las paredes…nada, o al menos nada visible para mí.

—Megan…me estás asustando — me iba acercando, ella parecía estar en otra órbita, como si no me escuchase — si te ha pasado algo podemos arreglarlo, mami seguro que no se enfada…

Por mucho que lo intentase, mi hermana no reaccionaba de ninguna manera. Así que me subí a la cama hasta estar cara con cara, frente a frente. Sus ojos estaban en blanco, pero mi atención se fue a su brazo derecho, tenía una cicatriz que recorría su antebrazo hasta llegar a su muñeca, nunca se la vi, lo cual era bastante extraño.

¿Con qué se podía haber hecho eso mi hermana?

Acerqué mi mano hacia ella, toqué su brazo y ni si quiera se inmutó. No sabía qué estaba sucediendo, así que lo mejor era avisar a mis padres, antes de que sucediese alguna otra cosa.

—¡Mamá! — grité esperando que pudiese oírme — ¡Mamá, Megan está muy rara!

Escuché cómo una puerta se abría, debía ser la del dormitorio de mis padres, después unos pasos rápidos aumentaban. ¿Por qué esos pasos si se escuchaban pero los míos no? Qué extraño…

Mis papás entraron corriendo y al analizar la situación sus ojos se abrieron como platos, estaban tan sorprendidos como yo o incluso más, pero aún así pensaron rápidamente, como si lo hubieran planeado o hubiesen vivido esto en algún otro momento. Quizás si sucedió anteriormente, pero yo no recordaba nada.

—Heaven apártate de tu hermana — dijo mi padre sin quitar la vista de ella — ahora mismo.

—Pero… — mamá me interrumpió.

—Ahora mismo, Heaven — tenía furia en su voz, pero lo mejor era no llevarle la contraria, ella siempre iba a tener la razón y tenías que callarte si no querías discutir, así que me bajé con un pequeño salto de la cama.

—Vete a tu habitación y no salgas hasta que te lo diga — ordenó ella.

Asentí lentamente mientras avanzaba despacio — y cierra la puerta al salir — terminó mi padre.

Claro que, yo era una niña de doce, no me saltaba las normas pero tenía derecho a saber lo que le pasaba a mi hermana, ¿no?
Así que cuando salí dejé una pequeña raja para poder ver qué le hacían a Megan.

Hay cosas que quieres olvidar, cosas que simplemente desearías no haber visto o vivido. Si me diesen esa oportunidad desearía nunca haberme despertado en la madrugada de aquella noche del 2015.

Mi madre se puso a un lado de la cama, mientras que mi padre buscaba algo en uno de los cajones de la cómoda que había en la habitación.

¿Qué pretendían hacer?

Papá sacó un arma, pero no era una pistola de balas, había visto muchas películas y eran diferentes, esa pistola era diferente. Él apuntó al cuello de mi hermana y disparó, fue todo muy rápido.

Megan recibió una gran descarga eléctrica, se cayó encima de la cama y mi madre le sostuvo un brazo al igual que mi padre el otro.

¿Megan había sufrido?

¿Por qué la herían de esa forma?

Ella solo tenía diez…Me tapé con mi mano la boca para no hacer ruido, mientras que algunas lágrimas se formaban en mis ojos.

Mamá sacó una daga que llevaba dentro del pantalón de pijama — ¿quién duerme con una daga? — y presionó sobre el brazo de mi hermana, donde tenía aquella cicatriz. Ella empezó a gritar, sus ojos volvieron a la normalidad y por un momento cruzamos miradas, pero ella apartó la vista, como si no quisiera que mis padres se diesen cuenta.

—¡Mamá no por favor, estoy bien! — gritaba mientras intentaba soltarse de su agarre.

—Cállate y terminemos esto cuanto antes — la frialdad en la voz de mi padre me hizo sospechar.

Mi madre empezó a deslizar la daga sobre la cicatriz, haciendo que brotase mucha sangre y que Megan sollozase a la vez que gritaba.

Aquello dolía tanto, mis padres ni si quiera parecían sufrir ante aquello. Ver a mi hermana retorcerse de dolor por aquellas personas era tan inhumano…

Cuando mi madre finalizó le pasó el cuchillo a mi padre, el cual esbozó una leve sonrisa…

¿Acaso pretendían continuar?

Esa era exactamente su intención, pues él pasó el cuchillo por el cuello de Megan…espera, la yugular...

Vi sus intenciones, vi cómo mi propio padre quería rajarle el cuello a su hija.

—¡Deténte! — grité entrando de golpe a la habitación — ¡¿Qué estáis haciendo?! — mi cara de horror demostraba que había visto todo.

—Cariño, nosotros… — mi madre intentó calmarme, soltó a mi hermana y se alejó de ella para acercarse a mí.

—No te acerques a mí — negué con la cabeza — ¿Por qué le hacéis daño?

Ella compartió una mirada con papá — cielo…no es lo que parece, te lo prometo.

—He visto como usabas esa daga — recriminé, ella se enderezó y alzó la cabeza.

—A tu habitación, ya — ordenó.

—No voy a hacerte caso, voy a llamar a la policía y os van a detener a ti y a papá por dañar a mi hermana — mi madre rió ante mis palabras — no es gracioso.

—Mañana no te acordarás de nada, Heaven — respondió.

Sentí un pinchazo en mi cuello.

Era un dolor como cuando el doctor tenía que vacunarme de la varicela, solo que más fuerte. Bajé la vista hasta mi cuello y tenía una aguja clavada, mi padre aún la sostenía, pero en su cara solo había malicia.

Mamá tenía razón, a la mañana siguiente no recordaba nada, pero por algún motivo cinco años después lo recordé todo.

Meredith.

¿Quién somos? Esa es una gran pregunta, la que me hacía muchas veces, la que retumbaba en mi cabeza día tras día atormentándome.

¿Quién soy?

No tengo ni idea, solo sé que no soy nadie especial, no soy nadie diferente a ti, querido lector o lectora. Soy alguien más en esta vida de la que ni tú ni nadie se salva. Soy la persona que me ha tocado ser, no la que quiero ser. Nunca, jamás, quise que todo llegase a este extremo, lo prometo.

Ah…promesas.

Esos gestos que no valen nada pero que, por algún motivo, seguimos haciendo.

Has estado escuchando siempre la historia de mi hermana Heaven, pero nunca nadie escuchó la mía, creo que es hora de que te pongas en la piel de alguien fría, manipuladora, estratégica, cruel…porque eso es lo que soy y fui en esta vida.

Me arrepiento de muchas cosas, porque un pedazo de mí todavía tenía algo de empatía por la persona que más amaba estando viva:

Yo.

Sí, ¿qué esperabas?

Desearía poder verte la cara ahora mismo mientras como papas con cocacola, pero para mi desgracia y tu suerte, eso es algo imposible. Al menos estamos de acuerdo en algo, muy de acuerdo.

Mi nombre es Meredith (apellido desconocido hasta para mí, qué irónico), tengo 15 años y estoy oficialmente muerta pero realmente viva.

Sí, patrañas, nunca llegué a morir. Las personas como yo no morimos, nuestro cuerpo ya no está en lo que llamamos ‘planeta tierra’ pero joder, la herencia que dejé tiene mucho que contar.

Hasta muerta daré por culo, creedme que voy a joder a todas y cada una de las personas que me rodearon.

Empezaremos…en realidad no sé por donde comenzar, así que querida escritora, dame un guión o algo…sí, ya sé que yo soy la propia Meredith y que debo saber a la perfección lo que viví pero tú sabes bien que es muy complicado.

Bien, ahora sí, vámonos a un mes antes de morir.

Era un frío mes de Enero en Canadá.

Sinceramente siempre odié esa ciudad, odiaba el frío pero por algún motivo mis padres decidieron que sería genial tener dos hijas que se criasen en un lugar como ese. Aunque el frío no era lo peor, lo eran Joe y Elisabeth Lee.

Mis padres se conocieron en no sé dónde, por motivos que no conozco se decidieron casar aún cuando mi madre era una infiel que se follaba a todo lo que se moviese. En cierto modo, mi padre era mucho mejor que aquella zorra.

Después se asociaron con una empresa algo turbia que hacía algo que no voy a decir por motivos de privacidad (además todavía quedan muchas cosas que averiguar en esta historia, es mejor esperar, ya verás).

Mis papis decidieron “adoptarme” — entre comillas porque era ilegalmente — y a otra chica la cual era una pesada según lo que Hosslen me contó, así que la devolvieron como si un paquete se tratase y adoptaron a otra chica a la que nombraron mi hermana y Heaven.

¿Cómo se llamaba la anterior chica?

No recuerdo del todo su nombre — síntomas de estar muerta — pero creo era Grace. Sé que eres un lector algo cotilla al igual que yo lo fui en su momento también, aquí va la historia.

Grace tenía una gemela que cuando nació llamaron Alesha — me costó horrores saber pronunciar el maldito nombrecito con acento portugués — ambas niñas eran de Portugal, pero solo pudieron raptar a una, iba a ser demasiado sospechoso, era una familia de millonarios por lo que tengo entendido así que había policías.

Los médicos — contratados por Nathan, claramente — dijeron que había muerto Grace, pero nunca murió…aunque creo que habría sido lo mejor, de todas formas, al ser devuelta por los Lee decidieron hacerle no sé qué cosas y terminó igual de muerta que yo en el 2006.

Ya sé que no te cuadran los números, esto es porque a mí me adoptaron años después, por lo tanto Grace y Alesha deberían tener ahora mismo unos veinte años, pero qué pena que murieron.

¿Qué Alesha mintió sobre su edad? Sí, seguramente sí, nunca me cayó bien.

Esa chica sabía cosas grandes, muy grandes.

De hecho, probablemente también mintió sobre su historia. Domigo no sabía ni en qué día estaba cuando ingresó, inventó una vida en la que ella era víctima de no sé qué cosas.

¿Por dónde iba contando?

Ah, discúlpenme, ya lo recuerdo.

Era Lunes y Heaven y yo nos dirigíamos al instituto o como los americanos le llaman “high school musi…” Perdón, me he vuelto a confundir, es solo que en el infierno las perras como yo también vemos películas family friendly por raro que parezca.

Sí…suena jodidamente raro así que mejor narrémoslo desde otra perspectiva un poco más objetiva, claramente añadiendo mis comentarios.

Heaven y Megan — Meredith, cariño, no te confundas — Heaven y Meredith se dirigían hacia el instituto en el coche de Joe, el padre de las hermanas Lee — ¿le puedo buscar un mote? ¿No…? Bueno… - estaban en frente de la puerta del instituto cuando ambas se despidieron de su padre para comenzar las clases.

Ciertamente, a ambas les gustaba estudiar, aunque la menor de las hermanas era algo más despistada, nunca suspendía o llamaban a casa por su comportamiento.

Eran lo que se llamaba unas alumnas ejemplares.

Cuando entraron, cada una se fue hacia un pasillo, pues Eav tenía sus propias amigas, entre ellas Paulette, una chica algo cuestionable en cuanto al término “amigas” se refiere.

—Adiós, Eav — se despidió Meredith.

En realidad no sucedió así, me despedí diciendo: “Adiós Heavencita, nos vemos a la hora de comer en el recreo, no olvides presentarme al chico que estaba tan bueno del otro día” Si vas a narrar, hazlo bien.

—Adiós, hermanita, pero ya sabes que a papá no le gusta que salgas con chicos — adviertió la mayor.

Meredith rodó sus ojos mientras exhalaba — no me importa, solo voy a vivir una vez y quiero disfrutar — su hermana sueltó un suspiro.

—Está bien — dijo finalmente mientras le da un leve abrazo la chica — atiende en las clases del profesor de ciencias — respondió algo alto mientras se aleja.

Pero la menor no iba hacia la clase de ciencias ni mucho menos…

¿Sabes qué? Mejor narro yo porque tú estás muy aburrido y mi historia merece ser contada con tensión, dramatismo, humor y…obviamente desde un primer plano.

Bien querido lector — suspiro dramáticamente mientras me toco la sien — yo no iba a esa aburrida clase en la cual probablemente no iba a aprender nada, aquel día un chico me citó en los baños.

Os preguntaréis qué tiene que ver este suceso con mi muerte, pues bien, prosigamos.

Decidí bajar sigilosamente por las escaleras que daban a los servicios, como la suerte no está nunca de mi lado — eso es algo obvio, acabé con un tiro casi en mi precioso pecho también llamado teta — me crucé con la jefa de estudios.

Esa señora nunca me cayó bien.

Iba vestida con una blusa de estampado floral junto a una falda de tubo ajustada que le llegaba hasta debajo de las rodillas. Cómo no, traía puestos sus míticos zapatos con un poco de cuña propios de una anciana de setenta años. Aunque la señorita Gonzalo — así quiso que la llamásemos — tenía unos treinta y cinco años, aparentaba cincuenta.

Su corte de cabello por la mandíbula y aquel tinte “rubio platino” que en realidad era más color gris vieja no le favorecían en absoluto.

—Señorita Lee — me miró de arriba abajo y puso esa expresión de odio — ¿qué hace en horario de clases vagando por los pasillos?

—El profesor me ha dejado ir al servicio — fingí una sonrisa.

—No puede confirmar eso así que mejor vuelva a su clase — me tocó levemente el hombro.

—El servicio está ahí — le señalé la puerta detrás de ella — creo que estamos desperdiciando nuestro valioso tiempo.

—Megan, vuelva a su clase o le abriré un expediente — amenazó, claro que a mí no me importaba una mierda eso.

—¿Me va a poner un parte por ir al servicio? — aparté su mano — no lo creo.

Me agarró del brazo clavándome sus uñas en este.

—Eres una niñata que no sabe en lo que se está metiendo — se refería a que la pillé besándose con un alumno de último año y los grabé.

¿Quién querría besar a esa mujer? Es la amargura en persona.

—Y tú eres una estúpida a la que se le ha olvidado que hay cámaras.

Su rostro cambió por completo mientras comenzó a fingir que nos llevábamos bien.

¿Puede ser alguien más patética?

Finalmente logré entrar al servicio, donde mi ser amado me estaba esperando.

—Así que te has atrevido — dijo mientras soltaba una sonrisa retándome.

—Aquí estoy — me crucé de brazos mientras me apoyaba en el marco de la puerta.

—Cierra.

Cerré la puerta y avancé unos pasos hasta quedar a centímetros de distancia.

El chico era el típico popular que todos amaban y temían.

—Bien — miré su mano — déjame probar.

Aquel día aprendí varias cosas que quiero y espero tomes en cuenta cuando entres a secundaria.

La primera de todas: sí o sí ten un poco de conocimiento sobre las consecuencias de las drogas.

La segunda: mira en google cómo reaccionar si tienes convulsiones o infórmate sobre si la persona que te suministra drogas sabe cómo reaccionar.

La tercera: no te drogues.

La cuarta: nunca te fíes de un popular guapo si te cita en los servicios.

La quinta: ten una buena excusa si te despiertas en el hospital porque según tu testigo: "Yo solo le ofrecí, ella aceptó y cuando probó un poco empezó a convulsionar". No creo que sea difícil comprender a qué se refiere.

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