5. Ad hoc
Si cualquiera lo hubiese visto, podría haber pensado que Bruce deambulaba por las calles de Gotham; sin embargo, nunca había estado tan seguro de la dirección donde quería llegar. El viejo Orfanato había sido abandonado justo después de la muerte de sus padres y, aunque había intentado recuperarlo y ponerlo de nuevo en funcionamiento, siembre hubo alguna cosa burocrática que se lo impidió. Insistió en ello hasta que visitó el lugar y se dio cuenta de que el sitio tenía ya una administración por sí misma; no era legal, muy salubre y buena, pero sirvió a los ciudadanos de Gotham más que cualquier otra obra benéfica: abortos que nadie practicaría por ser ilegales, medicamentos irregulares, supresores, entre otros. De vez en cuando, ayudó de forma anónima, había cosas que creía que la sociedad debería tener acceso y si el gobierno no las daba, entonces estaba de acuerdo en dar apoyo para conseguirlas como sea.
—¿Contraseña?
Bruce frunció el ceño cuando la puerta no se abrió y la abertura de la mirilla apenas y dejó ver unos ojos marrones. No recordaba a nadie más que el payaso haciendo de portero, pero llevaba meses sin visitar los bajos barrios por supresores. Ni quiera sabía si el Dr. J seguía allí o había terminado arrestado después de todo.
—Nunca ha habido una contraseña.
—Pues ahora la hay.
—¿Y cómo voy a saberla si no me la han dicho?
—Puedes resolver un acertijo; si eres lo suficientemente inteligente para hacerlo, te dejaré pasar: ¿Qué es- ?
Alguien empujó al chico al otro lado, un estruendo siguió a algunos gritos y la puerta se abrió, solo para ver una mano en un guante quirúrgico salir para agarrar su camisa y meterlo dentro. Joker, al menos así había dicho que se llamaba, estaba encima suyo pegando su olor por todo él. Puso una mano en la cara del omega y lo empujó lejos. Había olvidado también eso: la excesiva amabilidad.
—¡Es Bru-!
—Soy B, sin nombres, ¿No? —interrumpió B al chico de antes. —Recuerdo que esas eran las reglas del lugar.
El chico de antes asintió frenéticamente. Estiró su mano, pero al ver que Bruce no la tomaba, volvió a meterla en el bolsillo de su bata sucia y se balanceó sobre sí mismo una y otra vez con una sonrisita.
—Soy Ed-, ¡Riddler! ¡Me llamo Riddler!
—Bien.
—Oh, pastelito, ¿qué te trae por aquí? ¿Más supresores? Ha llegado un lote nuevo.
—No. Quiero una histerectomía —dijo Bruce. Los dos omegas delante de él lo miraron con confusión—. Total, completa, lo que sea, no quiero que haya una mínima posibilidad de tener hijos nunca.
Joker y Riddler se miraron el uno al otro. Por un segundo, clavaron su mirada en Bruce como si fuesen algún tipo de médicos especializados que solo con ver tenían la respuesta a todo, luego, volvieron a mirarse a sí mismos intercambiando información con la mirada que hizo a Bruce cruzarse de brazos y fruncir el ceño.
—Nunca hemos… no salió muy bien la última vez— habló, por fin, Riddler—, es más fácil solo abortar.
—No estoy embarazado y no quiero estarlo nunca. Quiero eliminar esa opción para siempre.
—Puede ser peligroso, puedes-
—No te estoy preguntando lo que puede o no puede ser —interrumpió Bruce. —Te estoy diciendo que la quiero. Y si no lo hacen usted, pues —Miró por todos lados, encima del escritorio que funcionaba como recepción había una navaja, típico de J, se movió y se apuntó en el abdomen —... Me la haré yo mismo.
—Este está más loco que nosotros, Dr. J.
Joker solo se encogió de hombros. —Nosotros estamos aquí para servir, así que, estaremos encantados.
El Sr. J era rápido y casi nunca daba rodeo sobre las cosas, no hacía preguntas y complacía todo el tiempo. Riddler no parecía seguro del todo, pero tampoco hizo algo más allá que guiarlo hasta el final del pasillo a la única sala de cirugía del lugar. Por lo menos, estaba limpia -o lo que se podía-. Tenían sobre una mesita algodones y alcohol a montones, algunas navajas y otras cosas que parecían que habían robado de algún laboratorio. La camilla parecía haber sido usada, pero ¿qué le importaba a él un par de manchas de sangre descoloridas? Iba a dejar que el loco del payaso con su ayudante lo rajara y hurgar en su interior para… ¿para qué?
Se sentó en la camilla. Alfred le había dicho muchas veces que dejara de morderse el labio cuando estaba nervioso, pero no estaba allí para detenerlo. El hombre había tenido una vida medianamente decente siento infértil: se valía de sí mismo, no tenía que rendirle pleitesía a nadie, no le debía nada al gobierno ni a la sociedad y, sobre todo, era libre. Libre de ser solo un mayordomo vagando por la mansión. Bruce lo había envidiado mucho tiempo, hasta Clark, pero como ya no había ningún Clark que valiera, entonces estaba de nuevo en su meta de salida: nadie iba a elegir por él lo que hacía con su vida y si tenía que arriesgar su vida en un antro de mala muerte para ello, que así fuera.
—Piensas en alto, B, ¿sabías?
La mano de Riddler lo empujó hacia abajo. Bruce miró los ojos marrones que se cernían sobre él mientras que la mano ajena deambulaba por lo bajo de su camisa.
—Vi las noticias, no puedes tener un apodo aquí, eres una figura pública, tú vida es toda pública, eh, B. —El ceño del chico se frunció, sus ojos se opacaron con una tela de ira y la mano que parecía querer consolarlo se enganchó a la suya para apretarla—. Yo también haría lo mismo, no dejamos que decidan por nosotros, nosotros somos perfectamente capaces de decidir.
Entonces, se dio cuenta que el Dr. J estaba a su lado, que estaba poniendo sobre él una mascarilla y estaba inseguro desde hace cuanto tiempo estaba respirando lo que fuera que soltara el tuvo de gas. Los ojos le pesaron, las distorsionadas figuras de ambos bailaron delante de sus ojos y, antes de cerrar los ojos, morir solo para llevarle la contraria a todos le pareció una buena decisión.
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—Sabrá Dios dónde se ha metido este muchacho.
Alfred puso la bandeja sobre la mesa, Clark miró el té, pero fue incapaz de agarrar ninguna de las tazas. El viejo omega no se sentó, a pesar de que había dicho que tomarían el té juntos, sino que se paseó por el lado de la mesa hasta posicionarse delante de la ventana y mirar hacia abajo por si acaso Bruce aparecía milagrosamente por alguna calle. No lo decía, pero su aroma a intranquilidad era suficiente para saber lo muy preocupado que estaba. Clark no no se encontraba mejor y, supuso, ambos se estaban ahogando el uno al otro con sus propias emociones encerrados en la sala esperando algo.
Tomo la tacita de té. La rodeó, dejando que el calor lo quemara, pero volvió a dejarla en su sitio cuando pensó en Bruce y los mil escenarios distintos que podría estar atravesando. Quería vomitar.
—Estará bien. ¿Tal vez solo está haciendo una rabieta?
—Señor —habló Alfred—, entonces hubiera regresado al día siguiente. Le aseguro que no es capaz de aguantar más de un día solo.
—No es un niño, Alfred, pero, en cualquier caso, ¿seguro que no ha salido del país? Es decir, pusimos la alerta, pero pudo haberse ido antes.
—Lo hubiésemos sabido.
Guardó silencio. Ya sabía a dónde iba la conversación, la habían estado teniendo en bucle por más de cinco días y nunca concluyeron nada. Clark se pasó una mano por el pelo. La Casa de Natalidad no dijo nada, solo que avisaran cuando regresara. Que avisara. Y el alfa imbécil que era su nuevo pretendiente ni siquiera había asomado el pelo por la casa.
—Lo rechacé, Alfred —rompió el silencio. Había agachado la cabeza y se tapó la mano con la cara, intentando reprimir con la actitud un sollozo. —Me preguntó qué pasaría si estuviéramos en la misma situación y aún así le dije que no.
Los pasos de Alfred resonaron por la estancia. La mano del omega pronto estuvo en su hombro y le regaló dos palmaditas que más allá de reconfortar, lo hicieron sentir culpable.
—No es culpa suya, señor —dijo Alfred—, nadie tiene la culpa. Usted no ha hecho nada más que intentar actuar de forma razonable, ellos… Las cosas no deberían suceder así, nadie debería haber elegido por ninguno de los dos, tanto si debían estar juntos, como si no. Merecen una demanda, de hecho, no es saludable emparejar alfas y omegas y luego separarlos a la fuerza; al menos, esto debería servir de base para algo.
Clark sintió que le recorrió un escalofríos ante eso. Era como si de pronto tuviera que convertir a Bruce en una especie de mártir; los mártires nunca estuvieron vivos para ver el alcance de sus actos. Un sollozo se le atoró en la garganta y ahora sí pudo sentir las lágrimas mojarle las palmas de las manos. Hubiera preferido ver a Bruce feliz con otro alfa o, por lo menos, cumpliendo con su deber y quedándose en la torre de su mansión como una reliquia inalcanzable. Había estado muchos años trabando en reportajes de desaparición como para saber lo que la incertidumbre le hacía a las familias.
El sonido de unas llaves tintineando lo hicieron alzar la cabeza. Se levantó, siguiendo los pasos de Alfred hasta la puerta a la que no alcanzaron a llegar antes de que se abriera. Bruce se recostó contra el filo de la misma y se arrastró al interior cerrándola con su propio peso. Parecía a punto de deslizarse por la puerta, pero dio un paso adelante, que bien pudiera haber sido en falso, si no es por Alfred que se apresuró a sostenerlo y Clark que lo alcanzó a agarrar por el otro brazo antes de que se precipitara al suelo.
—¡Por el amor de Dios! ¡Señor! ¿Pero qué le ha pasado? ¿Dónde ha estado?
El peso de Bruce aumentó en sus brazos, tuvo que sujetarlo con más fuerza. Tenía el cabello pegado a la frente, la piel ardiendo, la ropa algo rota por aquí y por allá manchada de lo que debía -y esperaba no fuera- sangre. Tuvo que poner una mano en el pecho de Bruce para ayudar a erguirlo, mientras Alfred ponía una mano en su frente para poder ver su rostro pálido.
—Tengo hambre, Alfred.
—Señor, pero qué-
El peso de Bruce aumentó. Clark tuvo que sostenerlo por completo cuando se desplomó. Alfred no perdió un minuto más en llamar una ambulancia y, entre una cosa y la otra, terminaron en el hospital, sentados en la sala de espera. Ninguno dijo nada, ni movió un músculo en lo que parecieron horas interminables, tan solo dejaron que pasara el tiempo hasta que un médico salió del pasillo buscando a los familiares de Bruce Wayne.
—¿Está bien? ¿Está vivo? ¿Qué le pasó?
—Sí, no se preocupen, está bien, está estable. —El médico hojeó los papeles que llevaba en la mano, después, fijó su vista en ambos—. ¿Saben qué le pasó? Había perdido mucha sangre, ni siquiera sé como es que dicen ustedes que llegó a casa solo, tenía una infección, pero ya se la están controlando, además… —El hombre hizo una pausa, frunciendo el ceño.
—¿Además qué? —preguntó Clark. —No sabemos dónde ha estado, estuvo desaparecido casi toda la semana, pasamos el reporte policial.
—Sí, sí, bueno, no son sus familiares directos, pero deberían saberlo; ¿le hicieron una histerectomía? Le sacaron el útero, vaya, no solo eso, todo, de hecho, am, no sé… —Otra pausa. Clark estaba a punto de sacarle las palabras de forma violenta—. Hemos llamado a la policía, por tráfico; habrá muchas preguntas qué responder cuando despierte.
Clark quería decir algo, pero no era capaz de formular ningún tipo de oración coherente. Alfred, a su lado, parecía en el mismo trance que él. Dejó de escuchar al médico, porque su última conversación con Bruce, ese si estuviéramos en la misma posición, de pronto cobró un sentido horrible que le revolvió el estómago. No. Bruce no podría haberse hecho eso a sí mismo por capricho, él era más inteligente que eso, era más coherente que sus deseos de llevar la razón siempre.
El médico de alejó y se perdió por el pasillo. Alfred había caminado de regreso a los asientos para inclinarse y taparse el rostro con las manos. Sintió que debía sentarse a su lado y poner una mano en el hombro del viejo omega; Bruce y Alfred no tenían una familia y Clark parecía él más íntimo en ese momento para reconfortar la pseudomanada. Le dio un par de palmaditas como él mismo se las había estado dando cuando estaba en su peor momento.
—Yo también me equivoque, Sr. Kent— dijo de repente. Clark alejó su mano y se encogió en su sitio sin atreverse a llevarle la contraria—. Tendría que haber sido menos condescendiente, más un padre, después de todo, estaba a mi cargo. Yo lo críe, ¿sabe? Incluso cuando sus padres estaban vivos, era yo quien cuidaba de él y estaba pendiente de todo; tendría qué haber sabido que era un peligro para sí mismo.
Alfred se irguió en su sitio, tenía el ceño fruncido, ya no desprendía tanta tristeza como decepción y algo que le sabía a culpa en la punta de la lengua.
—No es tu culpa, Alfred, es la esencia de Bruce.
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Clark había querido irse. Después de que el médico avisó que podían pasar a verlo, supuso que ya no tenía nada que hacer ahí, sin embargo, solo se sentó al lado de la camilla de Bruce, mientras Alfred arreglaba asuntos con la policía, y aguardó allí toda la tarde empujado por algún tipo de instinto que ya no tenía derecho a sentir.
—Los voy a matar… —La vocecita quebradiza hizo que dejara el móvil a un lado y apresuró sus pasos hacia la camilla, fijó su vista en el omega, con una mano sobre la máscara de oxígeno intentando quitarla. —Estúpido Ed… lo voy a matar.
—¿Quién es Ed?
Estaba segundos de lanzarse sobre Bruce, sin saber si quería deslizar sus brazos para apretarlo en un abrazo o darle un buen bofetón por ser tan estúpido. Lo único que pudo hacer fue apretar el móvil y quedarse como un piedra a centímetros de él mientras este giraba su rostro para mirarlo.
—Clark… ¿sigues molesto?
—¿Que si sigo molesto?
Se acercó. Este chico, mira que podría decir otra cosa, como dónde había estado o por qué había lanzado su oportunidad de ser feliz con alguien a la basura, pero estaba preocupado por su última conversación
—Pues claro que estoy molesto, llevamos una semana buscándote, ¿Sabes lo que has hecho? ¿En serio te crees que todo es una carrera por ver quién tiene más la razón?
Bruce dejó la mascarilla por la paz, hizo un ademán con el brazo y lo dejó caer sobre sí mismo. Dejó de mirarlo, a saber si era por el cansancio o porque hacía eso cuando pasaba de lo que Clark decía. El alfa lo vio centrar su vista en el techo.
—Sigues enojado. —Quería decir que no, que la frustración era porque estaba preocupado, porque la maldita persona con la que pensaba que iba a pasar el resto de su vida ya no le pertenecía y, en lugar de hacer las cosas como una persona normal, desaparecía y lo hacía sufrir el doble. —Para tu tranquilidad, no lo hice por ti.
No estaba seguro si eso le dolía o no. Frunció el ceño. Incluso en lo obvio tenía que ganar. Tendría que haberse ido antes de tener que volver a hablar con él. —¿No? ¿Entonces a qué clase de juego ridículo estás jugando?
—Nadie va a decidir por mí. —Intentó incorporarse, pero Clark se adelantó para poner una mano sobre su pecho y obligarlo a quedarse allí—. ¡Déjame! Tengo que decirles que se vayan de ahí. —Volvió a recostarse, parecía que empezaba a luchar por respirar mientras movía la cabeza en negación. —La policía va a ir tras ellos.
—¿Tras de quién?
—Ed y el Dr. J. —Bruce puso su mano sobre la de Clark. —Hazme un favor, ya luego me gritas.
Clark no tenía ganas de hacer favores, pero, a pesar de la ira que recorría su ser, no podía negarse ante ninguno de los caprichos de Bruce, incluso si eran ilegales. Después de darle una dirección a medias, se había vuelto a desmayar y, sin ganas de tener que enfrentar a la policía u otra charla con el omega, decidió salir del hospital cuando supo que Alfred ya estaba en camino.
El orfanato era un lugar lúgubre, insalubre y tétrico. No sabía como Bruce solo había agarrado una infección cuando hubiera podido incluso crear una nueva en ese sitio. Debería llamar a la policía, no llamar a la puerta y esperar que alguien respondiera a sus dudas existenciales. La mirilla se abrió, unos ojos marrones se vieron al otro lado.
—¿Contraseña?
Clark enarcó una ceja.
—También puedes resolver un acertijo; si eres lo suficientemente inteligente: ¿Qué es-?
—¿Eres Ed?
La mirilla se cerró, escuchó un par de pasos al otro lado y cosas arrastrarse antes de que la puerta se abriera. Un omega de cabellos castaños se asomó y lo invitó a pesar; después de dudarlo un poco, accedió. Adentro todo se veía peor, si es que era posible. Ed se hizo hacia un lado y cerró la puerta.
—¿Sigue vivo? —Sus manos se retorcían entre ellas, a veces, agarraba un trozo de su bata desmanchada y se apretaban para soltarla y dejarla arrugada por trozos—. Le dije que se fuera mucho antes ¡Pero no quería! Estúpido niño rico obstinado, lo saqué a la fuerza y lo dejé en la puerta, ¿sigue vivo? ¿Verdad? Por favor, dime que sigue vivo.
—Sigue vivo.
El chico se desinfló en su sitio, incluso, infló los cachetes y dejó pasar el aire con ruido.
—¿Fuiste tú el que le hizo eso? —habló Clark, después de algunos segundos de silencio. La ira corría por el aire, Ed dio un paso atrás ante la pregunta hasta estar casi pegado a la pared, sin atreverse a mirar al alfa a los ojos mientras asentía.
—Yo le dije que no.
—¿Y aún así lo hiciste?
—No hacemos preguntas, ni juzgamos. —Ed levantó la vista, ahora tenía una sonrisa socarrona pegada a su rostro y sus ojos brillaban; Clark dio un paso atrás—. Sabía a lo que se enfrentaba, Hum, ¿a mí eso qué? Solo no quería cargar con el asesinato de un mocoso millonario. Además, eso quiere decir que es nuestra primera operación exitosa después de tanto trabajo.
—¿La primera?
—La vida de un médico es difícil, Clark.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Eres famoso, como Bruce, aunque quiera que lo llamemos B todo el tiempo.
Clark negó. En qué podría estar pensando Bruce cuando decidió que acercarse a un lugar como ese era buena idea.
—Bruce manda a decir que tú y el Dr. J se vayan de aquí. Va a contarle todo a la policía porque no hay muchas opciones, pero me pidió el favor de que te lo dijera. No debería… debería simplemente haber llamado a la policía.
—¿Y por qué no lo haces, eh?
Silencio. Quién sabe. Bruce se lo había pedido con unos ojitos de cachorro y parecía esforzarse por soltar cada palabra que se negó a dejarlo hablar en vano. No podía negarle nada, no ahora. Además, aún quería saber qué había detrás de todo. Iban a pasar muchas cosas, por lo menos, quería darle la tranquilidad a Bruce que quien fuera que fueran estas personas y estaban en su radar de ¿amigos? estaban a salvo.
—En el fondo te alivia que lo haya hecho, ¿verdad? Ahora pueden vivir sus sueño de cuento de hadas. —Ed hizo un gesto de asco, pero Clark no dijo nada. —Eres tan tonto como el niño rico, que sepas que yo no hubiera arriesgado mi vida por ningún alfa. —Ed se acercó, esta vez no retrocedió, pero su caminar en círculos a su alrededor estaba a punto de arrancarle un gruñido de advertencia—. Me pregunto… ¿Para qué querría Bruce una vida contigo a toda costa? La verdad es que eres poca cosa.
Una sonrisa. El chico juntó sus manos sobre su pecho y se sacudió.
—Gracias por el aviso, a B, a ti no. Ya puedes irte, este lugar es solo para omegas en conflictos. Vete antes de que el Dr. J te vea, no es muy amable con los alfas.
Clark fue empujado fuera del lugar, sin embargo, esa última pregunta no lo abandonó en toda la noche.
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Habían pasado algunas semanas. Clark se negó a volver a visitarlo al hospital, ni siquiera se acercó a la Torre Wayne a pesar de que sabía que Bruce estaba ya en casa bajo los estrictos cuidados de Alfred; no había nada que tuviera que hacer allí. Aún así, no pararon de llegarle mensajes de parte del omega diciendo que tenían que hablar. No respondió. No es como que supiera qué decir, así que dejó que se acumularan durante días hasta que dejaron de llegar. Cuando pasaron más de veinticuatro horas, decidió escribir un «Iré esta tarde», pero ni siquiera fue merecedor de un visto.
—Bienvenido, maestro Kent, pensé que nunca volvería a verlo.
Clark quería encogerse de hombros, hacerse bolita y disminuir su tamaño, pero se obligó a permanecer erguido. Era responsable de su parte terminar todo de una manera saludable, así ambos podrían pasar página.
—Alguien debe comportarse como el adulto, Alfred.
El viejo omega asintió. Habló sobre lo mucho que Bruce había estado requiriendo su presencia mientras lo guiaba hacia la habitación; para cuando estuvo en el pasillo, solo le hizo una seña con la mano para que siguiera él solo, después de todo, había hecho muchas veces el camino sin ayuda. Dirigió sus pasos delante de la puerta, tocó un par de veces antes de girar el pomo, cuando empujó la empujó, una almohada impactó contra su rostro.
—¡Que no quiero nada, Alfred!
Se agachó, recogió la almohada y la puso frente a él como si fuese una especie de escudo. Bruce aún no lo había visto, pero cuando se aventuró dentro del cuarto y cerró la puerta, el omega brincó en la cama y se levantó, quizá con la intención de empujar a Alfred fuera, no sabía, porque se había detenido en su sitio en cuanto lo vio.
—Hola, Bruce.
—Ah, eres tú, ¿quién te dio permiso de entrar?
Tenía el ceño fruncido, llevaba puesta la misma camiseta rota y arrugada con el que lo había conocido casi un año atrás, los mismos pantalones cargo desgastados y las medias negras con las que andaba por toda la casa a pesar de las reprimendas de Alfred. La ira pululaba a su alrededor y se intensificaba a medida que cerraba el espacio entre los dos. Hubo un momento que pensó que le daría una bofetada, pero solo sintió la mano de Bruce empujarlo por un costado.
—Lárgate de mi casa.
—Siento no haberte contestado, pero tienes razón, debemos hablar.
—Ya no quiero hablar contigo.
Se adelantó un paso, solo para abrir la puerta. Clark agarró el pomo por sobre la mano de Bruce y la empujó para cerrarla de nuevo.
—Vamos a hacer esto como adultos, Bruce.
Casi podía escucharlo rodar los ojos. Al menos, pareció resignarse a su petición porque dejó la puerta y se giró hacia él. Unas ojeras enormes estaban dibujadas debajo de sus ojos, aunque siempre las tenía, pero estas eran más de haber sobrepensado que de horas sin dormir. Quería abrazarlo, como lo había hecho siempre que lo veía, pero mantuvo su distancia por respeto a lo que fuera que estaba creyendo que era lo correcto.
—Estoy enojado —dijo Clark.
Bruce enarcó una ceja. —Fui yo el que casi me muero, así que no tienes derecho a estarlo; yo soy el que debería estarlo, y estoy muy feliz, por cierto.
—¡No tenías que hacer eso! Menos por mí, yo-
—¿Por ti? ¿Crees que lo hice por ti? —Bruce se cruzó de brazos, su aroma comenzaba a ponerse más fuerte. —¿Quién te crees que eres? No lo hice por ti, lo hice por mí: porque decidí estar contigo y si no es contigo, no me da la gana que nadie decida por mí con quién debo estar.
Clark guardó silencio. Ed había dicho… bueno, ¿por qué le había creído de todas maneras? Tenía sentido. Bruce nunca hacía nada por nadie, ni siquiera sabía si se había ganado el privilegio de que se molestara por hacer algo por él -parecía que no-. Y el estuvo allí, semanas echándose la culpa porque arrastró a Bruce a una decisión peligrosa cuando él estaba haciendo todo eso por capricho. Simplemente nunca fue de reglas, eso le había quedado claro. Sin embargo, la conciencia de eso solo lo enfadó más.
—¡Sigue siendo estúpidamente irresponsable! —espetó Clark.
—¿Y eso a tí qué te importa? Me quedó bastante claro que no querías nada conmigo, no estamos en la misma situación.
—¡No quería decir que fueras y te hicieras daño! Yo- ¡Yo estaba intentando que fuera más fácil para ti!
Soltó un suspiro. Alejó la mirada del omega y miró hacia la cama desordenada; el nido de la esquina había desaparecido. A Bruce no le gustaba mucho anidar, Alfred le había dicho que le costó si quiera construir uno, que el que tenía en su habitación lo había armado por puro cansancio de escucharlo hablar sobre los efectos negativos de no anidar. Sin embargo, nunca le había parecido que le molestaran, de hecho, construyó demasiados en varios sitios con una pasión que le hizo pensar que Alfred era un mentiroso.
—¡No tienes que hacer las cosas más fáciles para mí! Yo sé como gestionarme solo.
—¡Tú no lo entiendes, Bruce!
Bruce lo empujaba al borde de la locura. El solo hecho de imaginárselo en las manos de Ed y al tal Dr. J que ni siquiera conoció le hervía la sangre. Quería estrujarlo y sacudirlo, hacerle entrar en la cabeza que tenía todo lo que cualquiera podría desear y lo había arrojado por la borda. Se adelantó un par de pasos y lo agarró de la camisa para sacudirlo. Bruce apretó sus manos intentando alejarlo, luego, se dio por vencido y lo agarró también de la camisa.
—Lo tienes todo, eres un maldito niño rico afortunado y te compadeces de ello.
—Estar condenado a vivir una vida que no me gusta me resulta encantador, Kent.
—Uish. Cada vez que te veo solo tengo ganas de-
Suspiró. ¿Qué? Tragó saliva. Quería besarlo, pero era tan ilegal, ¿qué diría la Casa de Natalidad? Le estaba quitando el omega a… nadie. Bruce ya no era material para ser el esposo de nadie -según sus políticas-, ni padre, es más, estaba libre de elegir y ser lo que sea, a nadie le importaría. Oh, OH. Casi que podía entenderlo.
—¿Quieres terminar alguna de tus malditas frases, Kent?
Tiró de Bruce y lo besó. Eso era lo que quería. Sí. Probar los labios de Bruce hasta que no pudiera respirar más, recorrer cada uno de los rincones de su cuerpo aunque ya los conociera de memoria y grabarlos de tal forma que pudiera recordarlo con los ojos cerrados. Deslizó la derecha por la espalda del omega, agarrándolo de la cintura sin dejar que diera un solo paso atrás. Necesitaba fundirse con Bruce y nunca volver a separarse de él.
Aún había una pizca de enojo, pero lo solucionaron empujándose hasta la cama donde acabaron rodando por las sabanas luchando por quién devolvía el beso más salvaje. Puede que las manos hayan rasgado un poco la vieja camisa, pero necesitaba con desesperación volver a sentir la piel de Bruce bajo las yemas de sus dedos. Pasó la nariz por su cuello, allí donde toda la esencia de Bruce se acumulaba y lo embriagaba hasta hacerlo olvidar quién era realmente. Puede que lo haya emborrachado lo suficiente, porque no recordaba en qué momento había acabado por desnudar del todo a Bruce o siquiera cuándo lo había hecho él mismo; lo que sí recordaba era la satisfacción y el gruñido que reverberó de dentro de su pecho cuando se hundió en su omega después de tantas semanas de abstinencia.
—Clark…
—Bruce…
Bruce enredó las piernas alrededor de sus caderas. Clark, por su parte, empujó tan fuerte que hizo a Bruce quejarse, se detuvo a medio camino.
—Igual ve un poco más despacio.
—¡Por Rao! ¿estás bien?
—Solo no me mates.
Sonrió. Por fin, el aroma se había diluido en algo familiar que solía popular cuando hacían arrumacos en el nido. Clark se inclinó, besó con delicadeza los labios de Bruce y empujó despacio, dejando que sintiera cada segundo del movimiento y cada parte de él. Ambos se rieron, mientras se miraban a los ojos; Clark desvió sus besos hacia el cuello de Bruce. Qué se jodan, pensó. Luego, dejó que sus colmillos se enterraran en la glándula de apareamiento.
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—Te ayudaré a pagar.
—¿Con tu sueldo de reportero? Estaremos endeudados de por vida.
Clark se acercó a Bruce cuando lo vio luchando con la corbata; se la ayudó a atar de la manera correcta y luego le dio un par de palmaditas antes de verse ambos en el espejo. Alfred lloraría de emoción al saber que se había puesto un traje por voluntad propia.
—Además, no es mucho dinero, solo es una transacción.
—¿Que no es mucho?
—No es mi culpa que seas pobre, Sr. Kent.
—Técnicamente, la mitad de lo tuyo me pertenece ahora… Lo que quiere decir que todo ese dinero también es mío: es muy caro.
—Es una multa de nada.
—Por lo menos se resolvió bien.
—Sí, sí. Ahora, dejemos de pensar en el dinero, quiero disfrutar de nuestro aniversario.
Casi un año había tardado en resolverse la demanda en contra de Bruce por lo que había hecho. El Sr. Smith lo había catalogado como «un atentado en contra de la sociedad». Mira negarle al mundo descendencia Wayne era casi un delito, sin embargo, varios movimientos pro Alfa&Omega estuvieron alentando la opinión pública sobre las libertades de ambos géneros para tomar sus propias decisiones de vida. La decisión de Bruce fue drástica, pero había ablandado de alguna manera a otros omegas -y alfas por raro que le pareció- que habían estado en situaciones similares y no tan similares. Bruce le había dicho, entonces, que la opinión pública era el mejor abogado, y no lo comprendió hasta que el juez falló a su favor, aunque con una multa millonaria; al menos, quedó absuelto de cualquier delito grave.
—¿Realmente si es buena idea ir al circo? Sigo pensando que cualquier regalo que venga de Ed y el tenebroso Sr. J es mala idea —dijo Clark. Oh, parecía que Bruce sí tenía amigos, pero dudaba de la capacidad de su esposo para elegir las personas con las que se rodeaba—. A saber qué tipo de circo es.
—El circo de Haley es bueno, además, quería ver a los ‘Flying Grayson’ y Ed sabía. Deja de quejarte de ellos, son… adorables de alguna manera.
Bruce se giró, puso una mano en su pecho y lo jaló de la corbata para poder besarlo.
—Además, ¿quién sabe lo que nos puede deparar esta noche?
FIN
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¡Un buen tiempo, pero aquí está el final!
Espero que les haya gustado. No se olviden de decirme qué les pareció. 🙌🏼
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