3. Acercamiento
El establecimiento estaba repleto. En un principio, Clark pensó que había sido una mala idea invitar a alguien como Bruce a un lugar como ese, pero la tranquilidad -y hasta la emoción que pudo sentir- con la que se presentó el omega a su cita disipó sus preocupaciones sobre sus ideas de una velada incómoda. También, había pensado que salir en público habría sido un problema, más allá de las excentricidades a las que parecía estar acostumbrado Bruce, la idea de ser reconocido y acaparado por fotos y noticias del periódico lo abrumaban pero, el omega parecía saber cómo lidiar y pasar desapercibido porque, si bien ya estaba él acostumbrado a verlo en su ropa menos elegante, la gente del común no, sumándole a eso su pelo revuelto y la facilidad en que pasaba en medio de todos como que si estuviese acostumbrado, impidió que nadie más que él lo reconociera.
—No te preocupes por la gente —dijo Clark —. No tendremos que esperar, hice una reserva.
—Eso es lo mínimo que podías hacer.
Asintió. No tenía nada que decirle a Bruce, en realidad. El enfado por el mal entendido se había esfumado del todo en cuanto tuvieron la fecha del ritual de apareamiento, por otro lado, las palabras de Bruce en la oficina no habían dejado de darle vueltas en la cabeza y hacerle reflexionar sobre el papel que había tomado en la situación, aunque no fuese su culpa del todo. Es decir, sí, quería darle espacio a Bruce, pero también debió poner de su parte, era, a fin de cuentas, la otra mitad de la situación. La confusión había llegado cuando creyó que estaban en un punto donde parecían fluir y no había tomado la determinación de acercarse e intentar un cortejo, solo dejó que Bruce hiciera lo que quería y dejó de esforzarse aunque la oportunidad se le presentó de la forma más explícita posible.
—Entonces, Sr. Wayne, ¿Me acompaña adentro?
Extendió su mano, esperando que el omega la tomara. Había terminado por decidir la noche anterior que, a pesar de que Bruce seguía queriendo la fertilización asistida y solo estaba aceptando la unión del lazo porque era inevitable, podía cortejarlo. Bruce no dijo que no y se había dado cuenta en la oficina que, de hecho, deseaba algo de ese cortejo.
—Sí, sí, vamos.
Contrario a lo que pensó, Bruce tomó su mano, la apretó entre sus dedos y terminó jalando de él en una especie de jugarreta dentro del local. El lugar no era fino, no de la forma en que era la mansión o los restaurantes que había visitado el omega alguna vez, pero era bonito, acogedor y decente. Tal vez por eso Bruce miraba a todos los lados con el asombro dibujado en su rostro, los espacios excéntricos nunca se sentían tan familiares. Clark quiso reír por el gesto, no era la primera vez que él entraba a un local de esos, era su pan del día a día; la mayoría se parecían en esencia y no tenían nada de gracia, a decir verdad, pero le daba un no sé qué pensar que Bruce le estaba sacando provecho a algo tan mundano.
Encontraron su mesa después de un corto recorrido; les tocó una mesa para dos en una esquinita escondida y privada; tuvo que soltar la mano de Bruce para poder sentarse justo en frente, en una silla que parecía hecha de juguete y le dio la sensación de estar en una casa de muñecas, aún así, le dio gusto ver que Bruce estaba hecho a la medida.
—En el archivo ponía que te gustaban los vegetales, pero por tu mensaje me di cuenta que no.
—Lo escribió Alfred, seguro. —Bruce se inclinó hacia adelante, entrelazó los dedos delante de él y apoyó el rostro entre estos —. En el tuyo no decía nada de vegetales, pero decía que te gustaban las hamburguesas bañadas en queso, la pizza de cuatro quesos, el fondeú, las bolitas de queso, la lasaña rellena de queso... El queso, en general.
Clark sonrió, la idea de Bruce leyendo por fin su archivo de presentación le provocó cosquillas en la boca del estómago. —Sí, de hecho, me encanta el queso. En la granja de mis padres solíamos hacerlo desde cero. Es un proceso largo y tedioso, a veces, pero divertido.
—Nunca he estado en una granja y, a todas estas, ¿por qué no me has presentado a tus padres? Parecían demasiado importantes como para haberlos ignorado.
—Oh, ellos no... No siguen aquí ya. Es-
—N-no. No tienes que decirlo.
Bruce desvió la mirada a otro lado. No era información que Clark había puesto en su presentación porque escribirla se sentía triste e irreal. Era bastante consciente de lo que había sucedido con los padres de Bruce, pero nunca había sacado el tema, no tenía ganas de hablar de ello porque eso llevaría hablar de su propio duelo; si para él era doloroso aún cuando ya no vivía en casa y era un hombre adulto, no quería imaginarse el perderlos en las circunstancias que lo había hecho Bruce. Sin embargo, intentó apartar los pensamientos que el recuerdo de sus padres traían.
—Sin embargo, sigo teniendo una granja, ¿sabes? Voy allí poco, pero es agradable, podemos ir un día. Te enseñaré todo lo que hay que saber sobre una granja.
—Me encantaría.
Pudieron encausar una conversación trivial, incluso cuando la camarera los interrumpió para hacer sus pedidos, no pararon de fluir temas sin sentido de aquí para allá. Al final, Bruce había pedido la misma hamburguesa que el alfa y, a pesar de que había pensado que no podría acabarla, el omega tenía el mismo tipo de estómago que él: Insaciable. Había descubierto un poco más sobre sus hábitos alimenticios -o sobre los que Alfred decía que había que tener-, que le gustaba la naturaleza y era un amante de los deportes de riesgo y que a veces los practicaba o que tenía un sueño bastante surrealista sobre ser un superhéroe con poderes de murciélago, aunque, al final, casi todo lo marcaba su vida en la empresa.
Después de la cena y de pelear por pagar las dos hamburguesas, terminaron dando un paseo por el puerto de Metrópolis. Clark estaba bastante encantado de ver a Bruce disfrutar del paseo que nunca había podido hacer en Gotham, algo sobre lo peligroso del puerto de la ciudad y lo poco que se veían las estrellas en ese trozo cielo.
—Oye, Bruce...
—¿Hum?
Bruce no lo miró, lo que le hizo más fácil seguir hablando: —Aún sentía la necesidad de disculparme cara a cara por lo que pasó. Siento que no estaba tomando del todo en cuenta tus sentimientos y empecé a interpretar todo desde mi punto de vista sin consultarlo... Decidí no escucharte y creo que de ahora en adelante es lo que debe ser más importante entre nosotros: escucharnos. Vamos a compartir cosas importantes que merecen que ambos nos escuchemos. Yo tengo que saber lo que piensas y...
—Clark...
—Tú tienes que saber lo que pienso. De otra manera no iremos a ninguna parte si no...
—Clark, vale, está bien. Algo de eso es mi culpa también. —Bruce había girado, ahora las manos del omega se habían metido en los bolsillos de su chaqueta —. Tampoco estaba siendo muy maduro, no te escuché, ni te di la oportunidad y te impuse mis deseos desde el principio y no dijiste nada, solo aceptaste. También debí darme cuenta de eso.
—Bruce... es muy... Me alegro que también hayas pensado en eso.
—Tsk. No fui yo, Alfred me lo dijo.
—Claro... —Tuvo que ocultar una sonrisa. Algo le decía que el intento de disculpa era solo idea de Bruce—. ¿Debería agradecerle a Alfred?
—Deberías casarte con Alfred. Está totalmente encantado contigo.
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El apartamento de Clark era bastante corriente; vulgar, incluso, si se atrevía a ser demasiado despectivo, aunque acogedor a pesar de que no todo olía al alfa y había pertenencias de otra persona pululando por todo el lugar. Era increíble, además, el poco espacio en el que dos personas podían convivir y no matarse. De solo pensar que si necesitaba estar solo y su única salida era un balcón donde debía pelearse con una planta por espacio se sentía frustrado.
—Arriba solo está el baño y dos habitaciones. Una es mía y la otra de Jimmy.
—Hum.
—No es tan alucinante como la mansión, pero es un lugar al que puedo llamar hogar.
—¿Dónde está Jimmy?
—Oh, salió, creo que tenía una cita o algo así, pero siempre dice lo mismo todos los fines de semana. —Clark se encogió de hombros —. Nunca consigue nada, tengo la teoría de que solo vaga por la ciudad sin rumbo fijo y regresa tarde.
Bruce no supo que contestar a eso, pero como parecía importante para Clark, decidió hacer que escuchaba lo que decía sobre su amigo. En medio de su charla, se distrajo mirando más allá del alfa: era curiosa la forma en cómo podía distinguir las cosas de Jimmy de las del alfa, las primeras eran demasiado coloridas y las segundas demasiado Clark, si es que Clark era algún tipo de adjetivo. Terminó por pararse frente a la mesita del café, mientras Clark hablaba, tras dar un par de pasos, se sentó en el sofá sin más. Cuando miró al frente, vio la tarjeta de identificación de Clark del Daily Planet sobre unos cuantos papeles que parecían de trabajo, la agarró solo porque parecía natural hacerlo.
—Siempre pensé que los periodistas ganaban más— dijo de pronto, interrumpiendo el monólogo.
—Oh, bueno... es un... Es un sueldo decente, pero decidí compartir piso para ahorrar. Así podía tener algo para cuando nacieran los cachorros... Y, bueno, no pensaba vivir aquí toda al vida, también está la granja... —Clark se encogió de hombros. No quería pensar que el alfa se estaba imaginando con él en una granja arando la tierra, cuidando animales o lo que sea que se hiciera en un lugar como ese —. No digo que pensaba regresar a vivir a la granja, pero, sigue siendo un lugar donde vivir... Y no quería vivir solo, es bastante aburrido.
—A mí me gusta vivir solo. —Vio a Clark borrar por un momento su sonrisa y algo en eso lo hizo sentir mal—. Bueno, no del todo, pero nadie me molesta, creo que eso está bien.
—Vivir con alguien no significa que te va a molestar, de hecho, todo lo contrario, debería ser gratificante saber que tienes a alguien con quien compartir: Es lo que todo el mundo busca.
No dijo nada. No recordaba cómo se sentía compartir con alguien tu día más allá de Alfred recordándole todo lo que debía hacer. Ni siquiera estaba seguro de cómo iba a saber compartir la vida con hijos y un alfa y lo que sea que ser una familia significara. De pronto, le entró pánico verse en esa situación y la idea de que Clark, quien sí estaba versado en todas esas cosas, se hiciera cargo de todo sin que él interfiriera con su nula experiencia, le pareció tranquilizadora.
—No sé cómo eso puede llegar a ser posible... para mí.
Arrugó la tarjeta entre sus manos, aunque como estaba plastificada, volvía a su sitio sin problema. Clark tenía una inclinación a ser fotogénico, lo veía allí, en la pequeña foto del carnet y lo recordaba de la foto del archivo.
—Pues...
Clark se sentó a su lado, demasiado cerca de él, pero no le dijo nada. Sintió la mano ajena posarse en su rodilla y deslizarse con suavidad hacia arriba en lo que el alfa también se recostaba en el sofá, justo como estaba él. La mano del alfa se detuvo a la mitad de su pierna, la dejó hacia arriba, abierta, Bruce tuvo el impulso de poner su propia mano sobre la de Clark para sentir como esta se cerraba y se entrelazaban. Dejó salir un suspiro.
—Solo tienes que dejar que suceda y ya, Bruce.
Bruce giró su rostro, al mismo tiempo en que Clark hacía lo mismo y se quedaban a un empuje de unirse. Hubo un par de segundos en los que Bruce pensó en empujarse y darle rienda suelta a sus pensamientos y deseos que lo habían estado atormentando desde el momento en que había conocido a Clark y, entonces, la puerta se abrió. Entró luz desde el pasillo de afuera y el tintineo de unas llaves junto a un grito de «¡Clark! ¡No te crees que lo que me ha pasado!» los obligó a saltar de donde estaban.
Jimmy estuvo allí en un abrir y cerrar de ojos. El omega se alejó dos pasos de Clark, metió las manos en sus bolsillos junto con la identificación del alfa que nunca había soltado y miró al beta que apenas se daba cuenta de su presencia.
—Uh, ¡Oh! Sr. Wayne, es un placer tenerlo aquí. —Jimmy le sonrió. Era agradable, a decir verdad, en la gala lo fue, según el archivo de Clark lo era, sus fotos y sus pocos artículos también hablaban bien de él, hasta se había sentido mal por juzgarlo—. ¿Interrumpo algo?
Jimmy miró a Clark y a Bruce, a Bruce y a Clark. Bruce le sonrió como solo él sabía hacer. —No, ya me iba, de hecho.
El rostro del alfa parecía descontento con eso, pero asintió. —Eh, sí, te acompaño.
Salieron al pasillo, no sin dejar a Jimmy un poco descolocado por lo que había pasado. Clark cerró la puerta tras de sí, miró a Bruce. El omega se río y el alfa lo siguió. Se quedaron detenidos en el tiempo mientras se miraban el uno al otro, con una sonrisa, en el pasillo estrecho al que las luces le parpadeaban. Bruce se aclaró la garganta, puso las manos detrás de su espalda y se balanceó unos segundos mirando al suelo antes de volver a poner atención al alfa.
—Me agradó la hamburguesa.
—A mí también.
—Buenas noches, Clark.
¿Debía besarlo ahora? ¿O debía Clark hacerlo? Pasaron un par de segundos en que ninguno se movió y, de alguna manera, ambos resolvieron en que no debía suceder nada más por esa noche. —Buenas noches, Bruce.
Para cuando llegó de nuevo a la mansión, había fantaseado con varios escenarios en donde la noche podría haber acabado de manera distinta.
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Lunes por la mañana. Bruce estaba sentado en su oficina, girando con suavidad en el sillón después de haber hecho una hora interminable de papeleo, apretando la identificación de Clark como si fuese una especie de objeto desestresante. Esperaba que no hubiese tenido problemas al entrar al trabajo esa misma mañana al no tener credencial, aunque tampoco la quería devolver; quizá, solo quizá, debía hacerle una copia o algo así antes de que el alfa se diera cuenta que la tenía él, pero la idea de tener un papel insulso que no oliera a Clark no le gustaba tampoco.
—Señor Wayne. —Dolly, la secretaria, abrió la puerta. Asomó medio rostro y le sonrió. —Señor Wayne, el Sr. Kent lo está llamando por la línea privada, ¿qué le digo?
—Pásamelo.
Descolgó el teléfono. Lo primero que escuchó al otro lado fueron cosas de metal golpeándose contra el suelo. Jimmy parecía discutir detrás sobre algo y la voz de Clark sonaba lejos hasta que se hizo clara al pronunciar su nombre.
—¿Una mañana dura? —preguntó Bruce.
'Er, algo así. ¿De casualidad te llevaste mi tarjeta del periódico? Recuerdo que la cogiste, pero no sé dónde la dejaste'.
—¿Por?
'Tenemos que ir a una entrevista y no puedo entrar sin ella. Perry va a matarme, es que no es la primera que pierdo una, pero no es mi culpa, se pierden fácilmente'.
Bruce dudó un momento. Podría decirle que no y que consiguiera otra, podría decirle que sí y alivianar su corazón un poquito, además, sería una buena excusa para verse de nuevo sin tener que decirle que quería verlo. Apretó de nuevo la tarjetita en su mano, viendo como se doblaba y volvía a su forma. También podría cobrarle un rescate por ello.
—Hum... Puede que la tenga, sí.
'¿De verdad? Por favor, por favor, ¿puedes traerla?'
Una sonrisa cruzó el rostro de Bruce. Imaginarse los gestos que debería estar haciendo Clark en ese momento le provocaron un «Yo qué sé» que lo hizo temblar. Se levantó de su escritorio después de aceptar ir hasta Metrópolis, salió casi corriendo de la oficina a pesar de que Dolly le gritó que tenía con algunas citas que cumplir y acabó recorriendo unos escasos kilómetros en motocicleta hasta la ciudad vecina.
Lo primero que vio cuando llegó a la placita donde Clark lo había citado, fue el gesto de alivio. No saludó, más allá de caminar hacia él con la tarjeta en la mano y sacudiéndola frente a su cara, para quitársela justo cuando el alfa iba a agarrarla. Se burló de Clark, este rodó los ojos.
—Bruuuuuuce....
—Mi visita hasta aquí no es gratis.
La cara del alfa era un poema, pero lo divirtió. —Uh, ¿Vale? ¿Quieres que te pague por haberme robado?
—Hazme un regalo para mi nido. Para la única cosa que logré conseguir, me la estás quitando —. Tomó la muñeca de Clark y puso la identificación en su mano con una sonrisa. —Si no lo haces, pensaré que me estás faltando al respeto.
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Las palabras de Bruce no habían dejado de resonar en su cabeza en todo el día. Después de horas sin poder concentrarse, decidió que lo mejor era ir a su casa y buscar alguna especie de regalo para Bruce. El omega lo hacía sentir tan tonto; le había prometido ser más consciente de sus sentimientos y había olvidado lo mucho que los omegas amaban tener cosas en sus nidos de las personas que ¿querían? Martha y Jon eran betas, nunca conoció a sus padres biológicos, lo que sabía de ser alfa era más por un instinto, pero habían costumbres y cosas que se le escapaban sobre los omegas y, a veces, sobre él mismo. Se pasó una mano por la cara. Era una vergüenza que Bruce lo hubiese tenido que pedir y no hubiese sido más considerado y atento al respecto.
Sacudió la cabeza, debía dejar de pensar y arreglar -o aprovechar- el momento. Agarró la camiseta que usó en la cita y que aún seguía olvidada en algún lugar del sillón de la ropa 'que aún podía ponerse', pero que apestaba a sí mismo y la metió en la mochila.
Gotham daba algo de miedo a esas horas de la noche, pero por Bruce valía la pena el riesgo. Se hubiese sentido aliviado cuando pisó los jardines de la mansión, pero debía admitir que era un lugar mucho más imponente que el propio centro de la ciudad. Tocó dos veces, antes de que Alfred abriera y, aunque sabía que el viejo omega intentaba mantener una expresión neutral, algo en él olía a sorpresa.
—Maestro Kent, aunque siempre es una alegría tenerlo aquí, no lo esperábamos esta noche.
—No estaba planeado, fue una decisión un poco de improviso.
Alfred asintió, con una especie de sonrisa muy bien disimulada. Con su normal protocolo, le permitió entrar en la casa y lo guió escaleras arriba, al despacho de la otra vez donde habían tenido aquella pequeña discusión. Allí estaba Bruce dando vueltas de aquí para allá con algunos papeles en la mano. Se detuvo en seco cuando los vio entrar en el lugar y Clark juraba que las comisuras de sus labios habían intentado levantarse en pos de una sonrisa.
—Maestro Bruce, tiene visita.
Alfred salió y cerró la puerta. Bruce no lo saludó, pero parecía inspeccionarlo con su mirada: —¿Y mi regalo?
—¿Ni siquiera me vas a saludar?
—No. Me debes algo, ¿por qué debería?
Clark negó con la cabeza. Se opuso a darle nada y solo empezó a bordear el lugar mirando a todos lados con la intensión de poder pararse frente al nido de Bruce. Nunca había estado en un nido, no conocía a ningún omega -al menos no con tanta confianza- y solo había escuchado de ellos en las clases de biología. No sabía que se sentía, pero la idea de estar rodeado de almohadas y estar abrazados sonaba bastante bien. Sin embargo, cuando pudo estar cerca del lugar que tanta curiosidad le causaba la mezcla de olores lo hizo arrugar la nariz.
—Me pregunto, solo por curiosidad, ¿por qué tu nido huele a Alfred? Ni siquiera huele mucho a ti. Es decir, no me malinterpretes, pero, ¿no es el mayordomo? ¿No debería haber más tú en él?
Bruce reparó en el nido de la esquina. Inspeccionó las sábanas que hacían de cueva que parecían recién lavadas a juzgar por el rastro de olor a jabón y que olían fuertemente a Alfred, de hecho, solo olía al viejo omega.
—Seguro Alfred cambió las sábanas esta mañana. No he tenido tiempo de venir y poner de mi parte.
Clark no pudo esconder su expresión de sorpresa. Pensaba, por lo que sabía, que era una cosa demasiado privada que cada persona hacía.
—No es mi nido, para aclarar lo que sea que estás pensando. —Bruce miró a Clark quien ahora estaba más confundido, así que añadió: —Es decir, sí es mío, pero mío y de Alfred. El mío mío está arriba, pero no me agrada lo suficiente. —El silencio del alfa llenó la estancia, así que, Bruce siguió hablando sin pensar—. Ya sé que es el mayordomo, pero es familia, ha cuidado de mí desde que era un niño y mis padres mu-... Alfred era el omega de mi padre.
Clark se quedó aún más perdido. Por lo que sabía, Martha era la omega de Thomas Wayne y madre de Bruce. Nunca escuchó otra cosa ¡¿Y si Bruce era hijo de una relación extramarital?! Entonces, sin pensar mucho, soltó:
—¿Alfred es tu padre y mayordomo? Quiero decir, no-
—No. Era el omega de mi padre, pero Alfred no puede tener hijos. La Casa de Natalidad le impuso otro omega a mi padre, mi madre; aún así, siempre siguieron juntos, hasta que... bueno, eso. En fin. Crecí pensando que Alfred era el mayordomo, pero cuando me quedé solo, me di cuenta de que era algo más que eso... Solo intento dejarle ser quien debió ser y quien es, porque, bueno, no hay otra persona a la que pueda llamar mi familia.
—Oh... Vale. Eso tiene sentido de alguna manera.
Silencio. Entonces, ahora tenía más curiosidad sobre el nido de Bruce.
—La verdad es una pena que la Casa de Natalidad no respete las decisiones de los alfas y omegas, ¿Sabes? Todavía me pregunto qué hubiera pasado si hubiesen seguido juntos... pero en fin, la baja natalidad tenía que solucionarse. Solución ad hoc como dice Alfred. No importa.
—¿Ad qué?
Clark fue sacado del estudio a empujones sin dejarle resolver sus dudas. Bruce lo guió por una serie de pasillos y escaleras hasta el piso de arriba y le abrió las puertas de su dormitorio. Era inmenso, con una cama donde podían dormir hasta cuatro personas, con posters de bandas que desconocidas pegados sin mucho cuidado que resaltaban en las paredes blancas adornadas con estantes rellenos de libros y libros que ya no cabían en ellas y, en una esquina, como supuso que debía ser, había algo que debía ser algún tipo de nido. Estaba lejos se oler a jabón y tener las sábanas recién cambiadas, ni siquiera era una cuevita, solo eran un montón de mantas negras de distintos materiales y almohadas de distintos grises puestas de forma aleatoria, dudaba si quiera que las hubiera acomodado, más bien parecían tiradas sin pensar.
—Eso se parece más a ti.
Bruce lo miró sin entender, pero lo ignoró solo para empezar a rebuscar en su bolso la camiseta que había elegido como regalo. Juraba que cuando levantó la vista, Bruce estaba dando saltitos en su sitio esperando por ello. Se la extendió, el omega la tomó con una sonrisa y, en una acto que lo hizo poner rojo hasta las orejas, se la había llevado hasta la nariz para aspirar el aroma de Clark que había pegado. Ahora deseaba haber escogido algo más limpio.
El omega se movió hasta su nido, como Clark lo imaginaba en su mente acomodando el lugar, solo tiró la camisa sin más al rebujo de mantas y almohadas. Luego, volvió a girarse hacia él.
—No me gusta.
Entonces, el omega caminó hacia él, lo agarró del brazo, tiró de Clark hasta llevarlo al frente del nido y lo empujó con fuerza sobre las mantas y las almohadas. El alfa se dejó sin acabar de procesar del todo lo que estaba pasando y, antes de que pudiera comprenderlo, tenía a Bruce encima suyo, a horcajadas, frotando las almohadas y partes aleatorias de las mantas sobre él como si fuese una pileta de lavar.
Había algo en la acción salvaje que era adorable y halagadora. Según su olfato, no había nada ese nido que no fueran rastros de el olor triste de Bruce y ser usado como aromatizante -aunque sonara extraño- fue lindo. No supo cuantas mantas habían pasado por su cara, pero había suficiente de su olor y de Bruce como para empezarse a fundir en algo distinto. Incluso Bruce lo tuvo que haber notado porque detuvo su tarea.
—¿Ahora sí te gusta?
Clark movió su mano al rostro de Bruce. Quería. Necesitaba acariciar su mejilla pálida y rozar con los pulgares los labios ajenos. La caricia lo obligó a inclinarse más y más hasta lograr besarlo. La mano dejó el rostro y se deslizó por su espalda, acabó en la cintura del omega y lo empujó contra él, solo para hacer el toque más íntimo. Bruce se sentía como mantequilla entre las yemas de los dedos, lo que le permitió empujarlo con suavidad, hasta estar arriba de él para tomar el mando de la situación.
No sabía dónde estaba el límite ahora, pero no pensó en eso mientras deslizaba su mano debajo de la camiseta de Bruce o mientras acariciaba su piel caliente o cuando rozó las protuberancias que eran sus pezones y que solo se podía imaginar llenas de leche para sus cachorros. Disfrutó de sus labios, pero también de su cuello, de rozar la nariz por encima de la glándula de olor y aspirar el aroma del omega hasta tenerla grabada en su memoria; necesitaba poder clavar ya sus dientes en él, sentir como todo lo que eran se mezclaban y poder sentir lo mismo que Bruce al fondo de su ser vibrar junto con él. Le hizo un chupetón justo al lado porque parecía bien marcarlo de alguna manera mientras era definitivo.
—Clark...
—¿Sí?
—¿Quieres ir más rápido? Ya puedes olisquearme luego.
Se mordió el labio. Sus manos dibujaron un recorrido hacia abajo, llegando hasta el bulto en medio de las piernas de Bruce, desabrocharon el pantalón, acariciaron la erección por encima de la tela hasta arrancar un gemido del omega. Aquel celestial sonido solo encendió su ser por dentro. No esperó más, metió sus dedos por en medio del resorte de la ropa interior y los jaló hacia abajo con pantalón y todo. Bruce era hermoso en todos los conceptos que se podía imaginar en ese momento. Tuvo que besarlo de nuevo, aprovechando para liberar su propia erección que ya estaba a punto de reventar dentro de él.
Entonces, no estaba seguro si debía ir demasiado allá. Así que solo comenzó a frotarse sobre la erección de Bruce, sintiendo que su garganta reverberaba en gruñidos y gemidos conforme iba aumentando el ritmo. Bruce se retorcía debajo de él, oliendo a algo exquisito que lo volvía más y más loco y lo dejó encapsulado en una nube de sinsentido. Se movió más rápido, intentando alcanzar un algo que no entendía hasta que, en alguna de esas, alcanzó un estado de éxtasis absoluto. Cuando miró abajo, Bruce estaba jadeando igual que él, el fruto de sus orgasmos estaba mezclado en medio de sus vientres. Clark se dejó caer a un lado, mirando hacia arriba, tal como Bruce, hasta que el omega habló.
—Voy a tener que lavar las mantas y tú vas a tener que frotarte aquí de nuevo.
—Lo haré con gusto.
Cerró los ojos, pero los abrió cuando sintió los brazos de Bruce alrededor de él, en una especie de abrazo, pidiendo en silencio lo mismo. Clark lo hizo sin chistar.
—Hay que bañarnos antes de que Alfred vuelva.
—Sí.
—Quédate esta noche, Clark. Es muy tarde para que estés solo en la calle. Y, además, me debes algo para abrazar por haber ensuciado mi nido.
Clark soltó una pequeña carcajada: —Claro, sí. Soy culpable, asumo la responsabilidad.
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¡Gracias por sus comentarios!
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