Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

1. Asignados


—¡Señor Wayne! ¿Está usted escuchado?

Bruce Wayne hizo un ademán con la mano. Dejó de hacerle nudos al hilo rebelde que había arrancado de la manga de la camisa y lo tiró por ahí, como si nada, solo después, se dignó a mirar al trabajador social que estaba parado desde hace un buen rato sobre su alfombra exportada. El Sr. Smith tenía un bigote graciosísimo, le recordaría al bigote de su padre, que estaba inmortalizado en una foto unos cuantos metros más allá en todo el centro del vestíbulo, pero este lo había llevado con más clase. Ahora un accesorio así resultaba anticuado.

—¿Me ha escuchado, Sr. Wayne? La casa de 'Alfas&Omegas' exige que cumpla usted con los deberes para esta nación.

—¿Y esa es... ?

Ignoró la mueca de Alfred detrás del Sr. Smith, esa que pretendía ser un regaño silencioso. Se enfocó más en el suspiro de desesperación del beta ajeno a su casa; ver a la gente intentar no perder los papeles era una de sus aficiones favoritas y había logrado con los años perfeccionar el arte con el que los empujaba hasta ese abismo.

—Por séptima vez, Sr. Wayne: la natalidad Alfa y Omega es muy baja, hasta hace algunos años el gobierno temía que las castas desaparecieran por completo. —El Sr. Smith se pasó una mano por la cara; Bruce divagó en todo el sudor que pudo arrastrar en ese solo movimiento—. Por eso se creó la ley de natalidad, para emparejar Alfas, como el Sr. Kent, y Omegas como usted, con un alto índice de compatibilidad, para asegurarnos de que siguen naciendo personas bendecidas con esas castas. Pero ni siquiera tengo que explicarlo ¡Todo el mundo lo sabe!

Bruce asintió, cruzó una pierna y se miró las uñas, debía ir al manicura otra vez, aunque recibiera otro regaño por morderlas. Sin querer se topó de nuevo con la mirada de Alfred, que volvió a hacerle una seña para que respondiera ante las demandas del Sr. Smith. Bruce rodó los ojos, se recostó en el sillón y entrelazó sus manos por encima de su vientre no sin antes darse el gusto de suspirar.

—¿Y si digo que no?

—Irá a la cárcel, Sr, Wayne. Le debe usted un cachorro a esta nación —dijo el Sr. Smith con un toque de ira —. Es su deber como ciudadano. Además, El Sr. Kent ya ha firmado su visto bueno y está de acuerdo en emparejarse lo más rápido posible. Solo hace falta que firme usted su carta de aceptación y se prepare el ritual de apareamiento.

Bruce miró a Alfred de nuevo, el mayordomo parecía querer contestar por él, firmar por él y ponerlo todo en orden lo más rápido posible. Fuera quien fuera el tal Sr. Kent, ya se había ganado el favor de Alfred y, por tanto, un lugar en su propia lista negra.

—Estoy seguro, Sr. Smith —intervino Alfred —, que el Sr. Wayne está también emocionado por la noticia y firmará lo más pronto posible todo lo necesario para poder conocer al Sr. Kent.

Bruce se levantó de la silla, el beta dio un paso atrás. Sabía que había rumores por ahí de su horrible mal genio, de sus impulsividades en la adolescencia apoyados en tantos malos chismorreos de lenguas venenosas; nunca lo había molestado esas historias sobre su persona, de hecho, en momentos como ese, amaba que tuviera ese tipo de reputación porque le permitía ser de todo menos protocolario y correcto. Puso, pues, una mano sobre el hombro del Sr. Smith, el beta no se movió hasta que Bruce comenzó a empujarlo hacia la puerta.

—Sí, sí, lo que dijo Alfred es correcto. Le agradecemos su visita.

El Sr. Smith dijo algo, pero Bruce no lo escuchó porque el portazo fue más fuerte. Se encogió de hombros y, después, se estiró, como que si acabara de hacer un ejercicio horrible y necesitara despejar los músculos de su cuerpo.

—Señor...

—¿Cuándo va a venir el tal Kant, Alfred?

—Creo que es 'Kent', señor —respondió el viejo omega. Se acercó hacia la puerta, se aseguró de que hubiera quedado bien cerrada, luego Bruce sintió como la mirada severa se clavaba en su espalda—, y todavía no ha programado una cita con él.

—Pues programa una cita. Y busca los papeles que sea que haya que firmar. ¡Ah! ¿Puedes, por favor, Alfred, decir la próxima vez que no estoy?

No escuchó lo que dijo Alfred, entonces, ya estaba subiendo las escaleras hacia su habitación mientras pisaba tan fuerte que hacía crujir la madera vieja debajo de sus tenis. Saltó los últimos tres escalones una vez que estuvo arriba, esperando que de alguna manera uno de ellos cediera bajo su jugarreta y tuviera que remodelar la escalera y retrasar la inevitable cita con el destino por culpa de una visita inesperada al hospital. Sin embargo, el roble, aunque viejo, seguía soportando el peso de su hastío y se mantuvo firme, no dejándole otra opción que seguir con su camino mientras perpetuaba su rabieta.

Se tiró en la cama, se puso los auriculares y permitió que el ruido de la música destrozara sus tímpanos aunque Alfred no estuviera de acuerdo con ello. Cerró los ojos. La imagen de un alfa común y vulgar cruzó su mente: Alto, con bigote, peinado hacia atrás, con una gabardina fea y barata, pero mirando altivo y soltando frases trilladas; tal vez traería unas flores, era lo típico en esos casos, soltaría una frase ridícula sobre el deber y lo que hacían por la sociedad. Se lo podía imaginar incluso detrás de un escritorio manejando alguna empresa en ciernes, tal vez, incluso, se atrevería a poner sobre la mesa que podría manejar Wayne Enterprise. Se quitó los auriculares y los lanzó a algún lado de la habitación. Podría aparearse todo lo que quisiera, pero no dejaría que un alfa manejara su empresa, su vida, ni nada por el estilo. Es más, ni siquiera necesitaba casarse, solo parir un cachorro. Ni siquiera tendría que hacerse cargo del niño, solo dárselo al estado y pasar algo de dinero al mes por él; la ley solo pedía que aumentara el número de Alfas y Omegas en el mundo, no que se encargara de criarlos y jugara a ser padre.

★━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━★

Alfred se había encargado casi de todo lo referente a la cita a ciegas entre él y el Sr. Kent. Para su suerte -más bien porque había amenazado con hacer quién sabe qué- el mayordomo logró convencer a la Casa de Natalidad que el mejor lugar para conocerse era en la propia Mansión Wayne y no el centro de citas. Así estarían tranquilos, lejos del ojo público, ya que Bruce era una celebridad misteriosa. Además, los había convencido de alguna manera que así todo fluiría natural, ya el Sr. Smith había vivido en carne propia lo que era tratar con el omega.

Bruce, por su parte, había llegado a un estado de abnegación. Intentó verle el lado positivo, incluso, estuvo solo un poco emocionado por el hecho de tener un pequeño Wayne gateando por la mansión, destrozando cosas y poniendo a Alfred de los nervios. La imagen familiar resultaba divertida, sin embargo, el hecho de que escogieran al otro progenitor seguía molestándolo; al menos, debería tener un catálogo para escoger un alfa de su gusto si tenía que darle un bebé sí o sí.

—Pero, Señor —dijo Alfred desde el umbral de su dormitorio—, solo queda una hora para que el Sr. Kent esté aquí ¡Y ni siquiera se ha duchado! ¿No estará pensarlo en recibirlo en ropa interior? —Alfred entró en la habitación. Empezó a abrir los armarios como si nada, sacando una chaqueta tras otra, sosteniéndola elegantemente en el aire mientras miraba la tela y a Bruce, examinando el color adecuado para la cita—. Lo mejor para las citas es el azul: llama la atención, pero no es muy ostentoso, además, señor, este tono de aquí siempre le ha favorecido.

Alfred dejó el blazer sobre la cama, no sin poner a su lado un pantalón del mismo color, una corbata a juego y una camisa blanca para que terminara de resaltar a saber qué cosas. Le dio una palmadita en el hombro, de esas que un padre daría con cariño a su hijo en forma de apoyo, después, dijo algo sobre lo terrible e irritante que era llegar tarde a las primeras citas y lo importante de la ducha diaria para un estilo de vida saludable. Bruce hizo una mueca. Esperó a que Alfred saliera de la habitación y se perdiera en el segundo piso para salir sin ser visto.

Una vez fuera del escrutinio del viejo omega, bajó al segundo piso, se escabulló de Doris, que apenas terminaba su turno y se iba a casa, después de giros y varios pasillos, acabó en el cuarto de lavabo, viendo tres tipos de cerro de ropa diferentes sin entender por qué Doris seleccionaba la ropa por tonos cuando era toda negra. Sin embargo, se aventuró a derrumbar las montañas de ropa, encontrando alguna que hacía tiempo había dejado de ver y, otra que, según Alfred, ya no debería ponerse.

—Esta será.

Agarró una vieja camisa de la que él mismo se había deshecho cuando, haciendo cualquier tontería, había roto; la recordaba de un negro más brillante y con un olor más a limpio, pero si cumplía su finalidad, ¿qué más daba? Se puso aquello, lo arregló en su cuarto con una sudadera que seguía manteniendo su color negro original y lo combinó, por supuesto, con unos converse. Solo se detuvo frente al espejo para revolverse el pelo.

—Espero que le guste, Sr. Kent.

Se sentó en su cama a mirar el reloj. Mientras veía que los minutos se acercaban, empezó a preparar en su mente todo tipo de comentarios sarcásticos y mal intencionados. Justo a las cuatro de la tarde, hora en que Alfred había citado al alfa, el sonido del timbre llenó el silencio de la Mansión. La pierna empezó a moverse sin haberlo pensado, de pronto, se estaba mordiendo las uñas y la sensación de tener un hueco en el estómago fue creciendo cada vez que miraba las manecillas marcar los eternos siguientes segundos, deseando que pasaran solo cinco minutos más para llegar a la cita tarde, aunque estaba en su propia casa y era casi una tarea imposible.

Saltó de la cama y bajó. Tuvo la valentía de esperar ocho minutos enteros, pero ya podía visualizar a Alfred entrar con el ceño fruncido por la puerta y quería evitarse el regaño antes de su jugada maestra. Bajó corriendo las escaleras, dispuesto a poner su peor cara de hastío al alfa aleatorio que la Casa de Natalidad le hubiese impuesto; de solo pensar que podría parecerse al Sr. Smith se le estaba revolviendo todo por dentro.

—¡Yo...!

Levantó la vista. En medio de la sala de espera estaba Alfred, poniendo una taza de té en la mesita de centro y, a su lado, en una postura un poco tensa, pero que gritaba incomodidad, estaba el alfa más perfecto que hubiese visto en su vida: Tenía un abrigo café ocultando lo que podría jurar era un cuerpo bien definido y entrenado, la camisa a cuadros, que Alfred podría haber juzgado como hortera, le quedaba bien de alguna manera que no acababa de entender, su pelo, mejor peinado que el suyo, no dejaba de ser casual y estar solo un poco fuera de su sitio, lo suficiente para darle un aire desenfadado, pero tampoco para que pareciera desaliñado; las gafas de pasta, que en otra vida hubiese odiado, enmarcaban a la perfección unos ojos que Bruce podía jurar eran de un azul incluso más intenso que los suyos y, para rematar el cuadro agraciado que tenía delante de él, dirigió una sonrisa hacia Bruce que le hizo olvidar el saludo descortés que estaba a punto de pronunciar.

—Pero, Señor, ¿Qué es ese atuendo? —preguntó Alfred. Bruce tuvo que bajar la mirada para verse a sí mismo y recordarse el disfraz desdeñoso que había preparado con tanto esmero—. ¿Le parece que eso es adecuado para conocer al Sr. Kent?

El Sr. Kent, por supuesto, lo inspeccionó. Hubo una fracción de segundo que se sintió desnudo y avergonzado, pero enderezó su figura. Que un adonis estuviera parado en su sala no significaba que iban a llevarse bien.

—Espere un momento, ¿No había yo tirado esa camisa?

Una risilla se escapó de los labios del Sr. Kent. El alfa lo intentó disimular con una tos, pero fue suficiente para herir el ego de Bruce. El omega, ofendido por la burla a su atuendo, le lanzó la peor de sus miradas.

—Lo siento, lo siento. —El Sr. Kent se movió; apenas y se daba cuenta que llevaba también un bolso marrón del mismo color de la chaqueta, el cual abrazó a su cuerpo en un movimiento que Bruce leyó como nerviosismo—. Soy Clark. Es un gusto conocerte por fin.

La mano extendida del alfa se le presentó a Bruce como un regalo. Pensó en no responder al saludo, solo por molestar, pero la mirada de Alfred detrás del hombre lo obligó a moverse por inercia y estrechar la robusta mano de Clark Kent. Fue vigoroso, pero cuidadoso a la vez. El acercamiento le dio tiempo a Bruce a detectar un leve olor a frutos rojos, aroma extraño en un alfa, sin embargo, no era quien para juzgar qué olor debería tener quién cuando el mismo olía a madera y whisky, un aroma demasiado singular para su segundo género.

—Soy eh, Bruce... Wayne.

Soltó la mano de Clark, solo para abrazarse y encogerse sobre sí mismo. Miró a Alfred que seguía con la tetera en la mano, mientras más negaba el viejo omega, más consciente Bruce se hacía de su deplorable aspecto, de su pelo fuera de lugar y de la sensación de calor de no haberse duchado desde el día anterior.

—Eh, bueno, el Sr. Penny-, Alfred, estaba diciendo algo de tomar té inglés, pero nunca he tomado eso, en realidad... —dijo Clark, girando hacia un lado para mirar al mayordomo también—. ¿Estaría bien si me acompañas? Así podemos... hablar.

Bruce guardó silencio. Volvió a mirar a Alfred en busca de ayuda, porque sus habilidades sociales, como diría un buen meme de esos en los que le gustaba perder tiempo en internet, se habían ido de sabático.

—¡Ah, por supuesto! —intervino Alfred, se inclinó, llenó una segunda taza—. El maestro Bruce siempre lo toma con dos de azúcar, ¿es usted mucho de dulce, Sr. Kent?

Clark respondió con ánimo que sí, que adoraba el azúcar y pidió un terrón más que Bruce, información que el omega anotó en caso de ser necesaria más adelante. Mientras Alfred le explicaba algo sobre Inglaterra, el té y anunciaba sus famosas galletas con chispas de chocolate, Bruce se deslizó por un lado de la sala hasta su sillón individual favorito, estratégicamente puesto frente a otro de esos, donde esperaba que Clark se sentara, cosa que, después de que Alfred se disculpara para ir por sus galletas, hizo.

—Aunque no lo creas, hay una moda muy extraña sobre tener la ropa rota... —dijo Clark, Bruce lo miró sintiéndose peor sin querer volver a echarle un vistazo a su vestuario del día—. Lois, mi amiga, estuvo comprando algo de esa ropa por un tiempo, no lo entendía, pero, supongo que es genial.

Silencio. Bruce lo vio apartar la vista cuando no le respondió y tomar el té como si nada, a pesar de lo caliente que debía estar a juzgar por el humo que salía de la taza y la costumbre de Alfred de servir cada alimento como si acabase de salir de las entrañas del infierno.

—La tomé del basurero a propósito— respondió. A veces, había aprendido, no había mejor manera de incomodar y salir de situaciones que con la verdad más absurda. Dicho esto, se inclinó hacia la mesa, tomó la taza que, en efecto, estaba caliente, pero lo ocultó igual de bien que Clark, y le dio un sorbito.

—¿Ah? Bueno... ¿Amigable con el medio ambiente?

—Solo quería perturbar a Alfred.

Clark soltó otra risita adorable. Bruce se recostó en el sillón, cruzó una pierna y se quedó mirando al alfa deseando que se convirtiera en uno de esos alfas terribles solo para sentirse mejor consigo mismo.

—No quiero aparearme con nadie —dijo Bruce de pronto—. ¿Qué me dices de la inseminación artificial? Es efectiva.

Los ojos del alfa eran hermosos, incluso cuando se mostraban sorprendidos e insultados, guardaban algo que se asemejaba a la compasión y la comprensión. Bruce apartó su propia vista porque odiaba poder leer en la gente esos sentimientos; le recordaban una época infantil que quería olvidar. El abrazo que había mantenido sobre sí mismo se apretó, se clavó los propios dedos en los brazos y deseó que la tierra lo tragase.

—Está... bien.

Giró de nuevo el rostro. Clark ahora parecía más cómodo en su enorme cuerpo, como si hubiese soltado un suspiro necesitado. Había dejado de mirar a Bruce solo para volver a tomar la tacita de té entre sus manos, soplar el aire caliente que desprendía el agua y beber otro poco; a esas alturas, ya no quedaría té, Clark era demasiado enorme para la tacita y Alfred siempre servía demasiada poca agua.

—Sin embargo... —La taza no volvió a su sitio, pero sí los ojos de Clark. Lo único que se añadió a su pose fueron las manos apretadas alrededor de la cerámica. —Me gustaría tener la oportunidad de conocernos un poco mejor, de todas maneras, vamos a tener que pasar mucho tiempo juntos cuando nazca el bebé.

—No. Cuando nazca el bebé te lo puedes quedar —. El alfa parecía más sorprendido aún, pero no se atrevió a responderle. —Pagaré la manutención y todo lo pertinente, pero no quiero tener nada que ver con todo este asunto más allá de lo que me es inevitable.

★━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━★

Bruce salió de la oficina. Habían pasado casi dos semanas desde que conoció al Sr. Kent. La casa de Natalidad les había dado el plazo de un año para el cortejo, citas y de más tonterías que hacían los enamorados antes de tener que unirse de por vida y pasar por el ritual de apareamiento. Sin embargo, no se habían visto desde entonces. Ni siquiera había contestado los mensajes de texto que el alfa había mandado los primeros días en busca de iniciar una conversación; debió de haberse aburrido, porque no volvió ni siquiera a enviar los buenos días. Tampoco le importaba demasiado, a decir verdad, solo necesitaba que pasara el tiempo para poder librarse de esa responsabilidad.

Entró en el ascensor. Le dio al piso del estacionamiento. Lo único que quería en ese maldito momento solo era llegar a casa y almorzar lo que sea que Alfred hubiera hecho que, estaba seguro, era igual de delicioso que siempre. Suspiró cuando el ascensor se detuvo a la mitad del edificio, compartir ascensor con un empleado aleatorio no era precisamente su cosa favorita en el mundo, pero eso sucedía cada día. El timbre lo sacó de sus pensamientos, estiró su chaqueta, dibujó una sonrisa y se recordó a sí mismo que 'Brucie Wayne' era un omega cariñoso, coqueto y con quien se podía iniciar una conversación trivial y tonta sin que llegara a ser demasiado inteligente. Las puertas se abrieron con otro 'tin' de la campana.

—¡Buenas tar- !

—Bruce...

Clark Kent estaba allí, con un traje mucho más formal, una cámara colgando de su cuello que tapaba con cada balanceo una escarapela blanca que ponía «Visitante». Leyó, más allá de las letras en rojo, unas en azul que decían «Daily Planet». Las puertas hicieron un amague por cerrarse, pero el alfa se apresuró a apretar el botón de nuevo y entró en el pequeño espacio, evitando hacer contacto con él.

—No esperaba encontrarte aquí... Bueno ¡Sí! Es decir, es tu empresa, pero- bueno... Ya sabes, el presidente nunca está casualmente en los ascensores.

Bruce se inclinó, miró de reojo a Clark y entrecerró los ojos mientras leía la escarapela. Levantó su mano solo para detener el balanceo de la cámara, cosa que hizo a Clark quedarse congelado en su sitio y favoreció la lectura de su identificación.

—¿Eres periodista?

—¿Sí? Creí que lo habías leído en mi... bueno, creí que la Casa de Natalidad te lo habría dicho.

—No sé, no leí nada. Fue Alfred el que se encargó de todo.

Un gruñido de asentimiento. El ascensor siguió bajando y apenas Bruce se percató de que Clark no había pedido su piso, así que siguieron bajando hasta el estacionamiento.

—¿Has venido por lo de la gala de caridad? —preguntó Bruce.

Clark lo miró, le regaló una sonrisa de esas bonitas que no había podido olvidar en los últimos días y asintió. —Sí, venía por información y las invitaciones, también cubriremos la gala, de hecho.

—Sí. Lo sé.

Silencio. El ascensor se detuvo y abrió sus puertas. Bruce disfrutó de la mueca del alfa cuando se dio cuenta que había terminado bajando hasta el último piso.

—¿Quieres que te lleve, Clark?

Se regañó por haber preguntado eso, pero disimuló su propia contrariedad sacando las llaves y dándoles vueltas en su dedo índice y atrapándola como si nada mientras salía del ascensor. Los alfas odiaban eso, cuando actuaba de forma despreocupada, metiendo sus manos en los bolsillos y haciendo alarde de sus posesiones de millonario. Detuvo su caminata de pasarela solo para girar y ver a Clark, las puertas casi cerrándose de nuevo frente a su rostro, antes de que reaccionara y metiera una mano en medio de las puertas para salir.

—Eh, sí, estaría bien.

Por primera vez en el día Bruce sonrió de manera sincera. Es que ver la cara de Clark al darse cuenta que viajaría en una motocicleta era una de las mejores expresiones que había conseguido del alfa en el corto tiempo que lo había visto. Bruce levantó sus cejas una y otra vez con picardía cuando Clark se dignó a verlo de nuevo.

—Se ve... práctica.

—Es más divertido cuando estás arriba —Se subió, haciendo a propósito todo tipo de movimientos sugerentes para el Sr. Kent detrás de él, le tendió uno de los cascos que llevaba de repuesto y se puso el suyo.

Clark parecía no saber qué hacer, hacia dónde moverse o cómo se supone que funcionaba una moto. El omega juró que guardaría ese momento en su memoria de por vida, cuando al fin el alfa descubrió como subirse, se giró un poco para verlo de reojo.

—Clark, vas a tener que agarrarte a mí si no quieres caerte en el viaje.

Bruce había probado antes las manos de otros alfas. Por lo general, cualquiera aprovecharía para agarrarlo con fuerza, tocar de más en lugares donde no había dado permiso y reafirmar una especie de superioridad física sobre él. Esperando algo parecido, quedó insatisfecho cuando las manos de Kent solo rozaron su cintura y sus dedos apenas y se aferraron a alguna de las arrugas que su traje marcaba por la postura. Soltó un sonido de fastidio.

—Clark... —Agarró las manos del alfa, tiró de ellas hacia adelante, obligándolo a pegarse más hacia él, sintiendo el olor de frutos rojos golpear sus fosas nasales con fastidio. Lo hizo juntar sus dedos por delante de su propia cintura y las pegó a en su vientre, a pesar de que estas ofrecían cierto deje de resistencia—. Agárrate bien; si te caes, no pienso detenerme para recogerte.

Solo cuando arrancó la moto cayó en cuenta que no sabía donde vivía Clark Kent.

★━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━★

—Veo que tenemos un invitado.

Clark despegó sus manos del omega lo más rápido que le fue posible, no por gusto, más por temor de sobrepasar un límite que no conocía. Bajó de la moto, no sin antes darse un tropezón y hacer el ridículo frente a Bruce y, después, luchó para quitarse el casco que Bruce tuvo que ayudarle a desabrochar porque había perdido sus habilidades motrices justo en ese momento.

—Buenas tardes, Sr. Penny-, Alfred.

Le regaló una sonrisa al omega mayor. Aún recordaba su petición de llamarlo solo por su nombre, aunque le pareciera incómodo. El Sr. Pennyworth recibió el casco de la moto y le devolvió el gesto. —Maestro Kent, ¿Cómo ha estado?

—Oh, solo Kent, digo, Clark. Solo Clark, por favor, Alfred. —El mayordomo levantó una ceja. —Bien, sí, ¿Y tú?

—Todos hemos estado genial. Tenemos hambre —interrumpió Bruce.

—¿Tenemos?

—Sí, tenemos —. Bruce pasó al lado de Alfred—. No te traje aquí solo para que me veas comer.

Solo había visto dos veces al omega, pero Clark había desarrollado un gusto extraño por verlo -e imaginarlo- con ropa casual. El Bruce que tenía delante, con ese atuendo desaliñado que podía ver como Alfred despreciaba por sus miradas que de vez en cuando le lanzaba al hombre, estaba muy lejos de parecerse al Bruce que vio en el ascensor hecho todo un empresario.

—¿Te gusta, Clark?

Bruce estaba inclinado sobre la mesa, en el otro extremo de la larga y exagerada mesa, sus manos entrelazadas para hacer soporte a su barbilla y el flequillo tapando la mitad de de ojo derecho. Parecía que el casco le había dejado otro peinado distinto y que estaba encantado con tener el pelo revuelto. Detrás de él, aferrándose a su cintura y obligado a tener contacto, se dio cuenta que su pelo olía más delicioso de lo que nunca hubiera podido imaginar.

—Me encanta, ¿Qué es?

—Pollo al bourbon. A mí también me encanta —. Bruce volvió a tomar el cubierto y siguió comiendo. —Entonces —dijo. —¿Vas a venir a la gala?

—Por trabajo, sí.

Siguió su ejemplo. Volvió a su plato, evitando el contacto visual, evitando pensar en lo larga que era la mesa de la mansión y lo genial que podría haber sido estar más cerca el uno del otro y seguir disfrutando del aroma del omega.

—¿Y tienes tu traje?

—Ah, bueno, no. Lo alquilaré seguramente en unos días.

—¿Qué? No.

—¿No?

—No. Alfred te matará si haces eso.

—Disculpe que lo interrumpa, señor— Alfred entró por unas de las puertas, botella de vino en mano—, pero estoy seguro de que no haría nada que fuera contra la integridad del Sr. Kent.

Alfred se paró al lado de Clark, rellenó la copa de vino y siguió sus pasos para hacer lo mismo con la de Bruce.

—Clark dice que alquilará un traje para la gala— anunció el omega.

El alfa levantó la vista, se encogió de hombros, era lo que la gente como él hacía con toda la normalidad del mundo. Y, sin embargo, sintió que había cometido un pecado con solo atreverse a pensar en ello cuando la mirada severa del mayordomo se clavó en él: —Me retracto, señor, ¿Quiere que vaya a la cárcel por homicidio, Sr. Kent?

★━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━★

Clark 'intenso' Kent, como bien lo había apodado en su cabeza Bruce y, por ende, como había quedado registrado en su móvil, le había escrito más mensajes todo ese fin de semana. Solo se dignó a contestar uno de ellos y solo porque Clark no era capaz de recordar una hora aunque se la había dicho tres veces antes de echarlo de la mansión el jueves que habían acabado almorzando juntos por circunstancias. Fuera como fuera, no había valido de nada recordarle la hora, porque, cuando salió del estacionamiento, Clark ya estaba esperándolo fuera del almacén y podía jurar que llevaba allí más de media hora.

—Hola.

Bruce pasó de largo por su lado. —Sí, hola.

Clark le recordaba a un cachorrito todo tonto, que con un movimiento te seguía a donde fuera. Lo comprobó cuando le hizo una seña y empezó a caminar detrás de él hacia el almacén como si no tuviera ningún tipo de pensamiento propio.

—Alfred dijo que había llamado para que nos mostraran algunos trajes.

Los guiaron a alguno de los probadores que, Bruce estaba seguro, Clark jamás había visto a juzgar por su expresión de sorpresa al ver lo grande que era. Se sentó en el sillón de cuero mientras la dependienta traía la ropa que les mostrarían y, cuando tuvo todo delante de él, miró a Clark con una sonrisa divertida.

—Puedes modelarme.

—¿Perdón?

Bruce se recostó en el sillón, cruzó una pierna y estiró su brazo. —Que me modeles, tienes que medirte todos los trajes, pero hasta que no los modeles no sabremos si te quedan bien y, por lo que sé, soy la única persona aquí con capacidad de juzgar eso.

—¿Está bien?

Clark Kent, pensó Bruce, tendría que ser un buen periodista, porque de modelo solo tenía la apariencia. Había chocado tres veces en la pasarela sin obstáculos y una vez casi se cae de la misma, pero era divertido verlo ir de aquí para allá sin saber que hacer exactamente e intentando seguir las órdenes de Bruce sobre si debía girar hacia ese u otro lado. Después de obligarle a medir unos siete trajes, había encontrado el suyo, resaltaba sus curvas, ajustaba bien donde debía y el color le quedaba perfecto.

—Me gusta ese, pero-

El alfa había soltado un suspiro. Bruce lo dejó sufrir mientras se levantó y buscó un corbatín entre los que la chica había traído. Se subió a la pasarela, caminó hasta Clark y levantó el moño justo por encima del traje del alfa.

—Este te quedará mejor.

Con la mano que tenía libre agarró la corbata de Clark. Reprimió una sonrisa al ver al alfa tensarse y aromatizar todo su alrededor con nerviosismo. Fue lento en quitarle la corbata y más aún en ponerle el moño, acabando su jugarreta poniendo ambas manos en el pecho del alfa.

—Así me gustas más.  

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro