21
Capítulo 21
Desayunaron en la barra de la cocina; la vista abierta hacia el patio trasero, cuidado, verde y con una piscina mediana, era un paisaje muy distinto al de la caótica y céntrica Londres. Tras untar un pan con mantequilla, Evan se lo puso en la boca a Hazel, quien, con los antebrazos apoyados en la fría y estrecha península, avanzó en su dirección, agazapada.
El escote de la holgada camisa de Evan dejaba entrever sus senos desnudos, enloqueciendo a su hombre. Pasando ambas piernas de lado, tomó asiento sobre la superficie, quedando de frente al dueño de casa y de sus fantasías más primitivas.
El dueño de "Ad Eternum" pocos remilgos tuvo al sujetarla por la cintura, levantarla en volandas y arrojarla sobre el sofá de la sala para llenarla de besos y algo más. Del bolsillo de sus joggins, Evan sacó la funda de su espada y con estratégica precisión entró en ella para darle algo más que un delicioso desayuno en la boca.
***
Ingresaron a la torre de oficinas donde se ubicaba la editorial sin tomarse de la mano ni nada por el estilo; desde temprano, tras su atraco en la sala, Evan había respondido numerosas llamadas telefónicas. Prometiéndole subsanar esa falta de atención, le pidió que lo acompañara a su trabajo. Ella aceptó, sabiendo que durante el día estaría sujeta a sus reuniones, sus horarios complicados y citas a destiempo.
— Puedo irme a Londres en cualquier momento, no necesito un tutor ― Hazel había bromeado en el coche, rumbo al edificio, bien temprano.
— Permíteme ser un poco egoísta el día de hoy; quiero tenerte a mi lado, o al menos, sabiendo que estas allí después de una tensa reunión de negocios.
— No podré quedarme como un florero en tu oficina...
— Lo sé y no pretendo que así sea; puedes visitar la empresa, ver cómo fluye nuestro trabajo. Después de todo, quizás terminemos trabajando juntos, ¿cierto? ― una chispa juvenil se desprendió de sus ojos verdes al escucharlo. Eso la animó más que saber que pasaría quién sabe qué cantidad de horas sin hacer nada y en un sitio ajeno.
— Está bien, lo haré solo porque me lo estás pidiendo con ese puchero escandoloso que me supera ― reconoció ella, sonrojándolo.
A pocos pasos de arribar a su piso, la secretaria la saludó amablemente.
— Buenos días, señorita Daugherty, ¡qué grata sorpresa verla! ― fue memoriosa. ¿Cuánto tiempo había pasado de su visita junto a Kalsey?
Solo dos días...y ella ya se había acostado con el jefe.
Avergonzada, caminaba dos pasos tras de él para cuando Kevin, intempestivamente y sin notar su presencia, salió de su despacho con un regaño que quedó a medio camino.
— Ho...hola...¿Hazel? ― fingió no recordar su nombre. Ella le pagó con la misma moneda.
— ¿Kevin? ― estrecharon sus manos.
Poco disimuladamente el abogado rascó su nuca y frunciendo el ceño de modo exagerado, quiso quitarle información que Evan se guardó para sí, al menos, hasta que estuvieran a solas. Hazel roló los ojos ante la actitud machista.
— Tienes una reunión importante dentro de media hora ― le recordó su amigo, ingresando a la oficina de Evan junto a los tortolitos.
— Lo sé, por eso he venido, caso contrario hubiera reprogramado la agenda. Tengo cosas más importantes que hacer.
— Oh sí, sí...me imagino ― la visita se sintió incómoda, ya le echaría en cara aquel comentario.
Kevin se marchó dejándolos a solas. Evan, activo, tomó unas carpetas de su escritorio y como si fuera guía turístico de esa enorme oficina con amplios ventanales, de vistas francas y libres hacia los canales, le señaló la biblioteca atiborrada de textos publicados bajo su sello editorial, un baño privado, el pequeño refrigerador y la barra con bebidas alcohólicas.
— Espero que la reunión sea breve, tengo la ilusión de que salgamos a almorzar lejos de aquí. Hoy te quiero toda para mí.
— Pues échalos a volar y diles que regresen en otro momento ― ella le acariciaba el cuello de su camisa perfectamente acicalada, recordando el momento en que se vistieron con rapidez por haber estado entretenidos más de la cuenta durante el desayuno.
— Vinieron especialmente desde California, no puedo hacerlo.
— Dile que tu perrito está enfermo.
— Mmm...sería una buena idea de tener una mascota ― Evan le besó la nariz consciente que su pedido era muy pretencioso ―. Estaré de regreso en media hora, lo prometo.
Dándole un beso casto, era la primera vez después de varias horas de simbiótico vínculo, que se separaban.
Sintiéndose una intrusa, no quiso tocar nada en un principio. Manteniéndose sentada en la misma silla que el día de la reunión, verificó los mails en su móvil, sin novedades de su amiga. No tenía una contraoferta aun y eso, la preocupaba.
Sin su notebook, poco podía avanzar en su nuevo escrito; por fortuna, había estado pensando en algunas buenas ideas para su libro y eso la animó sobremanera.
Presa del aburrimiento, comenzó a caminar por la oficina, familiarizándose con el entorno; era soñada, imponente, nada cercana a la sala de su casa ni a la habitación improvisada como tal.
La colección de novelas editadas por "Ad Eternum" era vasta, amplia. Autores reconocidos como James Kinney, Illya Voight o J.L.Putch habían publicado sus sagas policiales con el sello de esta empresa. Recorriendo los títulos, se sorprendió leer varios que no imaginaba hubiesen sido lanzados con la venia de Evan. Se imaginó leyendo la saga de romance paranormal de Tara Sawyer y se sonrió de lado.
El bullicio proveniente desde fuera la sobresaltó.
Dejando con velocidad el libro en su estante, tomó asiento en uno de los sofás y fingió estar leyendo una revista que, para su asombro, acababa de publicar una entrevista a Evan.
"El hombre detrás de los libros" se titulaba la nota periodística que contaba con dos fotografías de ese guapo hombre con el que había compartido unas horas de espectáculo. Se sonrojó al figurarse en su mente las imágenes de sus manos rodeándole los pechos, del vello rubio que se alineaba desde el ombligo hasta su pelvis y sus ojos turquesa devorándola.
Calurosa, se apantalló con la revista, dándose aire.
— Señora...señora...no puede pasar...hay gente...― los chillidos de Rita eran agudos. Persiguiendo a una persona por el corredor, Hazel distinguió las sombras de la secretaria y de otra persona, acercándose. Intempestivamente alguien abrió la puerta de la oficina sin expreso consentimiento.
— ¡Ev....an!...Oh..., vaya. Tú no eres Evan ― la mujer quedó de piedra frente a la muchacha que estaba dentro del recinto y a la que no esperaba encontrar.
— ...señora Murray...perdón, señora Jones, le estaba diciendo que la oficina está ocupada ― Rita permaneció en la puerta, por detrás de esa bella y despampanante hembra de cabello castaño claro, lacio y eternas piernas.
— ¿Y ésta quién diablos es? ― despectiva, dejó el abrigo y su cartera sobre una de las sillas que se adosaba al escritorio. Hazel saboreó la ventaja de saber quién era la mujer y eso, sumaba puntos a favor de la honestidad inicial de Evan.
— Hazel Daugherty, editora y escritora ― sin quitarse crédito, extendió su mano a la ex esposa de su Adonis nocturno.
— Audrey Jones, dueña de "Golden Empire".
— ¿Es eso una casa de ropa? ― preguntó la de Londres sabiendo que la respuesta era un no rotundo. Disfrutó de ese breve momento de venganza en nombre de Evan. La mujer tensó la mandíbula, conteniendo una sonrisa molesta.
— No, linda, es una editorial que pisa firme en el mercado.
— ¿Ah, sí? ¿Qué títulos ha publicado últimamente?
— Estamos con muchos proyectos. Buenos. Muuuuuy buenos ― enfatizó, no obstante, se la notaba desestabilizada. Sus enormes ojos celestes, redondos, parecían salírsele de las órbitas ―. ¿Y dónde está Evan?
— En una reunión, señora...― apuntó la secretaria por detrás.
Audrey se movió inquieta, incómoda ya que intuía que esa mujer no estaba allí dentro para una simple entrevista de trabajo. Interiormente, a pesar de haber estado al lado de Evan soportando sus terrores nocturnos, su carácter cambiante y sus largas sesiones de terapia a cualquier hora, lo había querido profundamente.
No era un engaño que ella se había enamorado de él a primera vista; desde sus 14 años, en la preparatoria, le parecía un chico inteligente, líder. Provenía de una familia con mucho dinero y ser el chico rebelde de la clase tenía su encanto. Audrey, sin embargo, era una joven con ansias de ser bailarina que no pudo brillar por una lesión en su tobillo.
Para cuando Evan y Audrey se encontraron algún tiempo después de despedirse en la preparatoria, como dos alumnos más, el flechazo fue inmediato; Evan era bueno en la cama y ella, una novata que pronto supo acoplarse a los deseos sexuales de su pareja.
Sin embargo, lo que al principio fueron rosas, cartas de amor y algún poema de puño y letra con bella caligrafía por parte de él, luego fue tormento, aburrimiento y soledad; Audrey no estaba preparada para lidiar con traumas de los que Evan no la participaba, la muerte temprana de su madre, la sombra de su padre, las reuniones de trabajo en el extranjero a las que la llevaba pero que terminaban en discusiones por celos, la dependencia económica a la que ella lo sometía y sus deseos constantes de tener un hijo.
Presionándolo, dándole a elegir si deseaba estar con ella o soportar en soledad sus problemas, él escogió pedirle matrimonio en París, en lo alto de la torre Eiffel, prometiéndole que jamás le haría daño.
Las cosas no fueron mejores; Audrey no solo se negó a mudarse a la casa familiar de Evan, sino que escogió una bella mansión en el centro de Birmingham que su esposo compró sin objeciones para satisfacer su antojo y la que había quedado en manos de ella.
Entrometiéndose en el trabajo de su pareja, exigiéndole que no contratara escritoras mujeres, su matrimonio fue un calvario y como tal, la frustrada bailarina juró que se las pagaría con creces.
Mirándola de arriba a abajo, Audrey debió reconocer que esa clase de mujeres independientes eran la debilidad de Evan. Vestida de modo casual, como si no le importase la moda, sin maquillaje espeso que realzara sus rasgos, Hazel era el prototipo de hippie chic que atraía a los hombres con dinero pero que se jactaban de no necesitarlos al momento de solventarse.
— Audrey, ¿qué rayos haces aquí? Se suponía que nuestra cita era mañana por la tarde ― su ex esposo entró a la oficina. Él pidió a Rita que se marchara, cerrara la puerta y los dejara a solas.
Disgustado pero sin dejarse llevar por la amargura de verla, increpó a su antigua pareja.
— Tengo cosas que hacer el día de mañana.
— ¿Y no podías reprogramar la cita con Rita? ¿O también pretendes llevártela a mis espaldas? ― poniéndose al lado de Hazel, deslizó en tono sarcástico. Sin darle tiempo a la recuperación verbal, muy entrenada por cierto, sumó a la escritora a la escena ―. Supongo que ya has conocido a Hazel Daugherty. Es una joven promesa de la escritura que no solo es dueña de una próspera editorial independiente sino que ha llegado al top ten de ventas con su ópera prima.
— Si, ya nos hemos presentado ― susurró Hazel. La tensión era insostenible y también, innecesaria.
— No me sorprende que ya estés a la caza de alguna escritora novata para engrosar tu lista de amantes sin talento. Eres muy básico, querido ― Audrey continuó con sus agravios, tocando la fibra íntima de su ex esposo.
— Evan, creo que lo mejor es que me vaya de aquí, no tengo por qué tolerar las groserías de esta mujer ― en efecto, Hazel recogió sus cosas y a punto de salir, el dueño de "Ad Eternum" corrió tras ella, deteniéndola.
— Por favor, no te vayas ― susurró a su oído, avergonzado por la situación.
— No quiero ser parte de esta disputa. Me es ajena y no permitiré que me degraden gratuitamente.
Audrey sonrió de espaldas, sospechando que no por nada Evan iba como perrito detrás de ella. Sin descifrar sus cuchicheos, lo conocía lo suficientemente bien como para saber que esa tipa le interesaba...si no era que ya se habían revolcado.
— Descuida linda, yo seré quien se vaya de aquí. Entiendo cuando no soy bienvenida en un sitio ― pasando por entre medio de los dos, abrió bruscamente la puerta y salió eyectada de la oficina, siendo la comidilla de los empleados, quienes comenzaron a hablar para tapar el pesado y evidente silencio.
Evan puso llave, dándose intimidad. Buscó los ojos de Hazel, encontrándolos entristecidos, vagando sobre la alfombra.
— Hey, cielo, mírame ― le subió el mentón con la punta de los dedos ―. Lo siento mucho, no pensé que te expondría a un disgusto semejante.
— Descuida, sé que te ha tomado de sorpresa su visita.
— Claro que sí...¿lo dejamos atrás? Por favor...quédate. No quiero que Audrey arruine mis planes de tenerte aquí conmigo ― en tono suplicante, haciendo el puchero que tanto gustaba a Hazel, comenzó a besarla suavemente.
Al principio ella opuso resistencia, ensayando un enojo que ni siquiera pudo sostener.
— ¿Saldremos a almorzar? ― Hazel preguntó, dejándose acariciar la cintura.
— Me temo que tendremos que dejarlo para otra oportunidad, pero podemos pedir comida a la oficina ― ella roló los ojos con cierta decepción, dispuesta a que la comida, sea un buen consuelo.
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