Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

20

Capítulo 20

Treinta minutos más tarde llegaron a la vivienda de Evan, una casa alejada del conglomerado urbano pero lo suficientemente cerca como para no perder tiempo de viaje. La propiedad era de dos plantas y un ático, de tejado oscuro y un gran comedor que abría sus puertas hacia un enorme patio trasero.

Teniendo que rentarla por el enorme costo que significaba cuidarla y a cambio, viviendo en un modesto apartamento cerca de la universidad donde estudiaba, esos años en manos extrañas le trajeron grandes dolores de cabeza cuando decidió regresar definitivamente.

El césped mullido, húmedo y las plantas cubriendo los muros vecinos, encuadraban esa hermosa propiedad familiar que había sido reformada al poco tiempo que Evan recibió el dinero de su padre.

Al contraer matrimonio, Audrey había desistido de mudarse a las afueras de la ciudad dejando esa propiedad para celebraciones o bien, para disfrutar los fines de semana.

Agradeciendo que el recuerdo de su ex esposa allí dentro se redujera a unas insignificantes intervenciones decorativas y un juego de sábanas que desechó apenas tomaron caminos distintos, Evan se permitió llevar a Hazel sin remordimientos; casi sin hablar durante el trayecto, con la tensión sexual inquebrantable, él evitó dejarse arrastrar por el arrebato, sino que por el contrario, buscó recuperar aquellas miradas dulces con las que se habían vinculado en casa de ella, el día anterior.

Tomándola de la mano apenas ingresaron, las luces cálidas del acceso, les dieron la bienvenida. Él le quitó el abrigo, colgándolo en el amplio recibidor. Ella se permitía dejarse llevar por la galantería, embelesada, atraída no solo por él sino por el hermoso escenario que los rodeaba: la vegetación brillante, la iluminación tenue y los muebles modernos.

De a uno, sin pausa pero sin prisa, subieron los escalones de madera clara que los condujo hacia la planta superior; los muros tapizados en blanco con una delicada filigrana vertical apenas perceptible, los cuadros de paisajes en blanco y negro, eran el complemento perfecto a esa ceremonia de iniciación que Evan parecía proponerle.

Él se mostraba seguro, pero interiormente, estaba muy lejos de ello; dentro de su pecho, el corazón le bombeaba impaciente no solo con las ansias de tomarla con bravura sino porque en Hazel reconocía a una persona especial, a una mujer con la que quería vincularse de un modo singular.

Caminaron por el corredor, pasando por delante de tres puertas cerradas antes de llegar a la correcta, la de la habitación del dueño de casa.

Masculina, minimalista y tonalizada en azules y grises, era prolija y en la cual sobrevolaba un delicado aroma a anís.

Evan, sin soltarla y ella, sin desamarrarse de su encantamiento, finalizaron sus pasos a los pies de la cama, sobre un tapete mullido en el cual dejaron sus zapatos.

El empresario, de espaldas al colchón, la besó tierna y sostenidamente. Ella no pedía más, aunque lo deseaba. Miradas chispeantes mediante, con el silencio dando respuestas concretas, Evan se puso de rodillas en el piso y comenzó a desabotonar los jeans ajustados de Hazel; bajándoselos hasta los tobillos y sacándole de a uno sus pies, lo dejó de lado.

El rubio le buscó la mirada, felina, pidiendo permiso sin palabras. Ella mordió su labio, asintiendo con la cabeza y para entonces, dieron rienda suelta a la pasión, explorando sus límites. Hazel disfrutó sentir los dedos fríos de Evan tocándole su tanga negra, erizándole la piel.

— Libérate, linda, estamos aquí para disfrutarnos ― dijo él ante los puños tensos de la joven, quien rápidamente comprendió la misiva y se apoyó sobre los hombros redondeados y aun vestidos de su amante.

Con la punta de su nariz recta, suavemente, él comenzó a hacerle cosquillas en la entrepierna, causándole espasmos en su delgado y etéreo cuerpo. Juguetón, con el filo de su lengua, el contacto fue lascivo, intenso. La apertura de sus pliegues íntimos causó en ella un deseo irrefrenable por ser poseída allí mismo; él trazaba un camino de ida y vuelta en torno a su carne trémula, con vaivenes intensos, obteniendo su humedad, su reveladora bienvenida.

De manos grandes y fuertes, Evan se aferró a los glúteos de la escritora para hacer de la intromisión algo deliberado y sin restricciones, en tanto que ella gemía, jadeaba animada, aceptando lo mucho que le agradaba su exploración, más aun, cuando él le colocó la pierna por sobre su hombro.

Hazel frotaba sus manos en torno al cabello lacio de su amante inglés buscando el desorden donde no le era posible; él aumentaba la succión, la fricción, mientras que ella experimentaba la emoción que violentaba los músculos de su cuerpo.

Estallando, con las rodillas flojas, de un momento a otro estuvo tendida en la cama, con ese hombre imponente haciéndole sombra, como cuando la luna eclipsaba al sol.

— Permíteme desnudarte ― le susurró Hazel aun conmocionada por la explosión convulsiva de sus tendones.

— Sus deseos son órdenes, Milady ― aquella simple expresión le resultó familiar sin saber por qué; desestimándola y gracias a la inacabada gentileza masculina, le quitó la corbata azul de rayas turquesa que tan a juego le iban con el color de sus ojos, para arrojarla de lado y comenzar a desabotonarle la camisa.

En poco tiempo, tuvo frente a ella una galería de arte; tatuado en mitad de sus brazos, en su torso y en su espalda, su piel se mostraba como un lienzo infinito. Evan le elevó el mentón, estampillando un beso voraz, aun con el sabor del néctar de mujer saciada en sus labios.

Desnudos por completo, expuestos, calientes, se miraron con angurria, con minuciosa devoción: Evan deseaba penetrarla, pero aun faltaba un paso más que tuvo en cuenta y que dilató tan solo un instante el momento esperado: enfundando su inhiesta vara, marcó el sendero por el que ambos anhelaban transitar.

Enmarcándole el rostro con sus antebrazos, sosteniendo su propio peso sobre ellos, Evan jaló del labio de Hazel y la unión de sus cuerpos se hizo realidad. La escritora arqueó su espalda, recibiéndolo entero, gozando; a los movimientos suaves, le siguieron otros más intensos, duros.

Acariciándose, sonriéndose, mirándose, aceptándose, continuaron descubriendo sus curvas, sus claro oscuros, dominando sus rodeos mentales. Rodando sobre el ancho colchón, ella, como amazona, comandó la segunda parte de la batalla, un terreno en el que se sentía muy cómoda, de hecho. Con sus palmas planas sobre el pecho musculoso y también tatuado de Evan, friccionaba su galope hacia adelante y hacia atrás. Latigueaba su cabeza, mordía su labio a menudo, absorbiendo la dureza masculina dentro de ella.

El empresario le rodeaba la cintura con sus manos, las cuales, además, pellizcaban sus senos medianos, adictivos. Elevando su pelvis, el choque era deleite puro.

Arrastrados por la pasión, por la sensación de ensamblarse más allá de un objetivo laboral en común, llevaron al extremo sus cuerpos, exigiéndolos en pos de un momento único y eterno. Con la extraña sensación de estar redescubriéndose en muchos sentidos, se comportaron como caníbales.

Evan inclinó su torso exigiendo sus abdominales, con el acabose gestándose dentro de sí; imprimiendo una última estocada, cual caballero medieval, abandonó un grito osco y desarmado en el oído de su amante. Hazel sintió que, como lava emergiendo de sí, llegaba a un segundo orgasmo demoledor, demencial.

Uniendo sus ojos en la misma sintonía, rozando sus narices, absorbiendo el aliento agitado del otro, lo que fue desenfreno, de un minuto a otro pasó a ser calma, sosiego interno.

Él no podía dejar de contemplarla ni mucho menos de quitarle las manos ubicadas sobre su nuca mojada por la acción. Hazel le clavaba sus uñas en los omóplatos, sobre uno de los tantos tatuajes en los que escribía parte de su historia.

Sin desprenderse uno del otro, como piezas del ying y el yang, se abrazaron fuerte, aquietando sus respiraciones, hasta que el propio cansancio los obligó a reacomodarse. Fue para entonces que Hazel reptó sobre el colchón, dando su espalda al techo.

El rubio volteó dispuesto a una segunda contienda sin imaginar que la piel de su compañera, hablaría por demás. Por instinto llevó sus dedos a esas líneas grabadas sobre la escápula derecha de Hazel.

— Tienes tatuada un hada...― susurró él, redibujando el contorno de esa figura legendaria sobre la cual Shakespeare había escrito en su tan conocida obra "Sueño de una noche de verano".

— ¡Adoro a las hadas! ― ella hablaba con la voz cansada, sobre la almohada mullida y con los ojos semiabiertos ―. De hecho estoy escribiendo un cuento para niños basadas en diferentes mitologías y mi hada Seelie es la protagonista de mágicas aventuras.

— ¿Seelie? ...es un nombre muy bello...

— Tiene origen escocés, significa "hada buena".

— De ser una de ellas, ¿tú serías un hada buena?

— Averígualo...

Evan comenzó a besar ese tatuaje que pensó, tan bien la representaba, aceptando el desafío de investigar todos los rincones de su ser. Ella se reacomodó, afectada por la cosquilla. Trazando un sendero por su espina dorsal con su boca como pincel, ambos se excitaron cuando él llegó a la zona baja de su espalda, allí donde a pocos centímetros, su trasero se dividía en dos redondos glúteos.

— ¿Continúo? ― le susurró sobre la piel caliente.

— Por supuesto, prometo no irme de aquí ― quiso que la consienta de todos los modos posibles.

Con el asentimiento indicado, él jugueteó con su lengua, mordisqueándole sus músculos trabajados por el ejercicio. Luego, hundiendo la cabeza entre sus piernas, accedió a aquel sitio secreto y privado que ya había visitado minutos y horas atrás. Sus dedos danzaron dentro de ella, su boca, también bailaba un vals.

Hazel se sintió en la novena nube, extasiada, lujuriosa. Laxa, ronroneando como gata en celo, aceptó su entrada perversa sin objeciones.

Sin embargo, no todo quedó en caricias candentes sino que hubo tiempo para más: Evan, con su espada lista y cubierta para un nuevo combate, pasó su mano por debajo de la línea de los pechos de Hazel y acomodándola a su antojo, la poseyó, haciendo que su pecho fuerte rozara la espalda de su escritora de cuentos favorita.

Con el pulgar, él le bajó el labio y ella se lo chupó aumentando la adrenalina, haciendo que como un latigazo eléctrico, su yo guerrero gritara victoria.

***

— Pensé que vivirías en una mansión enorme, con veinte cuartos, ochenta baños y varios niveles ― Hazel pasaba la esponja con espuma sobre la espalda ancha de Evan.

— Esta es la casa donde crecí. Fue reformada varias veces para adaptarse a las necesidades de la familia y los años que fueron pasando.

— Le has dado unos toques de modernidad y distinción muy elegantes.

— Tengo buen gusto en todo, lo sé ― bromeó, jugando con algunas burbujas sobre el agua y explotando algunas sobre la pierna de Hazel.

— Nuestra casa familiar en Brighton era bastante modesta; mi padre trabajaba en el aeropuerto y mi madre, como enfermera. Se divorciaron cuando Scarlett y yo éramos pequeñas y desde entonces, turnábamos nuestra estadía en casa de mi abuela en Croydon, a minutos del centro de Londres donde vivíamos con mi madre, y el apartamento estrecho que mi padre rentaba, en Brighton. Para cuando tuve edad suficiente de ganar mi propio dinero, comencé trabajando como camarera en un bar lejos de casa pero que admitían chicas sin experiencia ― casi dos horas en tren marcaron esos dos años de idas y venidas entre su empleo y el estudio.

— Tú también has tenido que trabajar duro para lograr tus sueños ― Evan se recostó sobre el pecho de Hazel, quien le pasó sus brazos por delante, rodeándolo, abandonando su mentón sobre la cabellera rubia de su hombre.

— Cuando Scarlett murió, mi mundo se derrumbó por completo. A ella la mataron. ― Dijo, con su mente en aquel momento en que su hermana menor había ido a buscarla al bar donde trabajaba medio tiempo. Scarlett no llegó con vida al encuentro.

Evan enfocó su vista en los cuatro pies, los cuales salían apenas del agua, con un oscuro secreto ahogándole el pecho. Muchas veces había pensado en la familia de la mujer de larga cabellera castaña que habían atropellado al salir de un bar cerca de Sussex un viernes por la noche, cuando se dieron a la fuga para no ser descubiertos por la policía.

Separándose unas calles más adelante de donde ocurrió el incidente, él había entrado a una gasolinera a comprar cigarros en tanto que Pierre y Dominic fueron en dirección a la costa. Presos del alcohol, de las sustancias ilegales y de la estupidez humana, acababan de cometer el peor error de sus vidas.

Viajando por horas en ómnibus e incluso, en taxi, Evan llegaría a su casa sin dormir, descompuesto y con un terrible malestar en su estómago. Su padre estaba sentado en la mitad de la sala de cuyo aspecto ahora nada quedaba; pintándola a nuevo, cambiándole los pisos y colocándole nuevo mobiliario, el empresario había pretendido borrar el sonido, olor y sinsabor de aquella madrugada de llanto y desesperación.

Con un vaso de escocés en la mano, Arthur Murray miraba TV cuando su único hijo atravesó la puerta de entrada sigilosamente, esperando no encontrarlo. El informativo daba cuenta de un accidente trágico cerca del muelle de Brighton a poco de la estación local; para ese entonces, no hubo testigos ni cámaras de seguridad que cooperasen con la causa.

Cuando el padre se puso de pie advirtiendo la llegada de su hijo y el horror transfigurándole el rostro, delatándolo aun sin decir una palabra, él le estampó una bofetada fuerte, artera, sobre la mejilla. Ambos sabían lo que acababa de suceder, lo que terminó de quebrar la delicada relación que existía entre Arthur y su hijo.

Evan se deshizo en perdones, en explicaciones vagas y promesas de cambio; su padre solo se dedicó a reprocharle su ingratitud y lo poco orgulloso que lo hacía sentir.

Por semanas no existió el diálogo, solo pedidos de disculpas que llegaban a oídos de Arthur para quedar en la nada; fue entonces que con algunos ahorros, Evan contempló la posibilidad de marcharse de su casa y mudarse junto a William, un compañero de la universidad.

— Has quedado pensativo, ¿ te sucede algo?

— Trato de ponerme en tu lugar, pero no puedo.  ― él lo decía desde la vereda opuesta: la de victimario. ¿Cómo reaccionaría ella al momento de tener que contarle su traumática experiencia? ¿Lo pésimo ser humano que era? No quiso torturarse con  anticipación.

— Ese suceso me ha alejado de mis padres ― el agua se estaba enfriando, pero ni eso detenía las ganas por escucharse ―. Tras la muerte de Scarlett lucharon buscando la verdad solo por poco tiempo, bajaron los brazos muy rápido. Sin pruebas, sin culpables, la justicia cerró el caso y ellos, se resignaron a la pérdida. Yo me sentía culpable por haberla invitado; esa noche la esperé varias horas hasta que el bullicio de la policía nos advirtió de que algo malo estaba pasando a unas calles de allí. En efecto, ella estaba tendida, en el suelo, ensangrentada y sin vida ― gimoteó. A pesar de los años transcurridos la puntada aguda del dolor la traspasaba.

— Lo siento mucho, Hazel ― enmascarando su propia culpa en el accidente de su hermana, Evan giró su cuerpo, se puso de pie con cuidado y tomó dos grandes toallas de un estante, ofreciéndole una.

Ella aceptó, envolviéndose. Por detrás, Evan la cercó con sus brazos y posó un beso en la cúspide de su cabello y la invitó a la cama.

— Te prometo que esta vez, será para descansar ― y las sonrisas no tardaron en llegar.

*********************************

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro