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Capítulo 6: Entre Biónicos y Titanes


El interior de la oficina mostraba pantallas holográficas que flotaban a lo largo de la habitación. Cada una de ellas tenía esquemas anatómicos y datos biométricos de diferentes seres biónicos. Sobre una mesa central de metal pulido, un brazo robótico reposaba incompleto, mientras un delicado flujo de Acronio líquido se inyectaba en su interior a través de finas tuberías controladas por un robot auxiliar, que poseía decenas de brazos que se movían con precisión, de forma independientes, y que cumplían múltiples tareas en un mismo momento.

Atlas estaba de pie junto a la mesa y ajustaba la calibración de la prótesis. Sus movimientos eran meticulosos, casi hipnóticos. Autron reconoció que tenía un diseño elegante y práctico y que era un poco mayor a ellos, pero tampoco lo suficiente para ser tan antiguo como Memorith; adem''as, verla allí en su tarea, se dio cuenta que reflejaba tanto destreza como dedicación. No apartaba la vista de su trabajo, aunque alzó una ceja al notar le llegada de los chicos.

—¿Qué puede desear la magna Corte Biónica de alguien como yo? —preguntó con calma, pero con un leve matiz de curiosidad.

Autron, Circuitia y Blitz intercambiaron miradas. Sabían que era un momento delicado, y no podían permitirse malentendidos. Autron dio un paso al frente y, en un tono firme pero respetuoso, comenzó a hablar. ¿Qué le explicó? Pues todo. Pero fue enfático para señalarle que necesitaban recuperar los Fragmentos Código, aquellas manifestaciones puras de emociones humanas que se habían convertido en una parte intrínseca de algunos de ellos, como Blitz, el portador de la Alegría; Circuitia en un punto le interrumpió, solo para aclarar el motivo por el que habían viajado hacia allí. No fue hasta que mencionaron que ella era la portadora del Fragmento Código Gratitud, que levantó la mirada directamente hacia ellos. Allí se dieron cuenta de que sus ojos analíticos estudiaron sus rostros. Cerró la inyección del Acronio en la prótesis y cruzó los brazos.

—Así que, El Clausulo... He oído rumores —preguntó, con una mezcla de escepticismo e interés—. Creí que era una celebración olvidada. Los biónicos más antiguos son los que suelen celebrarlo en sus casas. Una tradición que, según ellos, alguna vez fue importante, pero que ahora... es solo una reliquia. Incluso la celebran en silencio, a puertas cerradas. La creí muerta, si soy sincera. ¿Por qué revivir algo que pertenece al pasado?

Autron y Circuitia intercambiaron una mirada, pero fue Blitz quien dejó escapar un leve resoplido.

—Dra. Atlas, El Clausulo no está muerto. Solo está... dormido. Y ahora sabemos por qué. —Circuitia intentó mantener un tono tranquilizador, pero Atlas no apartaba su mirada inquisitiva de ella.

Entonces, la joven biónica la vio alzar una ceja, como si sopesara un poco la situación, y luego dio un atisbo de sorpresa que, si bien fue fugaz, no pasó desapercibido. Algo había concluido.

—¿Qué se supone que significa esto en realidad? ¿Yo? ¿La Gratitud? —preguntó, entre la incredulidad y la intriga.

Su postura se tensó al cruzar los brazos frente a su pecho. Había algo desconcertante en la idea de que alguien como ella pudiera estar ligada a algo tan... abstracto. Su vida siempre había estado definida por lo tangible: las prótesis que reparaba, las vidas que mejoraba con tecnología, las fórmulas exactas del Acronio. Pero "Gratitud" era un concepto que no podía medir ni controlar. Era algo que, en su mente lógica, no encajaba.

—Que te necesitamos para evolucionar en algo que no hemos conocido todavía —aclaró Autron.

—¿Evolucionar? —Atlas dejó escapar una risa seca, más una reacción automática que una burla real—. Perdóname, pero eso suena más a filosofía que a ciencia y yo soy una científica, no una soñadora. Mi trabajo se basa en lo que puedo ver, tocar y mejorar. Así que dime, ¿cómo encajo yo en todo esto?

—Dra. Atlas... —intervino Circuitia otra vez, un poco preocupada—. ¿Qué sabe con exactitud sobre lo que somos?

La Dra. La miró un momento, y con el leve fruncimiento de sus cejas, explicó:

—Somos seres creados en laboratorios. Todo en nosotros es el resultado de una combinación perfecta entre biología y tecnología. Motivo por el que me dedico a hacer piezas robóticas para quienes hayan perdido algo o quieran mejorarlo. También sé, que el Acronio no solo nos otorga habilidades y longevidad; también es la base que permite que nuestra conciencia humana sobreviva en un cuerpo sintético. Sin él, no seríamos más que máquinas avanzadas.

Aquella firmeza en sus palabras, parecían mecánicas, como si hubiera repetido esa explicación cientos de veces. Hizo una pausa, permitiendo que todos, en especial Blitz quien parecía ser el más perdido, pudieran asimilar la información. Pero cuando volvió a mirar a Circuitia, su tono cambió.

—Por lo que cuentan, los Fragmentos Código son algo más. Parecen ser piezas fundamentales de lo que éramos como humanos, como un eco de emociones puras que nos conectan con nuestra esencia perdida. Ahora...

Hubo un breve silencio, roto solo por el leve zumbido de las máquinas en la oficina. Atlas bajó la mirada y su expresión se endureció.

—Pero aún no entiendo. ¿Por qué yo? ¿Qué hice para ser elegida como portadora de algo tan... importante? —Hizo otra pausa, y por primera vez dejó entrever una vulnerabilidad que rara vez permitía que otros vieran—. No soy una líder, ni alguien extraordinario. Solo hago mi trabajo. Salvo lo que puedo. Pero... eso no es suficiente para cambiar lo que somos, ¿verdad?

Blitz estaba fastidiado de toda aquella perorata científica que lo volvía loco. Todo aquello le parecía un lenguaje distante, hecho para quienes vivían en lugares como Neotown o la Urbe Mecánica, no para alguien como él, que venía de un lugar donde 1+1 parecía ser imposible de resolver. Así que, frustrado y con un resoplido, intervino:

—Dra. Usted es la Gratitud. Es lo que define quién eres, aunque probablemente nunca lo haya notado.

Su tono fue seco, casi cortante, pero detrás de él se escondía algo más profundo: la rabia consigo mismo. No pudo evitar comparar su propia existencia con la de aquella Dra. Ella creaba cosas que salvaban vidas, mientras que él... Él había pasado años siendo explotado, usando su don sobre la Alegría para alimentar una red de desesperación en Circuitown. Reparaba cosas que la gente creía basura, innovaba con lo poco que tenía, pero siempre terminaba atrapado en el mismo ciclo. Su poder, que podía haber sido una fuerza para el bien, se había convertido en una droga para los demás. Y no podía ignorar las imágenes de los adictos en las calles, pidiendo más de lo que él había proporcionado sin querer.

Blitz apretó los puños al recordar el noticiero de esa tarde. La turba desgastada, esos biónicos de ojos apagados y movimientos erráticos, no eran tan diferentes de los objetos rotos que él reparaba en su taller. Atlas, Atlas... ella no reparaba cosas; ella reparaba vidas. Su trabajo devolvía esperanza a las personas, mientras que el suyo solo parecía arrancarla, pedazo a pedazo.

—Usted salvas vidas —agregó, con deje de amargura—. Yo solo las destruí. Tal vez no directamente, pero lo hice. Y ahora me piden que sea parte de algo más grande, como si eso fuera a borrar lo que fui antes.

Obviamente, lo que dijo no le aportó nada a Atlas, pero ella permaneció en silencio. Estaba claro que solo deseaban ser escuchados. Sin embargo, Atlas lo miró. Había algo en las palabras de Blitz que resonaba en ella, una verdad cruda que no podía ignorar. Blitz desvió la mirada, incapaz de sostenerla. No quería su compasión; lo último que necesitaba era que alguien como ella, alguien que representaba todo lo que él no era, sintiera lástima por él.

Ante ese silencio, Circuitia aprovechó la apertura para hablar:

—¿Alguna vez te has detenido a pensar por qué haces lo que haces? —Circuitia no escatimó mirarla a los ojos—. ¿Por qué dedicas tu vida a mejorar la de otros? ¿Por qué te importa tanto que las prótesis que creas sean perfectas, que las vidas que nacen aquí tengan una oportunidad real? ¿Por qué te quedaste en la Estación Acroniana, cuando podrías estar en la Urbe Mecánica con mejores recursos y comodidades?

La Dra. bajó la mirada, y sus dedos comenzaron a tamborilear con suavidad sobre el borde de la mesa. No respondió de inmediato. Su mente se sumergió en una sucesión de recuerdos que parecían surgir con más fuerza ahora que escuchaba hablar de la Gratitud como algo tangible. Visualizó los rostros marcados de aquellos cuyos cuerpos había reparado con dedicación: una joven biónica que había perdido ambos brazos en un accidente industrial, y que lloraba al mover los dedos de sus nuevas prótesis por primera vez; un anciano que había creído que nunca volvería a caminar cuando su cuerpo biológico comenzó a degradarse, agradeciéndole con una sonrisa temblorosa pero sincera tras dar su primer paso con piernas renovadas.

También, su mente la llevó al Cultivario. Recordó a los padres que recogían a sus hijos recién formados, con aquellas miradas entremezcladas de esperanza y alivio cuando aseguraba que sus pequeños estaban sanos y fuertes, y que la unión cromosómica de ambos había sido ejecutada a la perfección, por lo que estaban listos para afrontar un mundo que ella misma entendía como complejo. Recordó a una madre que había perdido a su primer hijo debido a un fallo en el sistema de incubación, y como regresó años después con la valentía de intentarlo nuevamente. El llanto ahogado de alegría de aquella mujer, cuando Atlas colocó al recién nacido en sus brazos, aún la perseguía.

También surgieron imágenes de los momentos más silenciosos, pero igualmente poderosos: las palmadas en la espalda de colegas cuyos sistemas había ayudado a restaurar; los murmullos de gratitud de aquellos que habían visto cómo sus innovaciones solucionaban problemas que antes parecían insalvables. Había diseñado un exoesqueleto adaptativo que permitió a un científico trabajar de pie tras décadas en una silla flotante, y aunque él no era alguien expresivo, el "gracias" que le murmuró al despedirse quedó grabado en ella.

Algo en su interior se agitó.

Había creído siempre que su trabajo era simplemente una forma de devolver al mundo lo que a ella le habían dado, pero nunca lo había visto como un reflejo de algo tan fundamentalmente humano. Era más que un simple rasgo de su personalidad; era un motor, un propósito que le había dado forma a cada decisión y acción en su vida.

—Porque... no puedo imaginar no hacerlo —dijo finalmente, con una voz mucho más baja—. Porque he tenido oportunidades que otros no tienen. Porque debo algo a todos los que me ayudaron a llegar aquí.

Circuitia asintió, satisfecha.

—Eso es exactamente lo que significa ser Gratitud. No es solo una emoción. Es un reflejo persistente de lo que nos hace humanos. Y tú lo llevas en tu núcleo, Atlas. Es parte de ti.

Por primera vez, Atlas parecía realmente conmovida. Su postura se relajó y su expresión dejó entrever una vulnerabilidad que pocas veces permitía que otros vieran.

—Nunca pensé en ello de esa forma... —susurró, más para sí misma que para los demás.

—Atlas, el Clausulo no puede completarse sin ti. No estamos aquí para quitarte nada, sino para pedir tu ayuda. Tú eres una de las llaves para devolvernos lo que nunca debimos perder: nuestra humanidad —agregó Autron.

La conversación se interrumpió, cuando la pantalla holográfica más grande que flotaba en la pared central, proyectó la imagen de una biónico de apariencia impecable, demasiado humana para un ser biónico —propio de quienes estaban entre la cúspide económica de la Urbe Mecánica—. Tenía un rostro simétrico y delicado, con piel pálida que brillaba como porcelana bajo la luz artificial. Sus ojos eran de un azul profundo, parecían capaces de analizar a cualquiera con una sola mirada, y su cabello estaba recogido en un moño bajo, era de un tono dorado metálico que le daba un aire de elegancia. Además, vestía un traje ajustado de líneas minimalistas, de un blanco inmaculado con detalles plateados que resaltaban su estatus.

—Dra. Atlas —dijo aquella mujer, con un tono frío pero autoritario, sin preámbulo alguno—. Preséntese en mi oficina de inmediato. Hay asuntos que requieren su atención. No se demore.

La transmisión se cortó tan rápido como había aparecido. Atlas frunció el ceño, un poco perturbada por la orden repentina. Respiró hondo y desvió la mirada hacia Autron, Circuitia y Blitz, quienes esperaban con ansiedad su respuesta.

—Entiendo lo que dicen, y agradezco que hayan compartido esto conmigo —dijo con tranquilidad, pero cargado de una evidente tensión—. Pero me temo que no puedo colaborar con los asuntos de la Corte Biónica. Mi trabajo aquí... es demasiado importante. No puedo abandonarlo.

—¿Cómo puede decir eso? —preguntó Blitz, incrédulo, dando un paso hacia ella—. Después de todo lo que hablamos, ¿simplemente va a decir que no?

Circuitia y Autron compartieron otra mirada, incapaces de procesar la negativa de Atlas. Ella, sin embargo, no se retractó. Se acercó a ellos, y con una expresión seria, extendió ambas manos, a cada uno de ellos, en un gesto de despedida.

—De verdad, lamento no poder ayudarlos. Espero que encuentren lo que buscan —dijo, mientras apretaba las manos de aquellos tres. Por supuesto, evitó la mirada acusatoria de Blitz.

Y antes de que pudieran insistir, un dron auxiliar flotó hacia ellos desde la entrada de la oficina. Emitió un suave pitido y comenzó a hablar con una voz neutral:

—Visitantes, les agradecemos su tiempo en la Estación Acroniana. Por favor, acompáñenme a la salida. Esperamos que puedan regresar pronto y disfrutar de nuestros servicios de atención.

Atlas observó cómo el dron guiaba a los tres jóvenes hacia la puerta. Autron se volvió una última vez, buscando algún indicio de duda en el rostro de Atlas, pero ella mantuvo la compostura. Y cuando finalmente se cerraron las puertas tras ellos, Atlas suspiró y se metió las manos en los bolsillos de su bata, y comenzó a caminar con pasos pesados por los pasillos iluminados.

Sus tacones resonaban en el suelo metálico hasta llegar al ascensor de propulsión magnética. La cabina transparente ascendió con un suave zumbido y la llevó hacia el último piso de la estación. Allí, el ambiente cambiaba drásticamente: A diferencia de los laboratorios y la tecnología de vanguardia, la sala presidencial tenía un diseño minimalista y futurista, con líneas geométricas perfectas y superficies pulidas. Las paredes blancas relucían bajo la luz artificial, y los pocos muebles eran funcionales, de diseño ergonómico y casi escultórico.

A un costado de la sala estaba Lexi, una biónica de aspecto severo con una apariencia que gritaba "Urbe Mecánica". Su rostro era bello, pero inexpresivo, parecía diseñado para proyectar autoridad y pedantería. Vestía un traje negro con detalles dorados, y su postura rígida delataba la presión constante de trabajar bajo Rexa-09.

Al otro lado, un robot multitareas llamado Dana funcionaba como una secretaria incansable. Su diseño era inusual: tres cabezas, cada una dedicada a una tarea específica. Una atendía llamadas con un tono profesional y meticuloso, la segunda tecleaba con rapidez en una pantalla holográfica flotante, y la tercera se encargaba de archivar, imprimir y sacar copias con una eficiencia envidiable. Todo su cuerpo estaba diseñado para maximizar su productividad. La vio que se desplazaba sobre un asiento sin respaldo que giraba en todas direcciones y que le permitía alcanzar cualquier área de su estación de trabajo sin esfuerzo. Desde su torso emergían ocho brazos mecánicos, cada uno dedicado a una tarea distinta: algunos manejaban documentos, otros ajustaban configuraciones en dispositivos cercanos, y un par más interactuaba con pequeños drones que flotaban a su alrededor como asistentes secundarios de limpieza.

Cuando Atlas se acercó, Dana emitió un sonido breve, anunciando su llegada.

—Bienvenida Dra. Atlas, la presidenta Rexa la está esperando —informó con su voz robótica y monocorde.

Lexi, sin siquiera mirarla, señaló la puerta de la oficina de Rexa con un gesto frío y firme.

—No la haga esperar —dijo ella, con carencia de cortesía, como si la orden fuera una obligación más que una formalidad.

Atlas no reaccionó ante la actitud cortante. Sabía que Lexi no era la culpable de su mal humor; nadie trabajaba con Rexa por elección. Estaba segura que para Lexi, era como un castigo personal, y Atlas no podía evitar compadecerla. Cruzó la sala con pasos decididos y se detuvo frente a las puertas automáticas que se abrieron directo a la oficina de Rexa-09.

La puerta se cerró detrás de ella, dejándola frente a un espacio amplio y también minimalista, dominado por un enorme ventanal que ofrecía una vista imponente de toda Neotown, detrás de un escritorio metálico. Las luces de la ciudad brillaban y se reflejaban en el suelo pulido de la oficina. Rexa estaba de pie frente al ventanal, con las manos cruzadas detrás de la espalda; parecía observar la ciudad como si fuera suya.

Atlas respiró hondo y se detuvo a unos pasos de distancia, intentado mantener la compostura y el nerviosismo.

—Presidenta Rexa, ¿me mandó llamar? —preguntó con educación, inclinando un poco la cabeza.

Rexa no se volvió a ella. Aquella figura esbelta, de una belleza meticulosamente perfeccionada, parecía esculpida para imponer respeto incluso con su espalda. Entonces, finalmente habló sin apartar la vista del paisaje:

—Dígame, Dra. Atlas, ¿sabes cómo se conformó Neobópolis?

Atlas frunció el ceño con una leve curiosidad.

—Sé poco al respecto —respondió con sinceridad—. Lo básico: que los primeros biónicos se encargaron de construirla.

Rexa dejó escapar un largo suspiro, como si las palabras de Atlas fueran una confirmación de algo que ya esperaba. Giró la cabeza apenas, lo suficiente para lanzar una mirada por encima del hombro.

—Poco, dices. Lo básico. Pero no suficiente —murmuró ella, con un deje de desprecio hacia Atlas—. Neobópolis no nació de la nada, Dra. Atlas. Fue forjada. Cada centímetro de esta ciudad es un testimonio del poder, del sacrificio y, sí, de la conquista.

Atlas no dijo nada. Intentaba comprender a qué venía aquel tema.

—Hace siglos, cuando los primeros humanos atravesaron las galaxias, robaron y recolectaron tecnología de otros planetas. En ese entonces, eran solo un puñado que luchaba por sobrevivir en un universo hostil. Pero éramos ambiciosos. La ciencia fue nuestra primera herramienta. El dinero, nuestro segundo recurso. Y los robots, nuestras manos. —Rexa hizo una pausa—. El Acronio, sin embargo, fue nuestra piedra angular. Con él, transformamos humanos en algo más... en nosotros.

Atlas permaneció inmóvil.

—Los primeros biónicos no eran como nosotros. Eran dioses, Atlas. Seres capaces de controlar la materia, transformar el acero más resistente, manipular la nanotecnología, moldear el magnetismo a su voluntad. Con esos poderes, no solo construyeron Neobópolis; erigieron los tres imperios que dominan este planeta. —Rexa extendió sus manos, como si quisiera abarcarlo todo—. Pero nada de esto surgió sin poder. El poder lo es todo. Es el motor de nuestra historia.

Rexa se volvió completamente hacia Atlas, con una expresión que mezclaba desdén y burla.

—Y tú... no tienes ninguno.

Atlas apretó los labios al escuchar esas palabras, pero mantuvo su postura firme. Sabía quién era y había esperado algo como esto. Siempre lo había sospechado, aunque no significaba que los nervios no pudieran traicionarla. Aun así, aunque Rexa no la intimidaba, no podía ignorar la verdad en sus palabras. Más que las palabras, fue la forma en que Rexa la miraba, como si supiera exactamente cómo presionar sus puntos débiles.

—Desde el momento en que fuiste seleccionada como candidata para este puesto, te he estado observando —continuó Rexa con frialdad—. No lo merecías, y tú lo sabes. Fuiste una elección circunstancial, respaldada por tus compañeros. ¿Pero liderazgo? Eso es otra cosa, Dra. Atlas. Eso requiere más que habilidades técnicas. Requiere ambición, visión... poder.

Atlas recordaba bien aquel tiempo. No había buscado el cargo, ni siquiera lo había deseado. Sus compañeros de trabajo, convencidos de que ella era la mejor para dirigir la estación, la habían propuesto. Pero Rexa había ganado, como siempre. Ella no había protestado, estaba agradecida de seguir en su puesto como especialista, le bastaba con ayudar desde donde podía. Pero ahora entendía que para Rexa su simple presencia era una amenaza.

—Déjame ser clara, Dra. —Rexa se inclinó un poco hacia el escritorio—. Si te inmiscuyes con esos de la Corte Biónica, me encargaré personalmente de que pierdas todo lo que tienes aquí. No solo tu trabajo, sino tu reputación. Te enviaré directo a Circuitown, a un puestico médico de bajo nivel, donde tu talento será desperdiciado por completo.

Las palabras cayeron como un golpe seco. Era una amenaza que no podía ignorar. Sintió un nudo formarse en su pecho, debido a que había pasado toda su vida trabajando para construir algo significativo, para marcar una diferencia en un mundo frío y calculador. Pero ahora, enfrentaba la posibilidad de perderlo todo.

Por primera vez, dudó. ¿Estaba dispuesta a sacrificar su carrera, su vida como la conocía, por una causa que aún no terminaba de comprender? Miró a Rexa, cuyos ojos reflejaban la seguridad de alguien que sabía que tenía la ventaja.

Apretó los puños. No respondió de inmediato.

Observó a Rexa con una calma calculada. Sabía que estaba en un juego peligroso, pero también sabía que esa mujer biónica no podía resistirse a su propio ego.

—Es curioso, presidenta —comenzó Atlas, con un tono tranquilo—. Parece que este puesto significa mucho para usted. Más de lo que debería para alguien que siempre ha proclamado que la eficiencia es lo único que importa. ¿Por qué tanto interés en que yo no me relacione con la Corte Biónica?

Rexa se tensó, pero su expresión no traicionó nada. Caminó hacia su escritorio y apoyó ambas manos sobre la superficie.

—No me interesa lo que pienses, Dra. Atlas. Este puesto tiene un propósito, y ese propósito no incluye entrometerse en asuntos políticos que no comprendes. Neobópolis necesita orden, no distracciones innecesarias.

Atlas ladeó la cabeza, fingiendo curiosidad.

—¿Orden? ¿O tal vez control? Porque parece que lo que realmente teme es perder el control que tiene sobre esta estación.

—¡Cuidado con tus palabras! —espetó Rexa con firmeza, pero con un dejo de irritación que comenzaba a asomarse.

Atlas se cruzó de brazos y dio un paso adelante, con la mirada clavada en aquella que creía que tenía el poder para controlarlo todo.

—¿Cuidado? ¿De qué, exactamente? ¿De descubrir que este puesto le importa más de lo que debería? ¿O de que su interés en mantenerme alejada de la Corte Biónica tiene menos que ver con la estación y más con usted misma?

Rexa apretó los labios. Atlas sabía que estaba alcanzando un punto crítico, así que decidió presionar todavía más.

—Déjeme adivinar, presidenta. Tal vez no quería este puesto por su eficiencia. Tal vez lo quería porque... ¿manipuló los resultados para asegurarse de que nadie más pudiera ocuparlo? —Atlas dejó la pregunta en el aire, con una sonrisa y una mirada que mezclaban certeza y desafío.

Rexa rodeó el escritorio, con el rostro endurecido. Se apoyó en este, con los brazos cruzados. Por un momento, Atlas creyó que explotaría, en cambio, la vio controlarse, mostrando un aire de suficiencia que solo aumentaba las frustraciones de quienes la oyeran. Lo sabía, pero tampoco podía permitirse caer en el juego de ella.

—¿Y si lo hice? —respondió finalmente, con una sonrisa gélida—. No habría sido la primera ni la última vez que alguien con visión toma lo que le corresponde. Esta estación necesita liderazgo, no una idealista que cree que reparar brazos y piernas es suficiente para mantener Neobópolis en pie.

Atlas alzó una ceja. Había mordido el anzuelo.

—Entonces, ¿por qué la insistencia en mantenerme alejada de la Corte Biónica? ¿Qué teme que descubran?

Rexa soltó una risa seca y dio media vuelta, regresando al ventanal.

—No los necesitamos aquí, Dra. Atlas. La Corte Biónica ha sido un obstáculo para el progreso durante demasiado tiempo. Son un grupo de antiguos soñadores que no comprenden lo que realmente significa gobernar. Y pronto... pronto dejarán de serlo.

Atlas sintió un escalofrío recorrerle la columna. Lo que decía podía ser tomado como traición o sedición. Así que, con todo el control que podía tener sobre sí misma, mantuvo su expresión neutral.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó, aunque ya tenía una idea.

Rexa se giró de nuevo, con otra sonrisa que mostraba más arrogancia que satisfacción.

—Trabajo con quienes realmente tienen el poder en este planeta. Los líderes de los tres imperios ya han comenzado a planear el golpe que destituirá a esos dinosaurios. La Corte Biónica no tiene lugar en el futuro de Neobópolis. Y usted, Dra. Atlas, haría bien en quedarse fuera de esto si no quieres que te arrastre conmigo.

Atlas permitió que sus palabras se asentaran por un momento.

—¿Ya terminó? —preguntó Atlas, con una pizca de amabilidad.

Rexa frunció el ceño, desconcertada por su reacción.

Atlas metió la mano en el bolsillo de su bata y sacó un pequeño dispositivo rectangular. Lo sostuvo frente a Rexa, quien lo miró con creciente incredulidad.

—Todo lo que acaba de decir —continuó Atlas— ha sido transmitido en vivo directamente a la Corte Biónica. —Mostró una luz azul parpadeante en el dispositivo—. Gracias por su confesión, presidenta.

Rexa parpadeó, confundida, hasta que comprendió. Dio un paso atrás, llevándose una mano al pecho.

—¿Cómo... cómo lo conseguiste? —preguntó, ahora con una voz temblorosa, pero cargada de ira—. Estoy segura de haberte mantenido vigilada dentro de la Estación y fuera de ella. Incluso, me tomé la molestia de que tuvieran casilleros de seguridad para guardar absolutamente todo y poder escanear lo que llevaban consigo. No había indicios de que portaras un dispositivo de transmisión como ese esta mañana, y no te has movido de tu puesto de trabajo desde entonces.

Atlas sonreía con tranquilidad y una expresión de triunfo que irritaba, todavía más, a Rexa.

—Cuando le di la mano a Autron, Circuitia y Blitz. Fue un gesto de cortesía, pero también la oportunidad perfecta para conectar con ellos en un enlace neuronal. Cuando ellos aceptaron la conexión, de inmediato les expliqué que tú eras el único obstáculo que tenía para acompañarlos y que creía que no me dejarías ir; también les dije que sospechaba que algo llevabas entre manos porque había percibido hace días drones de vigilancia de la Estación acompañarme todas las noches hasta mi casa, y se mantenían allí al despertarme. Fue el joven Blitz quien me entregó esto, con la intención de que grabara cualquier confesión relevante. Y mira lo que encontré... Solo necesitaba presionarte lo suficiente.

Rexa apretó los puños, con el rostro transformado por la furia. En un instante, alzó su mano derecha que se asemejaba la posición de una pistola, y la punta del dedo índice se abrió, revelando no solo que tenía una mano robótica, sino que era un de las herramientas ilegales, pues estaba diseñada como un arma.

—¡Maldita seas, Atlas! ¡No tienes idea de lo que acabas de hacer! ¡Si te desaparezco ahora mismo podría borrar cualquier evidencia, glitch ambulante!

Atlas se aterró. Retrocedió un poco, pero, antes de que pudiera decir más, las puertas de la oficina se abrieron de golpe. Una decena de biónicos y robots policiales entraron, seguidos por un hombre alto, musculoso, con cabellos rojizos y una presencia imponente. Su rostro, tan humanizado como el de Rexa, mostraba una expresión de autoridad.

—Rexa-09 —dijo con voz firme—. Está bajo arresto por confesión ilícita en su puesto de trabajo, por portar una prótesis ilegal en su mano y por conspirar contra el gobierno legítimo de Neobópolis.

Rexa retrocedió, intentando mantener la compostura, pero la desesperación ya se asomaba en su rostro.

—¡No pueden hacerme esto! —gritó, disparando hacia Atlas.

Atlas creyó que sería su fin, así que cerró los ojos por inercia. Había enfrentado a Rexa con determinación, pero ahora, con su vida en peligro, el miedo la invadió como una ola imparable. Por un instante, su mente se llenó de imágenes: ella, de niña, armando su primer androide con piezas desechadas que su padre había traído del taller; los días en el instituto, siendo la única que disfrutaba las largas clases sobre integración biónica; las noches interminables en la universidad, rodeada de compañeros que compartían su entusiasmo por la biomécanica; y, finalmente, su primer día en la Estación Acroniana, sintiendo el orgullo de haber llegado al lugar donde podía hacer la diferencia.

Recordó los rostros agradecidos de los pacientes que ayudó, las risas de los colegas en los momentos de éxito, y las lágrimas silenciosas cuando algo no salía como esperaba. Todo aquello la definía. Era más que miedo lo que sentía ahora; era el peso de cada decisión que la había llevado a este momento.

Entonces, cuando abrió los ojos, puesto que creyó que su muerte se demoraba, vio al mismo hombre galante que había hecho la acusación, detener el disparo de propulsión electromagnética con sus manos. Aquel aro de energía que pulsaba eléctricamente con una tonalidad azul, se suspendía en el aire como si el tiempo hubiera sido congelado. Dos oficiales biónicos sujetaron a Rexa, quien parecía tan sorprendida de aquel poder como ella, con los ojos casi desorbitados sobre él. Claro, era una de las tantas manifestaciones que ella había mencionado sobre la historia de ese planeta. La energía chisporroteaba, como si intentara liberarse de su control, pero el hombre no mostraba el menor esfuerzo al sostenerla. Él era uno de los fundadores. Seguramente, el hombre más antiguo de todo el planeta.

—¿Qué... qué eres? —murmuró Rexa, apenas capaz de articular palabras. Sabía que aquel poder no era algo común ni siquiera entre los más avanzados biónicos.

El hombre bajó la mano con lentitud, disipando el anillo de energía con un simple movimiento. Su voz, cuando habló, no solo mostraba autoridad, sino que parecía atravesar siglos.

—Soy una de las manos que construyó este planeta —dijo con calma, pero con un peso que hacía eco en cada rincón de la sala—. Tú, Rexa, creíste entender la historia de Neobópolis, pero solo conoces fragmentos. Los fundadores no solo estábamos llenos de poder; aún existimos, vigilando desde las sombras. Y déjame decirte algo: si tú y quienes conspiran a tu lado intentan desestabilizar la armonía que hemos construido, no enfrentarán a políticos ni soldados. Se enfrentarán a fuerzas titánicas que no puedes imaginar.

Atlas sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Aquellas era una advertencia para cualquiera que subestimara el delicado equilibrio de su mundo. Porque eso era, su mundo. Rexa intentó hablar, pero ningún sonido salió de su boca. La desesperación estaba escrita en cada línea de su rostro mientras los oficiales la arrastraban fuera de la sala.

El hombre se volvió hacia Atlas, con una mirada penetrante pero serena. A pesar de su miedo, ella sintió un extraño alivio en su presencia, como si en ese momento entendiera que todo lo que había hecho, al final, había sido por una causa justa.

—Dra. Atlas, en nombre de la Corte Biónica, le agradecemos su colaboración. Su valentía y habilidad han sido esenciales para este descubrimiento, aunque inesperado.

—¿Cómo se llama? —Fue lo único que pudo articular, con una curiosidad desbordante sobre aquel hombre.

—Dorian Kael —dijo con una sonrisa que pareció iluminar la habitación; sí, era un nombre tan humano como lo había sospechado.

Los fundadores, si bien ya no eran humanos en ese momento, eran lo más cercano a ellos.

—Dra. Atlas una vez termine su misión con los Fragmentos Código, será ascendida como la nueva presidenta de la Estación Acroniana —añadió él—. La estación necesita un liderazgo que combine eficiencia y humanidad. Algo que usted ya ha demostrado. Espero que esta situación demuestre la urgencia que los biónicos tienen para sentir, sentir de verdad.

—¿Ustedes no carecen de ellos? ¿Cierto? —inquirió, con una expresión que reflejaba tanto análisis como curiosidad.

—No, nuestro diseño es completamente diferente al de ustedes. Sin embargo, nuestro poder no viene solo del Acronio, sino de la esencia misma de la humanidad. Las emociones, a veces son el inyector o el propulsor necesario, para mostrar nuestra verdadera fuerza. 

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