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Capítulo 1: Intruso Digital


Neobópolis era la ciudad principal del planeta Neobótico. Autron trabajaba para Neoingenery, la empresa líder en servicios técnicos avanzados que se encontraba en la Urbe Mecánica. Los mejores ingenieros biónicos atareaban allí para mantener en movimiento el complejo engranaje de la ciudad. Y era en el Departamento Técnico de Fallos y Resoluciones, donde pasaba sus días resolviendo problemas que ni siquiera los algoritmos más sofisticados lograban comprender. Tenía la habilidad innata para entender cualquier sistema, de modo que, para envidia de Crulix, uno de sus compañeros de trabajo, era el que más destacaba en el departamento.

Para él, existían tres simples pasos para realizar su labor: desmontar, arreglar y dar vida a máquinas que parecían haber perdido su propósito.

—¿Otra vez un Zeronix- X2 con sobrecarga de pulsos lógicos? —preguntó Autron, con una sonrisa cansada que parecía más bien una mueca, mientras inspeccionaba el objeto alargado en su mesa. El Zeronix- X2, era un dispositivo de enlace neural de la clase baja; fallaba cada dos por tres, y siempre por las mismas razones: más intentos de modificación de lo que el software soportaba.

—¿Y qué esperabas? —intervino Crulix—. La clase baja insiste en meter los Z-boosters para "volar" más rápido, y terminan derritiendo la red interna. Son como niños jugando con mechas.

Autron lo miró un momento, su verdad irónica en ese instante no era la mejor ayuda para su frustración. Crulix era un biónico robusto y tosco, con manos tan grandes que parecían capaces de desmontar un motor en segundos, y que en ese momento las agitó de tal forma que el mensaje que transmitió fue, que se trataba de un asunto de pura lógica. Aunque no lo dijo en su intervención, siempre bromeaba diciendo que era mejor apretar tuercas que pensar.

Autron hizo un deje de fastidio y continuó con su tarea. Lo menos que quería era escuchar los "motivos y razones" de Crulix, sobre como él podía resolver, de manera lógica, todos los problemas que se le presentaban. Todos allí sabían que era bueno, pero no era necesario regodearse cada vez que podía. Y no tenía cómo escapar; Crulix y él trabajaban en el mismo departamento.

—Y nosotros los padres que venimos a recoger los pedazos —soltó Rhexia desde su cubículo, la otra compañera, cuya figura delgada y ágil era acompañada de un brillo perpetuo en su pecho. Ella era la experta en software del equipo y, por ende, la que más se frustraba con las "soluciones" improvisadas de los usuarios—. A este Cuber-Lux le inyectaron un "parche de ingeniería casera". Ahora no sabe si es un refrigerador o una cafetera automática.

Los tres se rieron. Incluso Vyrin, el más silencioso del grupo, emitió un zumbido de aprobación. A diferencia de todos allí, era un biónico de aspecto minimalista, casi sin adornos, pero con una precisión quirúrgica al momento de reparar circuitos. Crulix decía que si Vyrin tuviera una función humana sería la de un cirujano de corazones artificiales.

En ese momento, el brazo holográfico de Autron emitió un zumbido agudo y una pantalla digital emergió, flotando sobre su antebrazo derecho. La notificación era urgente y parpadeaba en un rojo que pocas veces se veía en Neoingenery.

"ALERTA PRIORITARIA: AUTRON, PRESENTARSE INMEDIATAMENTE EN LA BIBLIOTECA CENTRAL. FUGA DE INFORMACIÓN EN ARCHIVOS HISTÓRICOS."

Los tres amigos dejaron de bromear y se acercaron a él con curiosidad y preocupación.

—Eso suena grave —dijo Rhexia, ajustándose su visor de datos—. La Biblioteca Central tiene sistemas de seguridad de nivel Acronium-3. Si algo logró filtrarse allí, estamos hablando de una mente brillante o...

—O un virus —completó Autron, con el ceño fruncido. Ya había escuchado de ataques digitales avanzados, pero jamás contra la Biblioteca Central.

La Biblioteca no solo era el corazón informativo de Neobópolis, sino el archivo histórico de las tres grandes ciudades: Urbe Mecánica, Neotown y Circuitown. Una verdadera joya de la memoria biónica, donde los datos más antiguos y valiosos se almacenaban en niveles de protección tan complejos que requerían permisos gubernamentales.

—Qué raro que te hayan contactado directo —comentó Crulix, cruzando los brazos—. No eres de los que arreglan servidores de tamaño planetario.

—¿Ah no? —cuestionó Rhexia, alzando una ceja, con una mirada que mostraba toda su intención hacia Crulix—. Hasta donde sé, el único de acá que puede resolver un problema que nunca antes haya visto es Autron. Por algo destaca siempre y lo llaman en situaciones como esta, mientras tú, yo y Vyrin tenemos que seguir haciendo el trabajo sucio.

—¿Y no es mi culpa? —se adelantó en decir, Autron, intentando zafarse de los celos de Crulix—. Quizá quieren a alguien que piense fuera del sistema —añadió, tomando su maletín de herramientas tecnológicas y lanzando una última mirada a sus amigos—. Cubran mi lugar si vuelve a fallar otro Zeronix.

—Ve y salva el mundo, oh gran ingeniero —bromeó Rhexia, con una reverencia exagerada—. ¡Y no olvides volver con historias! —gritó al final, mirando a Crulix, cuando la puerta automática se cerró tras él.

La estructura de un ser biónico era humanoide y proporcionada, con una estatura promedio y una constitución equilibrada; dependiendo del lugar en el que se viviera, la apariencia podía cambiar desde lo más lujoso hasta lo más rudimentario que solía reflejar el estatus y la procedencia. Autron, era un biónico de la clase media, su aspecto no era lujoso, pero tenía un acabado cuidado y algunos detalles que mostraban su posición. Su distribución principal era metálica, con acabados en materiales resistentes y duraderos, nada extravagante, pero que le confería una visión aproximada a la edad humana de un chico de unos veinticinco años de edad, aunque era un bicentenario.

Cuando salió de la torre de Neoingenery, dio una última mirada a La Torre de Neoingenery. Le gusta aquel hábito, pues consideraba su lugar de trabajo como una maravilla arquitectónica. Su estructura principal era rectangular y alargada, compuesta de placas metálicas pulidas que reflejaban los destellos eléctricos de la ciudad como un espejo. La torre parecía flotar visualmente, debido a los anillos fluorescentes que giraban alrededor de ella, emulando las órbitas de algunos planetas como Saturno. Esos anillos, estaban hechos de energía pura del Acronio, y emitían una luz amarillenta y plateada que pulsaba suavemente, como si el edificio respirara.

En la cima, estaba una cúpula translúcida que coronaba la torre, y brillaba con patrones de circuitos lumínicos que recordaban un cerebro digital en constante funcionamiento. Durante la noche, la torre no solo iluminaba el cielo, sino que proyectaba delicados hologramas informativos. Por sí misma, se mostraba como un símbolo de progreso e innovación.

Soltó un suspiró, y continuó su camino hasta la avenida principal de La Urbe Mecánica. Si algo destacaba de la metrópolis eran sus altos edificios, monumentos de cristales y acero, que mostraban diseños ultra-modernos con torres que reflejaban la luz del sol y luces neón durante la noche, como un caleidoscopio. Sus calles solían estar animadas y repletas de seres biónicos, que la hacía palpitar, debido a los transeúntes llenos de actividad.

Las avenidas estaban impolutas, limpias de cualquier residuo. El zumbido constante de la actividad robótica era una de las primeras características al posicionarse allí; servomotores, el tintineo rítmico de los engranajes en movimiento, el sutil murmullo de voces robóticas, mezclado con cada paso de los biónicos que resonaba en el suelo en un compás metálico que marcaba el ritmo frenético de la ciudad. Seguido, estaba el aroma metálico que flotaba en el aire, entrelazado con sutiles toques de aceite y lubricantes; una señal inequívoca de la presencia constante de máquinas.

Claro que, tanto seres biónicos como robots se mezclaban en esta ciudad, algunos con lujosas vestimentas y otros uniformes de trabajo, por lo que creaban una atmósfera de diversidad. De estar un humano allí, notaría el tacto frío y liso de los edificios al roce, o la vibración apenas perceptible en el suelo, o la sensación eléctrica que se desprendía del ambiente; transmitida por la energía pulsante que fluía a través de los cables y circuitos que alimentaban la ciudad. Detalles que para muchos de ellos no eran perceptibles del todo.

Y finalmente, cuando Autron tomó un AeroCab, un vehículo compacto y de forma ovalada flotante que se deslizaba por las vías de Neobópolis y que se impulsaba por un sistema de levitación magnética avanzada, donde campos electromagnéticos perfectamente calibrados mantenían el vehículo suspendido sin fricción. Los rieles de Maglev, integrados en la infraestructura de las calles de toda Neobópolis, eran la clave para desafiar la gravedad misma. Un NaviBot era el piloto robótico integrado, que se mantenía sentado en la parte delantera, con una programación amigable:

—Destino, por favor. —De inmediato, en el interior minimalista, pantallas digitales aparecieron delante de él, con un mapa digital preciso, en el que con solo tocar o buscar el punto de destino, el piloto se ponía en marcha.

La diferencia entre un ser biónico y un robot era clara. Los seres biónicos era descendientes directos de las esencias humanas, no solo poseían conciencias e identidades propias simuladas, sino que también desarrollaban habilidades sobrehumanas, o más bien, sobrerobóticas, gracias a su fusión entre tecnología avanzada, la complejidad del pensamiento orgánico y el Acronio.

Autron, tenía la habilidad única de comprender y solucionar fallos en sistemas complejos con intuición casi instantánea, pero Crulix poseía una fuerza mecánica descomunal, pero con un delicado control que le permitía realizar reparaciones manuales imposibles para robots estándar; el trabajo pesado era de él. Rhexia, podía descifrar y reescribir sistemas de software en tiempo real, adaptándose a amenazas imprevistas; y Vyrin, era capaz de diagnosticar daños microscópicos en estructuras complejas con solo un vistazo.

El motivo por el que La Corte Biónica, el gobierno, decidió implementar a los robots en sus vidas, era para que asumieran tareas repetitivas, simples y de bajo riesgo, como transporte, manufactura y mantenimiento básico, liberando a los seres biónicos para retos más complejos y situaciones críticas. Sin embargo, pese a su eficiencia, los robots carecían de creatividad, intuición y adaptabilidad, características que solo los biónicos podían ofrecer.

Por supuesto, esa dualidad permitió que ambos convivieran en armonía; por un lado, los robots sosteniendo la infraestructura diaria del planeta, y por el otro, los seres biónicos enfrentando las tareas más exigentes que dependía del ingenio vivo y único. Por tanto, no había problema con ello.

Finalmente, cuando Autron llegó a La Biblioteca Central; no se apresuró en contemplar la colosal estructura circular que se hallaba en el corazón de la Urbe Mecánica, con más de cien pisos subterráneos y una cúpula de cristal que brillaba con la luz azul del sol.

Autron se acercó a la entrada principal, donde un dron recepcionista flotaba inquieto.

—¡Ingeniero Autron, bienvenido! —emitió con chasquidos de aviso el dron—. La situación es crítica. Siga el protocolo B-47 y preséntese en el nivel cero.

Autron asintió e ingresó. Lo primero que observó fue la combinación majestuosa de antigüedad y futurismo: altas columnas metálicas, grabadas con patrones de circuitos y símbolos antiguos que se elevaban hacia un techo abovedado de cristal translúcido; flujos de datos luminosos serpenteaban como estrellas. Estanterías flotantes, cargadas de cubos de datos y pergaminos holográficos, que se desplazaban con lentitud en el aire con un zumbido suave, guiadas por sistemas antigravitatorios. El suelo era un mosaico de placas negras pulidas, que reflejaban con sutileza las luces azuladas y verdes que emanaban de las terminales. Y acompañaba un susurro constante de archivos descargándose y la melodía de frecuencias digitales como pitidos. Pequeños drones blanqueados se deslizaban en silencio entre pasillos interminables.

Mientras bajaba por un ascensor gravitatorio, Autron intentó procesar la gravedad del asunto. Un virus informático filtrando información de las ciudades clave no era un simple fallo. Podía ser un ataque deliberado. Se preguntó por qué lo habían llamado a él y no a Rhexia, cuya habilidad la convertía en la opción más obvia. Tal vez, pensó, que, aunque Rhexia podía resolver cualquier anomalía de software, su enfoque era metódico y lineal, puesto que seguía el flujo lógico del código. En cambio, si el ataque era deliberado y controlado por alguien más con su habilidad acroniana, era posible que hubiera patrones caóticos y fallos fuera del protocolo, y él era el mejor para anticiparse a los movimientos de la corrupción del sistema. Lo que lo hacía más complejo y más extraño. ¿Quién querría causar tanto problema y por qué?

Cuando llegó al piso 0, atravesó el largo pasillo. Al llegar, a la Sala de Control, donde estaban los controles del generador digital central de la biblioteca, se encontró con Memorith, el anciano biónico bibliotecario.

A diferencia de Autron, Memorith era un ser equivalente a unos cincuenta años humanos, de aspecto sabio y distinguido. Y, a pesar de su edad robótica, su diseño se mantenía impecable, con un acabado pulido y detalles que reflejaban su papel como aquel guardián de información —como un prestigioso bibliotecario humano—. Tenía una apariencia más solemne en comparación con otros robots de clase media, con una estatura promedio y una presencia que irradiaba conocimiento y experiencia.

—Autron, gracias por venir tan rápido —dijo Memorith, con voz grave y pausada—. Algo ha accedido al Archivo Histórico. Es un virus, pero no uno cualquiera... parece programado para descargar datos muy específicos.

—¿Qué tipo de datos? —preguntó Autron, activando su pantalla holográfica para sincronizarse con el sistema.

Memorith fijó sus ojos verdes en él.

—Los registros originales de los Fundadores, y la primera era de Neobópolis.

Autron, se detuvo un momento, le dio una mirada a Memorith solo para comprobar y confirmar lo que decía. Esos archivos no solo contenían información técnica, sino también las leyendas y la memoria de lo que una vez fueron como seres biónicos; según, algunos decían que contaba con secretos que debían mantenerse oculto, porque al igual que el mundo humano, había seres corrompidos en el planeta que podían causar estragos con la información adecuada.

—Debemos detenerlo —dijo Autron, sin más. Sus dedos se movían rápido sobre su consola mientras el virus danzaba entre las defensas digitales—. Pero... ¿quién estaría interesado en borrar o robar nuestra historia?

Antes de que Memorith pudiera responder, una alarma ensordecedora sacudió el lugar. La consola de Autron parpadeó y una voz artificial resonó por los altavoces.

"CONEXIÓN EXTERNA DETECTADA. DESCARGA AL 60%. TIEMPO RESTANTE: 5 MINUTOS."

Autron apretó los dientes.

—Esto es más grande de lo que pensaba... —Autron, de pronto, abrió los ojos al anteponerse a lo que realmente estaba sucediendo—. Así que de esto trata la falla... —agregó, con la ceja arqueada y una sonrisa que demostraba triunfo.

El joven biónico deslizó sus dedos con destreza en su pantalla, y segundos después, la pantalla digital de su brazo se fragmentó en un centenar que cubrió toda la habitación; eso maravilló e impresionó de inmediato a Memorith. ¿Todo para manipular los controles del generador digital central de la biblioteca? ¿Cómo no observarlo con interés?, se preguntó el anciano, viendo las pantallas parpadeantes.

—¿Es una falla muy grande? —preguntó con cortesía y curiosidad, Memorith.

Autron respondió sin apartar la vista de su pantalla holográfica que sobresalía de su brazo derecho, concentrado en su tarea, pero que lo que estuviera haciendo, se reflejaba en una pantalla, luego en otra y otra, como si estuviera haciendo múltiples tareas en un segundo.

—No debería serlo, pero este bloqueo es peculiar. Parece ser un virus que está corrompiendo el acceso a múltiples secciones del archivo histórico de la Urbe Mecánica, pero que no está borrando ni desechando la información, más bien, parece que hace una copia de ella. Es como si buscara algo, y, como sabe que estoy aquí, ha decidido hacer un respaldo de información. Intento bloquearlo, pero...

Memorith lo vio sacar un circuito de su brazo, y sentándose en el suelo como un niño pequeño, lo conectó directamente al núcleo del generador, para instalar e inyectar el antivirus de inteligencia artificial, Rommie; lo mejor que las empresas Orion habían diseñado hasta el momento.

—Rommie debería poder identificar y neutralizar este virus —mencionó, mientras seguía manipulando los controles—. Está diseñado para casos como este, pero necesitamos acceso directo al núcleo del sistema para asegurar su efectividad.

Para Memorith, Autron tenía algo en él que le recordaba a los antiguos biónicos que celebraban El Clausulo —una festividad que había sido olvidada por la mayoría de los neobóticos—; una combinación de curiosidad y pragmatismo, ingenio, resolución de problemas con facilidad, interés en comprender cómo funcionaban las cosas; un optimismo y una perseverancia, que consideró necesario para recobrar cosas importantes para los de su raza, y algo más que desconocía.

"CONEXIÓN EXTERNA DETECTADA. DESCARGA AL 100%."

La voz robótica del sistema hizo que Autron maldijera. Por primera vez, no había podido solventar el problema. 

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