Prólogo
Cuando tenía ocho años me mude de la ciudad donde había nacido y crecido hasta ese momento, los cambios nunca me habían molestado solía habituarme fácilmente a ellos, así que mudarme, más allá de molestarme, me suponía una nueva aventura. Mamá había conseguido un mejor empleo y todos nos amoldamos a la nueva dinámica rápidamente. La escuela fue pan comido, hice amigos el primer día formando mi pandilla. Todo marchaba bien, tanto en mi casa como en la escuela, no era el alumno más destacado ni en lo académico ni tampoco en la conducta, pero como mi madre mencionaba, había heredado el encanto de mi padre y sabía como salirme con la mía.
Todo pintaba para ser un año increíble y que solo mejoraría con el tiempo, claro, hasta que conocí a mi némesis, ese día fue en picada desde el principio; rompí mi historieta favorita de los cuatro fantásticos, mi camiseta favorita estaba sucia, mi oso de peluche estaba desaparecido y la noche anterior me había ido a la cama con una goma de mascar en la boca que amaneció en mi cabello, ya sabrán lo que mi madre hizo al respecto. En fin, todo auguraba un horripilante día, pero no había hecho sino comenzar.
Después del almuerzo estaba enfurruñado viendo por la ventana cuando me di cuenta que un camión de mudanza se estacionaba en la casa del frente, un carro venia detrás del camión y de él se bajaron los padres y dos niñas ruidosas, todas las niñas eran ruidosas, no entendía porque tenían que estar gritando todo el tiempo. En ese momento sonó el timbre de mi casa, mi mejor amigo, Alexander, llegaba para jugar conmigo, abrí rápidamente la puerta y salude a su madre que se quedo charlando con la mía y salimos a jugar futbol en el patio. De vez en cuando mi mirada se dirigía a la mudanza y en esos momentos de distracción Alex aprovechaba para anotarme goles.
Mientras Alex iba por algo de beber y yo me quedaba sentado y mas enfadado por momentos, ya que había perdido el partido, nunca perdía uno con Alex, él era el peor jugando, sabía que mañana se jactaría frente a nuestros amigos de haberme vencido. Con el ceño fruncido observaba como descargaban las pertenencias de la familia, habían muchos cuadros allí, también fotografías muy grandes. De repente una niña salió volando del camión y aterrizo sobre un colchón de agua, ella reía como loca mientras mi corazón se detuvo por un segundo creyendo que se estrellaría en el suelo, cuando dejo de reír y se levanto, me vio, en ese instante me sentí como un pequeño e indefenso ratoncillo que está envuelto en la cola de una serpiente a punto de ser devorado. Pánico recorrió por todo mi cuerpo haciendo que tuviera ganas de correr a refugiarme tras las piernas de mi madre, pero también ese mismo pánico fue el que me mantuvo en el lugar en el que estaba, completamente petrificado.
Veía como se acercaba a mí, pero no lograba salir de mi estupor, sentía que el corazón me latía en la garganta y que respiraba como si hubiera corrido kilómetros, lo que sea que esa distancia fuera. De repente ya la tenía frente a mí y tenía sus manos en mi cabello , del que tiraba como si se tratara del cabello de alguna de sus muñecas, pero yo seguía inmóvil, no reaccione hasta que tuve su rostro en mis narices, entonces el miedo pudo más que cualquier otra cosa, incluso más que mi orgullo masculino.
Me gustaría poder decir que la empuje para que se apartara de mi y que le enseñe la lengua, pero lo que en realidad sucedió fue que corrí hacia el interior de mi casa gritando como una autentica alma en pena.
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