Como hojuelas en mucha leche, los crayones se desparramaron cubriéndonos de colores sin formas. El candelabros se balanceaba sobre nosotros sus brillos dorados iluminaban sus cristales amenazantes, mientras los mirábamos. Eran, con sus brazos, con sus astas húmedas y olientes a bosque, tiara lejana.Fue un trato, mientras no dormía, las lágrimas se quemaban ante los gráficos, se acabaron cerrando nuestras pupilas. En el río lleno de grutas cementeriales se alzaban hundían formando otros caminos. Las espadas se tornaban blancas en el torneo, el mármol de nuestras manos se fundía con esa mística araña que negra, ardiente. Temblaba hundiéndonos en el campeonato.

   Evitaron la cera de su recubrimiento, mas las tablas sacadas de burbujeantes ácidos, invitaban. A veces como en las manos como si se navegara eran presionados los comandos y la brisa salina se tornaba espesa como lechada. Vientos prolijos que los acompañaban el la soledad de una banca. Los satélites se revolvían entre las constelaciones, la mentira rasgaba las despedidas. Se posaba el cariño sobre ojos y como mariposa se iba al decirle adiós. Las nubes hacían algodones haya arriba y como hasta de helicóptero, mi mano las cortaba.

Una perla capturo una caricia, se volvió roja y cayó en un estanque volviéndose piedra. Ellos pasaron cerca y cogiéndola rompieron el cristal que los dejaba verse.