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ACEPTAR EL DESTINO


La sangre me hierve mientras intento no retenerlo a mi lado. Le he suplicado de buena y mala manera para que se quede. Ya no sé cómo hacerle entrar en razón. Siempre es lo mismo cuando se trata de su peligroso trabajo. Él no tiene la necesidad de exponerse en un jodido operativo para capturar a uno de los mafiosos más peligrosos de Europa.

¡Sus padres le han dejado una cuantiosa herencia, joder! Podría resolverse la vida con un trabajo menos peligroso, tiene una licenciatura en derecho y yo he movido mis influencias con mi hermano Abel para darle un buen puesto en la firma de abogados perteneciente a nuestro tío. Pero no, el hombre es un orgulloso que no acepta favores y vive apasionadamente aferrado a su puesto como Teniente General de la Policía Helénica.

Esta noche dirigirá un operativo en la región de Evros. Pretende capturar con vida al líder de “La abeja reina” como suele hacerse llamar aquella red de traficantes de personas, a los que le han seguido la pista por años. Y yo no puedo hacer más que sentirme ahogada porque temo por su integridad. Así es cada vez que tiene esa clase de operativos pero, en esta ocasión se siente diferente. Algo dentro mío me grita que no lo deje partir, que debo retenerlo a toda costa. Pero él no me escucha, nunca lo hace. Piensa que soy una niña caprichosa pretendiendo manejar su vida. Como si no viese el innegable amor que siento por él reflejado en mis ojos, como si yo no estuviese tan asustada.

—¡Conoces mi deber! ¡Nunca te mentí cuando nos conocimos, y cuando te pedí que vivieras conmigo jamás te prometí que dejaría mi trabajo!

Los ojos me pican ante la rabia consumiendo mi interior.

—¡Y yo siempre fui sincera al decirte cuánto me aterraba! ¡Te he pedido una y mil veces que renuncies, tendrás un buen puesto en la firma de mi tío Defteros!

—¡Jamás te pedí esa clase de favores maldita sea!... — suspira hastiado, llevando las manos a su cabeza, pasándolas por sus castaños cabellos.

Intenta recuperar la compostura, y cuando lo hace vuelve a dirigirse a mí. Toma mis manos entre las suyas eternamente cálidas. No puedo alejarme aunque esté furiosa, este hombre siempre fue y seguirá siendo mi debilidad.

—Sé que solo buscas lo mejor para mí, y siento tanto hacerte sufrir cada vez que debo partir a un operativo. Pero este es mi trabajo, por lo que he luchado durante tantos años. Llegué hasta aquí con mi propio esfuerzo, sin tocar la asquerosa herencia de mi padre.

El padre de Aioros fue un poderoso empresario de exportaciones, sin embargo tenía conexiones con el bajo mundo y gran parte de su negocio era una fachada para las mafias griegas. El hombre fue asesinado junto a su esposa por un ajuste de cuentas, no habiendo pruebas en su contra salvó su fortuna de ser confiscada por las autoridades. Pero Aioros no quiso tomar un solo euro de aquella fortuna mal habida, manchada con la muerte de su inocente madre. Comenzó de cero junto a su pequeño hermano.

Quizás sea egoísta de mi parte pedirle que deje todo por lo cual luchó. Tal vez él tenga razón pero… ¿por qué me duele tanto el pecho?

—Puedes aceptar mi ayuda. Si no fueses tan orgulloso…

Soy incapaz de continuar, las palabras se atoran en mi garganta y tengo que darle la espalda para que no pueda ver el brillo de lágrimas en mis ojos. Él se acerca con lentitud, rodea mi cintura con sus fuertes brazos y pierde su rostro entre las hebras de mi cabello y cuello, lugar donde deja un suave beso antes de recargar su mentón sobre mi hombro.

—Aprecio tus buenas intenciones, pero sabes que esa vida no es para mí. Trabajar para esta corporación fue mi sueño desde que era un niño, cuando mi padre murió finalmente pude cumplirlo. Sé que tienes miedo, sé que sufres cuando me ves partir, y no te haces una idea de cuánto me duele saberlo, pero yo siempre voy a regresar a ti, tú eres mi hogar, mi vida. A dónde quiera que vaya, pase lo que pase, siempre regresaré a tu lado.

Mi cuerpo vibra ante los sollozos ahogados. Recuesto mi cabeza en su pecho, y me aferro a la calidez de sus brazos, al perfume de su piel.

—Y yo te esperaré aquí, de todas las formas posibles, aguardaré tu regreso con ansias y te recordaré lo idiota que eres por dejarme en esta angustia — giro en su dirección, atrapando su rostro entre mis manos. — Siempre serás tú, únicamente tú.

Su respuesta llega de la manera más dulce y sincera. Cuando nuestros labios se encuentran todo pasa a segundo plano.

Quisiera vivir besando su boca, sintiendo sus manos acariciar mi cuerpo. Cuánto deseo ponerle pestillo a la puerta y encerrar a este necio y apuesto hombre en nuestra habitación. Lo haría olvidar sus deberes de la mejor manera, esa que tanto nos gusta en la complicidad de sábanas revueltas.
Pero no puedo hacerlo, tengo que respetar su decisión y dejarlo partir con la promesa de que volverá a mi lado y entonces podremos pasar el mal trago.

—Eres el amor de mi vida… — susurra contra mi boca, y juro por Dios que jamás había sentido tanta necesidad en su voz. Pareciera que intenta hacerme grabar a fuego su verdad.

—Y tú de la mía — intento mostrarle la mejor de mis sonrisas, sincera, dulce —. Te lo he dicho mil veces y lo volveré hacer ahora para que no lo olvides jamás; Te amo Aioros. Te amo con todo lo que soy, y nunca dejaré de hacerlo.

Sus labios se alzan en una encantadora sonrisa al tiempo en que me estruja contra su cuerpo en un cálido abrazo, el cual no dura mucho pues pronto está devorando mi boca y tocando mi rostro con el mayor de los afectos.
Apenas se separa me deja ver el océano tranquilo de sus ojos, allí donde me pierdo entre sus aguas calmas.

—Y pensar que bastó una sola palabra de tu dulce boca para tenerme a tus pies — ríe ligeramente, contagiándome a su paso. Y cuando la risa se esfuma, no queda más que un reconfortante silencio entre nuestras miradas que no pueden apartarse. —Te amo Saga. Fuiste lo mejor que pudo pasarme en la vida. Sé que no soy el mejor de los hombres, quizás no te he valorado lo suficiente. Pero nunca dudes de mi amor por ti. Apenas salga de este operativo tomaré unas vacaciones e iremos a buscar esa casa que tanto sueñas.

—¿La que tiene vista al mar? — cuestiono exaltada, pero aunque me sienta feliz estas malditas ganas de llorar no desaparecen.

—La que tiene vista al mar — reafirma mis palabras, y entonces vuelvo a unirnos en la necesidad del abrazo y un beso que promete reencuentro.

—Es una promesa.

Finalmente llega la hora en que debe partir, y aunque esa extraña sensación en mi pecho me quema más que nunca, no vuelvo a detenerlo.

Lo veo salir por la puerta de nuestro departamento, siendo su amplia espalda lo último que vería antes de que la puerta se cerrara y yo me quedara en la soledad de un agobiante silencio.

Intento ser positiva. Me digo una y otra vez que todo estará bien, que a la mañana siguiente él estará acostado en la cama abrazándome como siempre. Tiene que ser así.

Aioros debe cumplir su promesa.

::

Dicen que hay almas destinadas que nunca se encuentran, y las que lo hacen pueden vivir un amor inmensurable o sufrir por las adversidades que la vida tiene para darles. Nosotros fuimos afortunados al encontrarnos, y vivimos felices aunque nuestras diferencias nos hicieran pelear en varias ocasiones. Al final siempre volvíamos a los brazos del otro. Yo era feliz.

Era feliz amando al hombre correcto…

La vida se encargó de golpearme tan fuerte que me dejó sepultada en un abismo de tristeza y añoranza.

El reloj marcaba las 5:30 AM cuando tocaron a mi puerta. Inmediatamente supe que no podía ser él. Tenía las llaves de su departamento. Él me dijo que jamás abriese la puerta sin antes notificar de quién se trataba. Pero en esos momentos mi raciocinio se nubló. Caminé como un insecto atraído a la intensa luz, sin poder pensar ni detener mis pasos.

Ni siquiera me molesté en preguntar quién era. Al abrir la puerta tres hombres ataviados con el uniforme de la policía estaban parados frente a mi puerta. El de mayor alto rango se dirigió a mí. Apenas lo vi pude reconocerlo como el superior de Aioros. Sus labios se movieron, pero no pude comprender lo que quiso decirme, un irritante sonido taladraba mis oídos.

Un cuarto hombre apareció en mi campo de visión, la cual se volvía borrosa de apoco. Era mi hermano mayor, Abel Giannaros.

—Saga…

No lo dejé hablar, y a los otros tampoco porque sabía que no podría soportar escucharlo.

Les cerré la puerta en la cara.

El corazón me latía como nunca antes, mi cuerpo temblaba y de pronto tenía el rostro humedecido por lágrimas que no pude sentir en que momento abandonaron mis ojos.

Como pude trepé al sofá, abrazando un cojín contra mi pecho como si fuese un ancla salvándome de morir ahogada entre mi propia miseria.

—No está pasando, no está pasando… —Repetía constantemente, pretendiendo creer en mi propia mentira. La cabeza va a explotarme, quisiera despertar ya de esta horrible pesadilla.

¿No prometiste regresar a mi lado? Yo estoy esperando por ti, pero en tu lugar han venido tus colegas pretendiendo darme la noticia de tu deceso.

¡Debiste escucharme! ¡Debí detenerte a la fuerza! ¡Maldito idiota! ¡Maldita sea mi ineptitud!

Unos brazos me rodean en un fuerte abrazo, intento alejarlo pero no me suelta.

—Tienes que ser fuerte, hermana. Yo estaré contigo, no voy a dejarte caer.

Yo estaré contigo

¿No fue esa tu promesa? Dijiste que siempre vendrías a mí, que iríamos a buscar esa linda casa con vista al mar. Todo fue una mentira.

Me dejaste sola.

Un grito desgarra mi garganta, luego otro y otro siendo incapaz de detenerme. Niego una y otra vez, llamo tu nombre con la esperanza de que entres por esa puerta, corras a los invasores de nuestro pequeño hogar y me tomes entre tus brazos. Deseo despertar en nuestra cama, contigo a mi lado diciendo que solo fue una pesadilla, limpiando mis lágrimas y besando mis labios para después hacer el amor con esa pasión desbordante que nos caracterizaba.

Deseo, quiero, pienso… Al final solo son anhelos imposibles de realizar. Tú ya no puedes cumplir tu promesa, sin embargo yo me mantengo firme porque voy a esperarte hasta que finalmente vuelva a estar contigo.

::

¿Quién diría que terminaríamos de este modo? Se supone que viviríamos muchos años de felicidad compartiendo juntos. No lo dijiste y yo tampoco te lo expuse pero sé que deseabas tanto como yo formar una familia juntos. Pero ahora tú estás dentro de ese ataúd, y yo no puedo hacer nada más que llorar como una niña pequeña.

Mi familia está aquí intentando darme fuerzas pero lo único que quiero es que se larguen todos y nos dejen a tu hermano y a mí llorar nuestra pérdida sin hipocresías.

Ellos no querían que nosotros estuviésemos juntos, intentaron separarme de ti muchas veces pero mi determinación y tu amor fueron más fuertes. Ahora pretenden consolarme viniendo aquí ¿Es que no entienden que solo quiero estar contigo?

Muestro mi desprecio por ellos soltándome del abrazo de mi padre, en su lugar voy con el pequeño Aioria.

—Se ha ido, Saga. Mi hermano Aioros ya no está.

No puedo darle el consuelo que necesita, porque yo también estoy echa pedazos. Aioros era lo más importante que teníamos en nuestras vidas y ahora no está. Nos quedamos solos sin ningún rumbo fijo.

::

El tiempo no sana las heridas del alma, puedes soportarlas, pero ellas siempre estarán sangrando recordándote lo que has perdido, lo que jamás podrá ser y el fracaso de sueños frustrados.

Yo nunca pude salvarme. Después de la muerte de Aioros tuve recaída tras recaída. Esta era la segunda vez que despertaba en una cama de hospital, con las muñecas vendadas ocultando el paso de la filosa navaja. La tina de mi baño aún mantiene el rojo de mi sangre mientras yo maldigo una vez más otro intento fallido.

—Tu padre y yo hemos hablado con los médicos. Nos han recomendado internarte en un centro de rehabilitación.

Mi madre tiene el rostro cansado, su cuerpo más delgado es una clara muestra de que descuidó su alimentación para cuidarme.

Cuando me obligaron a dejar el departamento donde viví los días más felices de mi vida todo empeoró. Ahora tengo que vivir tomando antidepresivos, consultando psicólogos y con la eterna vigilancia de mi familia.

No he podido hablar con Aioria, ni siquiera lo he visto desde el funeral. Sé que vive bajo el cuidado de Shura Algedi, el mejor amigo de Aioros. Abel le ayudó a hacerse con la custodia del niño, evitando que fuese a un orfanato.

Yo no he hecho nada por él, por ese pequeño que era la luz en los ojos de su hermano mayor. Aioros esperaba que yo lo cuidase, que fuese una hermana para él, pero a cambio lo dejé abandonado a su suerte.

Sin el apoyo de mi hermano y Shura…

—Me internaré — le digo a mi madre, tomándola por sorpresa —. Voy a recuperarme y cuando lo haga, pediré la custodia de Aioria.

::

Un año fue suficiente para pretender estar bien. Ya podía hablar sin terminar con un nudo en la garganta, y aunque su rostro siempre estaba en mis pensamientos no dejaba que las lágrimas abandonaran mis ojos.

Mis ojos… Ya no tenían el brillo de antes. Estaban muertos, no reflejaban más que un vacío infinito.

Aioria no ha querido venir conmigo, le he visto tan feliz junto a Shura que respeté su decisión. Confieso que me dolió mucho, pero podía estar cerca y cuidarlo como era debido.

Me encargué de sus gastos personales y académicos aunque Shura alegaba tener los medios propios para hacerlo él mismo. Pero eso no me detuvo, nada lo haría de ahora en adelante.

Once años habían transcurrido desde la tragedia que me jodió la vida. Once largos y difíciles años. La fotografía que conservo conmigo es especial, por eso la he sacado del viejo álbum para ponerla en un marco dorado junto al buró de mi cama.

Aioros luce su impecable uniforme, y aunque su rostro esté serio en sus ojos hay un brillo genuino que el lente de la cámara logró inmortalizar.

Deslizo mis dedos por el retrato, mientras cierro los ojos puedo escuchar el sonido de su voz diciéndome que me ama, prometiendo su regreso. Huelo el aroma de su perfume, puedo sentir la tibieza de sus manos acariciando mi piel.

Cuando vuelvo a mi realidad, en la soledad de una habitación, entre las sábanas eternamente frías, vuelvo a llorar clamando su nombre con desesperación.

El tiempo no disminuyó el dolor que me dejó su partida. La ausencia del amor de mi vida cala hondo en mi pecho, me desgarra por dentro y lo único que puedo hacer para sobrevivir a este mal es tomar las píldoras para dormir.

Aioria fue el bálsamo para mis heridas, me dediqué a cuidarlo como si fuese ese hijo que nunca puede tener, porque jamás le di una segunda oportunidad al amor. Porque Aioros sigue viviendo en mis pensamientos, y en cada latido de mi destrozado corazón.

Aioria ha crecido, se convirtió en un jovencito aplicado e inteligente. Aunque todavía tiene mucho camino por recorrer, sé que podrá hacerlo sin mí. Ahora tiene a alguien en su vida que lo ama del mismo modo que él a ella. Sé que Shura lo protegerá como hasta hoy lo ha hecho.

No hay nada más por lo que pueda posponer mi descanso, mi anhelante promesa espera al final de ese puente. Presiono el acelerador y giro el volante a la izquierda dejando el rastro de las llantas sobre la carretera.
No hay dolor. Ya no puedo sentir los pedazos de mi corazón destrozado.

Una luz cegadora provoca que cierre los ojos. No sé cuánto tiempo he pasado así, pero de pronto el silencio termina. Escucho el sonido de las gaviotas a lo lejos, y la caricia del viento fresco en mi rostro.

Al abrir los ojos puedo verlo ahí, justo al pie del balcón, observando el imponente mar egeo. Sus cabellos castaños se mueven al compás del viento, que trae consigo el inolvidable aroma de su perfume.

—Dijiste que regresarías a mi lado… — le llamo en un hilo de voz, pero él no me mira. — Lo prometiste.

El tiempo que pasa parece eterno, justo cuando pienso que no me responderá se gira a mi encuentro, y yo puedo jurar que nunca antes había sentido tanta felicidad en mi vida.

—Y lo he cumplido — termina la distancia entre nosotros, dirige las manos a mi rostro acunándolo entre caricias suaves. Sus labios forman una sonrisa melancólica. —Saga, mi eterno amor. Ni siquiera la muerte pudo separarnos ¿No miras el mar, luz de mi alma? Esta casa, este jardín y ese enorme mar azul nos pertenecen. Es nuestra realidad, nuestra promesa transcendiendo más allá de la vida y la muerte.

El paisaje a nuestro alrededor es igual al que imaginé cuando le hablaba de aquella casa que compraríamos después de casarnos, con ese patio enorme para hacer picnics y los frondosos árboles para montar columpios. Donde anhelaba ver a nuestros hijos jugar.

Duele tanto saber que la vida no nos permitió realizar esos sueños. Pero hoy, existe una posibilidad para nosotros. Estoy con él y nada volverá a quitármelo.

—¿Seremos felices, Aioros? ¿Ya no habrá más dolor?

—Nunca más, amada mía. De ahora en adelante serás feliz, muy feliz. Tendremos todo lo que una vez deseamos.

Un beso suave sella esta nueva promesa.

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