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[10]

Contempló con admiración la luna que brillaba sobre su cabeza; tan espectacular y hermosa. Sam se sintió cómoda, a pesar del frío que provocaba que tiritara cada dos por tres. Ella amaba las noches así porque le transmitían paz y cierta nostalgia.

Por el rabillo del ojo miró al chico que caminaba junto a ella, con las manos metidas en su chaqueta oscura y la vista clavada al frente, y de nuevo no pudo evitar pensar en el chico de sus pesadillas, y en la enorme similitud que ambos guardaban entre sí. También pensó en el Danny del que tanto hablaba en su diario, aquel del que creía estar enamorada en su adolescencia.

¿Podría ser que fuera la misma persona?

—Aquí estaremos bien, Sam.

La llamó con tranquilidad y ella sonrojó tenuemente cuando el chico le regresó la mirada. Había sido descubierta cuando estaba observándolo, y se mordió el interior de la mejilla derecha para evitar decir alguna tontería.

—Tenías razón, a estas horas no hay nadie por el parque —fingió una sonrisa y tomó asiento en una banca. Se sobresaltó por lo helado del metal, pero se sentó de todas formas—. Gracias, chico extraño. Tu amigo es agradable, pero no podía dejar de sentirme algo... rara, con todas esas preguntas.

El chico de ojos azules rió.

—Es una buena persona... a veces irritante, pero es mi mejor amigo —se encogió de hombros, quedando de pie frente a ella—. Solíamos venir muy a menudo por estos rumbos —extendió su sonrisa y Sam no paró de creer que se veía guapo—. Los tres juntos fuimos un gran equipo, simplemente imparables.

—¿Los tres? ¿Había tres de ustedes?

Se dio cuenta de que el chico dejó de mirarla, y en cambio, se concentró en jugar con una piedra invisible en el pavimento.

—Algo así —respondió, de pronto incómodo.

Sam suspiró. Admitía que tenía curiosidad al respecto, y que había algo extraño en todo ello, pero respetaría su privacidad, aún no eran lo suficientemente cercanos, o ¿sí?

—Tengo la impresión de haber pasado buenos ratos aquí también —exclamó, sin ser muy consciente de lo que decía—. Recuerdo vagamente caminar justo en medio de dos personas —se tocó la frente cuando un pequeño dolor la atravesó—. Y no sé por qué, pero siempre reía con ellos... Supongo que fui feliz.

El hombrecillo puso una mano en su hombro, como para asegurarse que ella estaba bien, después Sam le sonrió para indicarle que no había ningún problema.

—Cuéntame de ti, Sam —una corriente de viento los cubrió y Sam tembló. El chico se quitó su bufanda y la colocó justo en su cuello, envolviéndola con su calor. Sam negó con la cabeza, pero él no le dio oportunidad a replicar—. Tómala, no es negra, pero te cubrirá igual —se tomó un instante para taparla bien, después continuó—. Me gustaría escucharte.

Sam frunció los labios, meditándolo.

—¿Qué hay de ti, chico extraño? —se aferró a la bufanda roja y el aroma masculino inundó su nariz. Olía muy bien—. ¿Me dirás tu nombre?

Él soltó una pequeña carcajada.

—Está bien —se animó a sentarse a lado de Sam—. ¿Estaría bien si jugamos preguntas y respuestas para conocernos?

Fue el turno de Sam para reír.

—Es lo más tonto e infantil que he escuchado —trató de adivinar su reacción, pero él estaba inmutable—. Y creo que soy tonta e infantil ahora, porque tengo ganas de jugar —lo observó fijamente—. Comienzo yo.

—De acuerdo, lanza tu pregunta.

Sam se tomó un momento para pensarlo bien, llevándose la diestra al mentón. Él la veía con atención, pero no permitió que eso la intimidara.

—¿Crees en hombres lobo? —examinó la luna y se burló de ella misma.

El joven chasqueó la lengua.

—Eso es muy bobo —rio—. Por supuesto que no. Creo en fantasmas.

—¿Fantasmas?

Él aprobó.

—Los fantasmas existen. ¿Tú crees en ellos?

Sam se acurrucó entre su abrigo.

—Por supuesto que sí. Creo que son tan reales como tú y yo.

—Yo los he visto —clavó los orbes en el cielo—. Pero llevo un buen rato sin encontrarme con ninguno.

Sam movió la cabeza en negativa.

—Dejemos la fantasía a un lado y pongámonos serios. Aquí viene mi pregunta en serio.

—Estoy listo.

—¿Cuál es tu nombre? —sin darse cuenta, posó ambas manos en las rodillas de él—. ¿Quién eres en realidad?

—Esas son dos preguntas, y así no vale —atrapó sus manos con las de él—. Soy un chico de dieciocho años que nació y vivió en Amity Park. Estudió la secundaria en Casper High y fue allí que me enamoré perdidamente de una hermosa chica gótica.

Sam abrió los ojos, realmente confundida.

—¿Por qué hablas en tiempo pasado? ¿No es aquí Amity Park?

—Sigues haciendo trampa, todavía no es tu turno de preguntar —frunció el ceño—. Mencionaste que viviste en Amity Park unos años, ¿por qué te fuiste?

Él la veía impaciente, daba la impresión de que en verdad esperaba dar con alguna justificación.

—Nací y crecí aquí, también estudié en Casper High, pero un día... —se sobó las sienes—. Un día desperté en un hospital en Ghost City, sin recordar nada. Incluso tengo una horrible cicatriz de aquel día —tocó su cuello entre la bufanda—. Estamos en Amity Park, ¿cierto? —repitió.

El chico levantó los hombros, como para restarle importancia.

—Sí lo estamos, pero al mismo tiempo no —sonrió—. ¿Por qué volviste?

No se quedó conforme con su respuesta, pero tendría que esperar para preguntar de vuelta.

—Después del accidente que me dejó inconsciente, tuve lapsos de memoria espantosos. Encontré un diario que escribí mientras vivía aquí, donde menciono a alguien llamado Danny y a otra persona llamada Tucker; creí que si regresaba al lugar donde viví, podría encontrarlos y recuperar los años que se borraron, y descubrir lo terrible que tuvo que ocurrir para ponerme así —él asintió—. ¿Qué pasó con el gran amor de tu vida?

Él se quedó mudo, después entrelazaron los dedos.

—Ella no me recuerda —sus ojos se cristalizaron.

El corazón de Sam bombeó a mil por hora. ¿Qué tipo de respuesta era esa? No entendía sus palabras que estaban dichas a la mitad; todo hacía que el hueco en su estómago creciera más y más.

—¿Qué quieres de...?

—Es mi turno —fingió calma, pero era evidente que con su pregunta movió una fuerte fibra en él—. Realmente, ¿amaste a Casper?

Los orbes lilas de Sam se separaron, después balbuceó sin sentido. Ella sabía que Casper fue una persona muy importante, y agradecía todo lo que hizo por ella. Ciertamente no lo amaba, pero le tenía gran cariño... existía el cariño, antes de que él se transformara en esa especie de demente.

—Es bastante atractivo —escondió su rostro—, y estuvo animándome por mucho....

—No es lo que te pregunté —la sostuvo por la mandíbula para obligarla a verlo—. ¿Amas a Casper?

—Yo... En realidad no, nunca lo amé. 

Finalmente lo dijo, la verdad que había guardado por tanto tiempo. No amaba a Casper, y su alma se sintió liberada de un gran peso.

Él sonrió cálidamente. Tenía una gran sonrisa de felicidad y Sam no terminó por comprenderlo.

—¿Por qué sonríes?

Le preguntó, pero él la ignoró.

De un segundo a otro, y sin que Sam pudiera preverlo, él se aproximó más a ella, y toda la sangre se le subió a las mejillas, pero no se apartó, no tuvo ganas de hacerlo. Él llevó sus dedos a su rostro para apartar un mechón de cabello que cubría su ojo, poniéndolo detrás de su oreja. Sam pasó saliva discretamente, y le pareció hermoso el brillo de las pupilas del joven, antojándosele el tacto demasiado suave y demasiado cálido, aunque sus dedos estuvieran fríos.

—Siempre fui un tonto y un cobarde, Sam —exclamó, acercándose un poco más—. Nunca supe apreciar lo que tenía frente a mí, pero ya no soy el mismo niño de catorce años —le acarició la mejilla con mucha delicadeza—. Puedo decirte lo hermosa que luces sin sentir vergüenza.

—¿Hermosa? —susurró, más para sí misma, con los mofletes completamente rojizos.

—Eres hermosa —con el pulgar palpó su labio inferior—. Muy hermosa.

Pudo distinguir el aliento del chico filtrarse por su boca. La respiración de Sam se agitó monumentalmente, y apostaba a que el corazón le iba a brincar del pecho. Y lo peor, lo estaba disfrutando.

Él juntó sus labios con los suyos, apenas un pequeño roce que ocasionó un choque de estrellas en su interior. Sus labios eran tiernos, suaves y delicados, toda la bendita perfección junta en sus labios. Estuvo tentada a cerrar los ojos y responderle.

No obstante, a su mente viajó la imagen del chico de ojos verdes, y se asustó.

Lo separó con violencia y lo aventó con fuerza, tanta que el chico casi cae de la banca.

—Sam... lo lamento —intentó tomar su mano, pero Sam se puso de pie con urgencia.

—¡Estás loco! —no se atrevió a mirarlo, se tapó la boca con ambas manos—. ¡No debiste hacerlo!

—Lo siento... de verdad...

—Quiero regresar.

No esperó una respuesta, empezó a caminar por delante y él la siguió, sin decirle nada más.

.

—Y, ¿de qué me perdí?

Sam lo fulminó con la mirada.

Lo primero con lo que se topó al entrar fue con aquel chico moreno. No le caía mal, le parecía gracioso, pero ahora no estaba de humor.

—¿Y bien?

Interrogó, observándolos.

—No es el mejor momento, amigo —intervino el pelinegro.

Sam se despidió y avanzó hacia el cuarto que le habían preparado, escuchando que el moreno cuestionaba al azabache de mil maneras posibles, pero no le tomó importancia.

Una vez en la habitación, se quitó la bufanda roja que le había prestado, y pensó en él, y en sus labios encima de los suyos. Instintivamente tocó sus propios labios, la sensación todavía estaba presente, y las mejillas se le coloreaban como si todavía la estuviera besando.

Sinceramente, no estaba furiosa con él pero sí lo estaba con ella misma. Estaba enojada consigo misma porque lo había disfrutado. Le gustó, y mucho.

¿Pero no era que recién lo había dejado con Casper?

Se revolvió el cabello y se tumbó en el remiendo de colchón.

¿Por qué había visto al joven de ojos verdes cuando la besó? No tenía lógica ni nada que se le parezca. Algo andaba mal con ella, sin duda, y cuanto más avanzaban los días, menos sabía cómo arreglar su destrozada vida.

Se estiró para tomar su antiguo diario. Con sus repentinos ratos de amnesia, no se sabía cuándo podría olvidar algo, y tenía que admitir que ese beso no era algo que quisiera olvidar. Tuvo que reprimir una risilla al sentir el cosquilleo en sus labios.

Luego se regañó por el comportamiento de adolescente.

Antes de escribir cualquier cosa, leyó algo que llamó su atención.

Hablaba con tanta vehemencia sobre Danny. Estaba enamorada de él, indiscutiblemente.

«Es la persona más increíble que he conocido, a veces bobo por su forma de hablar, a veces infantil y a veces indiscreto, pero su buen humor lo compensa todo. Está lleno de valentía, aunque él diga lo contrario. Pareciera que le teme a casi todo, pero solamente yo sé lo valiente que puede llegar a ser. Su cabello oscuro y sus ojos azules me hacen ver en él a un atractivo vampiro, como los de mis libros. ¿Parece que estoy loca? No lo estoy, es admiración. Me gustaría luchar contra mil fantasmas a su lado». 

Detuvo la lectura.

Cabello oscuro y ojos azules.

¿Por qué no se dio cuenta antes?

Rápidamente buscó más entre las páginas, hasta encontrar algo sobre Tucker.

«Chico gracioso. Amante de la tecnología. Mejor amigo. Moreno. Gafas».

¡Mierda!

Atravesó la puerta con asombrosa velocidad. ¡Era una tonta!

.

Se exigió a controlarse. Quería gritar, pero no era correcto.

Antes de intervenir, escuchó a los dos chicos que conversaban y no se atrevió a interrumpir. Aún no estaba segura de nada, y los cabos seguían estando sueltos.

—¿Por qué Sam regresó de tan mal humor? ¿Qué pasó, viejo?

—Yo la besé...

—¡¿Qué?! ¡Wow! Jamás tuviste tantas agallas.

—Claro que sí —del pecho asomó una cadena que tenía un anillo dorado, con el nombre de Sam—. Lo hice cuando me declaré por primera vez.

—Cuando finalmente te diste cuenta que es tu verdadero amor. ¡Todos los sabíamos menos tú!

—Siempre lo supe —suspiró—. Pero siempre tuve miedo de lastimarla. Y finalmente la lastimé.

—No quisiera estar en tu lugar, viejo.

Sam tembló ligeramente en su lugar. Tenía la impresión de que hablaban de ella, y entonces se armó de valor. ¡Era tiempo de enfrentar a los demonios del pasado!

Se dejó ver y llegó hasta ellos, empuñando las manos. Los dos chicos se atemorizaron con su presencia, quedando expectantes a cualquier cosa.

—Necesito escuchar la verdad —dijo seriamente, señalándolos—. Ustedes... ¿ustedes quiénes son? Y no quiero escuchar más respuestas tontas.

—Sam, tranquila. No sabemos de qué hablas.

—No, déjalo —exclamó el chico de ojos azules, y se acercó a Sam para tomarla de los hombros.

—Dime la verdad —le rogó.

—Él es Tucker Foley.

Sam se quedó perpleja.

—Yo soy Danny Fenton. 

.

N/A: Gracias por leer!

Feliz Navidad (ya pasada).

Y muy feliz año nuevo!

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