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Capítulo 4 : Hogar, dulce hogar.

PAOLA.
DOS DÍAS DESPUÉS.

—Pasajeros del vuelo 201 con destino a Los Ángeles, California, por favor abordar el vuelo que saldrá en diez minutos, por la puerta 7. —indica la mujer por los altavoces.

Asher suspira a mi lado. Sabe que el momento llegó, toca despedirse.

Sol se levanta de su asiento tomando la maleta que le corresponde y tras una ligera mueca con los labios, abraza por cortos segundos a mi amigo y le regala una sonrisa de boca cerrada. Me mira indicándome con la mirada que se encaminará hasta la fila donde se deben entregar los pasajes. Si hay algo que me gusta de mi mejor amiga, es que sabe darme mi espacio, y en un momento como este, en el que no sé cuando volveré a ver a Asher, lo necesito. Nunca me he considerado una persona cariñosa pero Asher... sin duda saca lo mejor de mi.

Cuando abro la boca para murmurar un “te extrañaré”, Asher se me adelanta fundiéndonos en un abrazo. Sus brazos envuelven mi espalda mientras su barbilla se apoya en mi hombro; mis manos insconcientemente se enrollan alrededor de su torso.

—Yo también te extrañaré, pelusa.

Río recordando el extraño apodo que me puso el primer día que nos conocimos. Lo recuerdo como si fuera hoy, el día en que dejé de sentirme sola... al tenerlo a mi lado.

Era un día de esos en los que la soledad me acompañaba en mi miserable vida. Mi padre me dejó en la puerta de la escuela, me deseó suerte en mi primer día sin siquiera mirarme, con su actitud hostil y seria, y puso el auto en marcha, alejándose de mi vista.

Caminaba por los pasillos, sosteniendo con nerviosismo la mochila en mis hombros. Mirada los números y letras, enfocada en encontrar mi salón.

2B. Era lo que decía en una de las puertas. Al instante supe que había llegado.

Toqué suavemente con mis nudillos la puerta, esperando pacientemente a que alguien se dignara a abrir. Un señor alto con gafas y una sonrisa amigable, me miró desde su estatura.

—Eres Paola, ¿cierto?.

Asentí con la cabeza. El hombre se hizo a un lado, ofreciéndome entrar al salón. Caminé, con los nervios a flor de piel. Siempre en las películas y series de autodenominaba en primer día de clases como el peor de todo el año, por lo que tragué saliva cuando cada niño me miró con seriedad, enfocándose solo en mi, parada en el centro del salón, delante de la pizarra, como estatua.

—Bien, niños. A partir de hoy tendremos una nueva compañera. —tocó mi hombro, haciendo que dirigiera mi vista hacia él—. Puedes presentarte, querida.

Asentí, y eso hice.

—Me llamo Paola.

—Bien, Paola, puedes sentarte en el asiento que más te guste.

Caminé, con la mirada en el suelo, buscando un lugar disponible. La mayoría de los niños ponían sus colores, mochilas y dibujos a su lado, con clara intención de que no me sentara allí, pero..

—Hey.

Alcé mi mirada, topándome con un niño pelinegro que me sonreía mientras alzaba su mano.

Señaló la silla a su lado y noté que estaba vacía. Observé toda el aula, percatándome de que era el único puesto en el que me podría sentar, así que caminé hasta él, y me senté a su lado.

—Hola, soy Asher.

—Paola.

—Si, lo sé. —soltó una risita.

El maestro se dió la vuelta, observando que ya estaba sentada y sonriendo para empezar la clase.

Empecé a sacar las cosas de mi mochila hasta que...

—¿Qué haces?. —pregunté en un susurro al notar sus pequeñas manos tocar mi cabellera pelirroja.

—Te pareces a mi hámster.

—¿Eh?.

¿Me acababa de comparar con un hámster?.

—¡Si!. Tengo un hámster. Es pelirrojo, y despeinado... como tú.

Bajé mi cabeza, sintiéndome nostálgica de repente.

Aún no aprendía a peinarme por mi sola. Mamá siempre estaba ocupada para ello, o por lo menos eso decía, por lo que solo pasaba el cepillo o mis manos por mi cabello hasta que se alice y así, dejarlo el resto del día. Hoy se hizo tarde, por lo que simplemente usé mis manos.

»—Te llamaré pelusa..

—¿Cómo?. —pregunté saliendo del limbo que llevaba mis pensamientos.

—Te pareces a pelusa, mi hámster. —sonrió, mostrando dos pequeños hoyuelos en sus mejillas.

Le devolví la sonrisa, sabiendo a ciencia cierta que a partir se hoy, no me sentiría tan sola.

Asher me miraba con confusión, mientras limpiaba las lágrimas que se habían escapado.

—Vaya, no pensé que fueras tan sentimental. ¿Dónde quedó la Paola ruda y fría?. —se burla.

—Imbécil. —golpeo su pecho, huyendo del abrazo que habíamos formado.

—Sip, justo ahí está. —se burla soltando una risita.

Su humor se me contagia, riéndonos juntos hasta que Sol me llama luego de que la mujer en los altavoces haga acto de presencia otra vez, anunciando que quedan cinco minutos para que despegue nuestro avión.

Asher hace una mueca con la boca, acariciando mi brazo y regalándome una sonrisa sincera. Me impulso, dejando un beso en su mejilla, apartándome de una vez por todas y caminar hasta donde me espera Sol, luego de despedirnos con un adiós.

El pecho se me oprime cuando subo los escalones del avión, observando una vez más hacia los ventanales de cristal, sonriéndole a mi amigo saludándolo con la mano cuando levanta el brazo y lo mueve eufórico.

Busco el asiento correspondiente, bufando cuando no puedo disfrutar de primera plana por la ventana. Una señora a mi lado me ofrece galletas amablemente, las que rechazo, con todo el malhumor de esperar horas de viaje, con total aburrimiento.

Sol se sienta a mi lado, del otro lado del pasillo, junto a un emo que posa la cabeza en la ventanilla con sus audifonos con la música extra alta.

Será un vuelo interesante.

El ringtone de mi celular de trabajo suena, anunciando un nuevo mensaje recibido. Miro disimuladamente hacia los lados, notando que cada pasajero se entretiene en lo suyo, ajeno a que yacen alrededor de una asesina a sueldo.

Apago el celular, guardandolo en el fondo de mi bolso de mano no sin antes ponerlo en modo avión.

Recuesto mi cabeza en asiento, cerrando los ojos y permitiendo disfrutar las horas de viaje que me esperan, durmiendo.


* * *


El sujeto corría por las oscuras y desoladas calles, ajeno a mi presencia,  más cerca de lo que pensaba. Solo se escuchaban el sonido de sus botas impactando contra el duro asfalto, y pisando los charcos de agua producto de la reciente lluvia.

Me movía, sigilosa, sin hacer el mínimo ruido. Entre tanto silencio, por más pequeño que fuese el sonido, lo alertaría.

Me escondí detrás de una pared, acercando mi cabeza lentamente al borde para apreciar a mi víctima. El hombre no hallaba para donde caminar; miraba hacia todos lados en en centro de la calle.

Esperé por algunos minutos, reteniendo toda la paciencia que necesitaba para lograr mi cometido. Si algo sabía, era que tenía que ser meticulosa con cada paso que daba, todo tenía que salir de acuerdo a mi plan.

Muchos billetes estaban en juego, y sobretodo, mi vida.

Era yo o él, y yo siempre me eligiría a mi.

Conté los minutos en mi cabeza, saliendo de mi escondite cuando llegué a los trescientos segundos, exactamente, cinco minutos.

La calle se encontraba sin rastro alguno del sujeto. Cualquier otro lo pensaría pero... lo cierto era que siempre quedaba un rastro. Caminé, esquivando los obstáculos en mi camino, escondiéndome en los callejones, autos y latones de basura que aparecían ante mi.

Nunca se podría saber cuando es el momento de atacar..

La noche se convirtió en mi cómplice, sirviéndome de ayuda para camuflajearme entre en la oscuridad. Mi atuendo completamenge negro se me hacía útil y fácil a la hora de moverme.

Me acuclillé, mirando con mayor concentración por la corta distancia las marcas de zapatos en el asfalto. Las huellas de las botas no pasaban desapercibidas; el hecho de que estuvieran embarradas de lodo fue el detonante para seguir sus pasos.

Caminé una cuadra, camuflajeándome detrás de un gran poste, al ver al hombre recostado delante de una tienda, en la calle. Su mano en su herida, tratando de parar el sangrado en su pierna.

Suertudo, sigue vivo.

Que pena que la suerte le dure poco.

Llevé mis manos a las flechas en mi espalda, sacando una. Volteé la cabeza, preparando el arco. Preparé el instrumento, y sin contemplaciones, giré rápidamente y disparé.

El hombre soltó un gemido de dolor cuando la flecha se incrustó en su brazo, cayendo al suelo sosteniendo con su mano la herida, mientras que su pierna continuaba sangrando.

Me acerqué, mientras seguía negando con la cabeza, con miedo. Acomodé el arco en su bolso correspondiente, sacando la navaja que yace en mi tobillo, dentro de mi calzado.

Me acuclillé frente a él, y por una fracción de segundos, sentí pena por el sujeto.

—Nada personal, solo cumplo con mi trabajo.

—¡No, espera!. —levanta su ensangrentada mano, deteniéndome cuando la navaja yace a centímetros de su rostro—. P-Podemos arreglar esto. Sea quien sea el que te pagó, te daré el doble. ¡No!. Mejor el triple.

Solté una risa carente de humor, negando con la cabeza.

Iluso.

—Sería una gran idea.. —murmuré.

Al hombre se le iluminaron los ojos.

»—..lástima que desista. —hago una mueca con mis labios, fingiendo pesar.

Abre la boca para replicar pero me le adelanto, cortando su cuello en un corte de diez centímetros, perfectamente alineado, un poco más debajo de su oreja. La acción hará que se desangre y muera en segundos.

Sostiene su cuello, tratando por todos lo medios de parar la hemorragia.

—¡Maldita!. —murmura con dificultad.

Las gotas de sangre se deslizan por su torso, empapándo su camisa del rojizo líquido. Mis manos se mueven solas, tocándola y llevándola a mi paladar.

—Amargo. —murmuro sintiendo el sabor—. Justo como el dueño.

Sonrío, levantándome y caminando en reversa por donde vine.

Cuento los segundos..

1.. 2.. 3.. 4..

Saco la pistola en la cinturilla de mi pantalón, levantando la mano y disparando hacia arriba.

D no tarda no hacerme llegar el mensaje. Junto con él, el hermoso mensaje que tanto ansiaba.

Su cuenta ha sido recargada con $1, 000, 000.

Sonrío bajando la capucha hasta que cubre mi cabeza. Subo el pasamontañas que cubre mi cabello, caminando debajo de la cámara que graba mi caminata.

La observo, sonriendo a pesar de que mi sonrisa es tapada, y sin más, me alejo no sin antes dispararle al lente.

—Hey, Paola.

Imagino mis manos picando por tocar los billetes y el dulce olor de la buena vida llegando a mis fosas nasales.

—¡PAOLA!.

Despierto, dando un sobresalto ante el grito en mi oído.

Mierda. ¡Mis tímpanos!.

Miro a mis alrededores, atónica. Sol yace agachada frente a mi. Los pasajeros bajan del avión, sacando sus maletas.

Oh, era un sueño.. o más bien, un recuerdo.

¿Ya llegamos?.

Eso fue rápido..

—Es hora de irnos. —anuncia Sol.

Asiento rendida, sacando mi maleta y bajando las escaleras del avión. El fuerte calor del caliente sol en Los Ángeles impacta contra mi rostro, haciendo que me arrepienta de no usar algo menos abrigado.

Pido un Uber. Sol me ayuda a meter el equipaje junto con el chofer en el maletero. En viaje se torna largo, en el cual mi amiga observa maravillada las calles.

La entiendo, después de tanto tiempo encerrada en ese purgatorio, la libertad sabe dulce. El simple hecho de saber que podremos disfrutar otra vez de lo que era nuestra vida antes de ser internadas, es alucinante. A estas altutas mis padres deben estarme buscando, lástima, porque no pienso ser encontrada tan fácilmente.

El auto se detiene frente a una chillona casa de ladrillos rojos y puerta color marrón. Un pequeño jardín luce lleno de diversas flores en el porche. Una cerca pintada de blanco separa el jardin del resto de la calle.

—¿Estás segura de que es aquí?. —Sol frunce el ceño arrugando la nariz al salir del coche.

Observo la dirección en google maps, confirmando que sí, es ésta la dirección que me pasó D.

—Si, es aquí.

Le pago al chofer, para luego caminar con las maletas hasta la entrada de la casa. Toco el timbre digital, haciendo un sonido hueco al presionar el pequeño botón.

Pocos segundos después, alguien responde—¿Si?.

Me acerco, pegando mi rostro al artefacto—¿Hablo con Madame Blair?.

La mujer del otro lado no tarda en responder—¿Quién habla?.

Daniel la recomendó. Dijo que podría ayudarme.

La linea queda en segundos por unos segundos—¿Katherine?. —pronuncia mi nombre falso.

—La misma.

Espero su respuesta, sin embargo, no llega. Miro a Sol con confusión, sin saber que hacer.

La puerta de la casa se abre, captando nuestra atención. Una señora camina hasta la reja de metal, abriendo ésta a llegar hacia nosotras. El vestido floreado que lleva le llega hasta las rodillas, desprendiendo elegancia por cada poro de su piel. Su cuello yace adornado por un exageradamente grande collar blanco de bolas.

—Pasen, chiquillas. —se abre paso, haciéndose a un lado.

Sol y yo pasamos a la casa. Enseguida, un fuerte olor a vainilla me hace arrugar la nariz. Es un perfume delicioso pero... esparcido improporcionalmente en grandes cantidades.

La señora nos anima a seguir caminando cuando nos quedamos de pie en medio del gran salón. La seguimos, subiendo unas escaleras hasta que un largo y ancho pasillo con imnumerables puertas nos reciben. Las paredes son rojas, de una tonalidad oscura. Las puertas blancas hacen juego con los jarrones, lámparas y muebles de la casa.

Madame Blair se detiene, volteando hasta quedar frente a frente a nosotras—Estas son sus llaves. —las saca de su abrigo de lana, dejándolas en nuestras manos—. Daziel me explicó cada detalle ayer, no tienes que preocuparte por nada. —alega, mirándome.

Asiento, consciente de que no se equivoca en cuanto a sus palabras. D es muy eficiente siempre en su trabajo, por lo que no me extraña que tenga entre sus conocidos a Madame Blair. Y claro, solo le informó lo que estaba estrictamente necesario que supiera. Mi edad, nombre y tiempo que me quedaré en el hostal.

¿Katherine?. Pues ese sería mi nombre a partir de ahora, y a pesar de que era falso, me ayudaba a empezar de cero. El amigo de Asher se encargó de hacer todos los documentos que necesitaría, cambiando mi nombre y datos personales.

Madame Blair se aleja, mientras Sol bosteza alegando que descansará un rato y huye hacia su habitación. Descarada, sé que solo quiere empezar a chatear con Leo.

Acomodo la maleta, estática en el suelo, mientras detallo la que a partir de hoy será mi nueva habitación... por un corto tiempo, o quizás más, quien sabe.

Acomodo la ropa en el armario de roble blanco. Los papeles con mi verdadera identificación los escondo detrás de una gran cantidad de zapatos en la caja de uno de ellos. Junto a estos, los documentos que me representan como Katherine Hoffman, una chica de veintidós años con nacionalidad inglesa-alemana.

Dark sale a rastras del bolso en mi mano, acomodándose encima de la cama luego de pasar horas escondido. Enseguida, empieza a lamer las flores bordadas en los almohadones.

Es todo un travieso.

La maleta la arrecuesto en un espacio vacío en el armario, y dentro de éste, los dos millones de dólares que se me fueron pagados con antelación, por mi trabajo. El trato era así, D se encargaba de hacerme llegar la información de la persona a la que debía eliminar, junto con la mitad del dinero que se me pagaría. Ya luego de completar la hazaña, se me daría la otra mitad, y así la identidad de la persona quedaría anónita, al igual que la mía.

¿Fácil?. Para nada, ya que si no cumplía con el trato, a quien matarían sería a mi. Injusto, ¿no?. Pero a quien le importa, siempre cumplía con mi trabajo, y ésta vez no sería la excepción.

Cierro las percianas de la ventana detrás de cama; paso el seguro en la puerta, asegurando de no ser interrumpida.

Cuento las cuatro gavetas del armario,  y sin dudar, me acerco a la segunda en la primera fila. Giro el pequeño pomo que posee; doy tres vueltas, haciendo que la ropa se haga a un lado, junto con los zapatos y la maleta, abriendo paso a la habitación secreta.

O por lo menos, así la llama D.

Es irónico que la propia dueña de la casa lleve años viviendo en la propiedad y nunca se haya preocupado en mover de lugar el armario, o preocuparse en por qué, simplemente no se puede retirar. El hecho de que el propio D haya vivido hace algunos años en la casa, es sumamente útil, debido a que sabe cada punto estratégico, y por lo que se, la propiedad está llena de habitaciones secretas.

Todo digno de una película, a excepción, a que es la maldita vida real.

Camino, abriéndome paso hacia una recamara igual de grande, completamente a oscuras. Salgo a la cama, tomando mi celular y tras activar la linterna, busco el pequeño interruptor. Lo encuentro rápidamente, y procedo a encender las luces que iluminan el lugar.

No me sorprendo al notar que se encuentra vacío, a excepción de una mesa y una silla de madera.

No necesito nada más.

Tomo las cientos de imágenes que imprimí en la laptop recién comprada. Las esparzo sobre la mesa, ubicándolas por fecha.

Un gran pizarrón yace tapando una de las paredes. Sin perder tiempo, coloco cada foto en orden, sosteniéndolas en la pared con los puntiagudos chips.

Fotografías junto a sus padres, en su auto, en fiestas y en la universidad decoran el pizarrón. Junto a ello, sus datos personales, gustos, sitios frecuentados y dirección.

Vive solo, lo que es perfecto. Así evitaré que sus padres se entrometan y tenga que matarlos también.

Apoyo los brazos en el respaldar de la silla, observando desde una distancia pronuncial la hermosa obra de arte que creé con sus fotografías.

La laptop capta mi total atención al hacer el típico sonido que anuncia un mensaje entrante. Rápidamente, me siento y tecleo, abriendo el e-maill que recién llegó.

Ha recibido un mensaje de IMPORTED ARMS INDUSTRY.

Bingo.

La sonrisa en mi rostro delata la felicidad latente en mi. Presiono el botón de la laptop marcando el “Aceptar”.

«Pronto tendré las armas junto a mi» pienso al recordar lo bien que se sentía recorrer el cañón de la solía ser mi pistola años atrás, una Beretta 92, la que fuera eliminada de mis pertenencias por mis padres antes de ser internada en el psiquiátrico.

—Que empiece la fiesta. —murmuro con una sonrisa ladeada cerrando la laptop y abandonando la habitación oculta.




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