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Capitulo 1 : Escape.


14 de marzo del 2008. Los Ángeles, California.

Clínica Psiquiátrica "Santa Carmen".

-Bien Paola, te haré una serie de preguntas y me las responderás con sinceridad, ¿de acuerdo?.

Asiento mirando mis manos entrelazadas sobre mi regazo.

»-Dime, ¿cómo era tu relación con tu compañera Samanta?.

Levanto la vista al oír el nombre.

-¿Samanta?.

Asiente la mujer-¿Eran amigas?.

Imágenes volátiles surgen en mi cabeza: golpes, insultos, humillaciones.

«Eres una buena para nada, Paola» sus palabras llegan a mi cabeza, sacándome algunas lágrimas.

»-¿Paola?.

-Yo la maté. -confieso. La mujer frente a mi calla ante mi confesión, noto el miedo y la lástima reflejada a través de su mirada. Me mantengo serena, mis ojos lagrimean pero mi rostro de mantiene imperturbable, sin expresión alguna.

No me arrepiento.

-¿Por qué lo hiciste Paola? -pregunta sutilmente.

-Mi vida era un infierno por ella.

-¿Podrías ser más específica?.

Suspiro.

-Me lastimaba física y emocionalmente todos los días. -relato recordando. Levanto las mangas de mi camisa mostrando los moretones y cortadas en mis antebrazos.

-¿Por qué no se lo dijiste nunca a tus padres?. Ellos podrían..

-No. -la interrumpo rotunda-. Ellos me odian, me decían lo mismo que Samanta, que era una niña inservible, que era un error garrafal mi llegada a éste mundo. Por eso intenté matarlos, lástima que no logré mi cometido.

La joven traga saliva ruidosamente. Me mantengo seria, por años me mostré débil ante los demás, pero eso hoy cambiaría.

Anota rápidamente en la pequeña libreta, dándome rápidas miradas de vez en cuando.

-Una última pregunta, Paola.

Asiento.

»-¿Te arrepientes?.

Respondo sin pensármelo dos veces.

-Era ella o yo, y yo siempre me eligiré a mi.

***

Actualidad.

Psiquiátrico "Ravenscar".

PAOLA.

Otro día más en mi miserable vida. Otro día más de sufrimiento encerrada en éstas cuatro paredes. Otro día más en mi infierno personal.

Dos años se cumplían hoy. Dos años divagando entre desahuciados. Dos años lejos de los que se hacían llamar "mi familia". Pero..¿que era realmente una familia?. Tal vez nunca pueda responder esa interrogante, ya que en toda mi jodida vida no he conocido ni un poco del amor fraternal que te puede brindar un padre o madre.

Abrí mis ojos perezozamente. Era uno de esos días en los que solamente deseaba llenar la tina y sumergirme hasta que dejara este mundo y las indeseables personas que habitaban en él. Pero..¿qué acaso todos los días no deseaba esto?. Oh si, ya se había vuelto una costumbre. Pero aún así había algo dentro de mi que me decía que no debía, que si había sobrevivido estos años encerrada en este puto psiquiátrico es porque más adelante algo sucedería. Y no se equivocaba mi sexto sentido, por que ese día sería hoy.

-Señorita Russell, llegó la hora de su medicamento.

Todos los días me levantaban a la misma hora para tomar, según ellos, lo que me ayudaría en mi problema psicológico. Problema que nunca existió, pero que mis padres se esfuerzan en asegurar que habita en mi. Tal vez los únicos locos son ellos..

Alcé la mano y la pequeña pastilla rosada cayó sobre la misma. Tomé el vaso de agua que me ofrece la mujer y meto la pastilla en mi boca. Con un movimiento ágil de mi lengua hago que ésta quede debajo de la misma, y así no tragármela, como me lo han estado indicando desde que llegué a éste lugar.

Sonrío cuando la enfermera se marcha luego de obligarme a abrir la boca verificando que me la haya tragado. Verifico saliendo de mi habitación que no se encuentre en el pasillo y me adentro nuevamente, sacando la misma de mi boca. Levanto el colchón de la cama tomando la servilleta blanca que se encuentra debajo de ella y guardo la pastilla ahí junto con las miles que allí se encuentran.

El comedor se encuentra repleto como cada sábado a las seis de la mañana. Las paredes opacas color gris y las mesas negras hacen que el lugar parezca sacado de una película de terror, eso sin contar los hombres y mujeres que desayunan en ellas; personas con traumas mentales y como los llama la sociedad: locos. Las batas blancas largas que llevan tampoco ayudan a su apariencia, a simple vista todo es maquiavélico. Doctores y enfermeros caminan apresurados con jeringas en mano; el leve olor a medicina inunda mis fosas nasales.

Hago la fila donde porta cada uno su respectiva bandeja. Llega mi turno y el "desayuno" hace que mi entrecejo se frunza.

-¿Huevo de nuevo?.

La señora del otro lado del mostrador me da una mirada rápida y me ignora olímpicamente. Como debía de su ponerlo, no me responde, para ella soy un alma desahuciada más en este horrible lugar.

Resoplo dirigiéndome a mi mesa, la más apartada de todas. Me siento pegada a la ventana admirando el hermoso jardín que se proyecta a través del cristal. Las rosas blancas son tan hermosas que no pareciera que habitan en un lugar tan macabro como éste.

-¿Admirando el paisaje?.

No levanto la vista, se de quién se trata. En dos años ninguno de los que aquí se encuentra internado me ha dirigido la palabra, lo cual agradezco después de todo, no me interesa ser amiga de algún loco con problemas suicidas. Solo ella se ha vuelto mi amiga en todos estos años, ¿por qué? pues tenemos muchas cosas en común, entre ellas..que nos internaron aquí estando para nada mal de la cabeza, y las ganas de escapar lo antes posible.

-Solo me permito disfrutar por última vez.

Hoy sería el día que acabaría con mi sufrimiento. En el que porfin saldría de éste infierno de una vez por todas y ella..me ayudaría.

-Entiendo.

Permítanme presentarme: Paola Russell, veintidós años. Hija de Carlos y Karina Russell, mejor conocidos como los padres perfectos. Padres que me internaron en un psiquiátrico hace exactamente un año y seis meses, por la simple razón de que no veían "digno de una persona normal" mi trabajo. Padres que desde mi estancia en este lugar, me dieron por muerta, ¿la razón? pues para ellos es una decepción que su única hija sea una asesina, por lo que prefieren decir ante los medios que estoy muerta a que me encuentro en un loquero, palabras de ellos no mías.

»-¿Preparada para lo que se avecina?.

Sonreí.

-Más que preparada, querida amiga.

Sol Bennet, mi mejor amiga, o más bien, la única que tengo. Internada desde los dieciocho años por desde niña matar a sus mascotas a sangre fría y sin remordimiento. Si la observas por primera vez te impresionaría que una chica como ella se encuentre aqui; su aura aparenta ser el de una joven angelical, tierna y frágil; pero ya saben lo que dicen, las apariencias engañan.

Ahora la pregunta del millón, ¿a qué me dedico?. Ja, eso lo descubrirán más adelante.

-¿Tienes todo listo?. -capto la atención de la pelinegra quien se encuentra devorando las tostadas del desayuno. Me mira con la boca llena de comida y alza una ceja luego de masticar y tragar la comida.

-¿Te recuerdo con quién estás hablando?. -me regala una sonrisa burlona.

-Solo quiero que todo esté en orden. Hoy nada puede fallar.

-Tranquila, lo tengo todo bajo control.

Sus palabras aunque no quisiera, me alivian en cierto punto. La seriedad con la que habla me confirma que todo está saliendo de acuerdo al plan. Si algo tiene Sol es que es muy eficiente cuando se lo propone.

Mastico el huevo frito en mi bandeja admirando el jardín una vez más. De todo este fúnebre lugar, admito que lo único que extrañaré serán las hermosas flores. Cada mañana me levantaba ansiosa por disfrutar la maravillosa vista, podría hasta decir que es lo único que tiene vida aquí.

Un sonido estrondoso me hace desconcentrarme. Giro la cabeza y veo una de las mesas volcadas y una bandeja tirada en el suelo con su comida esparcida a su lado. No es la primera vez que esto pasa.

-Pobre, lo que le espera. -murmura Sol frente a mi volviendo su vista a su plato. El hombre el cual armó todo el desparpajo, es llevado a la fuerza por cuatro enfermeros a la sala de "animación", donde le es aplicado camisas de fuerza para que no se autolesione e inyecciones para calmarlo, si éstas no funcionan, se le aplica electroshock.

¿Qué como lo sé?. Fácil, fui visita de esa horrenda sala muchas veces al entrar aquí. Como deberán imaginar, al principio no acepté ser internada, por lo que mi rebeldía me costó días en una habitación completamente blanca y pequeña, sin cama, sin ventanas, solo con una puerta, la cual era del mismo color; para un claustrofóbico tal vez sería su peor pesadilla. Recuerdo como si fuera hoy aquel día..

Amarran mis manos en la camisa de fuerza. Tres hombres me cargan y me depositan sobre una larga camilla blanca en el medio de una oscura habitación.

Grito, pataleo, lloro de la rabia pero mi situación no cambia, me ignoran cuando le pido explicaciones y reclamo a mis padres.

Ja, ilusa, como si ellos fueran a salvarme.

Unas cintas gruesas marrones atrapan mi cuerpo sobre la camilla dejándome sin posibilidad de moverme. Mi cabello se pega a mi rostro por el sudor; el calor me aturde haciéndome sentir sofocada.

-¿Qué van a hacer conmigo?. -por más que exigía una explicación, me negaron totalmente alguna.

Uno de ellos absorbió de un frasco con una jeringa todo el líquido que en éste yacía. Empezó a darle pequeños golpecitos con el dedo haciendo que pequeñas gotas de la sustancia salpicaran y cayeran directo al suelo.

»-¡NO!.

En vano. Mis suplicas no fueron acatadas. Cada vez más veía la aguja acercarse a mi rostro. Penetró mi cuello inyectando todo el líquido en mi organismo. Ardía, picaba, me molestaba enormemente pero a ninguno le importaba.

Como si no fuera suficiente, aguantaron mi cabeza dejándola inmóvil sobre la cama; observé como tomaban un aparato circular con pequeñas agujas dentro, completamente de metal y conectado a un largo cable.

Negué con la cabeza indispuesta y decidida a no tener el artefacto sobre mi, pero otra vez me ignoraron olímpicamente.

Las agujas se clavaron en mi frente sin llegar a penetrarla y hacerla sangrar, pero aún así dolía, dolía como la mierda. Por unos cortos segundos llegaron a mi mente las imágenes de Jesucristo en la película, con la corona de espinas profanando su rostro, fue inevitable no comparar ambas situaciones y quizás, si estuviera en otro lugar, en otras circunstancias, permitiera reirme por tal comparación.

-Empecemos suave. Cien voltios, ¡ahora!.

Cerré los ojos insconcientemente preparada para mi destino, y el primer choque de electricidad empezó..

Al conocer a Sol, todo cambió, me enseñó que la paciencia y calma son una de las cosas con las que se puede sobrevivir en un lugar como éste, y a pesar de que quería estrangular a cada doctor que me preguntaba cada día como me sentía diagnosticando que mis gritos y patadas eran dignos de personas con mi salud mental, siempre puse mi mejor cara de póquer, y sobrellevé la situación. Todo se lo debo a ella..

El maldito timbre suena indicando que el desayuno acabó. Con todo el peso de no haber terminado la comida me levanto de la silla y me dispongo a buscar en el desalojado pasillo mi habitación.

El señor Andrés -mi compañero de cuarto-, se encuentra sentado en su cama mirando sus manos en su regazo. Por lo poco que pude oír de las enfermeras que cuchicheaban, el mismo día que fue traído, sus propios hijos lo internaron para quedarse con su herencia. Aparenta tener aproximadamente sesenta y algo, tal vez un poco menos, pero lo que si no parece, es loco.

Se la pasa callado todo el día, solo habla cuando las doctoras le preguntan como se encuentra o cuando me pregunta que día es. Tal vez piensa que sus hijos en algún momento lo sacarán de aquí, pero la realidad es más dura de lo que parece. Lo admito, he pensado varias veces en llevarlo conmigo, es tan trágica su vida que me lástima ver sus cabello completamente negro tintarse de blanco poco a poco demostrando su apariencia descuidada, pero se que sería una mala idea.

Como él, decenas de los que aquí se encuentran llevan sobre sus espaldas un desagradable pasado, y si me guiara por mi lástima, terminaría llevando conmigo a medio psiquiátrico.

-Paola..

Desvío mi mirada, cuando escucho mi nombre. Sonrío cuando veo al apuesto hombre que tengo como doctor entrar a la habitación, y sonreírme con un sonrisa de boca cerrada. Mi corazón late desenfrenado ante ese simple gesto.

-Hola.

Me gusta. Y mucho. ¿Y como no?, si desde mi llegada me ha tratado como una persona normal y no como una chica con traumas mentales. Cada día se ha esforzado en sacarme una sonrisa a pesar de mi amarga vida. Es de esos seres de luz que iluminan tu día con solo una sonrisa o una simple mirada de sus hermosos ojos azules. Su bata blanca de doctor lo hace parecer un ángel en todo este infierno.

-Veo que hoy estás más animada.

Mi sonrisa se lo confirma.

Procede a abrir el maletín negro que tiene en la mano dejándolo justo a mi lado en la cama, y saca sus implementos de médico. Toma mi temperatura, mi pulso y escucha los latidos de mi corazón mediante el estetoscopio.

»-Vaya, tus latidos van más desenfrenados hoy.

«Es por tu presencia»Lo pienso pero no lo digo, una sonrisa triste nace en mis labios al pensar que nunca podré tener una oportunidad siquiera con él. Digo..¿quién en sus cinco sentidos acepta tener una relación con una joven internada en un manicomio?. Exacto, nadie. Sin duda merece algo mucho mejor..

-Doctor, ¿puedo hacerle una pregunta?.

Me mira atentamente mientras guarda sus utensilios en la maleta de cuero.

-Recuerda que debes llamarme por mi nombre. Deja las formalidades, somos amigos.

Sonrío ante lo último.

Claro amigos.

»-Dime, ¿pasa algo?.

-Solo quería hacerte una pregunta. -lo tuteo ésta vez.

-Claro. -se sienta a mi lado regalándome una de esas sonrisas hermosas que tiene.

Respira Paola, respira, que no note lo que causa su cercanía.

-Bueno, es que eres un hombre tan entregado a tu labor que nunca te he visto haciendo otra cosa que no sea vestir con esa bata y hacer tu papel de doctor. Y me preguntaba si... tenías novia.

Desvía la mirada arrascándose la nuca un poco sonrojado y la tierna imagen que me brinda hace que mi corazón brinque enamorado.

-No, no tengo.

Suspiro aliviada.

»-Pero, ¿por qué la pregunta?.

-Curiosidad, solo eso. -respondo rápidamente y con toda la firmeza que puedo poseer.

Abre la boca para hablar pero una ruidosa alarma suena captando nuestra atención.

Llegó el momento.

-Oh, no.. -susurra levantándose.

-¿Pasa algo?. -finjo demencia, aunque se más que nadie lo que ésto significa.

-Al parecer si.

-¡Espera!. -lo llamo cuando noto su disposición para irse. Todavía no me he despedido, y con todo el pesar, tengo que hacerlo, es casi imposible que nos volvamos a encontrar.

-¿Si?.

«Hazlo Pao, no lo verás más, es ahora o nunca. Mejor largarse sabiendo que lo hiciste aunque te rechace, que irse sin saber que hubiera pasado si lo intentaras»me animo mentalmente, a pesar de que me siento avergonzada por lo que estoy apunto de hacer.

Sin pensármelo dos veces tomo su rostro con mis manos, me pongo de puntillas debido que me supera por altura, y lo beso. Mi piel se eriza al sentir la carnosidad de sus labios chocar con los míos como tanto había imaginado por estos meses. No abro los ojos, su expresión sorprendida y confundida ante mi acto me destrozaría y necesito por un momento sentir que no me iré, que por una vez en mi vida sabré a ciencia cierta que es el amor... con él.

Hago el amago de separarme al no notar el movimiento de sus labios, pero me sorprendo cuando una de sus manos acuna mi mejilla. Muevo los labios volviendo el beso más intenso, pero a la vez, tierno y lento.

Me separo bruscamente cuando siento a alguien acercarse y justo cuando va a hablar una de las doctoras lo llama y lo toma por el brazo llevándolo a sabe Dios donde.

Una pequeña sonrisa surge de inmediato recordando lo antes sucedido.

-Adiós, Blake.

Suspiro recordando que debo ser rápida si no quiero que todo se vaya a la mierda. Le doy una rápida mirada al señor Andrés notando que yace dormido en su cama dándome la espalda.

Cierro la puerta de la habitación sin hacer ruido para no despertar al hombre no sin antes revisar que no se encuentre ni una mosca en el pasillo.

A pasas decididos levanto el colchón de la cama. Tomo la servilleta con las pastillas y la guardo en mi ropa interior.

Tal vez la necesite más adelante.

Tomo el tenedor de plata que se encontraba justo al lado y sin preámbulos lo entierro en la parte inferior del colchón. Imito la acción una y otra vez rasgándolo a su paso, abriéndo la tela. Desgarro el material con mis manos encontrando el uniforme que hace unos meses allí escondí. Lo tomo y luego de dejar el colchón como estaba, coloco las almohadas en la cama y pongo la sábana encima de manera que piensen que me encuentro dormida.

Me encamino al baño de la habitación. Cierro la puerta con pestillo. Dejo la ropa sobre el lavado y procedo a quitarme la asquerosa bata larga que uso, quedando semidesnuda. El uniforme corresponde a un chico de alguna empresa eléctrica que se encargó de un bombillo que "explotó" en mi habitación hace unos días. En efecto, no explotó, yo lo rompí, pero claro, eso no tienen porqué saberlo. Noté como me miraba cada vez que iba y fue mi oportunidad. Tuve que poner todo mi esfuerzo para obtener uno para mí y para Sol, pues el precio a pagar era hacerle una mamada, la única razón por la que no aceptó tener sexo conmigo fue porque le inventé como excusa que tenía una gran enfermedad sexual, y Sol siendo virgen aún no le provocaba. Inútil, recuerdo que me dieron arcadas pero todo fuera por irme de aquí con la pelinegra, quien necesitaba escapar de este lugar tanto como yo. Habíamos negociado una vez más para dejarnos el camión que nos haría irnos de aquí.

Abro con el tenedor la rejilla de calefacción del baño para evaporar la humedad del mismo, hacia días estaba generando un extraño problema de moho debido. la falta de higienización, por lo que no me costó demasiado sacarla. La dejé encima del lavado, y colocando ambos pies encima de este, me impulsé para entrar mi cuerpo dentro de la rejilla. Agradecía no ser claustrofóbica.

Según la dirección de mi cuarto hacia la salida, debía seguir recto aproximadamente unos tres metros y doblar a la izquierda, y eso hice, impulsándome por los codos y piernas. El aire empezó a escasear y el calor se hizo presente pero acordé iba pasando por las habitaciones de los demás internados, el poco aire que pasaba por las rejillas de ventilación de sus habitaciones me proporcionó el poco oxígeno que necesitaba.

Llegué al final, viendo a través del conducto de aire que llegaba al patio trasero, el camión azul parqueado. Le dí un manotazo con toda mi fuerza, lastimándome un poco la mano en el proceso, pero ya estaba casi abierta por Sol. Todo era parte del plan.

Subí al camión por la puerta trasera, colocándome el cabello dentro del uniforme, los mechones detrás de la oreja y la gorra. La pelinegra y yo habíamos quedado en que mientras no me vieran en plan seguía en curso, mi cabello anarajado se vería a leguas. Sol estaba en el asiento del copiloto y esperando la señal de.. ¿cómo era que se llamaba?. ¿Austin?. ¿Justin?. Cómo sea, ya da igual.

Me acerco a Sol detrás atrás, viendo al chico -el cuál el nombre no recuerdo- hablar con la jefa del internado, la señora Jackson, y caminar hacia nosotras con una sonrisa.

-Hecho. -asiento con la cabeza cuando lo veo sentarse al lado de Sol.

Casi celebro internamente, sacando a relucir una pequeña sonrisa, mientras encendía el motor, cuando la señora Jackson se acercó a mi. Tragué saliva y juré sentir al chico a mi lado hacer lo mismo.


-Siento la demora señorita, pero hemos tenido un... problema.

-No se preocupe. -contesta Sol poniendo su voz más grave para no mantener sospechas.

Tras un asentimiento de cabeza del hombre y una mirada rápida hacia Sol -la cual capto por el rabillo del ojo- pisa el acelerador alejándonos de una vez de nuestra pesadilla.

-¡SIIIIII, LO LOGRAMOS!. -grita cuando nos alejamos lo suficiente y no disimulo la sonrisa que abarca mi cara.

-¿No eras tú la que decías que estaba completamente segura de que hoy lograríamos escapar?. -sonrío burlona.

-No apacigues mi felicidad. -me lanza la gorra a la cara y río cuando me saca la lengua.

Paso mi cuerpo entre los asientos, quedando en medio de ambos.

»-Y dime... ¿lograste despedirte de tu príncipe azul?.

-¿Hablas de Blake?. -pregunto aún con los ojos cerrados.

-¿Acaso tienes otro y no me lo haz dicho?.

Suspiro. Las imágenes del beso y la calidez de sus labios vuelven a repetirse en mi cabeza como un disco dañado.

-Si.. -murmuro apenas en un susurro.

-Es lo mejor creéme. -no puedo verla ahora pero me la imagino dándome una sonrisa tranquilizadora que sólo ella pueda portar.

-Lo sé. -susurro suspirando.

-Bien, cambiando de tema, ¿a donde nos dirigimos?. -él interrumpe, quitándose la gorra y despeinando su cabello.

Sonrío de lado abriendo los ojos.

-Seattle. Le haremos una agradable visita a un gran amigo.

Sol y yo nos sonreímos mutuamente.

Allá vamos.

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