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Cuando Eileen llegó a la oficina al día siguiente casi había olvidado a Mackenzie en casa de su jefe, pero apenas entró a la oficina de Harry cuando la vio junto al hombre. Muy cerca el uno del otro.
Harry estaba sentado tras su escritorio y Mackenzie junto a él, inclinada. Ambos mirando unos documentos. Eileen se aclaró la garganta anunciando su presencia y ambos la miraron.
—Eileen, buen día —saludó Harry con un extraño tono de voz— supongo que recuerdas a Mackenzie. Se quedará en Londres un tiempo, por asuntos diplomáticos y esas cosas.
La nombrada sonrió con falsa amabilidad.
—Fantástico. Espero que tengas una buena estadía en Londres, Mackenzie —se recordó a sí misma que debía ser amable, aunque era lo único que quería.
—Gracias, de hecho me quedaré en casa de Harry —sonrió y colocó su mano en el hombro del nombrado— él muy amablemente me ofreció su hogar mientras estoy aquí.
No había ninguna necesidad para decir eso, pero parecía como si aquella mujer quisiera marcar territorio o algo por el estilo. Eileen tenía unas infinitas ganas de decirle que no le interesaba en lo absoluto pero en cambio sonrió con amabilidad y asintió.
Harry parecía ligeramente incómodo y Eileen casi se cae de espaldas al escuchar aquello. Se sentía irritada, por lo que optó por dejarlos solos. No quería estar en la misma habitación que esa mujer ni un segundo más.
—Genial... yo... olvidé que tenía que ir por unas carpetas —dejó sus cosas en su escritorio— los veo más tarde.
Y no esperó contestación alguna cuando salió huyendo. Se sentía furiosa, trataba de suprimir el sentimiento, ¿pero por qué? Tenía todo el derecho del mundo en estar molesta y triste. Sus pasos eran fuertes y firmes, ni siquiera miraba por dónde andaba ya que estaba inmersa en sus pensamientos y en su enojo.
¿En serio Harry iba a invitar a salir a esa mujer? ¿En serio estaban durmiendo juntos? ¿Por qué nunca le había hablado de Mackenzie? La mujer había aparecido de la nada y actuaba como si fueran los mejores amigos de toda la vida. Y tuvo que aparecer en el momento más oportuno.
Eileen abrió la puerta del almacén, al menos allí podría estar un buen rato a solas sin molestar a nadie y sufrir en silencio. Sin embargo, ese no era de sus mejores días pues debido a que tenía la mirada baja, no logró reaccionar cuando su cabeza estampó contra el pecho de alguien. Había sido un golpe bastante doloroso, ¿Quién tenía el pecho tan... firme?
Terminó en el suelo y de pronto quería simplemente echarse a llorar en ese lugar por lo frustrada que se sentía.
—Lo siento, ¿te encuentras bien? —escuchó una voz grave.
Levantó la mirada y se encontró con unos muy bonitos ojos azules. Serios pero amables. Aquel hombre se inclinó un poco y extendió su mano para ayudarle a ponerse de pie. Ella tardó un momento en aceptarla pues sólo podía pensar en que debía contener sus lágrimas un poco más. Cuando estuvo de pie, sacudió su pantalón y miró avergonzada a aquel sujeto.
—Disculpa, estaba algo distraída y no miré por dónde iba.
El desconocido sonrió con amabilidad.
—Lo imaginé, entraste a mi oficina y no creo que hayas tenido esa intención.
Eileen abrió los ojos más de la cuenta y por primera vez desde que salió de la oficina de Harry, levantó la mirada para observar todo a su alrededor. Ese no era el almacén. Sintió tanta vergüenza que sus mejillas se encendieron de inmediato.
—Como lo siento —llevó sus manos a la boca, se sentía tan tonta— Yo no... yo... planeaba ir al almacén.
El sujeto sonrió bastante divertido, pero tenía una expresión de preocupación.
—Es el piso de abajo.
A Eileen le ardía tanto la garganta que sentía que no podía resistir un poco más.
—En serio lo siento —trató de sonreír pero salió apenas una mueca y sus ojos se comenzaron a cristalizar.
—¿Segura que estás bien? ¿Te hiciste daño? —aquel hombre colocó una mano en el hombro de la chica y se acercó para mirarla más de cerca.
—Estoy bien —pronunció apenas— es sólo que he tenido un mal día.
Y entonces las lágrimas brotaron con suavidad y sin que ella pudiera contenerlo. Simplemente brotaban una tras otra.
Aquel hombre miró detrás de la chica hacia el pasillo. Estaba bastante concurrido en es momento, él iba de salida a hacer un encargo pero no podía dejar a esa chica llorando en su oficina. Cerró la puerta con cuidado y dirigió a la chica hasta una silla. Eileen tomó asiento y dejó que todos sus sentimientos salieran. El desconocido le ofreció un pañuelo y ella lo aceptó. Se limpió el rostro con cuidado de no estropear más su sencillo maquillaje y ambos permanecieron en silencio largos minutos.
Aquel hombre se recargó en el borde de su escritorio con los brazos cruzados mientras miraba a la pobre chica. No sabía qué hacer en esa situación, así que optó por esperar. Por un segundo pensó que el golpe que se dio contra su pecho la había lastimado, pero parecía ser otra cosa.
Quince minutos. Eileen estuvo llorando durante quince minutos seguidos. No recordaba la última vez que había llorado tanto, probablemente había sido con la muerte de su hermano, pero en ese caso estuvo durante días en mal estado. Ahora mismo ni siquiera le encontraba sentido a su llanto. Ella y Harry no eran nada más que compañeros de trabajo y tal vez amigos.
Él podía salir con quien quisiera y a ella no tendría por qué molestarle. Pero no podía evitarlo. Justo cuando estuvo a punto de decirle lo que sentía, todo se fue por la maldita borda.
—Disculpa las molestias que te ocasioné —miró al hombre frente a ella. Ahora que lo miraba con la mente un poco más clara, no pudo evitar notar cómo su camisa se tensaba en la zona de los brazos debido a sus grandes músculos.
Él negó y le ofreció otro pañuelo que ella aceptó.
—No pasa nada. ¿Me dirás por qué una señorita tan hermosa como tu lloraba tan desconsoladamente?
Ella sonrió apenada.
—Tonterías, supongo —suspiró— nada importante.
—Si te hizo llorar, debe ser importante.
Se miraron a los ojos, Eileen soltó una corta risa debido a los nervios que sintió en ese momento.
—Lo siento, es que ni siquiera te conozco.
El desconocido también dejó salir una risa.
—Touché —extendió su mano— Soy Fabian Dorhn, desmemorizador. Un placer.
Eileen tomó la mano del hombre. Era grande y cálida, aunque áspera.
—Eileen Armstrong, auror.
Soltaron sus manos.
—Ahora me conoces.
—Supongo que sí —frunció el ceño— ¿de verdad eres un desmemorizador?
El hombre dejó salir una gran risa.
—Lo soy, ¿por qué lo preguntas?
—Bueno... tienes más aspecto de alguien del departamento de seguridad mágica —cerró los ojos con fuerza por un segundo— Lo siento, no debí decir eso.
—Está bien. Me gusta mantenerme en forma, es todo.
Asintió y se puso de pie.
—Yo... creo que debería irme. Mi jefe... él debe estar esperándome. O no —murmuró lo último.
—Bien, eres bienvenida a mi oficina siempre que tengas ganas de llorar.
Eileen rió y negó apenada.
—En serio lo siento y gracias por los pañuelos.
—No hay de qué. Espero que en otra ocasión me cuentes por qué llorabas.
—Tal vez lo haga. Y de verdad me disculpo por todas las molestias que te ocasione.
Se sonrieron una última vez y la chica salió de aquella oficina. Se dirigió al almacén, ahora mirando por donde caminaba y revisó el letrero de la puerta antes de entrar. Se sentía mejor ahora que había liberado toda su tensión y ya se sentía capaz de continuar con su trabajo sin querer soltarse a llorar en cualquier instante.
Tomó algunas carpetas para archivar y regresó a la oficina, había documentos que debía meter en carpetas y era una buena manera de matar el tiempo un rato. Al entrar, se dio cuenta de que ya no estaba Mackenzie, lo que resultaba un alivio.
—¿Está todo bien? —escuchó la voz de Harry. Lo miró sin comprender— tardaste casi una hora en ir por las carpetas.
Ella asintió.
—Lo siento. Encontré a un amigo y me quedé hablando con él, no volverá a pasar —sonrió, esta vez más natural— ¿Y Mackenzie?
La miró por un largo momento en silencio, parecía extraña.
—Está en una junta con el ministro y según recuerdo tiene asuntos que resolver con los miembros de Wizengamot más tarde. No aparecerá por aquí el resto del día.
Asintió y tomó asiento tras su escritorio.
—Que bien.
Nadie dijo nada más y simplemente se concentraron en sus respectivos trabajos. Eileen no despegó la vista de los documentos frente a ella y Harry la miraba de vez en cuando buscando cualquier excusa para hablarle. Pero su mente estaba tan aturdida que no logró encontrar ningún tema de conversación.
—Harry —le habló Eileen y este rápidamente la miró.
—¿Sí?
—Estaba pensando que debería tener mi propio cubículo como los demás aurores. Allá afuera.
Harry la miró con el ceño fruncido. Se suponía que estarían compartiendo la oficina por un corto tiempo mientras Eileen se adaptaba y Harry le enseñaba ciertas cosas. Pero ya habían pasado meses y seguían en la misma oficina personal del jefe de departamento. Ahora no quería que se fuera, se había acostumbrado a su compañía y aunque sólo era una puerta lo que los separaría, no sería lo mismo.
—¿No te sientes cómoda aquí?
—No es eso —bajó la mirada por un segundo— solo creo que sería bueno si paso más tiempo con los demás.
Harry asintió decepcionado, aunque no lo demostró del todo.
—Entiendo. Le preguntaré a Ron si hay un cubículo libre.
—Gracias.
Se miraron por última vez antes de que cada uno volviera a sus asuntos. Las cosas entre ambos habían cambiando tan abruptamente de un día a otro que resultaba inquietante y molesto.
El tiempo transcurrió más lento de lo que les hubiera gustado. No volvieron a cruzar palabra y tampoco se miraron el resto del día. Era horrible estar así, pero Eileen seguía molesta consigo misma y no quería comenzar una discusión sin sentido con Harry. Sólo debía esperar a que las aguas se calmaran y pronto todo volvería a ser como antes... tal vez.
El tiempo transcurrió en total silencio y cuando se dieron cuenta ya había anochecido. Eileen miró el reloj dándose cuenta de que eran poco después de las nueve. Estiró su cuerpo en la silla mientras liberaba algo de aire. Harry la miró y enseguida se dio cuenta de lo tarde que era.
—Creo que debimos irnos hace un par de horas —comentó Harry. Eileen sonrió.
—Sí, eso parece.
—Entonces, guarda todo y nos vamos.
La chica no dijo nada más y comenzó a guardar sus cosas en su bolso, al mismo tiempo que ordenaba un poco el escritorio. Cuando estuvo lista, acomodó la silla y se dirigió al perchero junto a la puerta para tomar su abrigo. Pero Harry había sido más rápido y ya lo tenía listo para ayudarle a ponérselo, igual que todos los días.
—Gracias —murmuró.
Potter abrió la puerta para permitirle a Eileen salir primero. Él apagó las luces y cerró con llave la oficina. El pasillo estaba completamente vacío y las luces de los cubículos apagadas. Una tenue luz iluminaba apenas el camino. Los dos comenzaron a caminar en silencio, el alfombrado amortiguaba el sonido de sus pasos por lo que resultaba todavía más incómodo.
—¡Harry! —escucharon que llamaban al hombre. Ambos se detuvieron y miraron a su derecha el pasillo.
Era Mackenzie. Eileen la miró con más detenimiento ahora ya que en la mañana sólo la había visto inclinada sobre su jefe. De sólo recordarlo sentía la furia recorrer su piel nuevamente. Era inumanamente ser tan... hermosa, probablemente Mackenzie era mitad veela o algo por el estilo. Su cabello seguía perfectamente ordenado en un bonito peinado, su maquillaje no tenía ni una sola imperfección y su vestido parecía estar expuesto en un maniquí, sin arrugas o manchas. Además, esos tacones eran muy altos, ¿cómo lograba mantenerse de pie? Para ser sinceros, tenía envidia.
La mujer se acercó con una sonrisa de oreja a oreja sin dejar de mirar a Potter. Eileen rodó los ojos descaradamente pero Mackenzie estaba tan concentrada en Harry que ni siquiera la notó.
—Mackenzie, ¿qué tal la reunión?
La mujer se aferró al brazo de Potter con fuerza, recargando su mejilla en su hombro.
—Muy bien, la reunión se extendió y recién salimos. Estoy tan agotada y muerta de hambre.
Harry se sintió nervioso por un segundo y no supo qué decir.
—Bueno, hay un restaurante bonito en Londres que tal vez te pueda gustar —balbuceó.
—¡Excelente! Vamos.
El hombre la miró confundido, él no pensaba ir con ella.
—Yo no... —
—Eileen, hola —los ojos de Mackenzie dieron por primera vez con la pequeña figura de Eileen— No te había visto, ¿ya te vas?
Respiró profundamente evitando ser grosera con aquella mujer.
—Sí, de hecho ya me voy —miró a su jefe, quien le dirigió una mirada de disculpa— adiós.
—Eileen —la llamó en voz baja.
—¡Eileen! —otra voz la llamó al mismo tiempo.
Fue Harry el primero en dar con la figura de Fabian. Lo conocía solamente de vista pero, ¿exactamente por qué se dirigía a Eileen?
La nombrada se sonrojó un poco al mirarlo y recordar que sin querer se había puesto a llorar en su oficina esa mañana.
—Fabian, hola —lo miró confundida.
—Yo... —dejó salir una risa nerviosa— me preguntaba si te gustaría ir a tomar algo conmigo.
Eileen miró a Harry por el rabillo del ojo y pudo notar su mandíbula tensa. Él no tenía ningún derecho a actuar de esa forma.
—Sí, claro —le sonrió mostrando los dientes.
—Genial —miró a Harry y Mackenzie— Señor Potter —saludó con un asentimiento de cabeza.
—Dorhn —contestó en forma de saludo pero su tono era molesto.
Nadie dijo nada más y cada pareja siguió su camino. Mackenzie le hablaba a Harry sobre la reunión que tuvo pero él sólo miraba el camino por donde se había ido Eileen. ¿Era ese chico el amigo que se encontró en la mañana? ¿Por qué nunca antes los había visto juntos? ¿Por qué sentía tantos celos recorriendo su cuerpo? ¿Por qué quería ir tras Eileen y decirle que no debía irse con ese chico?
Simple, porque estaba perdida y profundamente enamorado de ella. Y había sido un completo idiota en negarse a sus propios sentimientos. Pero al parecer, ya era demasiado tarde.
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