03
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Harry llegó más temprano de lo habitual a la oficina aquel día y cuando estuvo sentado detrás de su escritorio, se sorprendió de darse cuenta de que estaba ansioso por que llegara Eileen.
Todo el fin de semana, Lily se la pasó haciéndole preguntas sobre su compañera de trabajo y aunque James y Albus no hicieron preguntas, notó su interés cada vez que respondía a las preguntas de su hija. Sin embargo, tampoco dijo mucho al respecto pues no había realmente nada que decir.
Aquella mañana había elegido uno de sus mejores trajes y se roció más colonia de la habitual. Al principio ni siquiera notó la razón de aquello pero se sonrojó al preguntarse si a Eileen le gustaba esa colonia. Se reprendió a sí mismo tan pronto como los pensamientos llegaron pero era bastante tarde como para cambiarse y ya no se podía quitar el olor de la loción.
Se centró en su trabajo, mirando de vez en cuando el escritorio de la chica que aún no llegaba. Eso lo hizo sentir... ¿triste? No entendía por qué. Movía su pierna de arriba a bajo con prisa mientras intentaba concentrarse en las hojas frente a él, aunque no podía pensar con mucha claridad.
La puerta se abrió de golpe, vio a Eileen tratando de recuperar el aliento y se dejó caer en su asiento mientras la miraba. Sonrió casi sin querer.
—Lo siento —se disculpó ella, aún tratando de encontrar oxígeno— Admito que me quedé dormida, pero no volverá a pasar.
Entró a la oficina, dejando su abrigo en el perchero junto a la puerta y su bolso en su escritorio luego giró para mirar a su jefe .
—No te preocupes. El viernes casi terminaste todo y ya sólo estaba revisando unas cosas que recién me trajeron.
Se sintió aliviada y un tanto contenta por recibir la aprobación de su jefe. Tomó asiento en su silla, pero la giró un poco para quedar dirigida hacia Harry quien seguía cada uno de sus movimientos.
—¿Qué tal la pasaste con tus hijos?
Harry liberó un poco de aire, parecía algo cansado.
—Muy bien, la verdad. Esos niños consumen mucha de mi energía pero no hay nada en este mundo que no daría por ellos.
Eileen sonrió enternecida.
—Me alegra saberlo.
Harry estaba por hablar, simplemente por el placer de escuchar la voz de Eileen pero en ese momento, alguien llamó a la puerta.
—Adelante.
La puerta se abrió un poco, dejando ver al ministro Kingsley. Harry se puso de pie con rapidez para estrechar la mano del hombre en un saludo. El moreno le dirigió una sonrisa y un asentimiento de cabeza a Eileen.
—Lo siento, Potter. ¿Estás ocupado?
—En realidad no. ¿En qué lo puedo ayudar, Ministro?
Kingsley suspiró.
—Hay algunos problemas y... bueno, mejor hablemos de esto sentados.
Harry frunció el ceño pero tomó asiento detrás de su escritorio y Kingsley en la silla frente a él. Eileen no estaba segura de si debería quedarse o darles su espacio. Optó por la segunda opción y se puso de pie lista para irse.
—Armstrong, no te vayas —indicó el moreno— esto también es de tu interés.
Ella se sentó lentamente. No dijo nada y se mantuvo al margen de la conversación, sólo escuchando a ambos hombres.
Por lo que entendió habían problemas, muchos problemas, pero no en Londres. En París. Y habían solicitado refuerzos de Londres para un caso bastante delicado.
—Sé que eres el jefe del departamento de aurores, pero también sé que eres el más indicado para ir —había dicho Kingsley— tal vez no tengas que hacer mucho, pero necesitan de alguien con experiencia y solicitaron tu ayuda personalmente. No te puedo obligar a ir, lo sabes, pero a menos que tengas algo más importante en marcha, lo mejor sería que fueras a ayudar un poco.
Harry miró pensativo el escritorio, con sus dedos recorriendo suavemente su barbilla, debatiendo internamente si debía ir o no.
—Entiendo, iremos —dijo luego de un largo silencio.
Eileen lo miró con el ceño fruncido. ¿Ella también tendría que ir?
—Uh... —ambos hombres la miraron— ¿yo también iré?
—Por supuesto, a menos que no quieras.
—Sí quiero —se sintió un poco tonta al contestar de esa forma tan rápida.
—Terminaremos con este papeleo y mañana a primera hora iremos rumbo a París.
Kingsley asintió. Luego se puso de pie.
—Mandaré una lechuza para avisar que irán mañana. Así los estarán esperando y los pondrán al tanto de la situación.
—Gracias, Kingsley.
Él sonrió.
—Gracias a ustedes. Allá están realmente desesperados y sé que serán de mucha ayuda.
Sin más palabras, el moreno salió de la oficina a toda prisa para mandar aquella lechuza. La oficina quedó en silencio un largo momento.
—¿Alguna vez has viajado? —Harry rompió el silencio.
Eileen negó.
—Nunca he salido de Londres ademas de ir al colegio.
Harry asintió en comprensión.
—Entiendo. Seguro que Francia te gustará, es un lugar bonito.
Ella sonrió.
—¿Ya has ido?
—Sí. Aunque sólo por trabajo.
—¿Y es bonito? Quiero decir... siempre escuché que el Ministerio de magia Francés era muy elegante y bonito.
Harry se dejó caer en su silla, mirando por un segundo el techo de manera pensativa. En realidad, no se había detenido a admirar el lugar y lo recordaba vagamente pese a que había ido bastantes veces.
—Supongo que sí —balbuceó, más para sí mismo— en realidad, nunca me detuve a mirar el lugar más de un minuto. Siempre llegaba a reuniones u oficinas directamente para tratar asuntos importantes.
A Eileen le causó un poco de gracia la confesión y dejó salir una corta risa. Harry se sorprendió cuando le llegó el pensamiento de que la risa de Eileen era bonita y quería escucharla de nuevo.
—Supongo que ya lo descubriré por mi cuenta.
Se dieron prisa para terminar el poco papeleo que les quedaba y eran alrededor de las cuatro de la tarde cuando ambos se encontraban saliendo de la oficina.
Harry no estaba seguro de cuánto tiempo estaría de viaje, pero le indicó a Eileen que empacara ropa para una semana.
Y eso hizo, en una mochila con un hechizo de expansión, guardó algunas cosas. Y mentiría si dijera que no estaba nerviosa, después de todo, saldría de viaje con su jefe, por trabajo, pero estarían solos y juntos quien sabe cuánto tiempo.
Le emocionó, pero también sé sentía extraña.
A primera hora de la mañana, Harry llamó con suavidad a su puerta. Eileen ya estaba lista por lo que sólo se colgó su mochila al hombro y salió junto al hombre. Aspirando la dulce y agradable colonia que recientemente había descubierto, le resultaba embriagadora y adictiva.
Le avergonzaba muchísimo pensar en eso pero al menos sus pensamientos se quedaron sólo con ella.
Por su parte, Harry también estaba nervioso y le molestaba mucho sentirse de esa manera. No había ninguna razón para sentirse así, pero por más que trataba de desviar su atención, sus ojos siempre llegaban a la pequeña figura de Eileen y su mente se llenaba de ideas que no era capaz de decir en voz alta.
Ella era mucho menor que él, no debía pensar en ella de otra manera que no fuera como su compañera y aprendíz. Él ya tenía tres hijos y ella apenas estaba descubriendo lo que era vivir de forma independiente.
Simplemente, debía comenzar a levantar un muro entre ellos y alejarla poco a poco.
Pero su decisión no perduró mucho cuando en el hotel en el que se hospedarían dijeron que no había más que una habitación de cama matrimonial.
Harry vio encenderse las mejillas de Eileen y por un segundo quiso reír. No era posible ir a otro hotel, pues ese era el único que hospedaba a seres mágicos y hacer magia en un hotel muggle podría resultar en una catástrofe. Lo sabía por mano propia.
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