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Prólogo

                 Acatlán, 18 de Mayo de 2024.

Era media noche cuando una lluvia torrencial azotó la ciudad de Acatlán, acompañada de fuertes vientos que sacudieron con ferocidad los árboles que adornaban la ciudad, haciendo vibrar los cables de luz y teléfono que colgaban de los postes, provocando interferencias en el servicio público. El agua escurría por la calles como lecho de río, anegándolas rápidamente, arrastrando con ellas lo que encontraban en su camino. Constantes relámpagos destellaban en el cielo seguidos de potentes truenos retumbando por todo el pueblo.

Cerca del corazón de la ciudad, en el número quinientos veinte de la Calle "Nicolás Bravo", una antigua casa colonial velaba los sueños de sus siete ocupantes.

El golpeteo de la lluvia y el bramido de los truenos despojaron de su sueño a Ricardo Hernández. Adormilado se levantó de su cama y caminó hasta la ventana, recorrió la cortina y miró cómo el agua castigaba la ciudad.

<<Otra tormenta>> pensó.

Miró como los relámpagos iluminaban la calle hacíendola aparecer y desaparecer en la oscuridad. Se alejó de la ventana y dio pequeños pasos en su habitación, con su dedo índice frotando su labio inferior.

<<Tiene que ser coincidencia>> meditó.

Regresó a la ventana y recorriendo la cortina observó atentamente el cielo que continuaba centelleando. La intensidad de la lluvia no disminuía e incluso parecía haber arreciado, si eso era posible.

Un estruendo desde el exterior retumbó tan fuerte que ahogó el sonido constante de la lluvia, como si la misma tormenta se hubiera silenciado ante la fuerza de aquel ruido. Salió al pasillo y se apresuró hacia la habitación donde guardaba aquel misterioso objeto. El lugar estaba envuelto en un destello azulado que parpadeaba con intensidad, y llamas, surgidas de la nada, danzaban como espectros hambrientos, bloqueando su entrada. El calor abrasador y el olor a azufre llenaban el aire mientras Ricardo contemplaba impotente su reliquia misteriosa encerrada en un paraje infernal, amenazando con devorarlo todo.

Un grito ahogado opacó nuevamente el sonido de la lluvia por un segundo. Ricardo se giró e intentó deducir de dónde había provenido, sin darle mayor importancia.

El grito se repitió. Fue un grito desgarrador que cimbró los muros de la casa, prolongándose durante varios segundos hasta apagarse súbitamente. Esta vez, Ricardo identificó de dónde provenía y se dirigió corriendo hasta la habitación de su hijo mayor.

Abrió la puerta de golpe. El cuarto, inmerso en la oscuridad, se iluminó con el destello de un relámpago permitiéndole ver la cama vacía con las sábanas en el suelo. Intentó encender la luz, sin éxito.

—Hijo, ¿todo bien?—preguntó al tiempo que entraba en el cuarto.

Los relámpagos resplandecían intermitentemente, iluminando la habitación como si se hubiera producido un cortocircuito.

Inspeccionó cada rincón meticulosamente. En medio de la negrura, sintió una presencia maligna, las sombras mismas cobraban vida como tentáculos malditos serpenteando por la habitación envolviendo la estancia en un abrazo gélido. La temperatura descendió drásticamente haciendo que el aliento de Ricardo se convirtiera en niebla frente a sus ojos aterrorizados. Escuchó algo moviéndose sigilosamente por el techo. Con el corazón en un puño, alzó la mirada hacia la esquina más lejana de la habitación y, por un instante efímero iluminado por un relámpago, vio unos ojos amarillos que lo miraban fijamente. Sería lo último que vería. 

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