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- Muchas veces también odio tenerla... Este es uno de esos casos.- dije suspirando.- Lo siento, no quería hacerte sentir mal... Hablo sin pensar... Será mejor que vaya rápido a mi cuarto, te dejo primero en el de Travis.
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-No te sientas mal... de a poco también le contaré a Travis todas las cosas.- suspiré y me encogí de hombros.- Bueno... me gusta eso de que me quieras acompañar... quiero un último beso antes de ir a ver a Travis. -me sonrojé y cubrí mis mejillas con mis manos al recordar que Duncan me había dicho que sí se percataba de ello.
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- Belly... Aunque te tapes la cara, sé que estás sonrojada... Tranquila, no tienes que cubrirte conmigo, yo no lo hago.- dije sonriendo y abrazándola mientras caminamos con cuidado para no caer.
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-¿Pero cómo es que lo sabes? No entiendo... -dije apenada mientras correspondía.- Se supone que puedes escuchar todo... pero no puedes ver el color de mi rostro... ¿entonces cómo...?- pregunté curiosa.
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- No entiendo cómo, por qué o en qué situaciones tenemos cada sentimiento... O al menos no en la práctica, son cosas que nunca me explicaron. Pero sí hay muchas cosas que aprendí... Cuando te sonrojas, tu corazón late de otra forma, llevas las manos para ocultarte o también se suele usar el pelo, tartamudeas o usas una pequeña coletilla... Todo depende de la persona, también noto tristeza, ira, nervios, alegría... Es lo que me ayuda a responder de la forma correcta.
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-Vaya... el corazón dice más de nosotros de lo que parece...- comenté pensativa.- Entonces sabes cuando alguien siente algo, pero no por qué... o al menos, no siempre o en todas las situaciones...
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- Las cosas básicas si las sé... No es que pretenda escuchar reír a alguien en un funeral o llorar de tristeza en una boda... Aunque te diré que no entiendo el concepto de llorar de felicidad.- dije rascándome la nuca, ya que quizás me estaba enrollando demasiado.- Pero sí que a veces me cuesta saber qué es lo que tengo que sentir.
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-No hay problema con eso, puedo darte nociones de eso. Lo puedes ir comprendiendo a tu ritmo, pero sería bueno que lo comprendieras.- llegamos a la puerta de la habitación de Travis.- Yo te puedo enseñar eso... solo, vamos con calma. ¿Sí?
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- Por supuesto, no tengo ninguna prisa... Mucho menos cuando estoy contigo... Ahora solo tranquila y con mucha paciencia, porque no va a ser ningún paseo lo que te espera.- dije abrazándola y besándola con cariño y algo más de pasión de lo normal.
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Correspondí a aquel beso con la misma pasión y entrega, no tenía deseos de separarme de sus dulces labios, pero el deber llamaba y debía de cumplir.
-Hablas con la persona más paciente del mundo, Dudú. Podré con esto, tranquilo. Ten buenas noches...- sonreí para restarle importancia a la situación que me acontecería en breve.
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- Si necesitas algo, solo avísame del modo que sea... Estaré atento y despierto un rato más.- dije con calma para darle seguridad a ella también... Quería que supiera que estaba con ella en todo momento.
Tras eso, simplemente me fui despidiéndome con la mano antes de desaparecer del que era su campo de visión.
Dentro de la habitación, un Travis que se encontraba sentado en el diván cerca de la ventana con la cara orientada hacia el exterior y la mirada perdida, quizás en un paisaje que sólo existía en su mente, sonreía al haber olido y escuchado las voces fuera. Siendo total y absolutamente consciente de que pronto estaría en agonía.
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Toqué un par de veces la puerta antes de abrirla y entrar. Busqué con la mirada al rubio, pero al verlo, su imagen me sobrecogió. Verlo en esa forma, como si le exigiera a la ventana el paisaje que sus ojos no percibían, me hizo soltar un suave suspiro, pues, a pesar de que la escena no pudiera parecer agradable, la sonrisa que me dedicó cuando llegué era increíblemente hermosa.
-Hola, Trav... ¿cómo estás?- pregunté cerrando la puerta tras de mí.
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- Estoy bien, mentalizado diría yo.- dijo el rubio sonriendo y girando su rostro hacia ella.- Solo imaginaba a qué se debían todos los olores de las cercanías... Supongo que suena más raro de lo que parece en mi cabeza.
Una leve risa salió de Travis antes de levantarse del diván y abrazar a Bell.
- Supongo que ya es hora... Dos pastillas por noche... Será mejor cuanto antes... ¿No?
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Correspondí al abrazo, pero era normal sentirlo tan tenso. Cuando me separé de él, fui directo a su mesa de noche y busqué allí el potecito de pastillas para sacar dos, las cuales luego puse en su mano.
-Hazlo cuando estés listo. Si es necesario, me quedaré toda la noche aquí contigo. No me importa, solo quiero que te sientas bien... a pesar de todo...- dije con un tono consolador a pesar de mi atormentado corazón.
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- Sigo pensando que sería mejor que pasaras la noche en tu habitación ajena a todo... Pero si te soy sincero... Tengo miedo.- dijo antes de sonreír de forma nerviosa.
El miedo del rubio era aún más notable en el ligero temblor de sus manos, en la fina capa de sudor frío que comenzaba a acumularse en su frente, como si estuviera preparado para una enorme catástrofe.
- ¿Puedo hacerte una pregunta?- dijo acertando con precisión la altura de los ojos de ella, pues en un momento de lucidez dirigió sus ojos a los de Bell, como si la estuviera viendo.
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Tragué saliva casi sin poder creer esa forma de mirarme fijamente a pesar de no percibir nada con sus ojos. Me hizo quedarme en silencio por unos segundos, pero supe recuperarme rápido y reaccionar.
-Por supuesto. Puedes preguntarme lo que quieras, Trav. Estoy aquí para ti.- respondí sosteniendo su mano libre y sintiendo cómo temblaba ligeramente.- No temas... estoy aquí para ti...
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- ¿Te dan miedo los rayos? Porque cuando me pongo muy mal suelen caer algunos... Es decir, es lo más probable que pase cuando me tome las pastillas, verás algunos fuera.- dijo con más calma de la que sentía en realidad.- Pero ninguno llegará a la academia, hay muchos pararrayos fuera, estarás totalmente a salvo... Y si ves que comienza a haber electricidad por mi cuerpo, te suplico que no me toques... No me perdonaría hacerte daño.
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Mordí mi labio inferior al escuchar todo aquello. Le temía al ruido tan fuerte que hacían los rayos, pero haría lo posible porque esto no fuera un inconveniente para ayudar a Travis.
-Les temo un poco, pero está bien... haré lo que sea por quedarme a tu lado.- sonreí y mi tono se escuchó sonriente para darle más calma.- ¿Estás listo entonces?
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- Claro que no... Nunca se está listo para resistir dolor.- dijo antes de llevarse las pastillas a la boca y tragarlas en cuestión de segundos.
Antes de poder siquiera reaccionar, cada músculo de su cuerpo quedó en completa tensión. Sus manos cerradas como puños daban a entender que todo estaba comenzando y apenas había dado tiempo a las píldoras a bajar la garganta por completo. Tuvo las fuerzas suficientes como para girarse y apoyar las manos en la cama, respirando con dificultad, casi como si sintiera que se estaba ahogando.
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No pensé que las pastillas reaccionaran tan pronto, pero al verlo reaccionar así, supe que ya se estaba comenzando a sentir mal.
-¡Trav!- lo tomé por el brazo y lo ayudé a recostarse en la cama.- ¿Qué te sientes? Dime... -tomé su mano aunque me apretara con tanta fuerza, al menos me mantendría así hasta que no pudiera aguantar más.
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- No... Bell... Bell...déjame boca abajo, no puedo... Respirar... Boca abajo es... Más fácil.- Logró decir a duras penas mientras intentaba moverse.
Aun no había pasado prácticamente nada, sería poco a poco, yendo a más, tortuosamente... Lo peor estaba por llegar.
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-¡Oh! Está bien...- como sabía que no se sentía bien siquiera por el contacto, fui girando su cuerpo con suavidad.
Tomaba su piel con mucha ligereza y movía sus extremidades con lentitud para que le afectara lo menos posible. Esperaba que se sintiera algo mejor cuando logré por fin poner todo su cuerpo boca abajo.
-¿Así estás mejor, Trav...?- lo miré preocupada, no me atrevía ni siquiera a darle el consuelo de una caricia por miedo a que hasta algo tan simple como eso le resultara doloroso también.
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- Sí... Espera, parece que comienza a pasarse.- dijo suspirando con algo de alivio.
Ni siquiera pasaron unos segundos antes de que comenzarán agudos dolores recorriendo todo su cuerpo.
El dolor era tan agudo y fuerte que los gritos llenaron la habitación y todo lo cercano, incluyendo con ello las habitaciones colindantes. Su cuerpo casi se contorsionaba, las manos, los pies engarrotados... Hasta ligeras gotas de sangre salieron de él cuando comenzó a toser.
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