Capítulo XXXVII. Una mañana de redenciones
Semanas después...
En las semanas posteriores el clima cambió a uno más frío. El período de exámenes había terminado, finalmente todos pudieron relajarse mental y físicamente, pero no emocionalmente. El director y el resto del profesorado tomaron una difícil decisión: juntaron a todos los estudiantes a la vez en una reunión de emergencia para informar del asesinato de las tres estudiantes desaparecidas: Jéssica Johnson, Anastasia Dimitrov y Michelle Swan.
Para tranquilizarlos, el director en persona les dijo que el responsable de sus muertes ya estaba encarcelado y que las víctimas descansaban en paz en sus respectivos países de origen donde sus familias podían enterrarlas como se merecían.
Lo que ningún de ellos sabía era que a los familiares de las víctimas se les hipnotizó para aliviar su dolor y evitar que hablaran del centro a terceros. Aun así, las tres víctimas fueron enviadas a sus países y enterradas en cementerios cercanos a sus familiares para así darles un reposo justo y respetuoso, pero con nombres falsos... Así nadie sabría la verdad.
Dorian y James fueron los encargados de asegurar la llegada de los cuerpos y de que fueran enterradas como debía ser. El transporte más difícil fue el de Anastasia al ser ciudadana rusa, pero con dinero y contactos se podía superar cualquier barrera y pudieron llevarla a su país sin problemas.
―Bien, ha quedado perfecto ―dijo Dorian al contemplar la tumba de la chica en el cementerio de Moscú―. Ahora podrá descansar en paz, en su tierra y cerca de los suyos.
―¿De verdad crees eso? ―preguntó James que estaba de pie a su lado. Su hermano lo miró extrañado y vio que no estaba contento, estaba molesto―. La responsable de sus muertes no ha sido castigada por ello, ¿recuerdas? Es imposible que ella y las demás descansen en paz.
Dorian se sorprendió de las palabras y actitud de su hermano menor.
―Tienes razón. Lo siento ―dudó un poco, pero al final dijo―: Me sorprende que te afecten sus muertes, hermano.
―No te equivoques ―contradijo él arrogante, pero sin dejar de estar molesto―. Eran simples humanas, pero... aun así, no se merecían un final como el que han tenido. Nadie lo merece. Estaban bajo mi responsabilidad, debí haber estado más alerta.
Dorian bajó la mirada hasta las manos de James. Las apretaba con mucha fuerza.
―De nada sirve lamentarse ahora ―intentó animar él posando la mano en su hombro―. Ya habrá ocasión de hacer justicia, no te preocupes.
James no dijo nada, simplemente asintió sin apartar la mirada de la tumba.
―Bueno ―dijo Dorian colocándose la boina negra en la cabeza―, es hora de volver a casa.
Dorian se puso en marcha alejándose. James se quedó rezagado unos momentos más. Aunque él no lo reconocería nunca, lamentaba profundamente la muerte de esa humana egoísta. Hizo una reverencia de cabeza antes de ponerse también la boina y alcanzar a su hermano.
* * *
Gina abrió con desgana sus pesados parpados al sentir sobre ellos la claridad que entraba por la ventana del dormitorio. Se sentía muy cómoda en la cama que usaba desde hacía varias semanas, pero sabía que en breve tendría que regresar a su dormitorio con su cama de siempre.
Lo que ella no esperaba es que alguien más estuviera allí. Lo supo cuando notó algo con el pie.
―Buenos días, dormilona.
Gina al oír esa voz se alzó de golpe despertando del todo. Nerviosa y aliviada por igual confirmó que era Ángela. Vio que la hermosa morena estaba de pie ante un espejo de cuerpo entero acabándose de arreglar la corbata roja, completando así el uniforme escolar. Una vez que terminó se dirigió hacia Gina, que la miró embobada.
―¿Cómo te encuentras hoy?, ¿mejor? ―preguntó la vampira inclinándose hacia delante y tocando su rostro. Gina se ruborizó un poco al sentir el tacto de sus manos. Ante eso, Ángela la miró extrañada―. ¿Qué pasa?
―Ehm... No. Nada.
Gina desvía la mirada avergonzada, y sin que ella lo esperara, Ángela le cogió el rostro con ambas manos y la besó con pasión y ternura. Gina no tardó en responderle del mismo modo. Al terminar, Gina se había ruborizado un poco más, pero ya no sentía vergüenza alguna.
―¿A qué ha venido eso? ―preguntó relamiéndose los labios.
―Para que dejes de ser tan tímida conmigo a estas alturas ―respondió Ángela con humor. Gina chasqueó la lengua―. Tendrás que disculparme unas horas. Estaré fuera un rato.
Gina la miró alertada por ello y dijo:
―¿A dónde vas?
―A ver al director.
―¿A tu padre?
Ángela la miró unos instantes sorprendida, pero no tardó en recordar que semanas antes le había presentado oficialmente a toda su familia tras lo ocurrido con Karmila, entre ellos, a su padre que era el director de la academia. Recordó con cierta gracia la cara que Gina puso cuando supo quién era él, y también que le habló con cierto respeto.
―¿Para qué vas a verle? ―preguntó Gina curiosa, luego se retractó―. Ah, perdona... No es asunto mío.
―Te equivocas, sí que es asunto tuyo ―dijo Ángela con una sonrisa. Gina frunció el ceño―. Voy a verle para hablar sobre tus estudios.
―¿Mis estudios?
Ángela asintió, ahora la miraba con seriedad.
―Debido a las heridas que sufriste no pudiste hacer los exámenes del primer trimestre y ya han acabado y en breve serán las vacaciones de Navidad ―explicó ella sentándose a su lado―. Tus notas siempre han sido excelentes. Por ello voy a pedirle que haga una excepción contigo y te permita hacer dichos exámenes para aprobar.
Gina no podía creer lo que estaba escuchando. Quedó con la boca abierta que enseguida cubrió con ambas manos y los ojos abiertos como platos cristalinos. Sentía un montón de cosas, entre ellas, asombro total y una emoción que amenazaba con salir disparado de su pecho.
Que Ángela estuviera dispuesta a hacerle ese favor para aprobar el trimestre para así seguir en la academia era el mayor favor que podía hacerle, pues si era expulsada de la academia por no haber podido hacer uno o varios exámenes, nunca jamás podría volver a ver a Ángela, estaba convencida de ello.
―¿De verdad harás eso por mí?
Ángela vio el sincero y puro alivio que vio en su amada humana, antes de responder, le cogió ambas manos con las suyas sin dejar de mirarla a los ojos, también sincera y aliviada.
―Eso y mucho más con tal de hacerte feliz ―hizo una pausa y agachó la cabeza―. Y así podré compensar lo que esa... cosa te ha hecho.
Gina pudo ver como Ángela fijaba la mirada a su escote, por donde ya no había venda alguna que cubriera la prueba de la tortura de la vampira que estaba obsesionada por Ángela; la cicatriz, cruzaba todo su pecho y vientre.
Ángela, ensimismada, desabrochó el camisón que le había prestado hasta poder ver la cicatriz al completo. Gina no la detuvo, pero si se puso algo tensa al sentir las manos frías de su amada Ángela rozando su piel. La vampira paseó la yema de los dedos por encima de las marcas las cuales aún estaban algo rojizas y no pudo evitar imaginar lo que Gina debió experimentar al sentir los cortes en su cuerpo. Todo aquello hizo que volviera a agachar la cabeza, culpable por ello.
De repente, notó que una mano cálida la obligaba con suavidad a alzar el rostro.
Entonces pudo ver la mirada de Gina. Una mirada que la dejó muda al no ver remordimiento.
―No tienes que compensar nada. No tienes la culpa de que aquella vampira me atacara ―dijo Gina totalmente sincera―. Además ―añadió con cierto humor―, apenas noto ya estas heridas. Sí, me quedará cicatriz, pero no importa. Estoy viva y a tu lado. De alguna forma he ganado contra ella.
Ángela estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no llorar.
―Gina...
Ángela pudo ver que Gina también hacía esfuerzo para no ponerse a llorar y lo que hizo fue darle unas palmadas en los hombros.
―Anda, ve, que tu padre se alegrará de verte ―animó con una sonrisa―. Te prometo que no me moveré de aquí. Ve tranquila.
―Está bien ―aceptó Ángela más calmada―. Volveré enseguida.
Ángela no dudó en darle otro beso, esta vez más casto para no tentar más. Con una sonrisa relajada salió por la puerta dejando sola a Gina en esa habitación.
Al Gina quedarse sola, se tumbó de nuevo en la cama y no tardó en volver a dormirse. Apenas durmió anoche con la compañía de Ángela en todo momento. Se durmió con una sonrisa en la cara.
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