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Capítulo XXVI. Un Mal Primer Encuentro

Se hizo de noche. En el castillo reinaba la celebración y la diversión. La familia de Ángela estaba cenando junto a todos los guerreros que regresaron con su madre Angelina. Bebían sangre por doquier, riendo y charlando a gusto con alegría y humor.

La joven Ángela apenas entendía el motivo de la celebración, pero no le importó. Con ver que todo estaba bien le bastaba. Sentados a cada lado de ella estaban Dorian y James, vestidos como nobles atractivos y caballerosos que vigilaban y entretenían a la princesa entre bebidas de sangre y chistes divertidos.

A un par de sitios en la larga mesa del gran salón donde estaban, Angelina miraba a su hija. Veía como se reía feliz y contenta. Ahora se sentía mucho más tranquila, ya que podría verla así siempre ahora que la amenaza había sido eliminada. Su marido, el Rey Víctor, estaba sentado en la punta de la mesa junto a ella, y le cogió la mano gentilmente.

-Ya no debemos preocuparnos, ¿verdad? -dijo él queriendo asegurarse. Su reina le miró a los ojos.

-Sí, te lo aseguro -dijo con seguridad-. Yo misma acabé con su existencia por atreverse a decir que tendría a nuestra hija para ella.

-Me alegra oír eso -dijo Víctor suspirando aliviado-. Esa Karmila... nunca dejó de ser una criatura ansiosa de poder. Cuando vio a Ángela, fue como enloquecer por completo.

-Pero gracias a ella pudimos comprobar que la leyenda era cierta, y que Ángela será una buena reina. Una de las mejores que jamás haya reinado sobre nuestra raza.

Los dos reyes miraron a sus hijos varones que estaban con la princesa, divirtiéndola a lo grande con los guerreros. La fiesta enseguida terminó con todos los vampiros agotados, el amanecer estaba por llegar. Todos se fueron a descansar a sus aposentos.

Ángela se había quedado dormida en medio de la celebración por haber bebido más de la cuenta y por el ejercicio hecho durante el día. Dorian la cogió en brazos y la llevó hasta sus aposentos donde la puso en su cama con suavidad. En vez de retirarse, él se sentó junto a ella, contemplándola mientras dormía como un ángel del cielo. Dorian no pudo evitar acariciarle el pelo, eso despertó a la joven.

-Dorian... -murmuró la durmiente princesa al verle.

-Perdona, te he despertado -se disculpó él con una sonrisa amable-. Ya es muy tarde. Debes dormir.

-Sí...

Dorian tapo a su hermana con las mantas de la cama hasta los hombros y le acarició la cabeza. Cuando estuvo por irse, Ángela le agarró de la manga, este la miró confuso.

-Quédate aquí, por favor.

-¿Sigues siendo una niña que no puedes dormir ni un solo instante sola en tu habitación? -preguntó él, burlón pero sonriente.

Ángela se enojó por esa burla, y no dudó en incorporarse al atraerlo hacia sí y poder besarlo en los labios. El vampiro se sorprendió, pero enseguida le correspondió el beso que lo profundizó en un gentil abrazo sentado en la cama con ella.

Ambos se amaban y no era ningún secreto. Sus padres dieron el visto bueno con tal de que ambos fueran felices juntos. Eran vampiros, por ello no estaba nada prohibido. Ambos no tardaron en despojarse de toda prenda y entregarse al placer durante el amanecer.

-Oh, Dorian... me-me duele mucho... -dijo Ángela entre gemidos y lágrimas. Ruborizada con el cuerpo sudando por ese dolor placentero que sentía en su entrepierna y el resto del cuerpo.

-Tranquila... -dijo Dorian encima de ella con las manos a cada lado de ella. La embestía con lentitud y suavidad-. Enseguida te acostumbrarás a este dolor.

-Pero... ¡Ah...!

La chica no habló más y dejó que su amado hermano la sedujera completamente dejándose llevar por él hasta el final. Tras hacerlo varias veces y en varias posturas, la joven princesa terminó del todo agotada y en la cama desnuda, tapaba con las mantas junto a Dorian que la miraba tumbado de lado con su rostro apoyado en la mano. No tardó en dormirse también abrazándola suavemente.

* * *

Ángela despertó a la noche siguiente, ya sintiendo que había dormido el día entero sin que nadie la despertara. Había acabado agotada la noche anterior con Dorian a quién no vio al volverse a su espalda. Se había ido.

Eso no la molestó, todo lo contrario. Lo entendía. Él, al igual que el resto de su familia, tenía muchas obligaciones en los que ella por el momento no podía involucrarse. Sería la futura Reina de los Vampiros, pero aún le quedaban cosas por saber y aprender. Todo a su tiempo, le decía siempre su madre.

Descansada y alimentada por la sangre que tenía preparada en la mesa de sus aposentos, Ángela decidió salir a pasear por el bosque vestida con su camisón rojo, para ello, saltaría desde la alta ventana de la torre de su habitación.

Sin miedo a las alturas se dejó caer para aterrizar suavemente en el suelo desde tres metros de altura, como si fuera un ángel sin alas. Nada más tocar la tierra con los pies, la vampira fue rodeada de una manada de lobos salvajes que no le rugieron ni nada, sino que se acercaron como animales domésticos contentos de verla.

-Me alegra veros de nuevo, mis queridos amigos -saludó abrazando al macho alfa, un lobo negro y blanco-. Hola, Fuji. ¿Ya habéis comido?

El lobo que tenía entre sus brazos hacia sonidos que indicaban a la vampira que así era, y entonces le lamió la mejilla haciéndole cosquillas. Entonces, ella lo soltó y empezó a correr con los lobos siguiéndola como la líder de todos ellos.

La luna llena brillaba con fuerza, haciendo que la oscuridad de ese bosque disminuyera con columnas de luz pasando entre las hojas de los árboles, dando un paisaje hermoso. Después de un tiempo corriendo, los lobos estaban con la lengua fuera, totalmente agotados y sedientos.

Ángela los dejo descansar junto a un río que estaba muy cerca del castillo. Ella se metió en él, pero el agua que corría solo le llegaba hasta los tobillos, y estaba muy fría. Eso no afectaba a la vampira en lo absoluto.

-Hum... Que noche más tranquila y bella -comentó con la luna sobre su cabeza, iluminándola sobre el agua cristalina-. Que bien se está aquí.

De repente, los lobos que estaban a sus espaldas empezaron a rugir furiosos y molestos.

-¿Fuji? -llamó ella alertada, girándose preparada para actuar en consecuencia.

No tardó en ver el origen del malestar y desconfianza de sus amigos lobunos. Ellos rugían por la presencia inesperada de una persona cubierta por una capa negra con una enorme capucha. No le vio la cara, pero si se le veía un largo cabello rojo fuego que le asomaba por dicha capucha. La luz de la luna hacía que brillara como llamas vivientes.

No conocía a nadie con ese cabello, pero sentía algo extraño en ella. Algo conocido.

-Buenas noches, princesa Ángela -saludó aquella mujer, hablando por primera vez y haciendo una reverencia elegante.

Ángela se sorprendió -¿Cómo sabes quién soy? -preguntó ella extrañada-. ¿Quién eres?

Durante unos instantes, la mujer parecía no querer responder, ni tampoco mostrarse, pero entonces habló:

-Soy la única que merece estar a tu lado, y en tu lecho.

Ángela se quedó helada por esas palabras, sin tener ocasión de reaccionar. Un segundo después pudo ver los ojos de aquella mujer; eran verdes como las hojas del bosque durante el día. Al mirarlos fijamente, su visión empezó a nublarse y sentir su cuerpo muy pesado. Empezó a caer de espaldas, pero antes de caer del todo en el agua, fue tomada en brazos por aquella mujer quien se le cayó la capucha de la cabeza, sin dejar de mirarla a los ojos.

-¿Qué... está...? -Ángela apenas podía hablar.

-Tranquila, pronto te haré sentir placer y durará para siempre.

Ángela finalmente perdió el conocimiento.

Los lobos no dudaron en atacar a aquella misteriosa mujer que la tenía presa, atacaron para salvarla, pero para su desgracia, todos ellos fueron mutilados en el aire antes de siquiera llegar a tocarla. Aquella mujer era una vampira. El lugar enseguida estuvo cubierto de sangre y carne mutilada de los lobos muertos.

El alfa Fuji fue el único en quedar con vida, pero había perdido dos de sus cuatro patas, como si hubieran sido cortadas por algo tan afilado como el propio viento. El lobo no lloró de dolor, sino que gruño de rabia por no poder moverse e intentar salvar a su ama de esa mujer malvada.

-Bueno, ya podemos irnos -dijo aquella mujer mientras Fuji rugía furioso viendo cómo se llevaba a Ángela en brazos. Aulló pidiendo ayuda a quien pudiera oírle.

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