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Capítulo XL. Un lado tenebroso

Gina parpadeó aliviada al ver a Ángela allí.

―Ángela...

James también miró a su hermana atónito de verla allí sin haberla notado antes.

―Hermana...

Ángela soltó lentamente la mano de Gina antes de volverse hacia su hermano menor. Entonces, él pudo ver que sus ojos azules habían cambiado a rojo sangre, haciendo juego con la mirada llena de enfado que le mostraba.

Ante eso, tanto James como Gina quedaron petrificados de espanto. Ángela empezó a caminar hacia él, quién no era capaz de levantarse e intentar razonar, escapar o defenderse. Esa mirada asesina lo tenía petrificado en el lugar donde ella lo había lanzado con suma fuerza, haciendo un boquete en la pared. Ese estruendo había alarmado al resto de la familia, que en ese momento aparecían en el pasillo y veían a James tirado en el suelo.

―¡¿James?! ―llamó Dorian, pero no recibió respuesta. Enseguida recordó que la puerta abierta correspondía a la habitación de Ángela, donde temporalmente se había instalado Gina por orden de ella―. ¿Qué está pasando?

―De ser otro, ya sería cenizas ―dijo Ángela, quien en ese momento se asomaba por el umbral de la puerta, mirándolo y hablando con frialdad y enfado contenido―. Y más con todo lo que has hecho y dicho contra ella, James... lo sabes, ¿verdad?

James no dijo nada. Bajó la cabeza, tanto avergonzado como humillado. Su madre y su hermano mayor observaban todo a distancia, entendiendo que todo había sido provocado por James y su mala cabeza.

―Sabes muy bien que ella no es ninguna de esas cosas que has insinuado ―continuó ella ante el silencio de James―. Que no tiene la culpa de lo que les pasó a esas chicas que acabaste por sentir posesión, y sabes muy bien que lo ocurrido con Karmila es un trauma muy difícil de superar, lo sabes, ¡¿verdad?! ―gruñó lo último. James se encogió como un niño pequeño al ser reñido por sus padres―. Y aun así, has tratado a Gina como a una cualquiera solo porque tú te has quedado sin juguetes con los que jugar y alimentarte, y has tenido la ridícula idea de que podías cogerla prestada como si nada.

Durante ese tiempo ni Ángelina ni Dorian se atrevieron a detener a Ángela. Estaba en su derecho a estar muy enfadada con James si lo que le decía que había hecho contra Gina era verdad. Aun así, a Ángelina no le gustaba nada la sensación que se respiraba en el aire; esa energía que se iba poniendo más y más densa, irrespirable.

Desde el pasillo, asomándose y mirando detrás de Ángela, ella pudo ver que Gina estaba temblando, y no era de frío, tenía miedo, no era por lo que le había hecho James... Ese miedo aumentó en su rostro cuando vio a Ángela de nuevo avanzando hacia James. Ángelina no dudó en actuar.

―Ángela ―dijo su madre al interponerse entre sus dos hijos, mirando a su hija y primogénita―, es suficiente ―Ángela alzó la vista hacia ella, sin dejar de sentirse enfadada por lo ocurrido. Hasta Ángelina tembló de miedo ante esa expresión―. Gina te necesita ahora.

Al escuchar ese nombre Ángela reaccionó y miró por encima del hombro. Vio que la chica la miraba con sus ojos zafiros lleno de temor y miedo, por ella, solo por ella. Eso hizo que la energía que hacía irrespirable el lugar disminuyera hasta desaparecer. Todos pudieron respirar tranquilos.

―Madre, Dorian ―dijo Ángela una vez que se dio la vuelta hacia su habitación―, hasta nuevo aviso James permanecerá encerrado en su habitación y recibirá el alimento justo para no debilitarse. Ese es su castigo por atreverse a incomodar a Gina de esa forma.

Dicho eso, Ángela los dejó en el pasillo cerrando la puerta de su habitación al entrar.
Una vez a solas, Gina fue incapaz de hablar, ni tampoco de permanecer en pie. Estuvo a punto de caer de culo al suelo de no ser por los brazos de Ángela que, en un instante, estuvo pegada a ella, cogiéndola y llevándola hasta hacerla sentarse en la cama, algo mareada sin saber por qué.

―Estoy bien, tranquila ―dijo Gina cuando todo dejó de moverse a su alrededor―. Ángela, de verdad, no tenías que...

―¿Te he asustado? ―preguntó Ángela de golpe. Gina la miró confundida y vio verdadero pesar en sus ojos azules―. Has tenido miedo de mi hace un momento, ¿verdad?

Gina no tuvo ocasión de responder. Ángela la abrazó con desesperación unos instantes, con tanta fuerza que Gina no pudo respirar, aunque a ella no le importó con tal de que aquel abrazo reconfortara a su amada y así no volvería a verla de la forma en la que la vio cuando la apartó de su hermano. Con esa imagen en mente, Gina le corresponde el abrazo con la misma intensidad.

―Ángela ―dijo con los ojos llenándosele de lágrimas―, sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero...

Ángela al oírla la abrazó con más fuerza, pero sin apretar demasiado para no hacerle daño y dijo:

―Tienes todo el derecho de pedirme lo que quieras, Gina. Incluso... que me muera ahora mismo.

Ante esas palabras Gina abrió los ojos impactada. Estaba aterrada y emocionada por igual.

―Nunca te pediría algo así ―aseguró ella con firmeza―, pero si pudiera pedirte algo... sería que nunca jamás te volviera a ver de esa forma. Tuve mucho miedo.

―Lo siento ―dijo Ángela, temblando de tristeza―, lo siento mucho...

―Tuve miedo por ti ―se corrigió Gina, al ver el malentendido de su amada―. No quiero que por mí causa vuelvas a ser la persona que eras antes: cruel y sin sentimientos... Por favor.

Por unos instantes, Ángela creyó que Gina le tendría tanto miedo que le pediría alejarse de ella para siempre. Y ella habría aceptado su deseo sin rechistar, aunque ello la destruyera por dentro. Pero, en lugar de eso, Gina seguía preocupada por su persona a pesar de todo el daño recibido. No pudo evitar echarse a llorar sobre el hombro de la mortal, manchándola con sus lágrimas.

―Lo juro.

Gina pudo sentir las lágrimas de Ángela, tan cálidas caían en su piel. Ante ello puso una mano sobre su cabeza, consolándola. Por suerte, no tuvo que hacerlo por mucho tiempo.

La hermosa mujer de pelo negro se separó un poco para poder besar a su amada con un beso profundo en sus labios húmedos, un beso capaz de transmitir todo lo que sentían la una por la otra, uno que dejaba sin respiración y que te alimentaba al mismo tiempo.

Gina sintió sus mejillas arder por la intensidad del beso, pero aun así le correspondió rodeando su cuello con ambos brazos; ese gesto no duró mucho porque Ángela los apartó sin dejar de besarla pero tampoco se detuvo mientras la empujaba hacia atrás hasta tenerla tumbada en la cama con los brazos echados por encima de su cabeza.

El beso duró una eternidad, pero a Gina no le importó, todo lo contrario; ansiaba que durara eternamente. La intensidad de ese húmedo y apasionado beso hizo que sus lenguas bailaran el vals más antiguo de la historia.

A pesar de querer seguir, Ángela finalmente dejó de besarla unos momentos para dejarla coger aire. Durante ese rato pudo ver sus ojos entrecerrados llenos de deseo que, como los suyos se hacían sentir. Ángela miró a Gina, sus mejillas sonrojadas, su pecho subiendo y bajando, jadeando, le miraba llena de ansia y deseo; tan solo con un simple beso pudo provocar todo aquello y no podía imaginar que pasaría si fueran a más.

―Perdona, no he podido resistirme ―se excusó ella con una sonrisa. Gina también la miró sonriendo encantada y quiso moverse, pero Ángela no dejó de sujetar sus brazos―. Siento haber tardado tanto en volver.

―No me importa ―dijo Gina, sin sentirse atrapada―. Estás aquí.

―¿Estabas estudiando? ―preguntó Ángela al caer en los libros en la cama, rodeándolas. Gina asintió sin dejar de mirarla a la cara―. No he tenido que convencer a mi padre para que te dejara hacer los exámenes que te faltan. Pensaba permitírtelo de todos modos y cuando quieras puedes hacerlos.

―Dale las gracias de mi parte cuando le vuelvas a ver, por favor ―Gina era incapaz de pensar en exámenes en ese momento, con Ángela sujetándola de esa forma e inclinada sobre su cuerpo en la cama, ella solo deseaba otra cosa y no era estudiar.

Ángela la ve ensimismada y se preocupa.

―¿Qué pasa?

―Ángela, ¿crees que soy... digna de estar a tu lado? ―Ángela se sorprendió, pero no dijo nada al ver que iba a seguir―: Lo que ha dicho James... tiene algo de sentido.

―Ese idiota no sabía lo que decía, Gina, no creas nada de lo que te dijo, por favor.

―¡No puedo! ―exclamó ella. Ángela se quedó muda―, él tiene razón, si de verdad te amara, no dudaría un solo instante en darte mi sangre y eso quiero, quiero que bebas de mí.

Gina se quedó muda en el acto al percatarse de lo que había dicho. Se habría tapado la boca con las manos de tenerlas libres, pero no era el caso. Había dicho todo aquello a la desesperada y se dio cuenta tarde de que lo dijo en voz alta delante de Ángela. Ahora estaba más roja que un tomate maduro. Nunca tuvo en mente confesar aquello delante de Ángela, menos en esa situación.

La miró de reojo, temerosa de cómo ha reaccionado, y ve que la miraba muda y sorprendida, pero no había signos de desagrado, todo lo contrario; podía decirse que Ángela hasta halagada estaba de ello.

Gina ante eso se sintió mareada por la vergüenza y el rubor que sentía en su ser. Quiso que la soltara para poder levantarse y marcharse, olvidarse de que había soltado todo aquello, pero eso ya no era posible. Ángela no la soltó, sino que fortaleció el agarre de ambas muñecas contra la almohada de la cama antes de volver a inclinarse y besarla de nuevo, esta vez con más fervor e intensidad.

―¡Mmgh...! ¡Ángela, espe...! ―Gina intentó apartarse, pero la vampira no se lo permitió.

Gina pudo sentir que Ángela se abrió paso para introducir la lengua y así hacer más erótico ese acto, haciendo que gimiera de placer ante algo que le estaba gustado, tanto que su propia lengua bailó con el de Ángela. En pocos segundos se rindió a las atenciones de Ángela.

Le correspondió al beso, y al sentir sus manos libres no tardó en agarrarla por la cabellera y la espalda, apremiándola a ir a más, sintiendo que las manos de Ángela la acariciaban por debajo las ropas. Las manos cálidas de Ángela la hicieron estremecer de placer, pero no se conformó con ser la que recibía atenciones y por ello hizo lo mismo que ella... Le acarició por debajo de las ropas.

―Ángela... ―gimió ella cuando tuvo ocasión entre tanto beso.

―¿De verdad que deseas eso? ―preguntó al oído, con voz ronca―. ¿De verdad lo quieres hacer? Una vez que lo hagamos no habrá vuelta atrás... Serás mía por el resto de tu vida, Gina.

Tras decir eso se apartó para mirarla a los ojos y ambas se miraron fijamente, sin ser capaces de hablar.

Gina quería decirle que sí y corresponderla, solo entregarse sin dudarlo, pero estaba muy inquieta por lo desconocido si aceptaba el paso a dar.

Al no obtener respuesta y ver su mirada pensativa y dubitativa, Ángela cerró los ojos algo apenada y se apartó de Gina para sentarse al borde de la cama dándole la espalda. Ante eso, Gina se alzó hasta sentarse, mirándola preocupada por lo que pudiera estar pensando.

―Tranquila, lo entiendo ―dijo Ángela sonando comprensiva―. Sé que no es fácil, pero no te preocupes.

Al escuchar aquello, Gina empezó a llorar a moco tendido. No había querido herir a Ángela de aquella manera. Ángela pudo haber leído su mente y así saber su ferviente respuesta, pero en vez de ello quiso escucharlo de sus propios labios, y allí no pudo evitar sentir dudas.

De repente, Gina vio que Ángela estaba por levantarse, seguramente para marcharse de nuevo. No podía permitir eso, no podía dejar las cosas así y desesperada, la abrazó por detrás sin darle ocasión de levantarse, rodeándola entera con ambos brazos apretándola contra sí y apoyando la frente sobre uno de los hombros.

Ese gesto sorprendió mucho a Ángela, quien intentó mirarla por encima el hombro.

―Gina...

―¿Crees que soy digna de tu amor?, ¿soy digna para estar a tu lado por toda la eternidad?

―Por supuesto que sí ―dijo Ángela con convicción absoluta.

Gina se emocionó al escucharla, tanto que aflojó el abrazo lo suficiente para que Ángela se soltará y pudiera darse la vuelta y ser ella quien la abrazara entera, apoyando la cabeza de Gina contra su pecho.

―Entonces, ¿no lo harás con nadie más salvo conmigo y Dorian? ―preguntó ella tras un rato alzando la cabeza para mirarla. Ángela la miró sorprendida por esa pregunta―. Sé de sobras que también lo amas a él. Eso me quedó muy claro la vez que os vi juntos. Aceptaré que estemos los tres juntos, incluso estaré dispuesta a hacerlo con él si con ello te hace feliz. ¡Haré lo que sea para no hacerte sufrir más!, de ahora en adelante, te daré todo para que seas feliz.

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