Capítulo LXI. Te Necesito
―¿No deberíamos ir a buscarle?
―Créeme. Él ahora quiere estar solo. Mejor dejarle tranquilo.
A Gina le seguía pareciendo mal eso, a pesar de las palabras de Ángela.
Tras la marcha de Dorian, ambas chicas estuvieron sentadas un rato hasta que finalmente se tumbaron en la cama, tumbadas de lado, cara a cara con la otra, consolándose mutuamente.
―Siento mucho que haya pasado todo esto, Ángela.
―¿A qué te refieres? ―preguntó la vampira con el ceño fruncido.
―A lo de Dorian ―respondió ella, con los ojos brillando a punto de llorar de nuevo―. Es mi culpa que él se haya ido.
Ángela quiso contradecirla, pero sabía que eso no serviría de mucho. Así que en lugar de eso lo que hizo fue abrazarla contra su pecho con fuerza, intentando calmarla con ese gesto.
Al estar acurrucada entre los brazos de Ángela, pudiendo oler su olor en su cuello, hizo que se soltará y llorará tanto como lo necesitaba. No supo cuánto tiempo estuvo así, pero pudo notar que se sentía más tranquila, desahogada tras liberar esa congoja.
Al apartarse pudo ver el rostro compungido de Ángela, preocupada por ella. No quiso verla así, por ello intentó pensar en algo, en otra cosa que hacer. Entonces recordó que Ángela tenía una carta en la mano cuando ella entró en su habitación.
―¿Qué era esa carta que tenías antes en mano? ―preguntó, intentando sonar animada.
Ángela se sorprendió, pero enseguida entendió lo que quería hacer. Por ello sonrió contenta por la fortaleza de su amada. Antes de responder le dio un beso tierno en los labios.
―Una carta de una buena amiga mía que, al parecer, vendrá a asistir a la academia.
Aquello sorprendió de verdad a Gina, quien se apoyó en su codo.
―¿Ahora va a asistir? ¿Y por qué no ha podido al principio de curso?
―Elizabeth, así se llama, es una vampira con la salud un poco delicada ―Vio la cara extrañada de Gina ante ese dato―. Sé lo que estás pensando, y sí; algunos vampiros, muy pocos, suelen nacer con algún problema de salud, ya sea físico o mental. En caso de Elizabeth es físico.
―¿Y está bien para venir aquí?
―Eso dice, sí ―Ángela sonrió al recordar a su amiga―. La verdad es que llevo tiempo sin verla, y estoy deseando recibirla.
―Ya se nota.
Ángela miró a Gina, inquieta.
―¿No te molesta? ―Gina la miró confusa―. Lisa... a simple vista no parece tener mi edad. Es más... Nadie pensaría que es una vampira.
―¿Porqué lo dices? ―preguntó ella, entonces se mostró sorprendida―. ¿Cuántos tiene?
―Creo que te harás una idea en cuanto la veas.
Ambas se echaron a reír con humor, y eso fue bueno para las dos. Entonces, Ángela deslizó su mano por la mejilla de Gina, a quien le encantó ese gesto tan tierno.
―Quién debería pedirte perdón soy yo ―dijo Ángela de repente―. Lo que está haciendo James... es por mi culpa. Debería haberlo detenido antes.
―¿Cómo podías saberlo? Está resentido conmigo por haberle rechazado aquella vez.
―Eso no es excusa para lo que está haciendo ahora con Sarah; se está aprovechando de su odio hacia mí y si afán de... separarte de mí.
―Sé lo que pasa, Ángela. Y descuida ―ahora fue ella la que puso su mano sobre la mejilla de Ángela―. Puede intentar todo lo se le ocurra, no pienso separarme de ti. Nunca ―hizo una pausa―. En cuanto a Sarah; hablaré con ella. Haré que entre en razón y se aleje de James.
―Eso es una locura ―dijo Ángela alertada, apoyándose en un codo también―. No sabemos lo que hay entre esos dos. No es seguro.
Gina la miró seria y directa a los ojos.
―A pesar de todo, Sarah fue mi mejor amiga, casi mi hermana. No puedo dejarla en manos de ese... psicópata que tienes por hermano. Quiero que viva su vida libremente, sin cadenas.
―¿Y si esta relación con James es libre, sin cadenas?
Gina bajó la mirada, meditó unos instantes antes de responder. Entonces la miró.
―Entonces... la dejaré marchar.
Ángela se sorprendió al escuchar esa decisión, la cual sonó muy decidida y firme. Ella miró a Gina a los ojos, mirando dentro de ella, y vio que realmente era una decisión firme aunque dicha decisión le doliera en el alma.
Quería consolarla, pero no sabía cómo, o que no hubiera hecho ya. Vio que Gina tenía los ojos rojos de tanto llorar, y estos volvían a brillar con intención de volver a llorar, pero estos no derramaban ninguna lágrima. Eso la preocupó, por ello puso su mano en su mejilla y con el pulgar apartó los restos de las de antes.
―No te contengas.
―No lo hago ―dijo Gina, cerrando los ojos un instante, luego volvió a abrirlos―. Solo estoy cansada de llorar ―confesó visiblemente rendida―. Estoy cansada, Ángela.
Ángela no soportó más verla así y volvió abrazarla.
Gina se sintió un poco mejor al estar de nuevo entre los brazos de Ángela, y entonces sintió que ella movía sus labios por su cara hasta bajar a su cuello, y esa sensación la hizo estremecer de placer. Y más cuando los labios dejaron paso a los colmillos que rozaron levemente su piel.
Las ganas de llorar pasaron a un segundo ―incluso a un quinto― plano.
―Á-Ángela... ―Gina se aferró a Ángela, rodeándola con los brazos y las manos agarrada a la espalda.
―Perdoname ―susurró Ángela, con voz ronca―. Sé que no es buen momento, pero...
―Está bien ―Gina deslizó una de sus manos hasta la nuca― no te reprimas por mí.
Ángela se apartó para mirarla a los ojos.
―Te necesito. Y tú me necesitas a mí.
Gina se ruborizó emocionada y Ángela no tardó en besarla con voracidad, obligándola a abrir la boca para dar paso a su lengua y así excitarla más. Ángela podía sentir los acelerados latidos de su corazón, acelerando con más fuerza a medida que se entregaba y se dejaba llevar.
Ángela la tumbó boca arriba mientras ella se echaba sobre ella sin dejar de besarla, de igual modo agarró sus dos manos y las echó por encima de la cabeza sobre la almohada, donde le indicó que las dejará.
Ella gemía entre besos, encantada con esa deseada distracción. Sabía que al hacer eso la relajaba; de esa forma la mordida es totalmente indolora y completamente afrodisíaca.
―No pares... ―suplicó ella entre besos― no pares...
―No pienso hacerlo.
Ángela se apartó unos momentos, y al mirar el escote de Gina este se abrió de golpe, solo. Eso hizo que Gina diera un grito de sorpresa pero no se asustó, sino que sonrió encantada.
Miró a Gina a los ojos hasta que se inclinó sobre su cuello para lamerlo, subió hasta la mandíbula, dejando esa zona húmeda. Gina gimió y jadeó, estirando el cuello y echando la cabeza hacía atrás.
Ángela no la hizo esperar. Abrió la boca y mordió en la yugular con fuerza. Al sentirlo Gina dio un gritó de dolor, pero al instante aquello se transformó en puro placer erótico al sentir como la vampira absorbía su sangre sorbo a sorbo, sintiendo como su sangre pasaba a ella.
―Ángela...
Ella oía a Gina decir su nombre una y otra vez mientras bebía gustosamente su sangre agarrándola de las manos, apretó la mordida un poco, haciéndola gemir pero no de dolor.
Ya le contaron hace siglos que la mordida de su especie en un mortal podía ser la experiencia más increíble del mundo, incluso mejor que el propio sexo. Y era cierto. Podía sentirlo en su amada, que no se cortó en acariciarla por debajo de la ropa, sin ningún pudor.
Gina estaba enloquecida, ansiosa de que aliviara ese picor que sentía entre las piernas, por ello se restregaba contra Ángela. La vampira ante eso no quiso torturarla más con la espera. Cuando estuvo saciada apartó los colmillos y pasó una vez la lengua para detener la hemorragia.
Sin soltar las manos de Gina se incorporó pero sin apartarse, y desde arriba contempló la imagen de su amada drogada de placer, jadeando con las mejillas ruborizadas y la vista nublada.
Gina miró a Ángela, y pudo ver que sus ojos eran rojo, y su sangre en sus labios.
―Ángela, yo...
―Lo sé ―volvió a apoyarse sobre los codos, rozando su nariz con la de ella―. ¿Tienes miedo?
―Para nada.
Ángela se rió divertida.
―Eres muy rara.
Quiso limpiarse la poca sangre de su comisura con el brazo, pero Gina la detuvo besándola, saboreando su propia sangre.
Ángela se sorprende pero no la apartó, todo lo contrario. Aquello la excitó y la acepta.
En pocos minutos, sin dejar de besarse la una a la otra, se quitaron la ropa hasta quedar desnudas. Ángela la complace como sabía hacer. Gina volvía a ser una sumisa bajo sus manos, pero también quiso participar, ser más activa. Aquella complació también a Ángela, dejándola hacer.
Tenían todo el tiempo del mundo. Nada más importaba.
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