Capítulo LIII. Los Temores de la Reina
Era casi medianoche cuando Ángela y su madre regresaron a la mansión. Al entrar por la puerta las esperaban su padre Víctor y su hermano Dorian. Ángelina no dudó en reunirse con su amado esposo para pasar con él aquella última noche juntos antes de marcharse de cacería.
Sus dos hijos los vieron marcharse con dolor y tristeza, sin decirles ni una palabra.
Cuando se quedaron a solas, Ángela miró a su hermano. Se puso alerta cuando pudo sentir el aroma de Gina en él. No sabía dónde se había ido tras dejarla dormir en su habitación y el sentir su olor en su hermano mayor y prometido que además llevaba algunos días evitándolas a ambas la puso alerta.
―¿Dónde está Gina? ―preguntó ella entre dientes, temiendo cualquier cosa―. Contesta.
―Tu amante te está esperando en tu habitación, esperándonos ―respondió él, sin mostrar signos de estar ofendido por la forma en que ella le habló.
Ángela lo miró confundida, y vio como él extendía el brazo para que pasara delante hacia su habitación. Ella antes de hacerlo lo miró con el ceño fruncido, confundida y desconfiada.
―¿Qué es lo que has hecho sin que yo lo sepa, Dorian? ―preguntó ella, desconfiando del hermano que más amaba―. ¿Dónde ha estado Gina todo este tiempo?
―No tienes motivos para desconfiar de mí, querida hermana. Todo lo que hago lo hago por mi amor por ti. Y por ese amor estoy dispuesto a compartirte con la persona que más amas además de a mí. Y por ello le he ofrecido a su amante la oportunidad de probar algo nuevo, juntos.
―¿Qué significa eso? ―preguntó Ángela, temerosa de saberlo―. Habla claro.
―Pronto podrás verlo por ti misma.
Ángela no esperó más por ver a Gina sana y salva, por lo que se puso en marcha con Dorian detrás suyo, sonriendo impaciente por ver la cara de asombro por lo que había preparado.
El camino que había desde el recibido principal hasta su habitación se le hacía más eterno de lo normal a Ángela, que caminando con paso ligero miraba de vez en cuando a su hermano detrás suyo, que la seguía con semblante calmado.
Se le veía demasiado tranquilo. No creía que le hubiera hecho nada malo a Gina, pero hasta que no la viera con sus propios ojos no estaría tranquila.
―Realmente esa chica te ha cambiado ―comentó Dorian de repente.
―Eso ya me lo has dicho. No sé por qué te afecta tanto que haya cambiado.
―Hasta ahora no eras así; amable, noble, preocupada por todos, especialmente con los humanos ―especificó él.
Ángela al oírle se detuvo y se volteó a mirarle, queriendo saber lo que tenía que decir.
―Desde que Karmila abusó de ti cambiaste a peor; fuiste cruel y despiadada con los humanos, como el resto de vampiros. Pero fue aparecer Gina... y volver a ser la que eras antes. Y debido a la presencia de ella apenas te alimentas ya de humanos, sino de bolsas de sangre.
―Sabes muy bien que aquella no era realmente yo ―dijo Ángela, extrañada por la actitud de Dorian. No esperaba que él añorará a aquella que fue antaño―. Aquella Ángela nació por culpa de Karmila. No deseaba ser así, pero el odio y el rencor hacia ella me hizo serlo. Y lamento todo lo que he hecho desde entonces. Te lo aseguro ―hizo una pausa para contener las lágrimas de culpa y remordimiento―. Gracias a Gina volviendo a ser la que fui hace siglos. La Ángela que tu amas en realidad, Dorian.
―¿De verdad piensas eso? ―preguntó Dorian mirándola a los ojos, acercándose hasta estar ante ella e inclinarse hasta apoyar su frente contra la de ella―. ¿Acaso no disfrutaste en ninguna de aquellas veces en que torturaste a tus presas antes de alimentarte? ¿Acaso no te divertiste mientras gozabas y te alimentabas de aquellas chicas conmigo?
Por unos instantes, Ángela creyó ver a otra persona en vez de a su hermano Dorian. Aquellos ojos que ahora eran rojos mientras hablaba, era los de otra persona. Y por unos momentos sintió miedo.
―¿Y tú sí? ―preguntó ella, temiendo la respuesta―. ¿Disfrutaste de ello? ¿A pesar de que queremos coexistir con los humanos? ¿En serio, Dorian?
En ese momento, Ángela vio que Dorian cerraba los ojos, dudoso. Al volver a abrirlos los volvía a tener azul celeste, como los suyos. Cuando la volvió a mirar a la cara, volvía a ver al Dorian que ella conocía; al que ella amaba.
¿Qué había sido lo de antes? Se preguntó ella inquieta.
―Puede que ya no fueras la dulce princesa que hice mía entonces, pero igualmente disfrute a tu lado para no verte sufriendo por lo que esa zorra te hizo ―admitió él con sinceridad. Entonces puso su mano sobre la mejilla de la morena―. No me importa como seas; para mi siempre serás mi ángel eterno. A la que siempre amaré. Por y para siempre.
Al oír esas palabras y sentir esa mano contra su piel, Ángela no pudo evitar emocionarse. Vio que verdaderamente era el hombre inmortal que amaba, el que sería su futuro y eterno marido. Mostrando una sonrisa agradecida y sincera, Ángela puso su mano sobre la de él y se alzó hasta darle un beso casto en los labios. Él quiso ir a más, pero se conformó, de momento.
―Dorian, por favor... se sincero conmigo ―rogó ella sin dejar de mirarle a los ojos―. ¿Qué le has hecho a Gina?
Dorian vio temor en ella, y eso le dolió. No quería hacerla sufrir. Nunca.
―Nada que deba preocuparte. Te lo prometo ―aseguró él. Ella suspiró aliviada―. Pero eso tal vez pueda cambiar esta noche.
Ángela lo miró ceñuda. ―¿Qué quieres decir?
―Lo verás por ti misma.
Ambos enseguida estuvieron ante la puerta.
Ángela temía lo que pudiera ver dentro de su habitación, pero no veía a Dorian capaz de hacerle daño a Gina, no sabiendo lo que era para ella y por lo que ambas habían sufrido en manos de Karmila. Pero tras la sensación de antes, ya no estaba tan segura.
Entonces, Dorian se le adelantó y abrió la puerta, pero en vez de entrar le dio paso a ella primero, como todo un caballero. Ella lo miró algo extrañada por el gesto, pero lo dejó de lado y entró. Él la siguió y al entrar cerró la puerta con pestillo.
La habitación estaba iluminada solamente por la lámpara de la mesita de noche, pero fue suficiente para que Ángela localizara a su amada al otro lado de la habitación, de pie ante la ventana, vestida solamente con el albornoz de terciopelo azul oscuro que le regaló hace tiempo.
Ese detalle la emocionó y desconcertó por igual, pero se sintió aliviada de verla bien.
―Gina.
Al escucharla Gina se dio la vuelta hasta estar cara a cara con ellos.
―Hola, Ángela. Os estaba esperando.
Antes que Ángela pudiera siquiera dar un par de pasos adelante, Gina abrió su albornoz y lo dejó caer al suelo formando un charco azul alrededor de sus pies descalzos. Ante los ojos de Ángela vio a Gina vestida con un camisón azul marino con bragas tipo culote ajustado y muy sexual.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro