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Capítulo LII. La Despedida de una Madre

Ángela despertó al sentirse que el sueño la abandonaba. Se sentía descansada y con energía.

Al mirar el reloj de la mesita de noche vio que eran pasadas las cinco de la tarde; había dormido lo que quedaba de la noche pasada y casi todo el día. Confundida al ver que Gina no la había despertado miró por la habitación y no la vio. Tampoco sentía que estuviera en el baño personal. El lado de la cama donde ella durmió estaba frío.

―¿Gina?

Justo en ese momento se abrió la puerta de su habitación para dejar paso a Jon.

―Siento molestarla, mi señora.

―¿Qué ocurre?

―La ama Ángelina desea verla en este momento. La espera en su estudio.

Al escuchar eso, Ángela se apresuró en arreglarse un poco y se presentó en el estudio de su madre minutos después. La ausencia de Gina tendría que esperar para después.

Al entrar vio a su madre mirando por una de las ventanas que daban al jardín trasero, tenía las manos cogidas a la espalda. Al oír a su hija entrar y cerrar la puerta se volvió para recibirla con una sonrisa.

―Me alegra que hayas venido. Temía que no quisieras verme.

Ángela tuvo que reconocer que su madre estaba en lo cierto. Cuando Jon le informó de la petición de su madre, por unos instantes no quiso reunirse con ella sabiendo que tal vez sería la última vez que la vería en mucho tiempo... o tal vez nunca más. Su madre era poderosa, pero Karmila también. El resultado de una pelea a muerte entre ellas podía ser cualquiera.

―Por unos instantes lo pensé ―admitió ella mirándola a los ojos.

―Por ese motivo te he llamado. Sé que mi decisión no es de tu agrado, aunque lo disimules. Pero es algo que debo hacer. Debí acabar con Karmila mucho antes de que tu nacieras; por mi error tú has pagado el precio, tú y muchos inocentes.

―Madre...

Ángelina no la dejó hablar. La pilló por sorpresa abrazándola con todo su amor y ternura.

―Tanto tu hermano como esa chica han intentado por separado convencerme de no irme, eso me deja más tranquila ―se apartó para coger el rostro de su hija entre sus manos―. Sé que no estarás sola mientras yo esté ahí fuera; ellos cuidaran de ti y yo podré estar centrada en mi deber.

―¿Gina ha hablado contigo? ―preguntó Ángela sorprendida―. ¿Cuándo?

―Esta mañana en el desayuno, justo después de que Dorian lo intentara ―dijo su madre sonriendo encantada―. Se nota que ambos te quieren como nadie y no quieren verte sufrir... Yo tampoco quiero verte sufrir más, hija mía ―le dio un beso en la frente a Gina―. Nada me gustaría más que quedarme durante estos días que no tienes clases, pero no puedo permitir perder la pista que tengo.

―No tienes que darme explicaciones, madre. Lo entiendo muy bien.

―Sé que sí. Te educamos bien tu padre y yo. Pero aun así, no tienes que ser fuerte frente a mí, lo sabes, ¿verdad?

Al escuchar aquello, Ángela sintió una opresión en el pecho, una opresión que había intentado controlar pero que al escuchar a su madre se hizo tan fuerte que al final perdió la pelea. De sus ojos salieron lágrimas, una detrás de otra ante la mirada tierna y compasiva de su madre. Entonces ella acurrucó a su hija entre sus brazos dejando que se desahogara contra su pecho.

La Reina Carmesí en esos momentos se sentía una niña pequeña en brazos de su madre, una niña indefensa, vulnerable, asustada; todo lo opuesto a su madre tan valiente y fuerte que la protegía. Ángela la abrazó con sus dos brazos agarrándose a su espalda, pegándose a ella todo lo posible.

―Por favor, no te vayas ―rogó contra su hombro―. Ella te matará, lo hará con tal de tenerme, con tal de hacerme explotar e ir a buscarla.

―Lo sé ―dijo su madre besándola en la cabeza―. Pero eso no debe detenerme. Todavía soy lo bastante poderosa para hacerle frente y vencerla. Tengo posibilidades de matarla al fin.

―Pero ella también es poderosa; no sé cómo, pero es así. Pude sentirlo en el gimnasio donde torturó a Gina. En esos breves momentos pude sentir su poder, es inmenso.

Ángelina sabía que su hija estaba en lo cierto, ella también lo sintió. Pero aun así quería hacer ese intento de vencerla para así proteger a su hija.

―Aun así, tengo que ir ―dijo ella apretando su hija contra su pecho y dándose valor para dejarla allí con su padre y hermanos y otros fieles amigos―. Sé que estarás bien.

―¡No estaré bien si tu mueres! ―gritó Ángela intentando apartarse, pero su madre no la dejó―. ¡No quiero perderte!

―Y no me perderás. Siempre estaré contigo, siempre.

Ángela sollozó con fuerza mientras abrazaba a su madre, ocultando su rostro en su pecho, sintiendo la mano de su madre acariciándole la cabeza con suavidad, como cuando era pequeña y tenía pesadillas al acostarse.

―¿Vamos a dar un paseo? ―propuso su madre―. Llevo tiempo sin ver un hermoso atardecer; tu padre me ha dicho que desde lo alto de los tejado del centro es magnífico.

Ángela no se negó. No pensaba desaprovechar la última vez que estuviera con su madre y limpiándose las lágrimas de la cara, salió con su madre de la mansión y ambas dieron una carrera hasta el lugar por el que verían juntas el atardecer.

* * *

Desde la ventana de su dormitorio, Dorian había visto marcharse a su madre y a Ángela. Pudo sentir la tristeza de su hermana en su ser; eso confirmaba que la marcha de su madre era un hecho. A él también le entristecía, pero debía ser fuerte por sus hermanos al ser el mayor.

Hacía ya una hora que el sol se había puesto y no había ni rastro de ambas. Sin duda estarían aprovechando las últimas horas antes de que su madre finalmente se marchara. Justo en ese llamaron a la puerta de Dorian. Eso le extrañó, pero entonces olió en el aire el perfume de la persona que llamaba. Entonces sonrió satisfecho. Con esa misma sonrisa en la cara caminó hasta la puerta y abrió. Ante él vio a Gina cabizbaja.

―Buenas noches ―saludó él apoyándose en la puerta con galantería―. ¿Te has decidido?

―Así es ―Gina asintió sin alzar la cabeza.

―¿Dijiste algo?

Gina alzó la cabeza de golpe mostrando una ligera lágrima en la mejilla.

―Sí, voy a entregarme a ti. Quiero que me prometas que la experiencia valdrá la pena.

Ante semejante petición, Dorian extendió la mano hasta tocar la mejilla de Gina y apartar esa lágrima.

―Te puedo asegurar de que así será. Te lo prometo.

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