Capitulo treinta y uno: Revelaciones en la Oscuridad
Hyunjin observó a como jeongin salía del baño observadolo con una sonrisa mientras sostenía un arma y hyunjin tomo su arma que se encontraba en la mesa apuntando la a Jeongin quien sonrió.
—¿Coronel?
Hyunjin dejó caer el teléfono que había estado sosteniendo, el sonido sordo del dispositivo golpeando el suelo resonando en el silencio. El sudor le perlaba la frente mientras su mente trataba de procesar lo que estaba sucediendo.
—¿Vas a matarme? —su voz salió más como un susurro que como una pregunta.
Jeongin dejó escapar una risa suave, casi despreocupada.
—Antes lo hubiera hecho —respondió mientras dejaba caer su arma sobre la mesa, como si no le importara en absoluto—. Pero me he desviado del camino.
Hyunjin frunció el ceño, sus instintos gritando que no podía confiar en él. Se acercó un poco más, manteniendo el arma firme.
—¿Mataste a mi padre? —la pregunta salió de sus labios como un grito ahogado.
Jeongin lo miró fijamente, sus ojos oscuros llenos de una mezcla de desafío y tristeza.
—Sí... —admitió finalmente—. Pero no fue por lo que crees. Fue por negocios.
El silencio se instaló entre ellos, pesado y cargado de significado. Hyunjin sintió cómo su mundo se tambaleaba bajo sus pies.
—¿Negocios? ¿Qué clase de negocio justifica eso? —preguntó, su voz temblando de emoción.
Jeongin se reclinó en el sofá, como si el peso de sus palabras le resultara abrumador.
—No solo hizo mi vida miserable teniéndome dos años cautivo —continuó—. Dejó que sus hombres hicieran lo que quisieran conmigo mientras estaba sedado o sobrio. Y no solo yo... también Hee y otros niños. Todo para demostrarle a sus hijos que incluso nosotros, golpeados y quebrantados, podíamos levantarnos. Pero sus hijos eran unos buenos para nada.
Hyunjin sintió cómo el estómago se le revolvía al escuchar esas palabras.
—Se obsesionó tanto que no pensó en que el maldito karma vendría por él —prosiguió Jeongin—. Y mi karma no fui yo; fue alguien que conocí poco después.
—¿Quién era? —preguntó Hyunjin, incapaz de contener la curiosidad.
Jeongin sonrió con una mezcla de ironía y tristeza.
—Un cliente. Lo peor es que tu padre tuvo las bolas de verme después y entrenarme. Que hipócrita. Y tu hermano... uy, tu hermano es un maldito adicto sin capacidad mental. Solo matar, matar y matar sin pensar en las consecuencias.
Las palabras de Jeongin eran como cuchillos afilados, cada una cortando más profundo que la anterior. Hyunjin sentía cómo la rabia y la confusión luchaban dentro de él.
—¿Sabes cuántas personas murieron por su culpa? ¿Cuántas salieron perjudicadas? Tú estás salvable, pero tu personalidad es una mierda. Y aún así... me gustas. Eso es lo peor.
Hyunjin tragó saliva, sintiendo cómo las emociones se agolpaban en su pecho.
—Si quieres dispararme, está bien... —dijo Jeongin con un aire despreocupado.
—¿quién es tu cliente?
Jeongin sonrió nuevamente, pero esta vez había algo más en su mirada; un destello de complicidad y desafío.
—Tu mamá soltó —dijo finalmente.
(....)
Jisung abrió los ojos lentamente, la luz del sol filtrándose a través de las cortinas. Su mente estaba nublada, pero cuando enfocó la vista, lo primero que vio fue a Minho, sentado en una silla junto a su cama. El corazón de Jisung dio un vuelco; no sabía si sentirse aliviado o frustrado.
—Me alegra que estés bien —dijo Minho, su voz suave y cargada de preocupación.
Jisung sintió cómo una oleada de rabia lo invadía. No podía creer que de todas las personas, era él quien estaba allí.
—De todas las personas, no quería verte —respondió Jisung con frialdad, tratando de contener la ira que burbujeaba en su interior.
Minho se inclinó hacia adelante, su expresión seria.
—Me preocupé por ti, Jisung. Sé que actué mal.
Jisung soltó una risa amarga, dejando escapar el aire que había estado conteniendo.
—¿Actuaste mal? —dijo, sintiendo cómo la rabia se transformaba en dolor—. Jodete.
Minho abrió la boca para responder, pero Jisung lo interrumpió.
—¡Quiero que te vayas! —gritó, su voz resonando en la habitación—. No solo me quebraste, también quieres que escuche tus excusas. ¡No tengo interés!
Minho pareció herido por sus palabras, pero no se rindió.
—Por favor, solo escúchame...
Jisung desvió la mirada, sintiéndose atrapado entre el deseo de entender y la necesidad de protegerse.
—No quiero escuchar nada —replicó con firmeza—. Solo quiero que te largues y no vuelvas a aparecer en mi vida.
La súplica en los ojos de Minho lo desgarró por dentro, pero Jisung se mantuvo firme. La idea de volver a abrir la puerta a alguien que le había causado tanto dolor era insoportable.
—Si nos volviéramos a encontrar en otra vida, preferiría morir antes que volver a tratar contigo —dijo Jisung, cada palabra saliendo como un golpe directo al corazón de Minho.
Minho permaneció en silencio, su rostro una mezcla de tristeza y aceptación. Sin decir nada más, se levantó de la silla y se dirigió hacia la puerta. Jisung sintió cómo su corazón se comprimía con cada paso que daba Minho hacia la salida.
Cuando la puerta se cerró tras él, el silencio llenó la habitación. Jisung se quedó allí, sintiendo una mezcla de alivio y vacío. Había tomado una decisión, pero el costo de esa decisión pesaba sobre sus hombros como una losa.
Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos mientras recordaba los momentos compartidos, las risas y las promesas rotas. Se sentía perdido en un mar de emociones contradictorias. Había querido que Minho se fuera, pero ahora que lo había hecho, el eco de su ausencia resonaba en cada rincón de su ser.
(....)
—¿Cómo es que mi madre planificó la muerte de mi padre? —preguntó Hyunjin, su voz apenas un susurro.
Jeongin se encogió de hombros, una sonrisa irónica dibujándose en su rostro.
—Podrías visitarla y pedirle una explicación cuando quieras.
Hyunjin frunció el ceño, incapaz de entender la despreocupación de su amigo.
—Eso es un crimen, Jeongin. ¡Un crimen! —exclamó, su frustración palpable.
Jeongin se rió suavemente, como si la gravedad de la situación no le importara en absoluto.
—Me importa un bledo. ¿Qué importa lo que piensen los demás? Lo hice y disfrute hacerlo... Tu padre es un hijo de puta que no merecía el perdón de nadie, y tu madre una mujer adicta al poder. La enviaré a la cárcel, por que esa es la diferencia entre nosotros, tu papi te dio todo, el mío me hizo vivir una realidad diferente.
Hyunjin sintió que la rabia comenzaba a burbujear dentro de él. No podía creer la actitud despreocupada de Jeongin ante algo tan serio.
—Van a presentar una demanda. A mi no me importa , una vez lo dije si el mundo está en llamas, no me importa mientras tú estés bien... pero alguien más. —sus palabras eran firmes, casi amenazantes.
Jeongin lo miró fijamente.
—Es un negocio
—¿Y qué? Mataste a un militar reconocido. ¿Qué pensará tu padre al respecto? —Hyunjin no pudo evitar lanzar la pregunta, esperando ver algún atisbo de preocupación en el rostro de Jeongin.
Una sonrisa desafiante apareció en el rostro de Jeongin mientras levantaba una ceja.
—Y el tuyo, ¿qué opinará? —respondió.
—No es gracioso, Jeongin —dijo Hyunjin, su voz grave y seria—. Esto es mucho más grande que nosotros.
Jeongin se encogió de hombros una vez más, como si la vida fuera un juego del que se podía salir ileso.
—No me importa ir a juicio. Igual saldría libre —afirmó con una confianza que parecía desbordarse.
Hyunjin sacudió la cabeza, su preocupación intensificándose.
—No estaría tan seguro —replicó, sintiendo que el futuro se oscurecía ante sus ojos.
El silencio que siguió fue abrumador. Ambos sabían que estaban a punto de cruzar un umbral del que no habría retorno.
Jeongin se levantó del sofá, su energía cambió de inmediato. Rodeó a Hyunjin y lo besó con una intensidad que dejó a este sorprendido. Al separarse, Jeongin lo miró fijamente, sus ojos ardían con una mezcla de desafío y desesperación.
—¿Dónde está el hijo de puta del que yo me enamoré? —preguntó, su voz un susurro cargado de emoción—. A ese que no le importa nada, no este cobarde. Devuélvemelo.
Hyunjin sintió cómo el aire se le escapaba en un suspiro entrecortado. La vulnerabilidad de Jeongin era palpable, pero también lo era su determinación. Sin pensarlo dos veces, tomó a Jeongin de la cintura y lo empujó contra la pared cercana, sus cuerpos chocando con fuerza.
—No me tientes, Jeongin —respondió Hyunjin, su voz baja y firme, pero con una chispa de fuego en sus ojos. La ferocidad de su beso era una declaración, una lucha por recuperar lo que parecía perdido.
Jeongin se dejó llevar por la pasión del momento, sintiendo la tensión entre ellos crecer. No era solo una batalla de emociones; era un grito de guerra contra las circunstancias que los rodeaban.
—¿Qué te pasa? —preguntó Jeongin entre besos, su voz temblando con la mezcla de deseo y frustración—. ¿Por qué no puedes ser el que solías ser?
Hyunjin se separó un poco, buscando la mirada de Jeongin. Había algo en esa pregunta que lo golpeó con fuerza.
—Porque ahora hay más en juego —respondió, su tono grave—. No puedo ser irresponsable, soy un coronel... No un cadete.
Jeongin frunció el ceño, la ira y la tristeza mezclándose en su mirada.
—Y yo no puedo quedarme aquí esperando a que te decidas. ¡No quiero a un cobarde!
Las palabras resonaron en la habitación. Hyunjin sintió cómo su corazón se aceleraba, dividido entre la razón y la pasión.
—¿Y si eso significa perderte? —preguntó, su voz casi un susurro.
Jeongin lo miró con intensidad, como si cada palabra fuera un desafío.
—No me perderás. Solo tienes que recordar quién eres realmente.
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