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Capitulo treinta: una bala dos personas.

El eco de los disparos resonaba en las calles desiertas, un recordatorio constante del caos que se había desatado. Changbin y Félix corrían con el corazón desbocado, sus pasos resonando contra el asfalto. La adrenalina les impulsaba a seguir adelante, a escapar de la pesadilla que parecía acercarse cada vez más.

—¡Vamos, Félix! —gritó Changbin, entrelazando sus dedos con los de su compañero. La calidez de su mano era un pequeño consuelo en medio del terror.

Félix miró a Changbin, sintiendo una mezcla de miedo y determinación. Sabía que no podían detenerse, que cada segundo contaba. Pero la mirada de Changbin, llena de resolución, le daba fuerzas. Sin embargo, el sonido de un grito desgarrador les hizo frenar en seco.

De repente, Bangchan apareció frente a ellos, su figura imponente bloqueando el camino. Con una mano sostenía su arma, apuntando directamente hacia ellos. Los ojos de Félix se abrieron de par en par, y su corazón se detuvo por un instante.

—¡Bangchan! —exclamó Félix, tratando de razonar—. No tienes que hacer esto.

Bangchan lo miró intensamente, su rostro reflejando una mezcla de tristeza y determinación. Sabía lo que estaba en juego, pero también sabía que había límites que no debía cruzar.

—No quiero que esto termine así —dijo Bangchan, su voz temblando—. Hay otra forma, Félix. Solo tienes que confiar en mí.

Changbin apretó la mano de Félix con más fuerza, su mirada oscura como la tormenta que se avecinaba. No iba a permitir que Bangchan los separara.

—¡Cállate! —gritó Changbin, su voz resonando con furia—. No le hables a Félix. No tienes derecho a decidir por nosotros.

La tensión en el aire era palpable. Félix sentía cómo el miedo se transformaba en desesperación. Miró a Bangchan, buscando alguna señal de esperanza, pero solo encontró una profunda tristeza en sus ojos.

—Changbin, por favor —imploró Félix—. Escucha lo que dice. Tal vez haya una salida.

—¡No! —Changbin gritó, interrumpiéndolo—. No puedes confiar en él. Él es parte del problema, no de la solución.

Las palabras flotaron en el aire como un veneno, y Félix sintió cómo su corazón se rompía en mil pedazos. En ese momento, todo lo que había construido entre ellos se tambaleaba al borde del abismo.

—Félix —dijo Bangchan, su voz suave pero firme—. Si no te alejas ahora, no habrá vuelta atrás. Esto puede acabar en tragedia.

Changbin soltó un rugido de frustración y levantó su arma, apuntando hacia Bangchan con manos temblorosas. La decisión estaba hecha. El miedo había tomado el control.

—¡No te atrevas a dar un paso más! —gritó Changbin, pero su voz estaba llena de inseguridad.

Félix sintió cómo el tiempo se detenía. Un instante eterno donde todo podía cambiar. Miró a Changbin, luego a Bangchan. La confusión y el amor chocaban dentro de él.

—¡Basta! —gritó Félix, intentando mediar entre ellos—. No quiero que esto termine así. Por favor...

Pero las palabras fueron en vano. En un instante fatídico, un disparo resonó en la noche oscura. El sonido fue ensordecedor y la realidad se desvaneció en un mar de caos.

Félix cayó al suelo, la calidez de su sangre empapando el asfalto frío. Changbin se quedó paralizado, el arma temblando en su mano mientras la visión de Bangchan se desvanecía ante sus ojos.

—¡No! ¡No! —gritó Changbin, arrodillándose junto a Félix—. ¿Qué has hecho? ¿Por qué?

Pero ya era demasiado tarde. La tragedia había llegado sin previo aviso, dejando solo dolor y desolación en su estela. En ese momento, el mundo se volvió gris y silencioso, y Changbin supo que nada volvería a ser igual.

Los hombres de Bangchan lo rodearon, sus siluetas emergiendo de las sombras como depredadores acechando a su presa. Changbin sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que había cruzado una línea, y ahora debía enfrentar las consecuencias.

—¿Creías que podrías escapar? —dijo uno de los hombres, una sonrisa siniestra dibujándose en su rostro—. Bangchan quiere hablar contigo.

Changbin apretó los puños, su corazón latiendo con fuerza. No tenía intención de dejarse atrapar tan fácilmente. Con un movimiento rápido, se lanzó hacia adelante, intentando abrirse paso entre ellos. Pero eran más numerosos y estaban mejor preparados.

Lo apresaron con fuerza, inmovilizándolo contra la fría pared del callejón. Changbin luchó, pero sus esfuerzos fueron en vano. La furia lo consumía, y el dolor por la pérdida de Félix se transformó en una desesperación feroz.

—¡Suéltame! —gritó, tratando de liberarse—. ¡No tengo nada que hablar con Bangchan!

El hombre que lo sostenía sonrió burlonamente. —Eso es lo que todos dicen antes de que se dan cuenta de que no tienen elección.

En ese momento, Bangchan apareció al final del callejón, su expresión seria y distante. A medida que se acercaba, la tensión en el aire se hacía palpable. Changbin sintió que su corazón se hundía; no quería enfrentarlo, pero sabía que no podía escapar.

—Changbin —dijo Bangchan, su voz grave resonando en la oscuridad—. Lo siento por lo de Félix. No debió haber terminado así.

—¿Lo sientes? —replicó Changbin, su voz temblando de ira—. ¿Te sientes mal por lo que hiciste? ¡Tú eres el responsable!

Bangchan hizo un gesto para que sus hombres lo soltaran. Changbin se quedó allí, respirando con dificultad, la rabia burbujeando dentro de él. Pero en lugar de atacar, decidió escuchar.

—Quiero que entiendas que no era mi intención que esto sucediera —dijo Bangchan, su mirada fija en él—. Pero hay cosas que no puedes controlar.

—¿No puedes controlar? —Changbin rió con amargura—. ¿Acaso no te das cuenta de que tus decisiones tienen consecuencias? Mataste al supuesto hombre que amabas

Bangchan suspiró, su rostro mostrando signos de agotamiento y culpa. —Lo sé. Y estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para arreglarlo, vas a entregarte.

—ya me tienes, que más quieres.

—Te quiero muerto por torturarlo, y golpearlo, ¿Acaso no sabías que se que fuiste tú el que lo golpeó hasta casi matarlo?

—El se lo buscó... También es tu culpa

—¡Cállate!, eres una escoria

—¿Quien lo acaba de asesinar?

—¡Cállate!, haré que te pudras en la cárcel seo changbin.

(...)

Sam abrió los ojos al darse cuenta de lo que estaba sucediendo. —¿Qué? ¿Quien mierda eres tú?

Jeongin se quitó la máscara con un movimiento brusco, revelando su rostro decidido. —No soy quien creías.— Era Lee Heeseung quien estaba detrás de la máscara de Foxy.

Sam retrocedió visiblemente impactado. —¿Dónde está Yang? —preguntó con desesperación.

Hyunjin sonrió al escuchar las palabras de Sam. —Lo mandé a hacer un trabajo muy especial —respondió con ironía.

Sam maldijo en voz baja y luego observó a Heeseung. —¡Tú!— sonrió, reconociéndolo de inmediato—. ¡Lo conozco! Estuvo en nuestra casa, Hyunjin, él...— no pudo terminar la frase cuando Heeseung disparó.

El sonido del arma resonó en la habitación, y Hyunjin quedó en shock, sus ojos abiertos como platos. El tiempo pareció detenerse mientras Sam caía al suelo, el eco del disparo todavía vibrando en el aire.

Finalmente, Hyunjin salió de su trance. Se acercó a Heeseung, tomándolo del chaleco antibalas. —¿Por qué lo hiciste?— exigió saber, su voz cargada de furia y confusión.

Heeseung mantuvo la mirada firme. —A eso vinimos, coronel. Deje de ser tan débil— respondió con una frialdad que helaba el ambiente.

Hyunjin apretó los dientes. —No se trata de debilidad, se trata de seguir órdenes— replicó, su tono más bajo pero lleno de intensidad.

Heeseung asintió, aunque su expresión no mostraba arrepentimiento. —Lo siento— dijo, casi como un susurro.

La mañana llegó y la escena cambió drásticamente. La fuerza militar y policial se encontraba sacando cadáveres y algunos restos del laboratorio clandestino. El caos de la noche anterior comenzaba a disiparse bajo la luz del día.

Fue en ese momento que Jeongin llegó corriendo, su corazón latiendo con fuerza. Sin pensarlo dos veces, abrazó a Hyunjin, quien le correspondió el abrazo con un alivio palpable.

—¿Estás bien?— preguntó Jeongin, mirándolo intensamente. Su preocupación era evidente.

Hyunjin asintió rápidamente. —Todo está bien— aseguró, aunque la realidad era más complicada de lo que quería admitir.

Jeongin suspiró aliviado, pero la inquietud seguía presente en sus ojos. —No quiero que nada malo te suceda— confesó, su voz temblando levemente.

Hyunjin lo observó con atención, buscando respuestas en el rostro de Jeongin. —¿Estás seguro de que todo está bien?— preguntó con suavidad.

Jeongin asintió una vez más, pero esta vez su mirada se desvió, como si las palabras no fueran suficientes para expresar lo que realmente sentía. La tensión entre ellos era palpable, un hilo invisible que los mantenía conectados incluso en medio del caos.

Mientras tanto, Heeseung se mantenía al margen, observando la interacción con una mezcla de curiosidad y desdén. Había algo en la forma en que Jeongin miraba a Hyunjin que le resultaba intrigante y molesto a la vez.

Hyunjin rompió el silencio. —Debemos salir de aquí— dijo con determinación. —No podemos quedarnos más tiempo.

Jeongin asintió, sintiendo que su corazón latía más rápido ante la perspectiva de lo que estaba por venir. Mientras se alejaban del lugar, el peso de lo sucedido comenzaba a hundirse en sus corazones; sabían que nada volvería a ser igual después de esa noche.

Hyunjin se acomodó en el sofá, sintiendo la calidez del cuerpo de Jeongin cerca del suyo. Habían pasado un mes desde que desmantelaron a Sam, un tiempo que había sido tanto de celebración como de dolor. La tensión entre ellos se había transformado en algo más profundo, y en ese momento, con sus labios juntos, el mundo exterior parecía desvanecerse.

El beso fue suave al principio, una exploración tímida que pronto se convirtió en una danza más intensa. Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad, sonriendo como si hubieran compartido un secreto.

—Voy a tomar una ducha —anunció Jeongin, su voz aún cargada de emoción.

Hyunjin asintió, sintiendo cómo la calidez del momento se desvanecía lentamente.

—Está bien, yo prepararé la cena —respondió, observando cómo Jeongin se levantaba y se dirigía al baño.

Mientras el sonido del agua comenzaba a fluir, Hyunjin se quedó en el sofá, disfrutando de la tranquilidad que había en su departamento. Pero esa paz fue efímera. Su teléfono sonó de repente, rompiendo el silencio. Con un suspiro, tomó el dispositivo y contestó.

—¿Oficial? Todo en orden? —preguntó, tratando de sonar despreocupado.

—Coronel Hwang… —la voz del oficial era grave—. Lamento informarle que su padre ha muerto.

El mundo de Hyunjin se detuvo por un instante. Las palabras resonaron en su mente como un eco aterrador.

—¿Qué? —frunció el ceño—. ¿Desde cuándo?

—Llevaba varios días muerto. El cadáver estaba bastante frío cuando lo encontraron.

Una oleada de confusión y dolor lo invadió. ¿No lo habían arrestado hace unos días?

—¿No estaba bajo custodia? —preguntó, casi sin aliento.

—No, coronel. No fue arrestado. Lo más probable es que haya sido un suicidio… dadas las circunstancias y los cargos que enfrentaría en prisión.

Las palabras lo golpearon con fuerza. Un nudo se formó en su garganta mientras asimilaba la noticia. La mezcla de rabia y tristeza lo abrumaba. Su padre había sido un hombre complicado, pero nunca había deseado esto para él.

—Gracias por informarme —dijo finalmente, su voz temblando ligeramente antes de colgar.

En ese momento de soledad y dolor, su teléfono volvió a sonar. Al ver el nombre en la pantalla, su corazón se hundió aún más. Era el comandante Bang. Con manos temblorosas, contestó rápidamente.

—Coronel Hwang, lamento llamarlo en sus días libres, pero hay algo que debe saber —la voz del comandante era seria—. Se trata del teniente Yang Jeongin.

El estómago de Hyunjin se revolvió. No podía soportar otra mala noticia.

—¿Qué sucede con Jeongin? —preguntó, la preocupación impregnando cada palabra.

Hemos recibido informes sobre una investigación en curso que involucra su nombre, bueno más que a él es su Alter de sicario...

—No lo entiendo comandante...

Hay un testigo que asegura que yang jeongin, está acusado del asesinato de su padre... Y que también estuvo a cargo del asesinato de Hwang Sam...

Hyunjin observó a como jeongin salía del baño observadolo con una sonrisa mientras sostenía un arma y hyunjin tomo su arma que se encontraba en la mesa apuntando la a Jeongin quien sonrió.

—¿Coronel?

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