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Prólogo.

Hay un niño llorando en el centro, muchas personas corriendo alrededor, todos están ahogándose por el miedo. Pero ellos siguen con lo mismo desde hace años, con sus bombas, sus tanques, sus armas. Ahora solo pueden escuchar el sonido de la violencia, que acalla al resto, deja sin voz a los inocentes.


Año 2005. Yeoncheon, Corea del sur, en cercanías de la frontera con Corea del norte.

A lo lejos se podía ver el sol saliendo, difuminado por humo gris y pequeñas partículas que se asemejaban al polvo, pero eran más peligrosas que este. El helicóptero se encontraba ya a baja altura, casi llegaban a su destino y se preparaba para descender por completo. Unas cinco personas estaban dentro, sin contar al piloto, dos de ellas con los ojos fijos en sus manos sobre el regazo, mientras el resto observaba la caótica escena que tenían debajo.

Dianne Curie deseaba tomar la mano de la mujer a su lado y transmitirle algo de ánimo, pero desde que llegaron a Seúl y las equiparon con el doctor Vaesken, este se dedicó a echarles miradas despectivas. A ella no le importaba demasiado lo que ese hombre pensara de su persona, sin embargo, Alice estaba sensible y lo menos que necesitaba ahora era a un homofóbico atacándola por ser consolada por su novia.

Así que, conteniendo su primer instinto de apresarla en sus brazos, la miró de reojo. Tenía puesto su traje de protección, y no podía verle bien la cara, pero de todas formas el aura que transmitía era pura tristeza. No podía ni imaginar el dolor que debe sentir al ver a su país en esas condiciones. Desde que les avisaron que estaban llegando a la zona del desastre, Alice no movió la vista fuera del helicóptero.

—Ya vamos a descender. Recuerden ser respetuosos y no hablar mucho, todos están tensos debido a esto —habla el embajador surcoreano que los acompañaba, girándose un poco desde su asiento de copiloto—. Si los militares deciden registrarlos, déjenles hacer su trabajo.

—Espero que ellos nos dejen hacer el nuestro —responde Vaesken, con un tono algo fuerte, mientras observa el círculo de soldados que rodeaba la zona de aterrizaje—. Puede ser su territorio, pero esto es de interés internacional.

El otro hombre asintió con cierta rigidez, regresando de inmediato la vista al frente. Dianne estuvo de acuerdo con Vaesken por primera vez en el día.

Hace alrededor de 36 horas se produjo una explosión en Yeoncheon, una ciudad cercana a la frontera de las dos Coreas, dejó a esta y otras dos ciudades sin electricidad; y levantó niveles de radiación que, si bien no eran tan altos, de todas formas, puso a los ojos del mundo sobre ellos. En especial cuando, horas después, ambos países envían un comunicado de guerra inminente, culpándose mutuamente por la explosión, declarando esta como un intento de ataque.

El gobierno surcoreano negaba tener algo que ver con la explosión, al igual que el de Corea del norte, y también se declaraba ajeno a lo que se realizaba en aquel lugar donde se asentaba una especie de laboratorio. El predio era demasiado grande como para que no supieran de su existencia.

Entonces las Naciones Unidas decide enviar a unos observadores de distintos países, para determinar qué sucedió, y así evitar el inicio de una guerra. Si se demuestra que el hecho fue ajeno a los gobiernos, podría caber la posibilidad de una mesa de diálogo entre las cancillerías, y el retiro de material bélico de la frontera.

—Aquí vamos —suspiró Dianne, cuando su medio de transporte al fin tocó tierra, posando cortamente la mano en un muslo de Alice.

Eso despertó a la castaña de sus pensamientos, y al fin miró hacia arriba. Temblando como una hoja de papel, Alice Lee tomó el maletín que traía con ella y salió del helicóptero, agradeciendo llevar puesto un traje protector, pues la contaminación incluso se podía ver.

—General Kim Hyunseok —se adelanta un hombre, con su mascarilla en la barbilla y una mirada filosa, y hace su típico saludo militar mientras se presenta—. Por favor, identifíquense para el registro.

Otro soldado, que parecía de menor rango, se acercó a ellos con una libreta y bolígrafo en mano. Este sí llevaba puesto su mascarilla, al igual que unas gafas protectoras. Se le notaba algo nervioso.

—Las doctoras Dianne Curie y Alice Lee —señala el embajador, mientras ambas levantan sus identificaciones—, y el doctor Leo Vaesken.

Tras varias revisiones y miradas intranquilas por parte de todos, al fin pueden avanzar, en fila india tras el embajador. Ahora tocaba tomar otro transporte, una camioneta, para llegar hasta la zona donde ocurrió todo.

Debían examinar el terreno, y también registrar el edificio, algo que ya hicieron otros pares suyos, pero enviaron al menos cuatro grupos para rastrillar la zona y estar seguros de no pasar nada por alto.

—Es un lugar enorme —dijo Dianne una vez estuvieron en la puerta, la mitad estaba destruida, donde se veía que se provocó la explosión, mientras que la otra parecía sacada de una película de terror. De igual forma, la parte que se mantenía en pie y debían revisar, era muy grande, tardarían demasiado—, deberíamos dividirnos.

Alice se giró de inmediato al oír eso, bajando su medidor de radiación para mirar a Dianne, y esta solo le guiñó un ojo con discreción.

—Usted vaya con el embajador por ese lado, nosotras iremos por allá —indicó, sonriendo tranquila, y sin esperar quejas, tomó la mano de Lee para comenzar a caminar.

—¡Recuerde que no puede llevarse nada! —el grito desesperado del embajador quedó muy atrás.

Una vez dentro del edificio, tuvieron que encender linternas para alumbrar su camino, porque la luz de día que se colaba no era suficiente. La tensión seguía latente, pesando en los hombros de Dianne, y además odiaba estar callada durante tanto tiempo.

—¿Crees que encontremos algo diferente a los otros equipos? —pregunta de pronto, mientras mira unos papeles en el suelo que, a decir verdad, no entendía, pues el coreano no era su fuerte—. Ya somos el tercer enviado, y los anteriores no encontraron demasiado.

—Si te detuvieras a fijarte mejor, claro que sí —murmura Alice, registrando unos cajones con minuciosidad.

—Okay, la tercera es la vencida, o algo así.

Deja los papeles a un lado, para suspirar por milésima vez en las últimas horas.

—Veamos qué pistas nos habrán plantado esta vez —añadió Curie, levantándose para girar en la habitación donde estaban.

Ese comentario causa que la otra mujer se detenga, con los hombros encuadrados.

—¿A qué te refieres?

—Ah, nena, ya lo sabes. Dejaron que investigadores internacionales entraran casi veinticuatro horas después de todo, muchas cosas se pueden alterar o esconder en ese tiempo. Además, el segundo grupo encontró cosas que antes no estaban ahí, por lo que puedo decir que... no me creo nada de lo que dicen, y tampoco creo que esto sea de ayuda si no nos dejan hacer las cosas como se debe. Esto parece una estúpida búsqueda del tesoro —finaliza levantando las cejas, algo roja después de haber soltado todo de sopetón. Llevaba tiempo guardándose eso.

Los segundos pasan, y Dianne ya sabe que la jodió. Espera paciente el contraataque de Alice, y su castigo por haberle dicho, prácticamente, que la mierda de su país no tiene solución.

—¡¿Nena?! ¿Me acabas de llamar nena, Dianne Curie? ¡Soy mayor que tú! —es lo único que sale de la boca de Alice en primera instancia, con su mirada llameante por lo ofendida que estaba.

—¿Eso es lo único que escuchaste?

—Escuché todo, pero antes que nada no podía permitirte faltarme el respeto de esa manera —recrimina, y aprieta los labios al ver el asomo de una sonrisa en el rostro de Dianne—. Y sé que prácticamente todo esto ya fue adulterado, no soy ingenua. Pero de todas formas voy a esmerarme en encontrar algo que pasaron por alto.

Da un paso al frente, levantando la barbilla para enfrentar a la de pelo oscuro que le miraba con una mini sonrisa.

—Porque soy Alice Lee, y tarde o temprano yo siempre lo descubro todo.

Un suspiro más por parte de Curie, pero este es más emoción que otra cosa.

—Claro, pero hace años tú no descubriste mis sentimientos por ti, eh. Esa vez te gané.

Lee gira los ojos, pasando de largo junto a la mujer mientras soportaba la risa.

—Por supuesto que lo sabía, otra cosa era corresponderlos.

—¿Qué?

Alice hizo caso omiso a los siguientes dos minutos de queja por parte de su pareja. enfocándose más en registrar cada centímetro de la habitación en la que se encontraban. Debido al impacto de la explosión junto al edificio, todo se había salido de su lugar, y aunque los grupos anteriores intentaron ordenar un poco, las cosas no estaban en su posición original, por lo que era difícil comprender algunas notas que encontraba.

Leyendo las primeras palabras en cada párrafo, hizo un barrido rápido de información, no encontrando nada que pareciera redundante; eso explicaba por qué no se llevaron aquellos papeles. Suspiró por lo bajo, intentando mantener a raya su frustración, debía trabajar tranquila para no dejar pasar algo por alto.

—Oye, cariño, ¿me ayudas a abrir esto?

Dianne estaba apartando algunos cajones de un sector al otro lado del cuarto, y luego retiró la alfombra, dejando ver lo que parecía un compartimiento escondido en el suelo. La madera era un tono más claro en ese cuadrado no más de treinta centímetros en cada lado. Ante esto, la otra mujer sonrió de lado mientras se acercaba.

—Estoy aliviada, fue útil traerte después de todo —bromea, sujetando con suavidad el mentón de la castaña por unos segundos.

Esta solo rodó los ojos bufando.

—Yo lo descubro todo —la imitó en venganza, causando que ambas rieran.

A Alice le tomó unos segundos hallar una forma de abrir el compartimiento, y una vez lo hizo se encontraron una caja fuerte pequeña. Tal vez no era tan gruesa, pero de todas formas no tenían forma de abrirla allí.

—Ay, por favor, como si fuera que esconden el secreto del universo —Tan pronto como Dianne terminó su queja, se escucharon unos disparos en el exterior del edificio.

En consecuencia, ambas mujeres se acercaron una a la otra, y tras compartir una corta mirada, tomaron sus cosas junto con la caja fuerte. Corrieron por el pasillo que usaron anteriormente, alejándose de las ventanas e intentando contactar con el embajador y Vaesken a través del comunicador.

—¡Doctora Lee! —un susurro las hizo girar antes de tomar el camino hacia la entrada, el embajador estaba allí—. Debemos subir a la terraza, el helicóptero está viniendo.

El estruendo de la puerta principal rompiéndose provocó que el cuarteto acelerara su paso en las escaleras.

—¿Qué pasa? ¿Qué es todo esto? —pregunta Dianne, jadeando un poco mientras se apresura al pasar junto a un gran ventanal.

El embajador no responde, en su lugar solo se coloca tras ambas mujeres, asegurándose de que mantengan el paso y no resultaran heridas. Estaba pálido, y sudando mucho bajo el traje protector.

Vaesken, quien encabezaba el grupo, se giró al momento en que llegaron al quinto piso y cerraron la puerta que daba a las escaleras. Todavía se escuchaban gritos y disparos, además de que más personas ingresaban al edificio.

—Sí, ¿qué hizo tu gobierno que los norcoreanos decidieron venir a arrasar con todos? —escupe con furia contenida.

—Oiga... —se queja Alice, levantando una mano hacia él para mantenerlo a raya, pues se había acercado un poco al otro hombre.

HyukMin, el embajador, quien apenas podía respirar, parecía estar a punto de largarse a llorar en una esquina.

—Mi coreano no es tan bueno, pero entendí algo de la llamada que tuvo allí abajo —reveló Vaesken, encendiendo la preocupación de las doctoras —. Dijeron que los norcoreanos cruzaron la frontera como respuesta al ataque, ¿qué ataque? Porque no suena lógico que apenas reaccionen a lo que pasó ayer, cuando ya había un puto acuerdo de cese al fuego mientras se hiciera la investigación.

El hombre abrió la boca para responder, pero en ese momento su comunicador se activó, informándoles que el helicóptero estaba cerca del edificio y ya debían salir a la terraza.

— ¡Por favor responda, señor Cha! —gritó su coterránea, quien se aferraba a la caja fuerte como si su vida dependiera de ello, pero nadie había notado eso.

Dejando de prácticamente correr hacia la última puerta que los separaba del exterior, HyukMin volteó a verlos con una expresión que decía a gritos que lo sentía.

¿Por qué atacaron la frontera a sabiendas de que eso provocaría un desastre? Ya lo habíamos acordado, señor Cha, la investigación era para evitar la guerra —Alice comenzó a soltar lágrimas mientras lo reñía en su idioma natal.

Atacar la frontera... ¡Eso lo hicieron ellos en primer lugar al hacer esto! —respondió, haciendo un gesto hacia su alrededor—. Esto no lo hizo el gobierno de Corea del sur, la única respuesta es que ellos invadieron el territorio primero, y estuvieron todo este tiempo planeando...

—¡Eso no es excusa para exponer al peligro a cientos de familias que viven a la redonda!

—¡Y también nos expuso a nosotros! —añade Vaesken, crispado y colorado hasta el cuero cabelludo—. ¿Qué planeaban al provocar esto mientras estábamos aquí?

El sonido del helicóptero afuera se unió al concierto de violencia más abajo, a Dianne le dieron ganas de empujar a un lado al embajador, tomar a Alice y simplemente correr en busca de su única salida. Pero no podía hacerlo mientras veía el deseo de respuestas en el otro de la otra.

—El asesinato de figuras internacionales obligaría a las Naciones Unidas a imponer sanciones —murmura al fin.

Los tres claramente sintieron la furia fluir por sus venas, pero el hecho de que varias personas se acercaban cada vez más a través de las escaleras, los obligó a lanzar eso a un lado y avanzar. El ruido de los disparos y gritos de dolor era mayor allí, incluso estado varios pisos arriba. Dos helicópteros se encontraban allí, en uno de ellos al menos tres militares disparaban a diestra y siniestra, el otro esperaba a ser abordado.

Una vez estuvieron dentro, ignorando las múltiples disculpas del embajador, observaron a la masa de soldados que luchaban frente al edificio. Un nudo se le formó en la garganta a Alice, no podía creer que su propio gobierno los había expuesto a esto.

Apenas se habían alejado de la zona, recibiendo unos pocos balazos, cuando algo más impactó, esta vez contra las astas del helicóptero.

—Mierda —se quejó Dianne antes de saltar a abrazar a Alice, quien estaba a su lado.

No sabría decir cuánto tiempo tomó que el aparato diera una sacudida, chocara contra unos árboles y finalmente cayera hacia una plantación de arroz. El trío de doctores que se hallaban adentro solo cerraron sus ojos esperando lo peor, pero cuando volvieron a abrirlos, notaron que no resultaron tan heridos.

—Salgamos de aquí —gruñó Vaesken mientras se arrastraba fuera del helicóptero, sujetando un pequeño celular—. Ahora solo confiemos en el grupo de soldados de la ONU.

El piloto muerto quedó atrás, al igual que un atontado Hyukmin. Alice era ayudada por su pareja para caminar, todavía abrazando la caja fuerte a su pecho, incluso cuando parecía que no estaba tan en sí misma en ese momento.

—¿Tienen la ubicación? Entonces vengan ya, idiotas. Estos inútiles planean matarnos —las quejas de Vaesken se escuchaban lejanas. Lo veía borroso, pero todo su rostro estaba rojo, la sangre de la herida en su cabeza manchaba hasta el cuello de su camisa. Lanzó su casco protector mientras comenzaba a lanzar blasfemias en su idioma.

¿En qué momento Dianne la ayudó a sacarse su casco, por cierto? No lo recordaba, pero se alegraba de que haya sido así, ahora podía respirar hondo.

—Cariño —la suave voz de Curie le hizo girar la cabeza —, tu brazo está herido. Dame eso, ¿sí? Ya ni siquiera vale la pena llevarla.

Intentó sacarle la caja, pero solo consiguió que se aferrara todavía más a ella.

—Déjala —sollozó, el sabor metálico de la sangre inundaba su boca —. No la toques.

No había forma de lograr que la suelte, por lo que solo se dedicaron a avanzar lo más rápido que podían entre los árboles y plantas. Hasta que se encontraron con un pequeño pueblo, donde las personas se movían asustadas de un lado a otro. Varios camiones de las Naciones Unidas habían llegado, y las obligaban a dejar sus hogares para ir a un lugar seguro.

La escena de desesperación provocó que Alice realmente comenzara a llorar, quedó estancada en medio de la calle, y una avalancha de gente apartó a Dianne de su lado. Todavía abrazándose a lo que ella había considerado un pedacito de esperanza, terminó cayendo de rodillas.

Se suponía que aceptó hacer esto para evitar una guerra, para evitar que esas personas resultaran heridas. La única razón por la que aceptó dejar la bonita casa de campo de Dianne en el sur de Francia, y todo había sido un fracaso. Incluso si no había sido su culpa, estaba tan avergonzada que deseaba morirse allí mismo.

Alguien cayó justo frente a ella, pero no alzó la vista para verlo, ni hizo el amago de ayudarlo hasta que lo escuchó llorar.

¡Mamá! —el niño que ni siquiera parecía tener cinco años estaba siendo golpeado por varios pies —. ¡Mamá!

Sus ojos eran grandes, brillantes por las lágrimas que caían por sus sucias y rojizas mejillas. Cuando ambos hicieron contacto visual, fue como si el mundo se detuviera en ese instante. Un calor se extendió por el pecho de Alice, haciendo que moviera su cuerpo hacia el del niño para intentar protegerlo de los golpes.

Tranquilo —habló, temblorosa. Era un poco tonto pedirle que se tranquilizara cuando ni siquiera ella estaba tranquila, pero solo quería que él dejara de llorar y sufrir —. Todo va a estar bien, ¿sí?

Como pudo, llevando la caja bajo su brazo derecho, Alice se esforzó por levantarlo con el izquierdo. El pequeño solo se aferró a su cuello, sollozando contra su hombro.

Cuando volvió a encontrar a Dianne, ella suspiró de alivio, pero una expresión de desconcierto llegó a su rostro al ver al niño. No dijo nada cuando Alice lo subió al camión con ellos.

Tampoco dijo algo cuando comenzó a llenar papeles, y la invitó a hacerlo también. Incluso si en algún momento quiso negarse, tomarla del brazo e irse lejos de él.

Le tomó un buen tiempo, incluso luego de dejar Corea en compañía de su ahora hijo, sentirse feliz por haber cerrado la boca todas esas veces.

Porque, aunque nunca estuvo en sus planes dejar sus bonitas vacaciones en Francia para unirse a una investigación al otro lado del mundo, y tampoco planeaba ser madre alguna vez, toda esa serie de eventos la llevaron a ser lo que era.

Una mujer que se hallaba mirando a su esposa enseñarle a hablar en inglés al pequeño e indefenso niño que tenía en sus piernas, en medio de la sala de su nuevo hogar. Este era algo callado con Dianne, y no tan afectivo como lo era con Alice, pero de todas formas lograba que algo aleteara en su pecho y se atascara en su garganta cada vez que lo veía.

Y es que lo amaba. Amaba a su pequeño hijo, amaba a Alice y a Artemis como si su vida dependiera de eso; y se dedicaría hasta el día de su muerte a protegerlos, a toda costa.

**escena extra**

—¿En serio me estás confiando cuidarlo? Soy un desastre con esto, y mi coreano es horrible —Dianne le murmuró con nerviosismo, se hallaban en la puerta de la sala, viendo a Artemis colorear en la mesa.

—Ya maneja inglés básico, si necesita comer o ir al baño, va a explicártelo bien. Solo serán unas horas, necesito ir a trabajar, Curie.

La castaña soltó un suspiro, llevando un cabeza hacia atrás unos segundos antes de asentir.

—Está bien. Haré mi mejor esfuerzo.

Apenas terminó de hablar, y su esposa se lanzó a besarla suavemente. Ambas sonrieron al separarse.

—Eso es más que suficiente.

Luego de despedirse con un sonoro beso de Artemis, al fin pudo dirigirse a su laboratorio. Hasta ahora, había puesto su trabajo en pausa para sanarse después de lo sucedido en Corea, y también para cuidar de su hijo, pero ya era hora de volver al trabajo.

Tenía algo que no podía seguir posponiendo.

Una caja fuerte abollada se encontraba en el suelo, y en la mesa, docenas de papeles esparcidos. Algunos llenos de números, otros con anotaciones, y algunos parecían ser planos. Alice los observaba con los ojos brillantes y temblorosos.

— ¿Qué es esto? —murmuró, sin saber que lo que tenía enfrente se convertiría en su mayor obsesión los siguientes años.

Y que, con su eventual éxito, la llevaría a la muerte. 

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