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Thalassia

—Y-Yo no puedo seguir con esto. ¡ME CANSÉ, HYUNGWON! ¡ME CANSÉ!

La voz de Takumi se quiebra, desgarrando el aire entre nosotros, como si cada palabra estuviera desgarrando el hilo invisible que aún nos mantenía unidos. De sus ojos caen lágrimas gruesas, las mismas que me acostumbré a mirar todos los días después de una discusión. Sé que cada una lleva consigo todo el resentimiento y la frustración acumulados. Mientras escucho sus palabras de desprecio y odio, completamente fundadas, pienso en el boleto de avión guardado en el bolsillo de mi abrigo, arrugado de tanto doblarlo y desdoblarlo en mis manos temblorosas.

La ruptura del noviazgo más largo que he tenido, de apenas un año, debería traerme tristeza y pena, pero solo puedo pensar en la tranquilidad. El alivio que me inunda es casi una traición, un susurro que me promete libertad, pero que no puedo admitir en voz alta. El tiempo que solía desperdiciar para hablar con... Takumi, ahora puedo utilizarlo para concentrarme en la investigación de la civilización Thalassia. Allí, en las profundidades del océano, en las ruinas sumergidas, es donde realmente siento que pertenezco.

—Lo siento mucho, Takumi —miento y decido que es mejor no mirarla a la cara. Ella es tan hermosa como inteligente, sé que si la miro a los ojos ella sabrá que estoy mintiendo—. Te quiero mucho pero no es suficiente para ti. Mi prioridad es mi trabajo y...

—Lo sé —dice ella, casi en un susurro que me cuesta entender por los sollozos que la acompañan, apretando las manos en su taza de café. Sus dedos pálidos contrastan con la cerámica oscura, en un intento por aferrarse a algo para no desmoronarse ante mí—. El mundo entero es más importante que yo. No puedo seguir perdiendo mi tiempo. Es hora que terminemos con esto.

Las palabras finales se sienten como un veredicto frío y definitivo, como el golpe seco de un martillo. Ella no espera mi respuesta. Toma su bolso, se pone de pie y se marcha sin mirarme con pasos rápidos y seguros. Las despedidas nunca han sido mi parte favorita, pero no hay nada más que decir. El café japonés que elegí es perfecto, su sabor amargo encaja con la sensación agridulce que me queda en la boca, y decido quedarme un poco más de tiempo, solo, mientras hago un repaso mental de mi itinerario de viaje.

Primero, tomar el vuelo de regreso a Corea, desde Seúl tomar un tren a Pohang. Una vez ahí, subir al ferry que me llevará a Ulleungdo y finalmente encontrarme con mi equipo y el barco a Dokdo. Las palabras de Takumi siguen resonando en mi cabeza, pero se mezclan con la emoción que empieza a crecer en mi pecho. El viaje se siente como una nueva vida, un escape hacia algo que me hace sentir vivo de verdad.

Con una sonrisa que no puedo controlar y la emoción corriendo por mis venas, me levanto y salgo hacia mi siguiente parada. El viento frío de la tarde me golpea el rostro, pero no me molesto en ajustar mi abrigo. No miro hacia atrás, ni por un momento. Desde pequeño he sentido que mi lugar está donde la historia, en los misterios que esperan ser descubiertos. Aquí y allá. No importa cuántos corazones deje atrás.

Una noche y dieciséis horas después, mis pulmones se llenan del aire fresco y húmedo de Dokdo, una pequeña isla casi solitaria, aislada del mundo. El lugar perfecto para esconder secretos bajo miles de metros de agua, donde el mar guarda historias que nadie se atreve a contar.

—En media hora partiremos, ¿necesita más tiempo? —pregunta el piloto del submarino, su voz suena como un murmullo en la bruma matinal.
Sacudo la cabeza, porque no hay nada que desee más que estar dentro del agua, rodeado por el manto frío y oscuro del océano.

—No. Ya he desperdiciado suficiente —susurro, inclinándome para sumergir los dedos en el agua. Está fría, casi helada, pero tranquila, como si fuera imposible perturbar la calma del mar.

—¿Won? ¿Hablaste con los ciudadanos? —La voz de Minhyuk me llega agitada, interrumpiendo el momento. Se acerca corriendo y no necesito mirarlo para saber que algo no anda bien; basta con el ritmo acelerado de su aliento para inuirlo.

El piloto se retira en silencio, murmurando algo que no escucho ni me interesa. Hace tiempo que aprendí a ir en contra de las opiniones de quienes me rodean. Mi rumbo lo trazo yo, y nada ni nadie puede desviarme de él.

—¿Hay algo que me interese saber? Ya tengo la información necesaria —le respondo sin dejar de mirar la pequeña luz azul que parpadea bajo el agua, entre unas piedras lisas. Se mueve lentamente hacia el fondo, y mi mente repasa la lista de criaturas bioluminiscentes conocidas. Pero ninguna de ellas tiene ese tamaño. ¿Cuántos misterios más esconden estas aguas? ¿Con qué sorpresas me encontraré hoy

—Hoy, mientras compraba provisiones, me encontré con una anciana —comienza Minhyuk, acercándose hasta casi rozarme. Su perfume dulce y empalagoso me rodea, mareándome por un instante—. Me preguntó por qué estábamos aquí. Le conté, y ella me advirtió que podríamos estar cometiendo un error al aventurarnos en esas aguas. Thalassia no es solo una civilización perdida; allí también habitaban...

—Sirenas —lo interrumpo, completando la frase

Minhyuk guarda silencio por unos segundos, sorprendido.

—Sí...

—Hay muchas ciudades escondidas entre arrecifes o montañas, ¿por qué crees que elegí este lugar? —le pregunto, poniéndome de pie y encontrando su mirada, fija y titubeante.

El buceador desvía la mirada y encoge los hombres recordándome a un niño que ha sido sorprendido distraído en clase y ahora debe responder una pregunta difícil. Es curioso cómo a veces las personas olvidan lo que es realmente importante

—Por la historia... —murmura. Puedo sentir la inseguridad en cada palabra.

Sonrío. Cuatro años trabajando conmigo, y aún no comprende el verdadero propósito de mi búsqueda. Inhalo profundamente el aire salado y dejo que el suspiro se pierda en la brisa fría. Cierro mi chaqueta y palmeo su hombro antes de volver al campamento, mis pasos resonando sobre la arena húmeda.


El avance de la tecnología y la industria me han otorgado ventajas que antes parecían imposibles. Sin el financiamiento de empresarios japoneses y de millonarios amantes de la historia, jamás habría podido llevar a cabo investigaciones a más de 10,000 metros de profundidad. Es fascinante ver cómo la luz se desvanece lentamente a medida que descendemos. Las corrientes se tornan misteriosas, y mi corazón late con fuerza, impulsado por la emoción. No hay nada en el mundo que me cause más placer que explorar ruinas sumergidas a miles de metros bajo el océano, donde el tiempo parece haberse detenido y la historia susurra desde las sombras.

El agua me envuelve, y para mi sorpresa, no hay corriente alguna. Es como si el océano mismo estuviera conteniendo el aliento, y por un instante, siento que el tiempo y el espacio han quedado suspendidos. Frente a mí aparecen los primeros vestigios de las ruinas, y levanto la cámara que cuelga de mi cuello, buscando capturar cada detalle. Cada fotografía que tomo es más impresionante que la anterior, pero ninguna hace justicia a la verdadera magnificencia del lugar. Nado hacia las torres destruidas, deseando poder tocar las piedras con las yemas de mis dedos, como si al hacerlo, pudiera conectar con las almas que una vez habitaron aquí.

—Hermoso. Tal como lo imaginé.

Las pocas imágenes que existen en internet, las leyendas contadas y recortadas por el tiempo, no se comparan con la majestuosidad que tengo ante mis ojos. Pero para eso estoy aquí: para documentar la verdad, para mostrar al mundo lo que ha estado escondido bajo la superficie.

Minhyuk se acerca por mi lado derecho y me indica con señas que el videógrafo ya está registrando cada momento de la expedición. Sobre su hombro veo al cartógrafo tomando notas minuciosas para los futuros mapeos. Todo está marchando según el plan, y ahora es mi turno. Me despido de Minhyuk y me adentro en las profundidades de los escombros de lo que alguna vez fue un coliseo. Las historias de mi abuela sobre las sirenas de Thalassia resuenan en mi mente, y mi mirada busca, casi desesperada, alguna pista que me conduzca a ellas.

A medida que avanzo, descubro inscripciones talladas en piedra. Es sorprendentemente fácil descifrarlas gracias a la precisión con la que están hechas, como si las criaturas que las esculpieron hubieran querido asegurarse de que su legado perdurara para siempre. Las imágenes muestran a seres hermosos con torso humano y cola de pez; sirenas que se erguían con elegancia y fuerza. Las coronas sobre sus cabezas sugieren lo veneradas que fueron por los Thalassianos, pero no me basta. Unos simples dibujos en piedra no serán suficientes para demostrar al mundo el verdadero rostro de los reyes del océano. Necesito algo más, una prueba irrefutable de su existencia.

Y como si mis ruegos hubieran sido escuchados, encuentro lo que ni siquiera sabía que estaba buscando.

Detrás de unas rocas altísimas y transparentes, similares al cuarzo, emerge una estatua monumental. Un tritón, tallado con un detalle tan asombroso que casi parece estar vivo. Conforme me acerco, mis ojos absorben cada línea, cada curva perfecta de la estructura, pero lo que realmente me deja sin aliento es el material del que está hecha. No es piedra ni metal, al menos no como los conocemos. Es algo diferente, algo que refleja la luz de una manera extraña y seductora, como si al mirarlo, pudiera ver fragmentos de una historia antigua que se niega a desaparecer.

Levanto mi mano, hipnotizado por la mirada inquietante, y trazo con mis dedos la belleza irreal de su rostro. Sus ojos turquesa, que me recuerdan a las aguas de un arrecife, me atrapan y me sumerjo en una inmensidad oscura que me rodea por completo. El sonido de las burbujas se desvanece y, en su lugar, un susurro bajo y extraño crece. Quiero ignorarlo y concentrarme en inspeccionar la estatua, pero el susurro incrementa hasta transformarse en un murmullo más claro.

A lo lejos, como si estuviera en medio de un túnel, los escucho. Son gritos, desesperados y desgarradores que se mezclan con el rumor de las olas y el eco de las voces ahogadas. En un canto que refleja la oscuridad y el dolor. Cientos de manos salen de las paredes oscuras e intentan acercarse a mí, tomarme y quizás, llevarme con ellos. Los gritos que se entrelazan con el sonido de las corrientes, hacen mi pecho vibrar y mi piel se eriza. Un frío que parece escapar de la oscuridad. No puedo moverme, pero tampoco me hundo. Permanezco ahí escuchando y viendo las manos herirse mientras intentan aferrarse al suelo, a una arena que se suelta tan pronto la tocan.

Entonces recuerdo a la estatua y levanto la mirada, ahí está. Al final del túnel. Cuando mis ojos se encuentran con los de la figura, mis pulmones se oprimen y siento que el aire me falta, como si el agua se filtrara lentamente en mi traje. Las caras de las personas ahogándose aparecen fugazmente en mi mente, sus bocas permanecen abiertas en un grito silencioso, sus ojos llenos de terror. Intento apartar la mirada, pero no puedo. La estatua me sostiene, susurrándome al oído en un idioma que no comprendo.

Las corrientes alrededor de la figura empiezan a girar, creando remolinos que tiran de mí, arrastrándome hacia ese abismo de voces pérdidas y oscuridad absoluta. Lucho, moviendo las piernas e impulsándome hacia arriba. Y en ese momento, cuando parece que me quedo sin fuerzas, escucho un último grito, uno que suena extrañamente familiar, como si se tratara de mi propia voz.

Cierro los ojos y dejo que el remolino me arrastre. Todo el aire escapa de mis pulmones, y cuando estoy a punto de rendirme, una mano se cierra con fuerza alrededor de mi brazo. Abro los ojos de golpe. Es Minhyuk

La luz de su linterna me ciega por un instante, y la aparto de un manotazo. Lo primero que aprecio son sus ojos más abiertos de lo habitual, las cejas arqueadas por la preocupación. Golpeo el costado de mi máscara de oxígeno y activo el micrófono.

—Estoy bien —digo, pero no lo estoy. Poco a poco, mis pulmones se llenan de aire y un cansancio abrumador me recorre. La mano de Minhyuk me abandona tan pronto respondo, pero señala la estatua—. Hay que llevarla.

Veo a Minhyuk avanzar hacia la estatua, nadando con precaución, como si hubiera visto lo que experimenté. Pero él es así, le teme a lo conocido y desconocido. Me quedo atrás, atrapado en un momento de dudas. Las voces han cesado, las manos desaparecieron, pero la sensación de que algo me observa, acechando entre la oscuridad, persiste. Miro a mi alrededor, buscando señales de aquellas manos y sombras, pero no hay nada más que el reflejo pálido de nuestras linternas en el agua.

—Hay que traer el equipo para programar la extracción —digo a través de la radio mientras avanzo hacia mi compañero.

Conforme me acerco a la estatua, algo me resulta distinto. La expresión en su rostro cambió. Es sutil, apenas un movimiento en la curvatura de los labios, pero ahora pareciera que sonríe. Una sonrisa vaga y burlona que antes no había o no noté. Mis pulmones se tensan y la sensación de asfixia vuelve, pero rápidamente aparto la mirada de la figura. Minhyuk ya no está a mi lado, ahora rodea a la estatua llenándola de flashes y halagos a su belleza única y enigmática.

—Tenemos que llevarla al museo.

Asiento, aunque algo en mi interior me suplica detenerme. Siento que la estatua pertenece al océano, que sacarla de allí será un error. Sin embargo, al volver a mirar el rostro del tritón noto que su expresión ha cambiado. La sonrisa burlona se ha desvanecido y sus ojos han perdido todo color y vida.

—¡Es una maravilla! —John, el cartógrafo que me acompaña desde mi primera expedición, se acerca y me muestra su pulgar en señal de aprobación—. Una vez más, no te equivocaste.

Su halago me arranca una sonrisa, disipando esa incómoda sensación de ser observado. El reconocimiento en realidad me es indiferente; mi propósito no se basa en los millones que ganaré por haber encontrado la estatua de un auténtico tritón. Mi objetivo es otro: contar la verdadera historia, demostrar que incluso la ciencia puede equivocarse.

Mis pensamientos se ven interrumpidos por el sonido del metal y por la cantidad de sombras que llenan mi alrededor. Pronto me doy cuenta de que se trata de mi equipo haciendo su trabajo, siguiendo indicaciones que saben de memoria y que no me molestaré en repetir. Recibo el control de un joven pelirrojo y espero a que fijen el arnés alrededor de la estatua. El ruido del metal contra la piedra resuena bajo el agua cuando Minhyuk cierra los seguros y un remolino de arena se forma en la base del tritón, creando una cortina opaca que nos envuelve por un momento. Entonces lo veo. Apenas una sombra, un movimiento rápido que se desvanece en la oscuridad. Mi corazón se detiene por un instante, recordando el espejismo de hace unos minutos.

—Listo. Vamos —escucho a través de la radio y no soy capaz de identificarla. Es una voz clara y firme que resuena en mis oídos.

Intento responder, pero mi cuerpo parece haberse congelado con esa voz. Inhalo profundamente y muevo mi mano para buscar el control del arnés que se aleja flotando. Las corrientes regresan. Se sienten más fuertes, más frías, girando alrededor de mí como si una fuerza invisible tratara de impedirme avanzar. La cuerda tensada del arnés se sacude, y por un momento, la estatua se resiste, rehusándose a moverse.

—Minhyuk, espera... —consigo decir finalmente. Me sorprendo de lo irreconocible que suena mi voz; rota, angustiada, desconocida.

—¿Qué pasa? —pregunta John, que está a mi lado.

La cuerda sigue jalando, pero antes de que pueda impedirlo, las corrientes se intensifican. La cuerda del arnés se tensa de golpe. La estatua se inclina hacia adelante y contento el aliento, temeroso de que se rompa. Un rugido sordo, como el retumbar de una tormenta a la distancia, llena mis oídos, y me doy cuenta de que proviene de la estatua. Los remolinos crecen, envolviéndome en una espiral que oscurece la poca luz que hay y es difícil ver a mis compañeros.

De pronto, una mano se cierra en mi muñeca y me tira hacia abajo. Al bajar la mirada, ahí están de nuevo, las manos negras emergiendo de la arena, aferrándose a mis piernas, a mis brazos, intentando arrastrarme a la oscuridad. Grito, pero nadie me escucha, mi voz se desvanece en el rugido creciente. Con todas mis fuerzas, golpeo y pateo el agua, tratando de liberarme, pero las manos no ceden, al contrario, me aprietan con más fuerza que muerdo mis labios del dolor. Y entonces lo veo: el tritón me observa desde el centro del remolino moviendo su majestuosa cola. Sus ojos turquesas brillando intensamente, hipnóticos, como si me invitara a ceder, a abandonar mi lucha e ir con él.

"Ven conmigo" me dice en un susurro, tan claro como una voz humana, cálida y gentil. Pero sé que solo es un engaño, promesas oscuras. El cansancio que había sentido antes regresa con una ferocidad abrumadora y por un momento, todo se detiene. El dolor de las manos apretándome y jalándome desaparece y la tentación de dejarme llevar es casi acogedora.

—¡NO! —exclamo con firmeza.

Mis palabras cobran valor, algo cambia. Una luz. Un destello cálido y brillante que atraviesa la oscuridad, como un rayo de sol que emerge entre las nubes. Abro mis ojos hacia el origen, y ahí está Minhyuk iluminando mi rostro con una pequeña linterna y apartando las penumbras.

Estoy en la superficie, reconozco el aire frío y salado llenando mis pulmones como nunca antes, recordándome que estoy vivo. La piel de mis piernas arden donde tocaron las manos y no me atrevo a mirar.

—¿Estás bien? Asustaste a todo el equipo —Jooheon me ayuda a sentar y logro ver las lágrimas acumuladas en las esquinas de sus ojos y me pregunto; El día que muera, ¿alguien llorará por mí?

—Lo siento, me emocioné y olvidé tomar oxígeno —mentir es una habilidad que he desarrollado magníficamente.

—No lo vuelvas a hacer —bromea Minhyuk, pasándome una toalla—. ¿A qué loco seguiremos si no estás?

Sonrío porque no tengo nada que decir, mi mente no termina de comprender lo que ha pasado. Solo puedo decir que es una ilusión. No puedo evitar echar una mirada hacia abajo, esperando ver las sombras.

Y aunque no están ahí, siento que algo, alguien, me observa desde las profundidades, esperando pacientemente a que regrese.

Ahora sé que no todos los misterios deben descubrirse; algunos están ahí para recordarnos que existen límites que no deben cruzarse, zonas donde la realidad y el horror se tocan. Pero ya es tarde para mí. Puedo sentirlo, como un frío en la base de mi nuca, como una sombra que nunca me dejará en paz. Tal vez algún día logre escapar de este abismo... O tal vez el mar siempre me estará esperando.

Holaaa🤗🤗
Después de un tiempo he vuelto, pero esta vez con un cuento de Halloween 🧜🏻‍♂️Aunque en mi ciudad no se celebre, a mí me gustan los relatos de terror.
Espero que les guste 🤭 Es mi primera vez escribiendo este género, aunque practicaré para mejorar y hacer algo mejor en las siguientes semanas.

Lxs quiero💙
Bye, bye

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