8
Aang
El vuelo a Haití desde Brasil debería de tardar unas ocho a diez horas en mi Boeing C-17 ―uno de los tres aviones militares que poseo―, lo suficientemente grande para llevar a todos mis hombres y el equipamiento para esta misión.
Todo el mundo, yo incluido, está equipado con lo último en material de combate. Tenemos chalecos antibalas y resistentes al fuego y vamos completamente armados con rifles de asalto, granadas y explosivos. A lo mejor es un tanto excesivo, pero no me la juego con la vida de mis hombres. Que me guste el peligro no quiere decir que sea un suicida; todos los riesgos que tomo en estos negocios están estudiados al milímetro. El rescate de Thais en los Alpes quizás fuese la operación más peligrosa que he realizado en los últimos años y no lo habría hecho por otra persona.
Solo por ella.
Me paso la mayor parte del vuelo revisando los detalles de producción de una fábrica nueva en Estados Unidos. Si todo va bien, quizás desplace la producción hasta allí desde su ubicación actual. Los funcionarios allí se están volviendo cada vez más codiciosos y cada mes piden mayores sobornos, así que no estoy por la labor de seguirles el juego por mucho más tiempo.
También aprovecho para responder algunas preguntas a mi gerente de administración en Chicago; ahora mismo esta preparando el fondo definitivo a través de una de mis filiales y necesita que le mande instrucciones para la inversión.
Yo: ¿Cómo está?
Agarro el teléfono y frunzo el ceño cuando leo un mensaje de Elliot:
[Bien, al menos es eso lo que dice ella. Por cierto, Anjoly sacó a Thais del apartamento.]
¿Por qué demonios hizo eso?
Aprovechará al cien por cien la oportunidad de huir o simplemente correr para hacerme enfadar.
Maldita sea.
Llamo a Anjoly. Por supuesto, no contesta. La idea de que le ocurra algo a mi pequeña hace que una horrible sensación de miedo me recorra la piel, como no había sentido en mucho tiempo. Mierda.
¿Me importa ella, o simplemente estoy obsesionado con ella?
YO: ¿Por qué lo has dejado ir con ella?
ELLIOT: No está en una prisión.
YO: ¿Quieres hacerme enojar?
ELLIOT: Solo han ido de compras, déjala respirar.
YO: No te despegues de ella porque Lou, o Theodore podría atraparla, para un puto aperitivo.
ELLIOT: No tienes que decírmelo. La voy a cuidar con mi vida si es eso lo que te preocupa.
YO: Infórmame de cualquier cambio.
ELLIOT: Sí, señor.
Aliviado vuelvo a revisar mis cosas.
Volamos a unos cientos de kilómetros de nuestro destino, y entonces decido ir a ver cómo va Terrence, que está pilotando el avión. Nada más entrar en la cabina, se gira y me dice: ―Vamos sin problemas y llegaremos dentro de una hora y media ―dice, sin que le pregunte nada―. Los helicópteros tienen el depósito lleno, listos para nuestra llegada.
―Perfecto ―contesto.
El plan es aterrizar a unos veinte kilómetros de distancia de la supuesta guarida de Lars y Lou, y desde allí hacer el resto del camino en helicóptero.
―¿Algún movimiento sospechoso por esa zona?
Terrence niega con la cabeza. ―No, todo está tranquilo.
―Bien. ―Entro del todo en la cabina y me siento al lado de Terrence en el asiento del copiloto, donde me pongo el cinturón―. ¿Qué tal con la chica de ayer?
Una sonrisa inesperada surge en su cara de tipo duro.
―Bastante bien, te perdiste una buena.
―Sí, ya lo imaginaba ―digo, aunque en realidad no me arrepiento en absoluto.
Un rollo de una noche no superará nunca la intensa compenetración que tenemos Thais y yo, y no estoy dispuesto a conformarme con nada menos.
Terrence sonríe de par en par, algo todavía menos común en su expresión inmutable de siempre.
―Tengo que decirlo, no me esperaba que dejarás ir a Thais con lo feliz que te hace tenerla cerca de ti.
Arqueo las cejas. ―¿Ah, no?
Ganarse mi confianza no es nada fácil; de hecho, solo ha habido unas cuantas personas en mi vida a las que he podido llamar «amigos», y hasta ahora Terrence ha sido el único que no me ha apuñalado por la espalda.
Él se encoge de hombros y recupera su expresión seria como de costumbre, aunque aún puedo notarle un atisbo de estar disfrutando este tema de conversación.
—Aunque claro, nadie se imagina que gente como nosotros pueda llegar a ser una pareja perfecta. Pero hay cierta química entre ustedes que los hace ver como una buena pareja.
Se me escapa una pequeña carcajada involuntaria.
—Bueno, no creo que Thais piense que soy precisamente la pareja perfecta. ¿Un monstruo que la secuestró y le metió de todo en la cabeza? Sin duda. Pero ¿una pareja perfecta? Algo me dice que no. Estoy seguro que si una hija suya presentará a un chico como yo como su novio lo echaría de su casa, yo lo haría. Además, el día que tenga a una pequeña reina lo pondré en defensa personal desde chica para que pueda patear trasero de los idiotas que se le acerquen.
Terrence se ríe.
—Bueno, pues si no lo piensa, debería hacerlo —suelta Terrence, ya prestándole atención a los controles del avión—. No le pones los cuernos, la cuidas bien y has arriesgado tu vida por salvarla, has matado por ella. Si eso no es ser una pareja perfecta, no sé lo que es.
—Vaya pareja perfecta —me burlo. —Tan perfecta que intento matarme.
—Y tú a ella, —me recuerda. —sin embargo, han dejado eso a un lado y han seguido con su vida. Eso es lo que importa.
Mientras me habla, frunce ligeramente el ceño y acerca la vista al radar, donde parece haber visto algo.
—¿Qué pasa? —pregunto en voz alta, con todos mis sentidos en estado de alerta.
—No estoy seguro —empieza a decir Terrence, y en ese momento el avión da un vaivén increíblemente fuerte que casi me tira del asiento.
De no ser por el cinturón de seguridad que llevo puesto, me habría chocado contra el techo ahora que el avión empieza a caer en picado. Terrence se pone a los mandos e intenta recuperar el rumbo mientras vocifera una retahíla interminable de palabrotas.
—¡Mierda, joder! Joder. ¡Me cago en la puta madre!
—¿Qué nos ha dado? —Sorprendentemente, mantengo la voz y la mente en calma mientras evalúo la situación.
Se oye un chirrido intermitente desde el motor, hay gente gritando detrás y huele a humo, así que debe de haber un incendio. Tiene que haber sido una explosión, lo que quiere decir que alguien nos ha disparado desde otro avión o que un misil tierra-aire ha explotado en las proximidades y ha dañado uno o más motores. No puede haber sido un impacto directo ya que este Boeing está equipado con un sistema de defensa antimisiles diseñado para evitar cualquier proyectil, a excepción del más avanzado; además si hubiese sido así, nos habrían volado en pedazos.
—No lo sé —consigue decir Terrence mientras lucha por controlar los mandos. Por un instante logra estabilizar el avión, pero al momento vuelve a caer en picado—. ¿Importa ahora?
A decir verdad, no estoy seguro.
Mi yo más deductivo quiere saber qué, o quién, va a ser responsable de mi muerte.
No creo que haya sido Lou; según mis fuentes su equipo no tiene armamento de este calibre. Descartados estos, puede haber sido un error de algún soldado de gatillo fácil o un disparo deliberado de otro bando. Quizás fuese Theodore, pero vete a saber cómo sabe que venía en busca de Lou. De todas formas, Terrence tiene razón: no sé qué voy a sacar de pensar en eso. Saber quién ha sido no nos va a salvar. Las cimas se ven a poca distancia: seguro que no vamos a salir de esta.
Terrence sigue soltando palabrotas y tratando de recuperar el control de los mandos, pero yo me aferro al asiento y me quedo mirando fijamente cómo la tierra se va acercando a nosotros a una velocidad endiablada. Siento muy cerca un sonido arrollador y me doy cuenta de que son mis propios latidos, que la adrenalina me ha agudizado todos los sentidos y que puedo incluso oír la sangre fluir con intensidad.
El avión amaga con recuperar la trayectoria en un par de ocasiones, cada una de ellas nos da unos segundos extra que sin embargo no van a poder evitar nuestra caída inminente y mortal. Mientras veo cómo descendemos al infierno, solo lamento una cosa: jamás volveré a tener a Thais entre mis brazos.
Verónica
Theodore y yo habíamos terminado.
Completamente, totalmente terminamos.
Y ni siquiera habíamos empezado todavía. Sin embargo, luego me buscó y arreglamos todo.
No entiendo por qué Thais no puede entender eso.
¿Por qué no puede entender que yo lo quiero como ella quiere a Aang?
Agotada después de un largo día de trabajo, voy a casa de Theodore. Cuando llego esta en su oficina, con el pelo peinado hacia atrás y un traje de tres piezas de color azul, lo que significa que aún no se ha cambiado.
—Ahí estás. —Sonríe y es plano, suave, casi amenazador—. ¿Me estabas evitando o me lo estaba imaginando?
—Imaginando. —Me cruzo de brazos, adoptando mi tono más firme y poco afectada—. ¿Por qué iba a evitarte?
—No lo sé. Puede que tenga algo que ver con la forma en que te escapaste de mí las últimas dos semanas. —Pasa una página, aunque no está leyendo el documento. Es como si estuviera manteniendo distraídamente su ritmo habitual—. Te das cuenta de que no puedes evitarme para siempre.
—Como dije, no lo hacía. Además, ya estoy aquí, ¿no?
—Eres una mentirosa, abejita —acaricia el borde del documento con los dedos.
Quiero apartar la mirada, pero no puedo. Es como si me hubiera lanzado un hechizo y ahora solo puedo pensar en sus dedos, mis muslos y...
Concéntrate, Verónica.
—¿Por qué tendría que mentirte? —Levanto la nariz—. Te das mucho crédito, Theodore.
—Entonces, ¿no me evitaste por tu amiga? ¿Por discutieron por mí?
—No.
Permanece en silencio durante demasiado tiempo, mirándome de esa manera desconcertante y silenciosa que me hace querer salir de mi piel o esconderme debajo de la alfombra. Theodore siempre ha tenido ese efecto en mí.
«El hecho de que no mires debajo de la cama no significa que el monstruo no esté allí. Me había dicho hace unos días. Lo está. Esperando. Esperando el momento oportuno para poder salir y jugar. La única forma de escapar es nunca, jamás mirar ni aceptar su petición de jugar con él.»
Pero para mí ya es muy tarde porque no solo lo había mirado sino que también jugué con él.
—Hice lo que me pediste —digo—. Acabo de salir de la empresa luego haber ido a Italiana a hacer la entrevista.
—Lo sé. Pero ¿qué haces aquí? —Me doy la vuelta para irme, ofendida. —Estás huyendo de nuevo —su voz tranquila me detiene en seco.
—No, no es así. Solo me estoy yendo por qué ni yo sé exactamente qué hago aquí —miento—. Paso un tiempo lejos y vengo a verte y me tratas así, me voy a mi casa.
–No esas mentirosa, Vero, sí sabes porque estás aquí —comenta—. Un consejo, nunca me des la espalda mientras estás conmigo. —En un segundo, está detrás de mí, su respiración caliente me hace cosquillas en la piel—. Lo tomaré como una oportunidad para atacar y hacer lo que quiera contigo.
Su dedo índice recorre la piel desnuda de mi hombro hasta donde descansa la. parte superior de la cremallera. La piel de gallina cubre mi carne. Mi respiración se vuelve agitada. Su toque es tan sensual, pero lo sé, solo sé que es solo un aperitivo. de lo que realmente es capaz de hacer.
—Traes un vestido. —Agarra la cremallera y la desliza lentamente por mi espalda—. Es a propósito, ¿no es así, abejita?
—N-no, no es así —mi voz es débil y suena desenfrenada, incluso para mis propios oídos.
Desliza sus dedos por mi espalda expuesta. Cierro los ojos y mi frente cae contra la puerta. Un gemido se abre camino, pero me muerdo el labio.
¿Por qué esto se siente tan bien? ¿Por qué mis piernas se abren por su propia voluntad?
Su respiración contra la curva de mi oreja y su presencia detrás de mí envían ráfagas de placer por mi columna y justo entre mis piernas.
—Theodore... —Se supone que es una protesta, pero sale como un gemido lujurioso y desordenado. —¿Qué haces?
—Dilo otra vez. —Pasa su mano esbelta sobre mi espalda desnuda antes de detenerse en el medio, sujetándome fácilmente contra la superficie—. Mi nombre con un gemido.
—Theodore, n-no... —quiero decir que no me toque si es para calentarme y luego irse, pero las palabras no me salen.
—¿No qué? —Su otra mano envuelve mi garganta. No es lo suficientemente fuerte como para cortar mi suministro de aire, pero es firme, con la intención de
mantenerme en el lugar.
Trago saliva, mi cuerpo se agudiza en atención como si de repente me hubiera llevado al medio de un subidón de adrenalina. Sus dientes encuentran la curva de mi oreja, mordisqueando ligeramente. Su voz es ese tipo de calma engañosa que adquiere fuerza con cada palabra.
—¿Me estás diciendo que no has estado pensando en mis dedos dentro de esa vagina apretada, Verónica? ¿Que no te has tocado con el recuerdo o no has pensado en ellos cada vez que me ves?
Mis labios tiemblan ante la embestida de todo. Sus palabras. Su boca. Sus dedos alrededor de mi garganta.
Todo es demasiado.
—Porque yo sí —Empuja sus caderas hacia mí y un bulto inconfundible se posa contra mis nalgas.
Es duro.
Theodore está duro por mí.
—Desde que te derrumbaste entre mis dedos, he estado fantaseando con tomarte en cada puta posición que existe. ¿Deseas que hago eso, no?
Puedo sentirme caer.
Mis paredes se derrumban y mis creencias se dispersan a mi alrededor en jirones. Todo lo que anhelo es probar, un momento, un segundo de lo que sucedió en su habitación.
No. No puedo caer de nuevo en su juego.
Me volverá a dejar humillada y desesperada.
Le doy un codazo lo suficientemente fuerte como para que retroceda un poco. Aprovecho la oportunidad para alejarme de su agarre, agarrando la parte delantera de mi pecho para que el vestido no se caiga. Tiene un sostén incorporado, por lo que solo llevo bragas debajo.
Mi respiración es aguda y fuerte como la de un animal mientras estoy junto a la mesa de conferencias.
Extiendo la mano detrás de mí, me abrocho el vestido y trato de regular mi respiración.
Theodore todavía está junto a la puerta, mirándome como un depredador que no puede decidir qué hacer con su presa. Aunque ya lo ha hecho. No es el tipo de persona que comenzaría algo antes de descubrir toda la situación. Es uno de los que conoce el final antes de tocar Play.
Le toma un segundo, dos...
Acecha hacia mí, lento pero seguro.
—Detente ahí, Theodore —Estoy tan contenta de que mi voz no tiemble.
—¿Por qué? ¿Porque no quieres que la gente sepa que te gusta tu jefe?
—No es verdad. Eres tú el que no quiere que sepan de nosotros —Mis palabras se rompen al final. —No pienso dejar que me vuelvas a dejar con las ganas —lo desafío y luego me arrepiento de inmediato.
—No significa que no pueda follarte. Significa que me gusta verte mojada y suplicando.
—Te odio cuando me haces eso.
—Aún no encuentro la razón por la que eso debería importarme o detenerme.
Se detiene a una pequeña distancia y me mira fijamente.
Mi visión se vuelve borrosa cuando lo miro con la última mirada suplicante que puedo manejar.
—N-no podemos hacer esto si no estas dispuesto a terminar.
—Nunca dije que no podía.
—¿Q-qué?
Su voz cae. —Puedo oler tu excitación, abejita.
Antes de que pueda protestar, me da la vuelta para que mi mejilla y mi frente estén pegadas a la superficie lisa de la mesa. Su mano se envuelve alrededor de mi. nuca, enjaulándome en su lugar.
—¿Qué haces?
—Lo que viniste a buscar —la finalidad de sus palabras me golpea.
Lo haremos.
El hecho de que me esté quitando de mi tortura sexual me da una especie de paz.
Él es el que está destruyendo todas las creencias que tenía y yo estoy encantada con eso.
Mi corazón se dispara cuando sube el borde de mi vestido y lo coloca alrededor de mi cintura. El aire frío baña mi piel mientras me baja la ropa interior, dejando que se acumule a mis pies.
—Mira tu sexo empapado y listo para mí —dice con voz ronca cuando escucho el sonido de su cinturón–. ¿Estás deseando que te destroce esa vagina tuya?
—Por favor, hazlo —respiro contra la madera, formando condensación en ella.
—Te dije que me gusta verte suplicar.
Me da una palmada en el trasero. Con fuerza. La bofetada resuena en el silencio de la oficina y jadeo cuando la punzada se registra por el dolor.
¿Qué diablos hace?
—Tu hábito de no responder a mis preguntas tendrá que cambiar. —Su pene se encuentra con mi entrada y mis manos agarran la mesa.
Esto está ocurriendo.
Esto está ocurriendo.
Cierro los ojos, tratando de pensar en cosas importantes como el control de natalidad.
Está bien, estoy tomando la píldora. Uf.
—Cualquiera de mis empleados podría entrar y encontrarnos. ¿Lo sabes? —murmura en un tono sádico.
Mi mirada se dirige a la puerta. No está bloqueada.
¿Por qué eso no me aterroriza tanto como debería?
Theodore aprieta su mano alrededor de mi nuca.
—Oh, eso te agrada. No eres una chica tan buena como haces que todos crean que eres después de todo.
—Cállate.
—Nunca logras mentir bien, Vero y eso me encanta porque eso te hace un libro abierto para mí. Es más fácil quebrar algo que conoces —Se inclina para cubrir mi espalda, luego envuelve su mano alrededor de mi cabello y lo aprieta con fuerza—. Siempre me ha gustado romper mis cosas.
Empuja dentro de mí de un solo golpe.
Grito, mis ojos se cierran con fuerza mientras el dolor me apuñala.
Oh, Dios. Esto duele mucho.
No importa lo mojada que esté. Él es grande y yo estoy demasiado apretada.
Duele. Duele demasiado.
—Mierda. —Se detiene antes de que sienta su cálido aliento en mi piel—. ¿Esta es tu primera vez?
—Obviamente —digo entre dientes, mi voz tiembla—. Ve despacio.
No me hace caso y se mueve, provocando un gemido quejumbroso de mi parte.
—Abre tus ojos —ordena.
—¿Para que me veas llorar?, no, gracias —sollozo.
—Verónica, abre tus malditos ojos. Ahora.
—Solo acaba con esto. Me duele mucho.
—Verónica —advierte.
Sé que él no usa mucho ese tono, si es que alguna vez lo hace, así que lentamente abro mis párpados. Mi respiración se rompe cuando lo encuentro mirándome.
Si esperaba lástima, no hay ninguna. En cambio, sus ojos brillan con una posesividad tan tangible que puedo saborearlo en mi lengua.
—Soy tu primero —dice con lo que parece asombro.
Asiento, a pesar de que no hizo una pregunta.
—¿Por qué soy el primero cuando es obvio que tienes experiencia en mamadas y otras cosas?
—No importa.
—Mentirosa. —Empieza a moverse dentro de mí y me agarro al borde de la mesa con más fuerza mientras mueve sus caderas.
—Si es que esperas que te diga que lo había dejo para el chico especial te mentiría. Lo que pasa es que a Thais no le agradaba mi novio y pasó algo que me hizo alejarme de él —no ha dejado de moverse en mi interior con fuerza mientras hablo por lo que tomo pausas para hablar—. Después de eso solo tenía roce, beso, manoseos e incluso mamadas, pero nada de coito.
»Además, quería que si al menos iba a perder la virginidad fuera con alguien que fuera bueno en la cama, no un niño que buscaría correrse dejándome insatisfecha. —embestida—. Nunca le dije a nadie que sigo siendo virgen porque las personas son tan idiotas que creen que porque alguien sea virgen significa que es inocente, pura, niña buena o Santa. Y yo estoy lejos de ser inocente, o tener alguna de esas características. Era simplemente virgen, lo cual no definía mi inocencia o pureza.
Me acostumbro a su tamaño y a su ritmo mientras hablo.
Oh, vaya. Ya no duele tanto.
Muy pronto, la sensación inicial desaparece y es casi... placentero. Casi, no del todo.
Un gemido cae de mis labios cuando Theodore suelta mi cabello, luego masajea mi clítoris. El dolor desaparece y una ola me hunde. Su ritmo se acelera con cada movimiento de sus dedos. Un fuerte sollozo atraviesa el aire y me doy cuenta de que es mío mientras me desmorono.
Ni siquiera duré un minuto.
Mi orgasmo me envuelve hasta que todo lo que puedo reconocer es a él en mi espalda, en mí, a mi alrededor.
Theodore sostiene mi nuca contra la mesa y me folla duro y salvajemente. Me folla como si estuviera desquitándose por todos los meses anteriores con cada una de sus implacables embestidas.
Caigo de nuevo, o tal vez sea la primera caída que se desangra en la segunda.
No puedo ver bien, y mucho menos pensar ahora.
Todo lo que puedo hacer es sentirlo: su poder, su presencia, su necesidad de más que refleja la mía.
No se detiene.
No cuando estoy gimiendo y lloriqueando o sollozando mi orgasmo. No es hasta que no puedo estar de pie y estoy casi a punto de colapsar que sale de mí. Un líquido caliente gotea entre mis piernas y cierro los ojos, empapándome de la sensación.
Aún sosteniéndome por el cuello, Theodore recoge el semen que goteó de mí y lo mete dentro de mí con dos dedos sorprendentemente suaves hasta que casi estoy suplicando por otro orgasmo.
Estoy adolorida y me siento usada, pero al mismo tiempo, todavía quiero algo más.
Algo más que no sé qué es.
La comprensión de lo que he hecho me golpea allí mismo con la cabeza contra su escritorio mientras oigo que sube su cremallera.
Me usó y me arruinó sin remedio.
Y sé, solo sé, que de ahora en adelante, nada volverá a ser igual.
—Ya tienes lo que viniste a buscar, abejita —susurra contra mi oído—. Ahora puedes ir tengo trabajo. Ah, nunca más hagas preguntas que no te voy a responder... y lo responde con "sí, señor" en el trabajo no es una opción es una obligación.
Su advertencia no me da miedo, él me hizo el amor y se complació al ver que lo recibí húmeda. No sabía que el amor podría ser un boleto cercano a la muerte, no es para nada como lo pintan en las películas o los libros, pero me gusta estar con él, lo necesito.
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