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6

Thais

Aang se levanta con un movimiento fluido, haciendo una mueca cuando la migraña se graba en sus ojos. En realidad, si los policías no estuvieran aquí le hubiera dado una bofetada por fumar cuando le dije que no lo siguiera haciendo.

Parpadeo mirando al otro policía. Parece un padre tierno, y un marido cariñoso.

¿Cómo habría reaccionado contra Aang si supiera que tenía a una mujer como prisionera?

El hombre toma un sorbo de licor, observando, como si Aang y yo fuéramos una telenovela, o un episodio de La Rosa de Guadalupe.

Esto no va como yo esperaba.

—Quiero aclarar algunas cosas, para que quede constancia. En caso de que tengan una idea equivocada —murmuro, haciendo caso omiso de cómo me mira Aang.

Los policías se miran y luego se encogen de hombros. El del bigote gordo se desliza hacia delante, el cuero cruje bajo su peso. Deja el vaso y el cigarro en un cenicero de cristal, y dice. —¿Qué le gustaría aclarar, señorita Delgado?

Lucho contra la tentación de mirar a Aang, pero si lo hago podrían pensar que él me está influenciando. Manteniendo mi cabeza en alto, digo. —Si me pueden informar de por qué están aquí, puedo decirles yo mismo la verdad que quieren saber —De ninguna manera voy a decirle cosas de las que ellos no están conscientes.

El del bigote gordo asiente con una sonrisa irónica.

—Muy bien —Coge una libreta del bolsillo del pecho y la abre—. Estamos aquí porque la policía federal cubana se ha puesto en contacto con nosotros acerca de una mujer desaparecida que coincide con su descripción. Ellos fueron informados por David Castro de su secuestro. Incluso unos detectives privados contratados por él siguieron tu pista hasta París.

El oficial del bigote con candado habla. —Él proporcionó pruebas detalladas de cómo lo golpearon y cuando volvió en sí, usted se había ido. Alguien anónimo también nos proporcionó un mensaje que implica al señor Briand en su desaparición. Como puede imaginar hemos venido siguiendo la pista.

—Es un alivio saber que está usted viva y bien.

Los dedos de Aang se aprietan alrededor del vaso. No aparta los ojos de mí, estremeciéndose con el nombre de David.

La policía deja de existir, la biblioteca parece más pequeña, atrapándome solo a Aang y a mí en nuestro propio mundo privado. Su poder me alcanza, con el rostro duro y severo, sus ojos están furiosos con emoción. Me observa, no con traición ni odio, sino con soledad y comprensión.

Mis manos se cierran, luchando contra el impulso de arrojarme a sus brazos. Incluso sufriendo de un dolor de cabeza, Aang vibra con autoridad y sentimiento. Vislumbro lo mucho que yo significo para él.

Su cuerpo llama al mío y como la esclava obediente que es, voy. Aang se sacude cuando le toco los dedos, envolviéndolos con los suyos. Se abren sus fosas nasales, mirando por encima del hombro a los dos policías que están observándonos con duda.

Pero no me importa.

Tengo que ver lo que existe entre Aang y yo.

Ellos no pueden entenderlo, mierda, yo tampoco lo entiendo, pero vibra en el espacio.

Los dedos de Aang se elevan desde el cristal, capturando los míos en un movimiento brusco. Me quema la piel; me quedo sin aliento, mirándolo profundamente a los ojos claros.

Se endereza y se pone junto a la chimenea.

Mi corazón se acelera, odiando su retirada. La desesperación reemplaza mi deseo y asiento con la cabeza. Él ya me había dejado ir.

Me odio a mí misma por ser demasiado débil.

Hablo en voz alta y sin temblar. —Soy Thais Delgado, y sí, me secuestraron en Cuba. Pero este hombre... —señalo a Aang—. Aang Briand, su escolta y su mayordomo me rescataron y me mantuvieron a salvo. Permanecí aquí por voluntad propia y he estado en contacto con el señor Castro desde hace unos dos meses aproximadamente. El mensaje anónimo de seguro fue un error. Alguien lo debió de malinterpretar. De todas formas me iré hoy —Me siento realmente mal al mentir, pero yo estoy concentrada solo en Aang, centrándome en reparar lo irreparable.

El del bigote gordo se pone de pie, asintiendo con la cabeza. —Gracias por la aclaración, Señorita Delgado. Pero ahora, tenemos que hablar a solas con el señor Briand.

Mis ojos van hacía Aang. Tan enamorada peleando en nuestra silenciosa batalla de voluntades, que temo que las partes exteriores derraman la verdad.

Lo miro con tanto anhelo, sus labios están entreabiertos. Algo se arquea, se desata y se rompe entre nosotros. No puedo respirar. Había aceptado todo lo que me dijo acerca de corromperme y poseerme.

Quiero que me posea . Aang quiere compartir partes de su vida conmigo. Ese Aang quien había hablado sobre su negocio y me abrazaba por la noche, el Aang quien me ordenó que lo chupara y me pusiera en pompa para azotarme. Los quiero a los dos.

Oh, Dios, cómo los quiero a los dos.

Las imágenes de Aang tras las rejas, se estrella contra mí. Casi colapso de rodillas para pedir perdón por él.

Cada emoción me pone en carne viva; empiezan a caer las lágrimas. —Por favor, no arresten a Aang... digo el señor Briand. Él no me hizo nada malo.

—Señorita Thais, por favor, déjanos a solas un momento —dice como serio y frío.

Así que, estamos en esto.

Sonrío traviesa. —Lo que tú digas, papi.

Las cejas de los policías se alzan por la sorpresa.

Entonces, hago lo más inteligente en este momento, me voy.

Cuando llego a mi habitación me cepillo los dientes, doy una ducha, y luego de cambiarme agradezco tener la mente menos atormentada.

Hoy por fin podré irme. Una ola pesada de ansiedad cae sobre mí, la notica de dejar esta habitación había sido un shock, no estoy lista para irme, no estoy lista para volver a empezar todavía. Y por sobre todo, no estoy lista para enfrentarme el mundo yo sola. Elliot es quien está encargado de mi traslado y seguridad, él atraviesa por la puerta de la habitación, con seguridad, dejándola abierta de par en par. Yo estoy cambiada, con mi ropa nueva puesta, lo espero sentada en la cama.

—¿Está lista señorita? —pregunta.

—Sí —no, no lo estoy, en absoluto. —Aang, está...

—No lo van a arrestar si es lo que quieres saber —se adelanta a decir.

Asiento aliviada.

Cuando salgo de la habitación, un hombre llama mi atención, está a solo unos metros de la puerta, es realmente atractivo, me mira y me sonríe, pero no puedo mantener la mirada mucho tiempo, mis ojos retroceden al lado y continúo mi camino con los guardaespaldas, hasta la puerta de la finca. Ni siquiera puedo devolver la sonrisa, sí, un gran comienzo a mi soltería no poder coquetear con nadie.

Me llevan en una Escalade blindada y me pregunto porque tanta seguridad si igual voy a desaparecer de su vida, estoy sentada en los asientos traseros, contemplando al mundo a través de una ventana y por lo que Elliot me está diciendo ahora —creo—, toda mi vida será de esta manera, detrás de vidrios blindados.

Finalmente, luego de un par de horas de viaje, llegamos a mi nuevo hogar, un ático en los suburbios. La Thais del pasado, pensaría que la casa es justo como la que quería, la Thais del presente ya no le importa una mierda. En la entrada hay dos guardias que me saludan tomando su gorra con una pequeña inclinación y dentro hay dos más que hacen lo mismo, excepto que ellos se retiran y salen al exterior, ¿cómo voy a pasar desapercibida de esta manera?

Noto que solo Elliot entra conmigo al ascensor y saca una tarjeta.

—Señorita Thais, sé que está pasando por un momento difícil —oh no, aquí vamos con la lástima—. Créame que nosotros vamos a hacer todo lo que esté al alcance de nuestra mano para que usted pueda empezar una vida nueva. Estamos buscando el paradero de Lou, y por razones de seguridad no podrá estar sola.

El nudo en mi estómago es muy fuerte y se retuerce.

—Gracias —comento sin ánimos, tengo una mala sensación y por un momento, se me cruza por la cabeza, ¿qué pasa si no encuentran a Lou? ¿Estaré rodeado de guardias por el resto de mi vida?

Cuando el ascensor nos deja a Elliot y a mí dentro de mi habitación doy unos pasos inseguros.

—Por favor, toma asiento —indica con la mano, un sillón, lo sigo y nos sentamos uno al lado del otro, sin que nuestras piernas se toquen. —Esto que tengo aquí —me entrega un sobre—. Es su nueva vida, no está obligada a empezarla ahora mismo, puede tomarse todo su tiempo, sé que estas cosas no son fáciles, si quiere puede tomar terapia...

—¿Terapia? No estoy loca —interrumpo, nadie la había mencionado antes.

—Oh no, no es nada de eso, quiero decir, no quiere decir eso, es el procedimiento que las personas toman cuando quieren lidiar con algún trau... ejem... problema. —Él agrega con nervios y sorpresa a la vez—. Hay que quitarse de la mente el tabú de que ir a ver a un psicólogo o psiquiatra es para gente loca.

—No quiero hablar con algún loquero, dudo que tú entiendas lo que pase y lo que estoy viviendo aquí.

—Puedo pedirle a una terapeuta especializada en abusos sexuales que venga a verla esta tarde. Es muy buena...

—No hace falta —lo interrumpo—. Estoy bien —la presión que siento en mi cráneo me marea, si pudiera romperle la cara a Elliot con mi puño, para que calle su boca, lo haría, pero todavía me queda la educación, así que me limito a asentir sin discutir, no quiero que piense que soy una desagradecida.

—Lo entiendo señorita Thais, yo solo quiero que estés bien.

—Ya te dije que estoy bien y deja de tratarme con tanta indiferencia, Elliot. Estoy bien, que uses esa formalidad no hará que te haga caso, es más, solo me provoca querer golpearte.

Y lo estoy. No me siento como una víctima ni creo que Aang haya abusado de mí.

Solo estoy insensible, anestesiada por la herida.

—Una de las etapas más difíciles de la vida es aprender a decir adiós, Thais.

Intento sonreírle, pero por la cara de espanto que pone, no creo estar haciendo un buen trabajo, me da una carta.

Una vez que se retira, me deja sola en la casa, bueno, "sola" es un concepto incoherente, ya que tengo vigilancia todo el día, todos los días.

Examino la carta con desconfianza. Luego tomo el coraje para abrirlo.

Mi pequeña Thais:

Tenerte a mi lado fue parte de un plan para investigar si tenías el huevo de tu hermana, aunque lo disfracé de otra cosa. Pasé por todo tipo de entrenamientos, físicos y psíquicos, en diferentes áreas y organizaciones, tanto oficiales como clandestinas. Soy un maldito bastardo de corazón frío, y necesitaba ser de esa manera para cumplir las misiones que me asignaban. Aún después de años de dejar GAMMA no he podido dejar a un lado a la persona que me enseñaron a ser. Soy capaz de matar y torturar sin que me mueva un pelo de la cabeza. Este mundo es un campo de batalla y aprendes a ser el carnicero o la carnada. Así que, aprendí que necesitaba ser una máquina para lograr mis metas. Hasta ti...

La misión que te involucró superó cualquier estudio o experiencia posible y dejó al descubierto al novato que soy. Caí en mi propio deseo, olvidando mi verdadero objetivo —aunque no me arrepiento de haber caído en tu mirada y ese deseo que me consumió—.

Jamás planeé estar tan involucrado sentimentalmente contigo ni siquiera pensé que durarías más de un mes a mi lado.

Te estoy explicando esto porque creo que mereces saber quién fue el dueño de tu dolor, la persona que se apropió de tu vida y la fragmentó solo porque podía. Ahora estoy arrepentido por todo lo que te hice y es por eso que hoy te dejo ir.

Sé feliz, pequeña mía.

He depositado dinero en tu cuenta bancaria. No volverás a preocuparte por nada, tampoco necesitarás trabajar si así lo deseas. Puedes empezar de nuevo, olvidar lo que viviste conmigo y usar el dinero como mejor te parezca. Es todo tuyo.

No me busques, si realmente quieres ser feliz.

Tuyo por siempre,

Aang.

Releo la carta siete veces y cada vez que lo hago, un atolondrado torbellino de sentimientos golpean mi pecho:

Dolor.

Ira.

Rencor.

Empatía.

Lástima.

¿Lástima por mí o por él?

Voy a la que ahora es mi habitación, me meto en la cama y cierro los ojos. Las lágrimas brotan de lo más profundo de mi pecho, sacudiendo mi cuerpo en su intento por salir.

Durante los últimos días que había estado lejos de él, me había mantenido ocupada para no pensar en el hombre que no solo me había robado la libertad, sino también el corazón. Pero ahora no tengo nada con lo que distraer mi mente de la desgarradora verdad. Aang me había dejado ir, y nunca volvería a verlo.

Quiere que lo olvide como si tal cosa no fuera lo más absurdo del mundo.

Las lágrimas brotan hasta la superficie y me caen por la nariz. Se acumulan en su descenso por mi rostro hasta formar una gruesa gota que cae sobre las sábanas que tengo debajo. El aroma de Aang todavía inunda la camiseta que le tome prestado, y tardaría semanas en disiparse. Cada vez que lo huelo, siento dolor. Pero sé al instante que cuando desaparezca, el dolor será mucho peor.

Al final empiezo a sollozar.

Mis auténticas emociones se han apoderado de mí, y yo no puedo fingir que aquel hombre no es mi vida entera.

Porque lo es.

Él no es simplemente mi amante, sino mi mejor amigo en el mundo. No había una sola persona que me entendiera como lo hace él. Nunca fui una "niña buena" ni inocente pero con Aang cambié mucho. Al mirarme, ve a la mujer que hay debajo de las cicatrices. Solo me ve a mí: Thais. No a mis traumas.

Y ahora se ha marchado.

Quizás éramos un accidente, un error.

Quizás se suponía que nunca deberían haberse cruzado nuestros caminos.

Quizás él solo debía ser una lección en mi vida y no una marca permanente.

De todas formas, la forma en que me besaba o me follaba...

Nuestro cuerpo juntos siempre fue como si colisionarán el cielo y el infierno, y cualquiera de las opciones fuera, al mismo tiempo, la correcta y la errónea. Nos besamos y follábamos como si nos estuviéramos equivocando y, a la vez, tomáramos la mejor decisión del mundo.

Sus labios me hicieron volar alto, pero también descender. Su respiración hizo que mi corazón latiera más deprisa y se parara del todo a la vez.

Nuestro amor es todo lo bueno y lo malo envuelto juntos.

En parte, sabía que tendría que arrepentirme, pero la manera en que sus labios calentaron las sombras frías de mi alma... la manera en que dejó su marca en mí...

Nunca me arrepentiría de haberlo encontrado, de haberlo abrazado, de haberlo besado, aunque solamente tuvimos esos pocos meses para ser uno solo.

Siempre valdría la pena esos pocos meses que compartimos.

Respiro hondo y obligo a las lágrimas a detenerse.

Sollozar metida en la cama no va a llevarse mi sufrimiento, y desde luego no estoy logrando que me sienta mejor. En todo caso, solo me hace sentir peor.

Quiero que vuelva, solo para que me abrace y limpie mis lágrimas con sus besos.

Por fin corto las lágrimas y me paso las manos por la cara.

Enjuago hasta la última gota de humedad, devolviendo mis mejillas a su estado seco anterior. Todavía tengo los ojos enrojecidos e hinchados, pero volverán a estar como siempre después de una ducha caliente.

Y yo podré seguir con mi vida.

Entro en la cocina y veo la tarjeta de negocios sobre la encimera. Su nombre y sus datos de contacto están grabados en letras negras en relieve. Contemplo su número de móvil e intento memorizarlo, solo para darle a mi mente algo con lo que distraerse. Nunca llamaré a Aang, así que no hay ninguna razón para conservarla... pero tampoco podría nunca tirar algo que él me hubiera dado. En cierto modo, contiene parte de su esencia, y tirarla a la basura es como desprenderse de una parte de él.

Abro un cajón de la cocina y dejo caer la tarjeta dentro.

Su nombre todavía me contempla, con una fuente que apunta a su profundo poder y masculinidad. En la tarjeta ni siquiera pone a qué se dedica profesionalmente, pero su aspecto deja claro que es algo realmente importante... y peligroso.

Cierro el cajón y vuelvo a meterme en la cama. Quizá si me quedo dormida, despertaré descansada y con ganas de volver a empezar. Quizá todo aquello no me parece más que una pesadilla distante que podría olvidar en unas semanas.

Quizá me parecería un nuevo comienzo.

Quizá podría olvidarme de él.

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